Luz de la obra y secreto de la cámara oculta
¡Feliz época que vio a un faraón de gran envergadura que sucedía a una notable mujer faraón! A lo largo de un reinado de aproximadamente cincuenta y cinco años,[79] Tutmosis III se impuso como uno de los grandes monarcas del Egipto antiguo. Su madre se llamaba Isis, y él le profesaba una veneración tal que está representada en su morada de eternidad del Valle de los Reyes; asimilada a la diosa, la esposa bienhechora de Osiris surge de un árbol, símbolo del más allá benéfico, y nutre a su hijo con leche celeste. Predestinado, el joven Tutmosis reinará largo tiempo junto a Hatshepsut, participando, en su compañía, en numerosas ceremonias oficiales. Al morir la soberana, asumió el poder solo y gobernó sabiamente un Egipto en el culmen de su poderío y de su riqueza. Con él, volvemos a encontrar la inspiración del Imperio Antiguo.
Tutmosis III, «el que nació de Tot», lleva también los nombres de «toro que aparece en Tebas»,[80] «sagrado de apariciones»[81] y «estable es la mutación de la luz divina».[82] Este último nombre es, por sí solo, todo un programa del que no habría renegado un iniciado taoísta. ¿Acaso la función real no consiste en hacer estable (men) la mutación (jeper) por excelencia, la de la luz? Así se hace posible la iluminación de la tierra por la potencia creadora que atraviesa los tiempos y los espacios.
Inscrito en un cartucho, este nombre se consideró portador de suerte y un talismán, utilizado hasta los últimos tiempos de la civilización faraónica. Fue reproducido en una gran cantidad de escarabajos, algunos de los cuales fueron hallados muy lejos de Egipto.
Así, gracias a algunos jeroglíficos portadores de su pensamiento, Tutmosis III era el embajador de uno de los aspectos más importantes de la espiritualidad egipcia.
La memoria colectiva conserva un rastro profundo de este faraón, hijo del dios del conocimiento y considerado «el padre de los padres». Convertido en un héroe de leyenda, al igual que Sesostris III, uno de sus modelos, se le veneraba todavía mucho tiempo después de su muerte, como lo demuestran las escenas de las tumbas de la época tolemaica.
Relacionado con las fases de la Luna, uno de los símbolos de Tot y de las etapas de la resurrección de Osiris, Tutmosis III garantizaba la fertilidad de Egipto regulando las crecidas.[83] El dios Set le había enseñado a tirar con arco y no erraba nunca el blanco, por lo que pudo dirigir cierto número de campañas militares en el pasillo sirio-palestino y quizá en Asia. Éstas se parecen más bien a operaciones de mantenimiento del orden e incluían programas de desarrollo económico y de investigaciones científicas, algunos de cuyos resultados fueron esculpidos en piedra en el jardín botánico de Karnak. Infatigable investigador, Tutmosis III se interesaba por los reinos animal y vegetal, e hizo elaborar un inventario de las especies. Las expediciones se narraron en los Anales que hicieron que el monarca, muy poco guerrero en realidad, recibiera el excesivo apodo de «Napoleón egipcio».
Sin duda se debe a Tutmosis III la creación iconográfica del acto más importante del ritual cotidiano, es decir, la presentación de la diosa Maat a ella misma.[84] Al ofrecer la verdad, la coherencia y la armonía, en una palabra la Regla de vida a ella misma, el faraón descartaba lo perecedero y restauraba la edad de oro. Gracias a la eficaz ayuda de un primer ministro fuera de lo común, Rejmira, «aquél que conoce la luz», la gestión del reino fue de una eficacia y de un rigor digno del tiempo de las pirámides. Imperativos principales: atenerse a Maat, la ley de los dioses, no favorecer a nadie sin caer en un exceso de rigidez, aceptar el peso y las amarguras de la función, escuchar objetivamente las palabras de cada querellante, proteger al débil ante el fuerte y hacer justicia en toda circunstancia sin preocuparse del rango social.
Sabiendo que la felicidad de las Dos Tierras dependía de ellos, Tutmosis III se mostró especialmente apegado al culto de los antepasados. En Nubia, en Karnak y en otros lugares, hizo representar sus actos de veneración hacia aquéllos.[85] Por medio de la ofrenda garantizaba el nexo entre la realeza del eterno Oriente y la ejercida en la Tierra, entre el más allá de los «veraces de voz» y el mundo de aquí debajo de los seres que buscan conocimiento. Sólo los antepasados dan vida, coherencia y estabilidad a una sociedad humana. Su denominación simbólica, «los que están delante», prueba que no pertenecen al pasado sino que, por el contrario, abren el camino.
Interesado por el conjunto de las ciencias, Tutmosis III se ocupaba también del bienestar de sus contemporáneos. Tras haber descubierto un importante tratado de medicina del tiempo de sus antepasados, y preocupado por la condición de las gentes modestas, promulgó un importante decreto referente a la salud pública. Al insistir en la higiene, clave del buen estado físico de la comunidad y del individuo, hizo accesibles los cuidados a los más pobres.[86]
En el campo de la arquitectura, la obra de Tutmosis III como constructor es impresionante.[87] En el corazón de Nubia, en Dyebel Barkal, se produjo un milagro. Con ocasión de la aparición de una estrella en el cielo, el rey mago Tutmosis III supo que su padre celeste le pedía edificar en este lugar un templo a su gloria. Los restos permiten imaginar un vasto santuario en el que el poder de Amón-Ra continúa siendo perceptible.
En Deir el-Bahari, en la orilla oeste de Tebas, el rey no destruyó la obra de Hatshepsut sino que, por el contrario, la completó edificando su propio santuario[88] entre la terraza superior del templo de la mujer faraón y el de Mentuhotep, antepasado venerado.
En Karnak hay varias obras maestras, algunas, por desgracia, desmanteladas o deterioradas: la Sala de los Anales, la Cámara de los Antepasados, el jardín botánico, el Castillo del Oro y el templo de iniciación llamado Aj-menu (que significa «momento brillante»). El jardín botánico[89] es un conjunto de capillas próximas al Aj-menu. Plantas, aves y animales están representados; también los hay que presentan detalles extraordinarios, incluso anomalías, provienen de un mundo lejano, a veces inquietante, que el faraón exploró y dominó. Alcanzando lo desconocido, no perdió su centro de gravedad y, sin temblar, ha llevado al interior del templo estos aspectos extravagantes de la creación con el fin de que sean purificados y ofrecidos a los dioses. Al rey le corresponde dominar lo misterioso, sublimarlo y hacerlo digno de lo sagrado.
Al norte de Karnak, Tutmosis III y los iniciados levantaron postes ante el séptimo pilono. En este lugar ofrecieron a Amón monumentos realizados con madera y oro, y construyeron un edificio destinado a acoger los objetos utilizados con ocasión de los ritos, tras haber sido animados y dotados de vida mágicamente. Este «Castillo del Oro»[90] contenía el tesoro del templo: cetros, incensarios, ánforas, etc. Y cada año, durante una ceremonia, recibían una nueva luz que les daba nueva energía, necesaria para cumplir un nuevo ciclo.
Restaurado en parte y accesible a los visitantes, el Aj-menu, uno de los templos de Karnak, es como la culminación de la obra arquitectónica de Tutmosis III. La palabra aj significa «luminoso, brillante, radiante, útil» y simboliza el estado espiritual más elevado que puede alcanzar un ser o un monumento. Y este monumento (menu) lleva un nombre de una importancia capital. Calificado igualmente como «palacio sagrado del alma venerable», era el santuario de regeneración del ser real,[91] que presentaba un doble aspecto formado por salas solares y capillas subterráneas. Allí se practicaban los ritos de la subida del faraón hacia el dios oculto, de la apertura de la boca y de los ojos, de la ofrenda de coronas y de cetros al rey resucitado. Este podía, entonces, contemplar el nuevo sol, con ocasión del triunfo de la creación sobre el caos.
Tutmosis III no fue el único que vivió los grandes misterios de este lugar. Gracias a un estudio en profundidad,[92] sabemos que el Aj-menu, llamado con frecuencia «sala de las fiestas», fue el lugar de iniciación de los sacerdotes de Karnak considerados dignos de conocer el «cielo en la tierra» y «el trono verdadero de Amón». Allí, tras haber tomado caminos inaccesibles, su alma se transformaba en fénix y atravesaba las tinieblas para acceder a la luz. Regenerado en la sala oculta, el iniciado pasaba de un mundo al otro y penetraba, mientras estaba vivo, en el corazón del universo de los dioses. Así era posible, gracias a esta iluminación y a la transmutación, revivir «la primera vez», el nacimiento de la vida.
No hay duda, en nuestra opinión, de que Tutmosis III en persona redactó el «libro divino», ofreciendo el ritual a aquéllos y aquellas encargados de animar tales ceremonias cuyo origen se remonta a los Textos de las Pirámides que el rey había estudiado.
Tras haber reacondicionado las tumbas de sus antepasados Tutmosis I y Tutmosis II, el tercero de los Tutmosis impuso definitivamente el Valle de los Reyes como lugar de las sepulturas de los faraones del Imperio Nuevo. El mismo eligió un emplazamiento sorprendente, en el fondo de una cavidad, la entrada de la tumba,[93] que se situaba a 10 metros por encima del suelo. Trepar por la escalera metálica instalada por el Servicio de Antigüedades representa para ciertos visitantes un esfuerzo real, pero merece la pena, pues esta morada de eternidad es rica en enseñanzas. Nos introducimos por un estrecho corredor que se hunde en el corazón de la roca y llegamos a una primera sala, de techo bajo, cuyas paredes están adornadas con 775 figuras enigmáticas que corresponden a las fuerzas creadoras que engendra diariamente el sol. Están ocultas en las «cavernas secretas de la totalidad reunida» y revelan los elementos que forman la luz creadora.
Se ve hasta qué punto la «religión» egipcia, si podemos llamarla así, no es un asunto de creencia sino de conocimiento. En su morada de eternidad, el prudente y sabio Tutmosis III formula, para la mirada de los dioses, una de las visiones importantes de los iniciados.
Una vez asimilado este descubrimiento, es posible pasar a la segunda sala, en forma de cartucho oval, que contiene el ser inmortal del rey. Allí, otra formulación sorprendente: en el tabique se desarrolla un papiro escrito por mano maestra y que transmite un libro entero, el Amdwat, «lo que se encuentra en la matriz estelar», llamado también «libro de la cámara oculta».
Según su visir Rejmira, Tutmosis III escribía admirablemente los jeroglíficos. Tan hábil como su padre Tot y la diosa Seshat, manifestaba un gusto acentuado por la caligrafía y no cesaba de escrutar los textos antiguos. Por ello pensamos que no sólo Tutmosis III es el autor de la versión completa del Amdwat[94] sino también que él fue quien dibujó en los tabiques de su morada de eternidad.
Henos aquí, pues, en presencia del «libro verdaderamente secreto que no se permite conocer a los profanos». Diversos juegos de escritura hacen ardua la traducción, pero podemos distinguir el tema principal de esta composición alquímica: la travesía del medio matricial estelar (la dwat), durante las doce horas de la noche por el sol que envejece, al que se identifica con el faraón. Esta transmutación exige el conocimiento de las múltiples fuerzas creadoras, de las puertas del más allá y de sus temibles guardianes, y de las horas que dominan a las potencias peligrosas que hay que pacificar. La finalidad del viaje es la regeneración, en el Oriente, del sol y del alma real.
La tripulación de la barca solar comprende varias divinidades capaces de luchar contra las tinieblas y de hacerla avanzar, en especial Sia, la intuición de las causas, y Hu, el verbo creador. Estar en esta barca, a la vez en el cielo y en la tierra, permite conocer la eficacia luminosa de las Almas (bau), es decir, las manifestaciones de la energía luminosa. De este modo se salvan los obstáculos y se vence a la muerte. «Poderoso de piernas», el que conoce este texto no entra en el lugar de la destrucción. Lo que estaba oculto se abre para el Luminoso, y la barca navega por la espina dorsal de la imagen secreta de la serpiente llamada «vida de los dioses».
Avanzando tras su ojo, su capacidad creadora, el viajero vive de la voz del gran dios y alcanza el tribunal de la justicia de Osiris, en perpetua actividad. Allí serán vencidos los enemigos de la luz, allí será transmutado el propio alquimista al convertirse en aj «ser luminoso y útil», allí se cumplirá la fusión entre Ra, sol del día, y Osiris, sol de la noche.
Nada es fácil en este camino, pues la monstruosa serpiente Apofis trata de taponar la energía celeste y de detener el avance de la barca. Sólo el conocimiento de las palabras adecuadas y una constante lucha contra las tinieblas destructoras le impiden hacer daño.
Al final del viaje, el banquete. El ser regenerado come con los vivos en el templo de Atum, el príncipe creador. Y como explica el Amdwat, «es útil para aquél que conoce eso en la tierra, y en el cielo y en la tierra».
En gres rojo pintado, el sarcófago de Tutmosis III nos muestra al faraón con los ojos abiertos. La muerte ha sido rechazada, él contempla los misterios del más allá y se dirige, sereno, hacia los dueños de las energías vitales (kau) presentes hasta los confines de la eternidad solar. Glorioso en sus formas, disponiendo de formulas de conocimiento, Tutmosis III forma parte, ya, de esta cofradía celeste.
Bibliografía
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