Un sabio de provincias
Y así hemos llegado al reinado de Teti,[41] sucesor de Unas y primer faraón de la VI Dinastía. Éste continuó la obra iniciada por su predecesor al decorar la cámara de resurrección de su pirámide con columnas de jeroglíficos. Fue un reinado tranquilo, sin acontecimientos notables, en un país feliz y con un primer ministro riguroso, el visir Isi. Era el jefe del ejecutivo, encargado de llevar a la práctica el pensamiento del rey, que residía en Menfis, y aun así Isi estuvo muy unido a Edfu, ciudad del Alto Egipto consagrada al dios Horus, protector e inspirador de la monarquía faraónica. Admirando la sublime estatua de Kefrén, en el museo de El Cairo, se ve que el halcón Horus se ha posado sobre la nuca del rey y le transmite la visión celeste, más allá del tiempo y del espacio.
El término, ya consagrado de visir no da una idea adecuada del egipcio chati «el de la cortina», es decir, el que conoce los secretos del palacio real y del arte del gobierno, «amargo como la hiel». En jeroglíficos, el término se escribe con una cría de pájaro que pide comida. Personaje clave del Estado, el visir debe exigir sin cesar a sus subordinados informes exactos y completos sobre la economía, la agricultura, la seguridad y todos los demás campos de los que el monarca le ha hecho responsable.
¡Difícil tarea, realmente! Isi la desempeñó tan perfectamente y obtuvo tantas alabanzas, como visir, juez, amigo único y jefe de provincia, que su muerte dio comienzo a una reputación gloriosa. Fue en Edfu, lejos de la capital, donde este alto dignatario decidió pasar su eternidad reposando en una gran tumba, que pronto se rodeó de estelas, de pequeñas naos y de mesas de ofrendas dedicadas a él por los habitantes de la ciudad. Considerado «santo visir» y «dios viviente», Isi será venerado durante cinco siglos.
¿Por qué tanto respeto? Porque Isi hizo el bien. Deseoso de ver su nombre alabado junto al Dios grande, pronunció opiniones equitativas, sin disgustar a nadie. No contento con decir el bien, lo repitió, lo propagó y no profirió ninguna mala palabra contra nadie. Y nadie ha podido acusarlo de haber mentido o robado. Cuando dirigió las sesiones del tribunal, ante la puerta del templo, Isi respetó rigurosamente la Regla de Maat, cumpliendo la voluntad de Dios, es decir, privilegiando la rectitud en toda ocasión.
Gobernador de su provincia, Isi siguió escrupulosamente las directivas del faraón. Ejecutó los trabajos que exigía el soberano y cuidó los templos, morada de las divinidades cuya presencia en la tierra garantizaba la armonía espiritual y la cohesión social.
Nombrado superior de los sacerdotes puros y de los servidores del ka de la pirámide de Unas, Isi era un escriba real que conocía el conjunto de los ritos. En Edfu, capital de su provincia dio muestra de las mismas competencias. Servidor de Horus, conocía los secretos del cielo; fiel de Osiris, percibía los de la resurrección.
Isi no escribió máximas como su ilustre predecesor Ptah-hotep. De todos modos, fue el perfecto ejemplo de un sabio plenamente consciente de sus deberes y de la calidad de la época en la que vivía. Esta sabiduría y el sentido de la responsabilidad se los transmitió a su hijo Qar, también él gobernador de la provincia de Edfu. Convertido en amigo único, responsable de los secretos y superior del Alto Egipto, Qar se mostró vigilante y eficaz. Como su padre, cumplió todos los trabajos del rey, controló la circulación de los barcos por el Nilo, organizó expediciones comerciales a través del desierto y garantizó la prosperidad de los artesanos y trabajadores.
Educado en Menfis, como su padre Isi, Qar volvió a Edfu, a la que imprimió un gran desarrollo sin olvidarse de dar pan al hambriento, ropa a los desheredados, de reembolsar los préstamos a los endeudados, y de proporcionar una buena sepultura a quien no tenía hijos. Todos los habitantes de la provincia de Edfu se beneficiaban, como mínimo, con el pan y la leche.
Tarea prioritaria: salvar al débil protegiéndolo del poderoso. El Egipto del Imperio Antiguo no reconoce la ley del más fuerte y combate resueltamente la injusticia y lo arbitrario. Un detalle sorprendente que, en nuestros días, pondría fin a numerosas ambiciones: Qar era un gobernante acomodado que daba asistencia a sus administrados víctimas de dificultades materiales, utilizando su fortuna personal y no recurriendo al Estado. Si la riqueza era un don del cielo, implicaba, según la Regla de Maat, generosidad y lucidez.
Isi de Edfu y su hijo Qar fueron considerados sabios porque asumieron sus responsabilidades con un sentido del deber y una atención constante a los habitantes de su provincia. Un comportamiento semejante permite comprender mejor la coherencia de la sociedad del Impero Antiguo y, más allá de su incontestable felicidad material, su aspiración a una sabiduría vivida, visible y útil.
Bibliografía
ALLIOT, M., «Un nouvel exemple de vizir divinise dans l’Egypte ancienne», Bulletin de l’Institut Français d’Archóloguie Orientale, XXXVII, 1937, pp. 93-160.
GARCIA, J. C. M., «De l’Ancien Empire à la Première Période Intermédiarie: l’autobiographie de Qar d’Edfou, entre tradition et innovation». Revue d’Ägyptologie, 49, 1998, pp. 151-160.
ROCCATI, A., La littératrure historique sous l’Ancien Empire égyptien, París, 1982, pp. 177-179.