El maestro de Hermópolis
La primera ocupación persa duró de 525 a 399 a. C. Un movimiento de liberación dio origen a las dos últimas dinastías propiamente egipcias, y en 342 Nectánebo III fue derrotado por los persas, que invaden de nuevo Egipto e imponen duramente su autoridad. Su sistema monetario aniquiló el trueque tradicional y una dominación militar asfixia las DosTierras. Sin embargo, en ciertas partes, como en Hermópolis,[144] algunas familias de sacerdotes continúan luchando a su manera contra el opresor, tratando de mantener la tradición.
En este lugar devastado subsiste un sorprendente monumento, la tumba del sabio Petosiris, último testigo de esta atormentada época. El constructor celebraba así la memoria de sus allegados, al tiempo que proclamaba los valores espirituales sobre los que se había fundado la civilización faraónica.
El padre de Petosiris se llamaba Sishu, «el que pertenece al dios Shu (el aire luminoso)». Al ser escriba real, tenía el privilegio de entrevistarse con Nectánebo II, el último faraón egipcio, al que decía, con toda franqueza, palabras verdaderas. Protector de los habitantes de su ciudad, defensor de su provincia, Sishu se convirtió en gran sacerdote de Tot y administrador de su templo. Su esposa era sacerdotisa del paredro de Tot, Nehemet-awi,[145] «la que arranca el mal». Y tuvo varios hijos. Petosiris, «el don de Osiris», fue su segundo hijo.
Excelente gestor, apreciado por sus administrados, Sishu siguió el camino del Maat, y, debido a su rigor y sinceridad, recibió un anillo de oro por parte del faraón. Tuvo la alegría de ver cómo el rey elegía a su hijo mayor, Dyed-Tot-ef-Anj, como gran sacerdote de Tot.
La invasión persa alteró la existencia tranquila de la provincia, pero la familia de Petosiris pudo continuar al servicio del dios Tot. Nombrado «sacerdote puro» a los dieciocho años, se casó con una mujer maravillosa, Rempet-Neferet, «Buen Año», «soberana de gracia, dulce de amor, hábil con las palabras, agradable en sus discursos, de consejo útil en sus escritos. Todo lo que pasa en sus labios se parece a los trabajos de Maat. Mujer perfecta, grande por sus favores en su ciudad, tiende la mano a todos, diciendo lo que está bien, repitiendo lo que gusta, dando gusto a todos, en cuyos labios no pasa nada malo, grande de amor para todos».[146]
El hermano mayor de Petosiris murió joven. Y fue él quien le sucedió a la cabeza del clero local como «Grande de los Cinco, sostén de la ogdóada, jefe de los sacerdotes de Sejmet», capaz de ver al dios en su naos y de administrar los templos de Hermópolis.[147]
La segunda ocupación persa fue aún más cruel que la primera. El invasor no perdonó Hermópolis, y el «Sable», sobrenombre del sátrapa persa colocado a la cabeza de Egipto, hizo cometer asesinatos, saquear necrópolis y devastar jardines.
Petosiris no huyó y el ocupante lo mantuvo en su puesto. Pese a las angustias del porvenir, le nacieron tres hijas. Una única preocupación obsesionaba al gran sacerdote: cumplir los actos rituales preservando al máximo los lugares sagrados, en especial el ámbito de Ra, cuna de la luz que contenía el huevo primordial del que habían nacido las potencias creadoras. Pero, el mal, ¿no provenía de la falta de purificación y de las profanaciones? La cólera de Dios asolaba Egipto, y Petosiris, discípulo de Tot, trataba de apaciguarlo cumpliendo sus deberes de gran sacerdote.
Se produjo un acontecimiento extraordinario: el año 332 Alejandro Magno aplastó al ejército persa y fue acogido en Egipto como un liberador. «Amado de Ra, elegido de Amón», fue reconocido como faraón. En Tebas, los teólogos afirmaron que sucedía a Tutmosis III y a Amenhotep III, dos de los más ilustres reyes de la XVIII Dinastía. Se procedió a hacer reparaciones e incluso a la recreación de una naos con el nombre de Alejandro, respetando los antiguos simbolismos.
En fin, ¡de algún modo volvía la paz y una cierta forma de libertad! Es cierto que los griegos controlaban al ejército, pero, antes de que Alejandro abandonase el país para retomar su guerra en Oriente, sus consejeros egipcios lo convencieron de que les confiase la administración del país. Al ser bilingües, los altos funcionarios consiguieron crear un clima de confianza respecto a los oficiales superiores griegos.
En Hermópolis, Petosiris comprendió enseguida que la situación había cambiado profundamente y que el nuevo ocupante no le impedía llevar a cabo plenamente su función de gran sacerdote de Tot. Así, pues, restableció el conjunto de los ritos e hizo que los servidores del dios cumpliesen todas sus tareas en el momento adecuado. El mismo realizaba las purificaciones del alba, despertaba al poder divino en su naos, repitiendo la resurrección de Osiris, luego incensaba e iluminaba el templo. Organizó y dirigió las procesiones con ocasión de las numerosas fiestas, que por fin se celebraban y transportó él mismo la estatua de su señor, el dios Tot.
«Toda la noche el espíritu de Dios estaba en mi alma —revela Petosiris— y, desde el alba, yo hacía lo que le gustaba… He actuado de tal modo que mi señor Tot me ha exaltado por encima de todos mis iguales en recompensa por mis actos. Él me ha enriquecido con toda suerte de buenas cosas de plata, de oro, en cosechas que se almacenan en mis graneros, en campos, en rebaños, en huertos de viñas, en huertos de árboles frutales de todas las especies, en barcos sobre las aguas».
Esta riqueza hizo de Petosiris una especie de rey local, hasta el punto de que añadió a su nombre la fórmula «Vida, coherencia y salud»,[148] ¡reservada al faraón! El señor de Hermópolis no acumuló bienes para su único provecho. En primer lugar, devolvió el desahogo a la ciudad; luego, estuvo permanentemente a la escucha de los dioses y no dejó de trabajar para ellos.
Durante una procesión se le apareció la diosa-rana Heket, cuyo santuario estaba en ruinas y olvidado. Inmediatamente, Petosiris buscó los planos originales, los encontró y reconstruyó el edificio. Inspirándose en el texto fundamental de Imhotep, el Libro del plan de las moradas de los primeros dioses, Petosiris no se detuvo aquí sino que restauró el templo de Tot. «Yo construí el santuario de las esposas divinas en el interior del templo de Hermópolis —afirma—, pues lo encontré en estado de vetustez»; tendió el cordón para fundar de nuevo el templo de Ra, en medio de un parque rodeado de un cercado que impedía al populacho pisar el suelo sagrado. En este lugar había nacido Ra, en el comienzo del mundo, cuando la tierra estaba sumergida todavía en el océano de energía. Allí se hallaba la cuna de todos los dioses que «habían comenzado a ser en el comienzo», allí se conservaba el huevo primordial. «Yo hice que residiese allí Ra, el niño de pecho, señor de la isla del fuego», proclama Petosiris.
Pese a tantos éxitos y tanta felicidad, Petosiris, como todos los seres humanos, hubo de enfrentarse a la prueba de la muerte. Vio desaparecer a su hermano mayor, a su viejo padre Sishu, para el cual practicó los ritos osirianos dándole un nuevo corazón, abriéndole la boca y los ojos y haciéndolo veraz de voz, y luego hubo de deplorar el deceso de su hijo menor, quizá a la edad de doce años.
¿Cómo responder a tales pruebas, si no era construyendo una hermosa morada de eternidad donde asociaba a su propia resurrección a los seres queridos? Gracias a los dioses protectores, la tumba de Petosiris se ha conservado, mientras que el gran templo de Tot fue desmontado piedra a piedra y arrasado.
La región es de difícil acceso a causa de la presencia de integristas,[149] por lo que pocos visitantes tienen la ocasión de descubrir este sorprendente monumento que tiene el aspecto de un pequeño santuario, precedido por un altar «de cuernos», que revela en realidad formas geométricas que encarnan la armonía de la creación.
En el exterior, lo más asombroso es la mezcla entre los estilos egipcio y griego. En el basamento los personajes son helenísticos los temas egipcios. Asistimos a escenas de la vida cotidiana, inspiradas de las mastabas del Imperio Antiguo, labores del campo, cosecha del lino, ganadería, trabajo de los orfebres, de los carpinteros y perfumistas. El señor de hacienda Petosiris une el conjunto de su personal a su eternidad feliz. Notable indicación, que confirma el respeto de los antiguos egipcios hacia los animales: «El Verbo nutricio (Hu) se halla en los bueyes, la intuición creadora (sia) en la vaca brillante». Seres vivientes, al igual que los humanos, encarnan, sin deformarlas, las potencias divinas.
La capilla propiamente dicha mide seis metros por siete y su espacio está ritmado por dos filas de cuatro pilares. Los muros están cubiertos de textos tradicionales y la iconografía prolonga el simbolismo de las antiguas moradas de eternidad, creando una sensación de paz y recogimiento. Tres losas cubrían la entrada del pozo funerario que conducía a vastas cámaras, a ocho metros por debajo del nivel del suelo, donde reposaban Petosiris y sus allegados.
Como ciertos faraones, el sabio gozaba de tres ataúdes, uno de piedra y dos de madera. Por desgracia, la cripta fue saqueada, y subsisten sólo algunos elementos del mobiliario funerario que demuestra su excepcional calidad. Una de las tapas estaba decorada con jeroglíficos multicolores, cada uno formado por uno o más trozos de cristal que imitaban a la turquesa, al lapislázuli, al jaspe, a la esmeralda y a la cornalina. Esta maravilla necesitó un trabajo de una enorme precisión, y el alma de Petosiris se alimentaba de esta sinfonía de colores que le permitían el acceso al reino de los dioses. Por otro lado, cada una de las partes del cuerpo del gran sacerdote de Tot se identificaba con una potencia divina: sus cabellos con Nun, el océano de energía, su rostro con Ra, la luz creadora, sus ojos con Hator, el amor celeste, sus oídos con Upwaut, el abridor de caminos del otro mundo, sus labios con Anubis, su cuello con Isis, sus brazos con Osiris, su espalda con Nut, la diosa-cielo, etcétera. Petosiris se había convertido en el ser cósmico, y, según el capítulo 42 del Libro para salir al día, elegido para figurar en su sarcófago, podía afirmar: «No hay en mí ningún miembro privado de un dios, y Tot es la protección de todos sus miembros… Yo soy aquél que estaba en el ojo sagrado cerrado, yo he salido, he brillado, he vuelto a entrar y he vuelto a ver. Yo soy aquél que da forma con su ojo».
La palabra «ojo» se forma con la raíz ir, «hacer, actuar, crear», y el Creador es, en primer lugar, el que ve, y su mirada produce lo real. Elevado a la categoría de sabio debido a la calidad de su visión, Petosiris fue venerado después de morir y su tumba se convirtió en lugar de peregrinaje. En el basamento del muro sur del pronaos figura un rito griego que muestra el sacrificio de un toro en honor del gran sacerdote, considerado un héroe divinizado. Y una inscripción afirma: «Yo invoco a Petosiris, él está hoy entre los dioses; es sabio y está unido a los sabios».
En la entrada de su tumba Petosiris envía un llamamiento a los vivos. Nos pide que pronunciemos su nombre y que digamos, en voz alta: «Ofrenda de pan, vino, buey, ocas, y todas las cosas buenas para el ka del señor de esta morada». A cambio de este acto ritual, el sabio hará que estemos informados de las voluntades de Dios y que avancemos en el conocimiento de su espíritu. Es útil, en efecto, progresar por la vía de Dios, y grandes son las ventajas para quien cumple este acto. Es un monumento que se levanta a sí mismo, y pasa toda su existencia en el gozo, pues caminar sobre las aguas de Dios proporciona felicidad. Son las aguas de la vida hacia las cuales guía el corazón, y bienaventurado es aquel cuyo corazón permanece firme en la vía divina. Se hace digno de veneración, y su ser rejuvenece.
«Venid —recomienda Petosiris—, yo os dirigiré por el camino de la vida. Navegaréis con viento favorable, sin accidentes, y llegaréis a la morada de la ciudad de las generaciones, sin que vuestro corazón se pudra dentro de vosotros». Para alcanzar esta ciudad de la eternidad, hay que hacer el bien en la tierra, tener en nuestro corazón toda la noche el espíritu de Dios y levantarnos por la mañana con el deseo de cumplir lo que él ama. «Es un monumento decir una buena palabra; y se nos tratará de acuerdo a como hemos actuado».
Aquél que actúe mal en la tierra será castigado en el otro mundo, ante los señores de la justicia. Para evitar este desastre, es conveniente caminar por la ruta de Tot, el dios del conocimiento, pues nada se realiza sin que él lo sepa. Un único sin parangón, ha permanecido totalmente intacto desde el principio.
Separar el bien del mal, la verdad de la mentira, son requisitos indispensables para ser rectos, justos de corazón, y servir a Maat. Ahora bien, llegar a la morada del Bello Occidente exige un corazón perfecto en la práctica de la rectitud. Allí, cuando sea pesado en la balanza del juicio, no habrá distinción entre el rico y el pobre.
Seguir la vía de Dios no impide gozar de los placeres terrenales y saborear las alegrías de la existencia. La espiritualidad egipcia no es mortificación ni ascetismo impuestos en nombre de una moral dogmática o de una ideología fanática. Todo es cuestión de justa medida, de armonía, de respeto de Maat, que puede residir en el corazón de un ser con una condición: que cumpla con los ritos y participe en las fiestas. Entonces, promete Petosiris, «amaréis la vida y olvidaréis la muerte».
La escena principal de su tumba muestra a Isis y a Neftyys que resucitan al difunto, que se convierte a la vez en Osiris y en el escarabeo, símbolo del renacimiento del sol. Emite oro, que la gran maga Isis esparce ante los dioses. ¿Acaso la tumba no es la morada del oro, el laboratorio alquímico en el que se efectúa la transmutación esencial que hace morir a la muerte y la transforma en vida? Osiris es el oro verdadero, la vida transfigurada, que se ha hecho inalterable.
Los textos que explicitan este misterio están escritos de modo suficientemente complejo para que el profano no sea capaz de leerlos. Petosiris tenía conciencia de que entraba en una era en la que el poder político iría alejándose cada vez más de la regla de Maat y de los valores ancestrales del Antiguo Egipto. A partir de ahora, el pensamiento de los sabios deberá camuflarse bajo una escritura en parte críptica y un cierto número de jeroglíficos mucho más importante que en las épocas anteriores.
Al hacer construir esta sorprendente morada de eternidad, Petosiris quiso afirmar su fe en el porvenir. La asociación de estilos griego y egipcio es un intento de conciliación de dos culturas, con la esperanza de que el viejo Egipto, garante de los ritos esenciales, nutrirá a la joven Grecia. Pitágoras y Platón, ¿no habían permanecido un tiempo en los templos egipcios con el fin de que la filosofía griega dejase de ser un ruido de palabras y se impregnase de un poco de sabiduría?
Esta actuación conoció cierto éxito ya que, como veremos enseguida, la ciencia de Tot se convirtió, en el mundo helenístico, en el hermetismo, cuyo contenido, en gran parte egipcio, fue una de las fuentes principales del arte medieval en Occidente.
Pese a la ocupación extranjera, a pesar de un porvenir incierto, Petosiris, como un verdadero sabio digno de sus antepasados, reafirmó los valores esenciales que había creado su civilización. Y su enseñanza, como la de Imhotep y Ptah-Hotep, sobrevive al tiempo y sigue teniendo una presencia deslumbrante.
Bibliografía
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