XXVI
ANJNES-NEFERIBRA

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Divina adoradora, soberana de Tebas y primera profetisa de Amón

En 594 a. C., la «madre» Nitocris la Grande elevó a la dignidad de «hija» y de Divina Adoratriz a la hija del faraón Psamético II, una joven llamada Anjnes-Neferibra, es decir «que faraón viva para ella, perfecto es el corazón de la luz divina». Su segundo nombre, también escrito en un cartucho, es «amada de Mut, regente de la perfección».

Ambas mujeres remaron juntas durante nueve años, hasta la muerte de Nitocris, en el año IV del faraón Apries, en 585. Con una prolongada formación para sus funciones espirituales y temporales, Anjnes-Neferibra se convirtió asimismo en primer profeta de Amón, puesto ocupado, por lo general, por un hombre. La decimoprimera Divina Adoratriz era, pues, plenamente soberana de Tebas y de Karnak, conservatorios de tradiciones y ritos, mientras que la capital de la XXVI Dinastía, Sais, sensible a la influencia griega debido a la política del rey Amasis, se abría al mundo exterior.

Anjnes-Neferibra vivió una verdadera coronación. Como un faraón, fue purificada y llevó a cabo el rito de «la subida real», la iniciación a los grandes misterios. El escriba del libro divino y nueve sacerdotes puros la revistieron de adornos adecuados a su función, y el dios Amón la coronó soberana de la totalidad del circuito celeste que recorría el disco solar.

A partir de ahora, cuidaría de la sustancia de todos los seres vivos. Digna de alabanzas, dulce de amor, gran cantante y música a la cabeza del linaje de Amón, la Divina Adoratriz no tenía más esposo que el dios ni más prole que su hija espiritual, cuando se decidió a adoptar una. No había voto de castidad, sino una existencia ritualizada al servicio de Amón que, magnetizando a su esposa, le comunicaba su poder y hacía de ella una encarnación de la diosa Mut, la madre por excelencia, el príncipe femenino encargado de garantizar la perennidad de la creación.

La unión de Amón y de la Divina Adoratriz es recordada de varias maneras: abrazándolo, o bien estrechándolo, pasando sus brazos alrededor del cuello de su esposo divino, o bien haciendo el gesto de tocar la corona, o el de sentarse en las rodillas del señor de Karnak. Así, el corazón de Amón queda muy satisfecho; a su esposa le da la vida.

Encarnación de Mut, la Divina Adoratriz lo es también de Tefnut, diosa no de la humedad, como suele repetirse a diestro y siniestro, sino del fuego primordial. Con Shu, el aire luminoso, ella forma la primera pareja salida del Principio, que suele representarse por un león y una leona. Por esto, la Divina Adoratriz no es solamente «la soberana del encanto, del hermoso rostro, de bellos andares en el templo, la que lo llena del olor de su rocío», sino también un poder temible del cual posee el control y el dominio. Todos los ritos que lleva a cabo lo son «como hacia Tefnut la primera vez». Y Tefnut, en su aspecto de fuego creador, se relaciona con Maat, la Regla de armonía de la que es garante terrenal la Divina Adoratriz. No es el equivalente de una reina, sino de un rey que gobierna un rico territorio sin compartir el poder. Su nombre, recordémoslo, está inscrito en un cartucho como el de un faraón. «Señora de las Dos Tierras» y «señora de las coronas», la Divina Adoratriz puede llevar a cabo el acto ritual supremo, la ofrenda de Maat, y celebrar una fiesta de regeneración. Al igual que el rey guerrero, ella pronuncia fórmulas de conjuro contra los enemigos visibles e invisibles; tras haber dado cuatro vueltas al espacio sagrado, la Divina Adoratriz disparaba una flecha hacia cada uno de los puntos cardinales con el fin de sacralizar al mundo en todas sus dimensiones.

Al tocar los sistros ante las potencias divinas, apartaba las ondas negativas y restablecía la armonía necesaria para la expresión de lo divino. De esta ofrenda musical nacía la plenitud del templo, alimentada con goce celeste.

La Divina Adoratriz confiaba la gestión de sus bienes materiales a un gran intendente cuya posición administrativa confirma la realidad de una extraña situación. Aun siendo «un verdadero conocido del faraón, un hombre que él aprecia», este alto dignatario se mostraba de una fidelidad ejemplar respecto a la soberana de Tebas. Por otro lado, se lo comparaba al ka del rey, encargado de proporcionar a la Divina Adoratriz las energías indispensables para satisfacer a Amón. Esta doble realeza no engendró conflictos abiertos, pero sin duda contribuyó a alejar al sur conservador del norte abierto a las influencias exteriores.

A su nivel, ciertamente restringido, las Divinas Adoratrices confirmaron su función real edificando capillas que ellas fundaron y dedicaron por sí solas, sin la intervención del faraón, y únicamente en la región tebana.

Anjnes-Neferibra hizo construir, en Medinet Habu, una capilla destinada a ser su morada de eternidad y, en Karnak, una puerta jubilar y tres capillas osirianas, dos de las cuales estaban en la avenida que conducía al templo de Ptah. Señor de la vida, regente de la eternidad, Osiris, «el ser perpetuamente regenerado», es asimismo el «señor de los alimentos». Anjnes-Neferibra le ofrendaba todos los alimentos espirituales y materiales, y el dios la asociaba a su misterio. En las paredes de su capilla figuraban divinidades, genios guardianes —hombres con cabeza de cocodrilo o con doble cabeza de ave— y serpientes que escupían fuego. Todos vigilaban el secreto supremo, el «fetiche» de Abydos, presente en el corazón del pequeño santuario y símbolo de la resurrección de Osiris.

En Medinet Habu, en la orilla oeste de Tebas, la capilla funeraria de Anjnes-Neferibra, por desgracia, acabó destruida. Las de las dos Divinas Adoratrices[141] están intactas y nos reservan una bonita sorpresa: sus paredes están cubiertas de columnas de jeroglíficos donde se pueden identificar pasajes de los… ¡Textos de las Pirámides! Estas grandes sacerdotisas se referían, pues, a la más antigua de las tradiciones, expresada en Heliópolis, y que atravesaba los siglos relacionándose con las primeras fórmulas de conocimiento que permitían a los faraones partir vivos hacia el más allá, «haciendo que muriese la muerte».

Tras un largo reinado de más de medio siglo, Anjnes-Neferibra adoptó a una hija espiritual, Nitocris II, que fue la última Divina Adoratriz. Porque en 525 el ejército persa, mandado por Cambises, atacaba a Egipto. Gracias a la traición del griego Fanes de Halicarnaso, general en jefe de las tropas egipcias, los invasores obtuvieron una fácil victoria. Con el norte conquistado, éstos pudieron penetrar hacia el sur sin encontrar resistencia. En Tebas, según la tradición, Cambises se mostró particularmente cruel. Asesinó a sacerdotes y sacerdotisas, destruyó numerosos monumentos, suprimió la institución de la Divina Adoratriz y quemó la momia de Anjnes-Neferibra.[142] Milagrosamente, una obra de arte excepcional, su sarcófago, pudo zafarse de la destrucción. Hallado en 1832, no despertó el interés de las autoridades francesas. Pero los ingleses, por el contrario, la juzgaron digna de entrar en el British Museum.[143]

Se trata de un verdadero libro de piedra, que recorre la transformación de la Divina Adoratriz en un ser de luz, según el ejemplo del faraón, y según las enseñanzas del tiempo de las pirámides. Ignorado por los egiptólogos, este admirable texto muestra la amplitud del pensamiento de Anjnes-Neferibra, digno de los grandes sabios en los que se inspira.

Para que el proceso de resurrección se cumpla, la Divina Adoratriz debe comunicarse con la diosa-cielo, Nut. Se sumerge en el cosmos y vuelve a nacer como ojo de Ra, nueva fuente de luz, aun permaneciendo en el secreto de esta creación. Ningún mal viento se mueve contra ella, nadie la ve. Pero ella sí ve.

En cada uno de los caminos que recorre la Divina Adoratriz, ¡miles de codos de llamas! Convertida en el gran fénix, convertida en todos los dioses, convertida en el día y la noche, no los teme. Su alma-pájaro, el ba, cruza el cielo entre los que siguen a la luz divina. Nut la eleva al seno de las constelaciones, y la Divina Adoratriz vive como las estrellas vivas. Su rostro es el de un chacal, más rápido que el viento, su carne es de metal celeste. Las puertas del cielo se abren para ella, y el mensaje del gran dios la acoge en la ciudad de la luz, donde ella descubre el secreto de las divinidades bogando para siempre en la barca que recorre el universo.

La Divina Adoratriz alcanza el mundo de la plenitud, el campo de las ofrendas, pues ella conoce los nombres de la luz divina. Ungida con el mejor aceite de Ra, no se verá privada del perfume. Se encuentra con Osiris, regente de la eternidad, forjador de dioses, de las estrellas y de los humanos, que crea lo que es y lo que todavía no es. Hija de la luz divina, se convierte en Osiris, perpetuamente regenerado, y todas las divinidades le otorgan el amor, el temor respetuoso, el rocío y el poder creador. Ptah, señor del Verbo, y Nut, la diosa-cielo, reconocen a Anjnes-Neferibra como toro del cielo y faraón.

Esta breve evocación de los magníficos textos preservados por el sarcófago demuestra la riqueza de la vida espiritual en Tebas, poco antes de la primera invasión persa, y la permanencia de una tradición esotérica formulada en el Imperio Antiguo. Una tradición tan poderosa que resistirá todavía largo tiempo los golpes de la fortuna, ante las ocupaciones extranjeras y ante el materialismo cada vez más victorioso.

Faraón en espíritu, soberana de Tebas, la Divina Adoratriz Anjnes-Neferibra vivió en el límite de dos mundos, pero su existencia, sublimada por los ritos, fue todavía la de una sacerdotisa de la edad de oro.

Bibliografía

GITTON, M. y LECLANT, J., «Gottesgemahlin», Lexikon der Ägyptologie II, 1976, pp. 792-815.

LEAHY,A., «The Adoption Stela of Ankhnesneferibre at Karnak», Journal of Egyptian Archaeology 82, 1996, pp. 145-165.

LECLANT, J., «Anchnesneferibrê», Lexikon der Ägyptologie I, 1973, pp. 264-266.

NAGUIB, S. A., Le clergé féminin d‘Amon thébain, Lovaina, 1990.

SANDER-HANSEN, C. E., Die religiösen Texten auf dem Sarg der Anchnesneferibrê, Copenhague, 1937.