XXI
SETI I

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El señor del poder

Al morir Horemheb, hacia el 1293 a. C., el consejo de los sabios decidió elevar a la función suprema a un viejo visir, Paramessu, que había servido fielmente al rey. Su reinado fue breve,[120] pero tuvo el honor de fundar un linaje ilustre, convirtiéndose en el primero de los Ramsés.

Con todo, su sucesor, es decir, su hijo, que era ya un hombre maduro, no tomó el nombre de Ramsés sino el de… Seti, el hombre de Set, ¡dios temible y asesino de Osiris!

Sorprendente decisión, realmente. ¿Cómo un faraón podía afirmarse como la encarnación terrenal de una potencia divina tan peligrosa, que sembró el desorden y la confusión, desencadenando la violencia y la tempestad? ¡Era necesario que este hombre severo, cuyo rostro conocemos gracias a la momia admirablemente conservada, poseyese un carácter excepcional para asumir un riesgo como éste!

Durante unos quince años,[121] Seti I utilizará efectivamente el poder de Set, no para destruir, sino para construir un reino espiritual y temporal al mismo tiempo, uno de los períodos más notables de la civilización egipcia, por lo que este faraón fue considerado «renovador de los nacimientos» y aquél que recomenzaba la creación, es decir, fundador de una nueva dinastía.[122]

¿Por qué esta sorprendente opción de Set? Porque este dios de rostro inquietante,[123] ligado a la monarquía faraónica ya desde la primera dinastía, posee la energía necesaria para vencer a la serpiente monstruosa que trata de interrumpir el avance de la barca del sol. Además, como anota J. C. Goyon, se dedica a «aniquilar toda empresa humana creando desorden». Así, pues, se da el tono: al domar a Set, el faraón lucha eficazmente contra el caos y las tinieblas. Y «aquél que actúa según la orden de su dios no fracasará en ninguno de sus actos».

No hay por qué sorprenderse, por tanto, del extremo rigor adoptado por Seti I para garantizar la seguridad de Egipto, amenazado por el surgimiento del poderío hitita, las incursiones de los beduinos nómadas en el Delta, la incivilidad de los libios en el flanco noroeste de Egipto, o los intentos de rebelión de algunas tribus nubias. Disponiendo de tres cuerpos de ejército colocados bajo la protección de Amón, Ra y Set, el rey efectuó operaciones de mantenimiento del orden tan vigorosas como eficaces. Gracias a éstas, ya no hubo problemas en las rutas comerciales y en las pistas que llevaban al Sinaí y a las minas de oro de Nubia.

El rey recorría en persona estas pistas. Guiado por el espíritu divino, inspeccionaba las canteras e indicaba a los canteros cuáles eran los mejores filones que proporcionarían la materia prima de los obeliscos, de las estatuas y de las estelas. Y en el camino árido del desierto oriental, Seti I realizó incluso un milagro. Ejerciendo sus talentos de radies tesis ta, halló una fuente necesaria para la supervivencia de los técnicos y soldados que formaban la expedición. El rey probó así su capacidad para entrar en contacto con el Nun, el océano de energía del que emanan todas las formas de vida. «Hizo surgir agua de las montañas», constataron sus compañeros. Guiado por dios, Seti les proporcionó un agua tan abundante que parecía provenir de la caverna de Elefantina donde nacía la crecida del Nilo. Nadie murió de sed, y la pista fue jalonada con pozos.

Como todos los grandes sabios, Seti I veneró a sus antepasados, que le inspiraron un formidable programa de construcciones. En pocos años, este faraón hizo edificar varias maravillas, la mayoría hoy intactas, con una finalidad concreta: cumplir lo que era aj, «luminoso, útil», con el fin de preservar la presencia de Maat en la tierra.

En el Delta, en Avaris, el rey embelleció el templo de Set, su dios protector; en Heliópolis, el de Ra. Subsiste un obelisco, hoy en exilio en Roma, en la piazza del Popolo.

La primera gran obra de Sed I fue el templo de Abydos, al que estaba reservada la mayor parte del oro proveniente de Nubia. El oro, carne de los dioses, símbolo de la resurrección de Osiris y de una vida de eternidad. Seti, el hombre de Set, asesino de su hermano Osiris, utilizó su poder para construir un templo extraordinario al dios no de todos los muertos, como se ha repetido equivocadamente, sino únicamente de los «veraces de voz», reconocidos como tales por el tribunal del más allá.

El templo de Seti I tiene la forma del signo neter, «Dios», un asta equipada con una oriflama, levantada delante de los pilonos para anunciar la presencia de lo sagrado. Esta escuadra de brazos desiguales está regida por el número siete: siete puertas de acceso, siete tramos, siete santuarios consagrados a siete divinidades.[124]

Descubrir el templo de Abydos es una experiencia inolvidable. Nutridos con una visión espiritual surgida del conocimiento de los misterios de Osiris, la belleza de los bajorrelieves nos recuerda que Atum, el creador, se mostró satisfecho con los planes de Seti I y le permitió entrar en sus dominios como él mismo penetra en el país de la luz.

Aquí, con ocasión del ritual cotidiano el faraón despertaba en paz a la potencia divina tirando del cerrojo que cerraban las puertas de la naos, es decir, el dedo de Set. El faraón sacaba la estatua, que medía un codo (52 centímetros), la incensaba, la vestía y la alimentaba presentándole las múltiples formas del ojo de Horus, símbolo de todas las ofrendas. Las puertas del cielo se abrían, el secreto por naturaleza era revelado. El rey elevaba a Maat hacia el Príncipe, luego restituía la luz a su origen y se retiraba borrando las huellas de sus pasos.

Los textos de Abydos permiten conocer en detalle el desarrollo del «culto divino diario», uno de los actos más importantes ligados a la función faraónica. Al alba, el faraón, allí donde se encontrase, hacía renacer así la vida fuera de la muerte. Y en todos los santuarios del país, grandes y pequeños, un ritualista llevaba a cabo en su nombre el mismo ceremonial.

Abydos reserva otras sorpresas. En primer lugar, el ala sur del templo, en la que se ve al faraón Seti I haciendo ofrendas a setenta y seis predecesores. Esta galería de los antepasados es una elección de los monarcas que, a lo largo de las dinastías, han construido Egipto según la ley de Maat. Al rendirles homenaje, Sed I afirma la importancia de la Tradición y la integra en su propio ser para, a su vez, convertirse en el pedestal del futuro soberano.

Seguidamente, un edificio de una importancia considerable, el cenotafio u Osireion, por desgracia mal situado e inaccesible a los visitantes. Su mantenimiento y restauración, así, deberían ser urgentes, pues este monumento notable nos conduce al corazón de los misterios de Osiris. Inspirándose en la arquitectura del Imperio Antiguo, Seti I hizo representar la colina primordial aparecida la primera mañana del mundo, equivalente a la isla de Osiris, rodeada por un canal. Estamos en presencia de la tumba del dios asesinado que Isis, la gran maga, debía hallar con el fin de proceder a los ritos de resurrección, y podemos deplorar que a este santuario de importancia fundamental no se lo haya valorado más.

Abydos bastaría, por sí solo, para inmortalizar a Seti I. Pero el rey inició nuevas obras en Karnak. Al igual que sus antecesores, se creía obligado a embellecer el templo de Amón y no se contentará con poco, ya que creó la inmensa sala hipóstila sobre 134 columnas que provoca asombro y admiración en cada visitante. Aquí reinan Atum, el príncipe creador, Amón, la potencia oculta, y Ra, la luz divina. Al penetrar vivo en el mundo de los dioses, el faraón nos revela su funcionamiento a través de los rituales desarrollados por los bajorrelieves. De este modo permite conocer los misterios que están en el cielo. Con 52 metros de profundidad y 103 de anchura esta sala gigantesca es el lugar de realizaciones del señor de los dioses y la perfecta estancia de la Enéada. Asistimos al culto divino cotidiano, a la coronación, a la fundación y a la consagración del templo, y a la procesión de las barcas. El faraón se transforma en estrella fulgurante que lanza chorros de fuego, y hace aparecer a Amón como toro, cocodrilo, soplo de fuego, fiera terrible, grifo divino, de un poder tal que nadie podría doblegarlo, ni en el cielo ni en la tierra.

Abydos, la sala hipóstila de Karnak… La actividad arquitectónica de Sed I no terminó ahí, pues construyó, en la orilla oeste de Tebas, un admirable «templo de millones de años»,[125] que posee una parte, en buen estado de conservación, que ha sido restaurada. Su nombre —«Seti es un ser luminoso, en la morada de Amón»— corresponde al de la sala hipóstila de Karnak, íntimamente relacionadas, ambas obras maestras insisten en la noción fundamental de aj, el estado espiritual más elevado, la comunión con la luz del origen.

En este templo no se trataba, como se ha escrito con frecuencia, de rendir culto al rey difunto, sino de proclamar ritual y cotidianamente su resurrección como Osiris. De este modo se regeneraba la función real en sí misma, transmitida por intermedio del ka, potencia creadora que pasaba de faraón en faraón para formar un único ser real, más allá del tiempo y de las dinastías.

Recorriendo las salas a un tiempo grandiosas y austeras del templo de regeneración de Seti I, y a pesar de la destrucción del santuario solar, se siente todavía la amplitud de los actos rituales celebrados en este lugar. Como en Abydos, como en Karnak, reina un fuego dominado y sereno.

Y este constructor excepcional llevó a cabo un último prodigio: su morada de eternidad, que algunos consideran la más bella tumba del Valle de los Reyes.[126]

La más larga, un centenar de metros: ofrece un repertorio casi completo de lo que se califica como «libros funerarios reales», conjunto de textos esotéricos destinados a la recreación del alma del faraón, vencedor de la muerte.

En las paredes del primer corredor aparecen por primera vez las Letanías del sol, que desvelan los setenta y cinco nombres y formas de Ra, la luz divina. Luego viene el Amdwat, «el libro de la cámara oculta», cuyas fórmulas permiten franquear el pozo en el que el alma real se sumerge en las aguas del Nun, el océano de energía primordial, matriz del nuevo sol. Posteriormente, gracias al Libro de las puertas, el rey atraviesa el mundo subterráneo, sin sufrir daños, para alcanzar el tribunal de Osiris que lo reconoce «veraz de voz». El Libro de la vaca celeste evoca la destrucción de la humanidad que se ha hecho rebelde traicionando a la luz y que se salva en el último momento gracias a las fórmulas del conocimiento. Ra permanecerá para siempre alejado del mundo terrestre manteniéndose sobre el lomo de la vaca del cielo, a buena distancia de una raza peligrosa a la que, pese a todo, continuará iluminando.

La tumba de Seti I, que no ha sido estudiada nunca en profundidad, contiene una «morada del oro», lugar de realización de la transmutación y de la fusión alquímica entre Ra y Osiris, a los que se asimila el faraón. Un techo de estrellas, constelaciones y planetas acogen a «aquél que se despierta intacto», el faraón resucitado que ilumina el camino de los justos. Desde ahora, vivirá en el cielo en compañía de las estrellas imperecedera* y de los planetas infatigables.

Esta sala del oro, punto de llegada de un recorrido de una riqueza inigualable, no es el término de esta morada de eternidad. En efecto, un pasillo no decorado se dirige hacia el interior de la roca, más allá de lo visible.

Realizada en menos de quince años la obra de Seti I supera a la de su hijo Ramsés II, al que asoció al poder en el año IX de su reinado. La longevidad de Ramsés el Grande eclipsó el genio de su padre, amo de Abydos, de Karnak de Gurna y de la tumba de este inmenso soberano que proporciona una visión completa de la espiritualidad y de la sabiduría del Antiguo Egipto. Extrañamente, los investigadores no se interesan por él, y Seti I continúa siendo desconocido y poco estimado. Sin duda ya no disponemos de las cualidades de percepción necesarias para asimilar el mensaje de este alquimista de mirada de fuego que supo transmitir, sin traicionarlos, los misterios de la transmutación.

Bibliografía

BRAND, P., The Monuments of Seti I and their Historical Significance. The Epigraphic, Art historical and historical analysis, Leiden, 2000.

BURTON,H. y HORNUNG,E., The Tomb of Pharaon Seti I. Das Grab Sethos’ I, Zúrich-Múnich, 1991.

DAVID, A. R., Religious ritual at Abydos, Warminster, 1973.

FRANKFORT, H., The Cenotaph of Seti I at Abydos, 2 vols. Londres 1933.

GUILHOU, N., «La tombe de Séthy 1er», Égypte, nº 11, 1990 pp. 43-50.

MATHIEU, B., «Séthy 1er., Pharaon du renouveau», Egypte, nº 11 1998, pp. 3-20.

MORET, A., Le rituel du culte divin journalier en Egypte d’après le papirus de Berlin et les textes du temple de Séti 1er à Abydos, Paris, 1902.