Maestro de obras, primer ministro sanador y hermano de Imhotep
Los sucesores[95] de Tutmosis III vivieron, por así decir, del impulso iniciado por este faraón excepcional, y Egipto, centro espiritual y potencia económica, continuó siendo influyente.
El reinado de Amenhotep III[96] fue también extremadamente brillante. La gran esposa real, Tiyi, es una personalidad conspicua, en especial en el campo diplomático, y las Dos Tierras, que gozan de una notable prosperidad, viven en paz.
En esta época surge la figura de un sabio, Amenhotep, hijo de Hapu, que vivió al menos ochenta años.[97] Nacido durante el reinado de Tutmosis III en Atribis, en el Delta, era hijo de padres modestos, la señora Itu y su marido Hapu. Hasta la edad de cincuenta años residió en su ciudad, donde ejerció las funciones de escriba real y de superior de los sacerdotes del dios local.[98] Así, pues, una carrera tranquila y honorable que debería haberlo conducido hacia una vejez feliz.
Pero Amenhotep, hijo de Hapu, no se parecía a otros dignatarios. Dotado de una inteligencia notable y de una firme voluntad, conseguía resolver los más complejos problemas y formulaba consejos indiscutibles. Tales cualidades le permitieron ver el poder de Tot, penetrar sus secretos y ser instruido en el conocimiento del libro divino.
Amenhotep, hijo de Hapu, se convirtió en un experto en escrituras sagradas, capaz de aclarar los pasajes oscuros de los textos difíciles y de responder a múltiples preguntas con el fin de hacer eficaz el mensaje de Tot. Esta notoriedad llegó a oídos del faraón que decidió arrancar a este sabio de su tranquilidad provinciana y ponerlo a prueba confiándole delicadas tareas materiales.
Nombrado escriba de los nuevos reclutas, Amenhotep, hijo de Hapu, debía repartir a los jóvenes diplomados en los diferentes cuerpos del Estado, garantizar la seguridad de la fronteras, impedir que los beduinos provocasen perturbaciones en las rutas del desierto, gestionar el comercio interior y exterior, y desarrollar la marina.
Ante los éxitos de este escriba infatigable y riguroso, que obtenía los máximos resultados utilizando la suavidad, Amenhotep III decidió nombrarlo primer ministro y su principal colaborador. Lo nombró maestro de obra, jefe de todas las obras del rey, preceptor de su hija Sat-Amón, y organizador de su fiesta de regeneración,[99] como ¡si fuese su propio hijo! Por otro lado, fue en esta ocasión cuando apareció al lado del monarca, convirtiéndose así en su brazo derecho oficial, «el gran ritualista, encargado de construir todos los templos de Egipto».
En la Alta Nubia, entre la segunda y tercera cataratas, Amenhotep, hijo de Hapu, hizo edificar dos obras maestras, los templos de Soleb, ligado a Amenhotep III, y de Sedeinga, para la gran esposa real Tiyi. De forma indisociable, ambos santuarios celebraban el matrimonio eterno de la pareja real, reformaban el ser del faraón y festejaban su regeneración por medio de los ritos. Ramsés II y Nefertari ilustran el mismo simbolismo en Abu Simbel, también en Nubia.
Sin duda, Amenhotep, hijo de Hapu, fue uno de los arquitectos del templo de Luxor, consagrado en parte a este tema de la unión del rey y de la reina bajo la égida de Amón y de Min, reafirmando la resurrección de Osiris. Sabemos que el maestro de obras erigió una estatua gigante, de 20 metros de altura, delante del décimo pilono de Karnak y los célebres Colosos de Memnón, ante el «templo de los millones de años» de Amenhotep III, por desgracia destruido.
En el año 31, un decreto real da a Amenhotep, hijo de Hapu, una increíble autorización: la de hacerse construir su propio templo, ¡privilegio normalmente reservado a los faraones! Y no se tratará de un edificio modesto, pues su tamaño superará al de los santuarios de ciertos monarcas. Será el único templo «privado» entre los de la orilla oeste de Tebas. Pero éste también fue arrasado. Un jardín, compuesto por un estanque central bordeado por una fila de árboles. Ocupaba toda la superficie del primer patio, muy vasto, formando él solo la mitad del conjunto. La gran corriente de la inundación, Hapy, amo de los peces y de las aves, puro en ofrendas florales, llenaba este lago sagrado.[100]
En el comienzo de su carrera en Tebas. Amenhotep, hijo de Hapu, se hizo excavar una tumba de notable.[101] Debido a su admirable ascenso, eligió otro emplazamiento en el Valle del Águila, detrás de Deir el-Bahari. Y esta sepultura adoptaba el plano de una tumba real. En el museo del Louvre se conserva un fragmento de la tapa de su sarcófago, en diorita; nos dice que Nut, la diosa-cielo, ha extendido sus alas sobre Amenhotep, hijo de Hapu, y lo ha hecho renacer.
Información verificada, pues si queda muy poco del templo y de la tumba de este sabio, sus estatuas, por el contrario, han sobrevivido al tiempo. Amenhotep, hijo de Hapu, gozaba, en efecto, de otro favor real: ver su efigie de piedra, con varios ejemplares, expuesta en varios templos, entre ellos el de Karnak. Estaban dispuestas, principalmente, a lo largo de las vías procesionales y en los grandes patios a cielo abierto.
El texto de la estatua, colocado delante del décimo pilono, es revelador:
Gentes de Karnak que queréis ver a Amón, venid hacia mí. Yo transmitiré vuestras peticiones, yo soy el intérprete de este dios. El faraón me ha dado la orden de transmitirle toda cosa que se formule en esta tierra.
Comprendemos mejor el lugar eminente ocupado por este sabio. Verdadero chamán al estilo egipcio, era considerado intermediario entre los hombres y el rey, y entre los hombres y el dios Amón. Él los escuchaba, ciertamente, pero no soportaba las habladurías ni las mentiras. Algunos orantes osaban tocar la túnica de piedra de este mediador, con la esperanza de recibir un poco de su sabiduría y de reducir un poco su ignorancia. En esta época se produjeron sanaciones milagrosas, lo que aumentó todavía más la reputación de Amenhotep, hijo de Hapu.
En la época tolemaica, delante del ala derecha del primer pilono de Karnak, se levantaba un coloso de cuatro metros de altura que representaba al sabio, llamado «divino descendiente del amo de Hermópolis (Tot), sensible en su corazón, surgido de Seshat, excelente en su discurso como Imhotep, hijo de Ptah, servidor de Amón». Y el texto recordaba su cualidad principal: «Yo he restaurado todo lo que se había perdido en las palabras de los dioses, he vuelto claro lo que estaba oculto en los libros sagrados».
Quinientos años después de su muerte, Amenhotep, hijo de Hapu, todavía era venerado, pues se consideraba que conocía los poderes secretos de los escritos del pasado, que databan de la época de los Antepasados. En tiempos de la XXVI Dinastía disponía de una capilla en Tebas, donde la gente venía a implorarle como sanador y médico de almas. Y bajo los Tolomeos fue elevado al rango de «gran dios» al que se pedía su sabiduría, la visión de lo que estaba escondido, oráculos y curaciones milagrosas. Vestido con una larga túnica, tocado con una peluca a la antigua, con un papiro desenrollado sobre las rodillas, ¿no tenía, como las divinidades, los cetros anj, «la vida», y was, «la potencia»?
Este término de «divinización» no debe despistarnos y hacernos pensar en una devoción ciega hacia un individuo humano. Es debido a su sabiduría por lo que Amenhotep, hijo de Hapu,[102] participaba de la naturaleza divina, el neter, por lo que, tras haber sido un gran ritualista, podía ser él mismo objeto de un ritual. Se le elaboró una genealogía simbólica, que lo relacionaba directamente a Amón. Su padre no era otro sino Tot, su madre era Hator;[103] y Ptah, el patrono de los artesanos, daba forma a este sabio para que fuese su réplica regenerada, surgida de la comunidad de los dioses.
Es en Deir el-Bahari, el «templo de los millones de años», de Hatshepsut, donde hallamos magnificado a Amenhotep, hijo de Hapu, y en buena compañía, ¡la de Imhotep, modelo de los maestros de obra! Los dos grandes sabios, el del Imperio Antiguo y el del Imperio Nuevo, constantemente rejuvenecidos gracias a la magia del templo, son asociados en la última capilla del santuario, en el corazón de la roca. Se les presenta ofrendas en común, y en casi todos los documentos que provienen de Tebas, Imhotep y Amenhotep, hijo de Hapu, son presentados como hermanos cuyo ser está «completamente unido». Los constructores de Deir el-Medina veneraban a uno y a otro, como antepasados fundadores. Es la mejor forma de proclamar la permanencia y la reformulación de la tradición surgida con la construcción de la pirámide escalonada.
Los textos de la capilla de Deir el-Bahari pintan a Amenhotep, hijo de Hapu, como «el juez supremo, el que establece las leyes, el eficaz muro de bronce que rodea a Egipto, el gobernador de los templos que recogen los dones de todo el país, que hablan con sabiduría de la eternidad, justo de voz, que renueva la vida de corazón lúcido, glorificando a Maat, perfecto por sus excelentes consejos, aquél que identifica las enfermedades, y ante el cual retroceden los demonios, que traen los males, aquél que regula la eficacia de las palabras mágicas».
Conociendo el corazón de los humanos, Amenhotep, hijo de Hapu, protege al sabio de su enemigo y renueva lo que había sido destruido. Asimismo, permite el rejuvenecimiento del alma. Viajando para siempre en la barca solar, fraterniza con las estrellas y el brillo de la luz que ilumina los cuatro pilares del cielo. Asociado al ogdóada de Hermópolis, la ciudad de Tot, contempla el juego de las potencias creadoras y, según la expresión de D. Wildung, se convierte en un «arquitecto del cosmos». Por otro lado, una escena de Deir el-Bahari lo muestra presentando el signo nefer, la tráquea-arteria que simboliza el cumplimiento perfecto, a un conjunto de treinta y cinco estrellas. De este modo el sabio prolonga la obra del Creador.
Incluso bajo ocupación cristiana el renombre de Amenhotep, hijo de Hapu, no desapareció completamente. Y Clemente de Alejandría, iniciado en ciertos misterios, lo llama el «Hermes tebano», aludiendo así a la ciencia de Tot, de la que era depositario el ilustre maestro de obras.
Las estatuas intactas del sabio, como la expuesta en el museo de Luxor, lo muestran muy anciano, concentrado sobre el texto jeroglífico que revela el papiro desenrollado sobre sus rodillas. Convertido a su vez en una palabra del libro de los dioses, continúa sirviendo de intercesor.
Bibliografía
LASKOWSKA-KUSZTAL, E., Le sanctuaire ptolémaique de Deir el-Bahari, Varsovia, 1984.
VARILLE, A., Inscriptions concernant l’architecte Amenhotep, fils de Hapou, El Cairo, 1968.
WILDUNG, D., Egyptians Saints. Deification in Pharaonic Egypt, Nueva York, 1977, pp. 83-110.