Creador de la pirámide parlante
Último faraón de la V Dinastía, Unas reinó en torno a treinta años.[36] Encargado, según uno de sus nombres, de «que las Dos Tierras fuesen verdes», tras su muerte fue divinizado y venerado durante largo tiempo. En el siglo VIII antes de nuestra era, los faraones negros ordenaban a sus escultores que se inspirasen en las escenas grabadas en los monumentos a Unas.[37]
No hay ningún logro «histórico» en el origen de esta notoriedad, sino un conjunto arquitectónico excepcional, algunos de cuyos elementos son todavía visibles hoy en día, en Saqqara. Cerca del acceso actual al lugar, los vestigios del templo del valle, del que parte una impresionante calzada, antaño cubierta, de 666 metros de longitud y 6,70 metros de anchura. Los muros de caliza, de más de tres metros de altura, estaban cubiertos de bajorrelieves que han desaparecido casi totalmente. No subsisten más que algunas escenas, que representan la fabricación de ánforas, el trabajo de los orfebres, el trueque que se practicaba en el mercado o el transporte por barco de columnas de granito rojo, provenientes de Asuán y destinadas al santuario real. El techo de la calzada, que desembocaba en el templo alto, estaba adornado con estrellas.
Coronaba el conjunto la pirámide[38] más pequeña del Antiguo Imperio, situada en el ángulo sudoeste de la pirámide escalonada de Zóser. La obra de Unas fue considerada tan importante que uno de los hijos de Ramsés II la restauró.
La entrada de esta pirámide no se sitúa en una de sus caras, sino en el embaldosado. Da acceso a un pasillo descendente que se hace horizontal y nos conduce al corazón del edificio, formado por tres piezas, entre ellas la cámara de resurrección, que contiene el sarcófago.
Este último es el verdadero punto de partida del viaje celeste del rey. Asimilado a una barca, le permite pasar de la muerte a la vida cósmica.
Por primera vez desde que los egipcios edificaban pirámides, un faraón tomó una decisión notable: inscribir en la piedra la tradición oral, revelar el ritual que se celebraba en el interior de estas matrices de resurrección. Gracias al rey Unas, la pirámide hablaba. Largas columnas de jeroglíficos recubiertos de una capa de verdiazul ofrecen el texto fundador de la espiritualidad faraónica.
La mayor enseñanza: la pirámide es Osiris, el cuerpo de piedra del dios asesinado y resucitado con el que se identifica el faraón. Y es asimismo el montículo principal, surgido del océano de energía en el alba de la creación.
Las primeras palabras de este libro excepcional, cuyo estudio detallado necesitará todavía prolongadas investigaciones, afirman: «El faraón no ha partido muerto, ha partido vivo». Tras haber partido, volverá; tras haber dormido, se despertará. El rey «vive la vida y no muere la muerte». Nacida en el tiempo, la muerte morirá; al no haber nacido nunca, la vida no podría morir. Ahora bien, el faraón no tiene padre ni madre entre los humanos, y no muere en la tierra entre ellos.
El medio decisivo para consolidar los lazos del rey con el universo de las fuerzas creadoras es la ofrenda, asimilada al ojo de Horus que permite ver la acción divina. En el faraón, ni un solo miembro está vacío de Dios; su cuerpo está hecho por los dioses, él construye sus moradas, los templos.
Según los textos de la pirámide de Unas, el secreto de la vida reside en la luz. Así, el faraón se convierte en un ser luminoso, y por lo tanto útil,[39] y brilla hacia el oriente, semejante a un nuevo sol. Destinado al cielo, va y viene con la luz, sube por ella, y toma la forma de un destello fulgurante.
«En la tierra, se existe —se afirma—; en el cielo, se vive». Gracias al poder de los jeroglíficos que componen este ritual de una potencia inigualable, el rey accede a los paraísos del más allá y recorre el universo por medio de incesantes mutaciones. Barcas, escalera, llama, humo de incienso, aves, insectos… Utiliza múltiples medios para tener éxito en su ascenso y permanecer en perpetuo movimiento.
Viviendo en compañía de las estrellas imperecederas e indestructibles, el faraón se convierte él mismo en estrella única y compañero del Verbo. Sus huesos son ya de metal celeste, sus miembros, de oro. Realización de la Gran Obra alquímica, conseguida la transmutación, expresa el brillo de la creación.
«La abominación de Dios es la falsedad de la palabra», por lo que el rey debe mostrarse «veraz de voz» en función de sus actos. A él le corresponde colocar la Regla en el lugar del desorden, la justicia en el de la injusticia, la armonía en el del caos, la luz en el de las tinieblas. Entonces, el faraón se afirma como la «gran palabra», en el origen de toda vida.
De esta visión espiritual emana una realidad sorprendente para nosotros, individualistas furibundos: sólo el faraón, luz y estrella, está en contacto con las divinidades. La plegaria personal no lleva a ningún sitio, pues el faraón es el único canal[40] por el que pasa el amor celeste.
Asociarse al ser real resulta, pues, esencial. Y existen verdaderas ciudades construidas alrededor de la pirámide y que agrupan a sus fieles, a los que lleva hacia el más allá. La generosidad del faraón no se limita a los miembros de su corte: él es responsable de todo su pueblo. Pero, además, es necesario, para subir a la barca real, haber sido reconocido como «veraz de voz» ante el tribunal de Osiris.
La iniciativa de Unas tuvo consecuencias duraderas, ya que los Textos de las Pirámides sobrevivieron hasta los últimos instantes de la civilización egipcia. En primer lugar, reyes y reinas de la VI Dinastía los hicieron grabar en el interior de sus propias pirámides, añadiendo variantes o nuevos versículos; con posterioridad, algunos dignatarios fueron autorizados a que figurasen en sus tumbas y, cuando ya no se construían pirámides, extractos del gran libro original fueron reinterpretados e inscritos en los sarcófagos. El célebre Libro de los Muertos, nacido en el Imperio Nuevo, retoma elementos de los Textos de las Pirámides que los faraones de la época saíta, en los siglos VII y VI antes de nuestra era, recuperarán. Y siguen presentes, reinterpretados o reformulados, en las amplias composiciones de los templos tolemaicos.
De acuerdo con el grande de los videntes, el superior de los iniciados de Heliópolis, Unas decidió revelar por medio de los jeroglíficos las «palabras de los dioses», lo que, hasta entonces, quedaba limitado al campo de la arquitectura. En efecto, las pirámides anteriores tenían el mismo lenguaje, pero por medio de la geometría, de los números y de las formas.
Nos parece imposible percibir los valores de la espiritualidad faraónica y las bases de su civilización si ignoramos el contenido de los Textos de las Pirámides. Gracias a la morada de eternidad de Unas, podemos acceder al pensamiento de los sabios fundadores, entre los que está Imhotep, y participamos del impulso creador de una edad de oro, vencedora de la muerte.
Bibliografía
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