Gran esposa real de Ramsés II y dama de Abu Simbel
Al morir Seti I, Ramsés II, preparado para el ejercicio del poder, sube al «trono de los vivos», que ocupará durante sesenta y siete años.[127] Los textos del templo de Luxor lo pintan como hombre de conocimientos y discípulo de Tot, con acceso a los libros de la Morada de la Vida.[128] Ramsés conoce los secretos del cielo y los misterios de la tierra. Ha sido elegido debido a su clarividencia, a la profundidad de su pensamiento y a la capacidad para establecer un plan de obras que mantendrá a la humanidad con vida.[129]
Para el gran público, Ramsés II encarna al faraón por excelencia. Es considerado el más grande de los constructores y un notable jefe de guerra. Pero la realidad es sensiblemente diferente. Si Ramsés construyó mucho durante su largo reinado, también reutilizó mucho y restauró numerosos monumentos erigidos por sus antepasados, en los cuales puso su marca. En el campo militar, la famosa batalla de Qadesh, librada contra los hititas en el año V del reinado, no fue realmente una gran victoria, sino una especie de empate conseguido en el último momento, tras el fracaso de los servicios de información egipcios y tras una buena manipulación por parte de los hititas. Pero esta verdad histórica no interesa a Ramsés. Durante la batalla es traicionado y aislado. Al preguntar a su padre Amón por qué lo ha abandonado, provoca su intervención. Iluminado y habitado por la potencia divina, el faraón se convierte en el Uno que somete lo múltiple, la luz que dispersa las tinieblas.
Ante un interminable conflicto, que hace correr riesgos a ambos pueblo, los egipcios y los hititas prefieren llegar, en el año XXI del reinado, a un notable tratado de paz cuyos garantes y testimonios fueron las divinidades de los dos países.
En efecto, aparte de otros dos períodos bélicos, en los años VII y X (cuando tuvieron lugar operaciones de mantenimiento del orden en la región sirio-palestina, y no precisamente guerras), el reinado de Ramsés fue una era pacífica, y la diplomacia sustituyó a las armas. Una mujer, la gran esposa real Nefertari, jugó un papel determinante para evitar los conflictos y mantener buenas relaciones con los hititas, el principal adversario, y ofrecer al Oriente Próximo años de gran tranquilidad y prosperidad.
¿Qué sabemos de esta reina excepcional, cuyo mensaje espiritual fue transmitido por dos monumentos conocidos universalmente, el «pequeño» templo de Abu Simbel y su tumba del Valle de las Reinas? Ella fue el gran amor de Ramsés II, y estaban casados desde antes de formar la pareja real, el ser del faraón. Quizá de origen relativamente modesto, lleva un nombre notable, que significa «aquélla a quien pertenece la belleza realizada», con frecuencia seguido del epíteto «amada de Mut», la esposa del dios Amón. Se la califica igualmente como «aquélla por la que el sol es radiante» y como «aquélla que apacigua a los dioses», epítetos dignos de un faraón.
Soberana del doble país y señora de todas las tierras, dulce de amor, mereciendo todas las alabanzas, cantora ritual de bello rostro y de voz maravillosa, Nefertari pronunciaba palabras de sabiduría ofreciendo la plenitud del espíritu a quienes las escuchaban. Todo lo que ella pedía se cumplía, y el gozo crecía al oírla.
Su nombre hacía referencia a la esposa del dios Ahmose-Nefertari, venerado en Tebas, y veremos que el rol espiritual de la esposa de Ramsés estuvo a la altura de su glorioso antepasado. Tan bella como la famosa Nefertiti, tan inteligente y diplomática como Tiyi, la esposa de Amenhotep III, Nefertari llevó a la perfección el ideal de las reinas de Egipto. Constantemente presente al lado del faraón, con ocasión de los grandes rituales de Estado, decidida a mantener la paz aunque garantizando la seguridad de las fronteras de Egipto, cumplió sin desfallecer deberes abrumadores.
Es imposible saber cuántos hijos dio a Ramsés II, pues «hijo real» e «hija real» eran títulos que no significaban en absoluto que sus beneficiarios fuesen descendientes carnales de la pareja real.
Sólo los egiptólogos en busca de récords creen todavía que Ramsés II fuese el padre de un centenar de hijos. Los «hijos reales», en realidad, constituyeron una especie de élite administrativa a la que el rey confió tareas importantes. Y para honrar a esta corporación, hizo excavar para ella una inmensa tumba en el Valle de los Reyes, que está en curso de exploración.
No disponemos de ninguna anécdota sobre la existencia de Nefertari e ignoramos la fecha exacta de su muerte. En cambio, conocemos su pensamiento y su mensaje gracias a su templo y a su tumba.
Es en Nubia, en Abu Simbel, donde Nefertari y Ramsés II decidieron celebrar la unión de la pareja real, piedra angular de la institución faraónica. Siguiendo el ejemplo de Amenhotep III y de Tiyi, construyeron dos santuarios, esta vez muy próximos entre sí.
Y quien ha tenido la suerte de ver Abu Simbel en su verdadero emplazamiento, antes de que el templo fuese desmontado y vuelto a montar, lo que fue necesario debido a la desastrosa construcción de la gran presa de Asuán, ha vivido una visión inolvidable.
El lago Nasser se ha tragado Nubia, y la presa condena a Egipto a una muerte lenta. Los dos templos de Abu Simbel garantizan el retorno de la crecida, fuente de vida.
Rio abajo desde la segunda catarata, 1.300 kilómetros al sur de Pi-Ramsés, la capital de Ramsés II, habían sido excavados en un acantilado dedicado a la diosa Hator. Soberana del amor celeste y diosa de las estrellas, consolidaba para siempre la unión de la pareja real. En el año XXIV del reinado, Ramsés y Nefertari inauguraron estos santuarios y se supone que la reina murió poco después de la ceremonia.
El «gran templo», dedicado a Ramsés, está precedido por cuatro colosos sentados; el «pequeño» templo, dedicado a Nefertari, «por el resplandor del sol», de seis colosos de pie y caminando, que salen del acantilado. Maat y Tot actúan a favor de la reina, que ofrece papiros y lotos a su diosa protectora, Mut, que es la vez «madre» y «muerte».
Con las manos puras cuando maneja los sistros con el fin de disipar las fuerzas negativas y difundir las energías constructivas, Nefertari explora el pantano primordial en busca de la diosa Hator, que descubre en el fondo de una gruta, matriz del universo. Dotada con el poder y la magia de la vaca celeste, la reina puede, entonces, alimentar el alma real y hacerla suficientemente fuerte para vencer a las tinieblas.
Por otro lado, se ve a Nefertari, en su templo, acoger a Ramsés y actuar para que la diosa Hator le confiera una realeza eterna, renovada sin cesar, confirmada por Set y Horus. Así construido, como un templo, Ramsés ofrece la Regla de Vida, Maat, a Amón-Ra, la luz creadora que ilumina al mundo aun permaneciendo secreta. Juntos, Nefertari y Ramsés veneran a una diosa llamada «la Grande», encarnada en un hipopótamo hembra, dando nacimiento a todas las divinidades.
El templo nos ofrece una escena única: la coronación y la «divinización» de una reina de Egipto. Dos diosas, Isis y Hator, colocan una corona rematada por dos altas plumas[130] que enmarcan un sol y la magnetizan. En la frente de Nefertari, el ureus, cobra hembra cuya misión es apartar a los enemigos visibles e invisibles. La gran esposa se convierte en la Madre, origen de toda vida y fuente de la crecida regeneradora. En un solo bajorrelieve, el pequeño templo de Abu Simbel ilustra las múltiples dimensiones simbólicas de una reina de Egipto.
La tumba de Nefertari fue descubierta en 1904 por una misión arqueológica italiana que dirigía Eduardo Schiaparelli. La de Tutankamón contenía un inmenso tesoro formado por centenares de objetos, pero sólo una pequeña sala estaba decorada parcialmente; la última morada de Nefertari, por el contrario, ofrece varias salas, con los admirables bajorrelieves, de colores calientes, que forman un libro de símbolos que traza el itinerario iniciático vivido por la reina.[131]
Subsisten algunos enigmas. El mobiliario funerario de Nefertari, ¿fue destruido o simplemente disimulado? Su momia, ¿fue devastada o depositada en un escondrijo? ¿Por qué los saqueadores dejaron intacto un decorado sublime, poblado de divinidades?
Desde la entrada de esta morada de eternidad, verdadero «lugar de Maat», nos asombramos por la perfección de los personajes y de los jeroglíficos. Nosotros penetramos en el cielo para seguir el camino que condujo a Nefertari hacia la «sala del oro» donde, convirtiéndose en el material de la obra alquímica, fue integrada para siempre en la corporación de las divinidades.
Aquí se ilustran las «fórmulas de transformación en luz»[132] que permiten a la reina abandonar su condición humana para alcanzar los más elevados estados espirituales. Prueba temible, con anterioridad: jugar al senet, un juego de estrategia, ante un adversario invisible. El término sen significa, con ocasión de este duelo, «pasar al otro lado», «atravesar la frontera» entre el aquí abajo y el más allá. Al obtener esta victoria decisiva, Nefertari hace aparecer su ba, su alma de cabeza humana y cuerpo de ave que se nutre de los rayos del sol. Ella se convierte en el fénix (el ave benu), que puede supervisar lo que es y lo que era.
Iluminada por el ojo de Horus y guiada por Anubis, Nefertari recorre los caminos del otro mundo, nombra a los guardianes de las puertas y prueba sus cualidades de iniciada. Como tejedora, presenta las telas a Ptah, maestro de los artesanos; como escriba, instruida por las palabras del poder, recibe la paleta de Tot, asociando las facultades de «ver» y de «oír». «Yo hago Maat, yo traigo Maat», proclama la reina, capacitada para recibir y transmitir los secretos del gran Dios.
Nefertari no procede por azar. Horus y Hator, cogiéndola de la mano, la conducen junto a las fuerzas divinas de las que se hace depositaría. Es iniciada al mismo tiempo a los misterios de Osiris, soberano del reino de la resurrección, y a los de Ra, dueño de la luz creadora. Y un texto notable indica: «Ra se realiza en Osiris, Osiris se realiza en Ra». Isis y Neftys forman un nuevo sol, al que se identifica Nefertari.
«Ojalá puedas aparecer en el cielo como el padre Ra —se le desea a la reina—; ojalá puedas ocupar un lugar en el interior de la tierra sagrada; ojalá puedas gozar en el lugar de Verdad (Maat) después de haberte unido a la Enéada de los dioses, tú, el Osiris Nefertari».
Al final de su recorrido, la reina sostiene el signo de la vida, una vida transfigurada, conquistada gracias al conocimiento.
Además de su fabulosa cualidad artística, la morada de eternidad de Nefertari es un verdadero libro cuyos capítulos corresponden a las etapas de la iniciación suprema de una reina de Egipto. En este sentido, esta obra maestra posee un valor excepcional y nos permite percibir mejor la importancia de esta función considera principal desde los orígenes de la civilización faraónica.
Bibliografía
KUENTZ, C., Le Petit Temple d’Abou Simbel, El Cairo, 1968.
LEBLANC, C., Néfertari, «l’aimée de Mout», París, 1999.
SCHMIDT, H. C., «Szenarium der Transfiguration-Kulisse des Mythos: Das Grab der Nefertari», Studien zur altägyptischen Kultur, 22, 1995, pp. 237-270.
— y WILLEITNER, J., Nefertari, Gemahlin Ramses II, Maguncia, 1994.
THAUSING, G. y GOEDICKE, H., Nefertari. A Documentation of her Tomb ans its Decoration, Graz, 1971.