Visir, sabio y autor de éxito
La era de las grandes pirámides se acaba. La V Dinastía ya no ve levantarse gigantescos edificios, pero los valores de la edad de oro perduran, y bajo el reinado del faraón Dyedkare-Izezi[34] la función de visir es ocupada por un sabio llamado Pyah-Hotep, cuyo nombre significa «Ptah está en su plenitud». Ptah, señor de la antigua ciudad de Menfis, es el dios de los artesanos y da forma a la creación utilizando el Verbo. Asimismo, inspiraba a este alto dignatario, principal colaborador del rey.
A los ciento diez años, el visir juzgó necesario redactar las Máximas de la palabra cumplida, fruto de su larga experiencia. Este texto conocerá un enorme éxito, ya que será leído por numerosas generaciones de estudiantes y de buscadores de sabiduría. Incluso el Egipto cristiano consultó al viejo pensador, apreciado todavía por los hermetistas y resucitado en el siglo XIX cuando se halló un papiro que contenía su obra.[35]
Ésta nos permite conocer la visión del mundo de un sabio dedicado al servicio de Maat, diosa de la justicia y de la armonía, sobre las que reposa el Estado faraónico. Levantándose pronto por la mañana, Ptah-Hotep evita la agitación y venera a Dios pues sólo lo que El ordena se cumple, y no las maniobras del género humano. Al que Él guía no puede perderse, pero aquél al que priva de barca no atravesará de manera satisfactoria el río de la vida.
Felicidad notable, que el sabio sabe apreciar: haberse casado con una mujer alegre. Al amarla con ardor, se ha preocupado de hacerla feliz a lo largo de su existencia, de alimentarla, de vestirla, y de no provocar su cólera. Tierra fértil y luminosa, una buena esposa es un tesoro inestimable.
Incapaces de fundar una morada, los individuos fútiles no podrían conocer esa felicidad. Preservarla implica no mostrarse egoísta y satisfacer a sus íntimos gracias a los favores que asigna el destino. En caso de infelicidad, sólo los íntimos, y no los extraños, proporcionan ayuda.
Y Ptah-Hotep se muestra de una sorprendente modernidad al recomendar que no se critique a los que no tienen hijos. ¿Felicitarse por tenerlos? ¡Vanidad! Hay muchos padres y madres infelices, mientras que una mujer sin hijos es más serena que aquéllos. Dios puede favorecer la evolución espiritual de un solitario, mientras que el jefe de un clan familiar reza de manera ansiosa para encontrar un sucesor. Esperar a la sabiduría no exige en absoluto una descendencia carnal.
Si se quiere vivir en paz, hay que contentarse con lo que se posee. Así, los dioses se muestran generosos y los dones provienen de ellos mismos en favor de un ser desprovisto del espíritu de posesión. Sobre todo, no nos llenemos la boca con sus eventuales riquezas, no gemir sobre su pasado cuando nos convertimos en acomodados tras haber conocido incomodidades y no entrar en competición con alguien que haya seguido un recorrido idéntico. Y no confiar en la acumulación de bienes materiales.
¿La fuente de todos los males? La avidez. Esta enfermedad es incurable, no hay médico que pueda erradicarla. Siembra la desgracia por sí misma y a su alrededor. Sólo la coherencia del corazón permite evitarla, no desperdiciar la acción justa y desarrollar la potencia creadora. Es necesario, pues, hacer caso al corazón y no escuchar al vientre.
Cuando el visir Ptah-Hotep se presenta en el consejo del faraón, controla sus opiniones. La mayor virtud: el silencio. El pecado capital: ser parlanchín. No habla más que cuando es capaz de aportar una solución. Hablar, en efecto, es más difícil que cualquier otro trabajo.
Al ser un dirigente y un guía, Ptah-Hotep debe llevar a cabo acciones elevadas preocupándose de sus consecuencias y sin prestar oído a las alabanzas. Así, busca toda ocasión de mostrarse eficaz e irreprochable. La primera de sus preocupaciones es la cohesión social basada en la justicia. Se impone satisfacerlas necesidades vitales de la población, pues los individuos sin medios se vuelven violentos y agresivos.
Al presidir el tribunal de justicia, Ptah-Hotep tiene conciencia del carácter básico de esta institución. La conducta de un magistrado ha de ser semejante a la rectitud de la plomada y privilegiar el escuchar. Cuando se escucha bien, la palabra es buena Dios ama a aquél que escucha.
Asimismo, el visir y juez Ptah-Hotep presta atención a las demandas. El querellante puede «vaciar el saco» y no sentirse por ello rechazado. En cuanto al ignorante que no escucha, no se hará nada en su favor. Éste vive de lo que hace morir, su alimento es el discurso retorcido, criminal y malhechor.
Ptah-Hotep tiende a la imparcialidad; al evaluar el pro y el contra, no interpreta los hechos según su humor o sus preferencias. Su meta consiste en impedir que el mal triunfe y hacer que se consolide la justicia. «Castiga principalmente, enseña completamente», decreta, pues detener al mal permite el establecimiento duradero de la rectitud. Y todo castigo debe adaptarse al delito cometido. ¿Indulgencia? Sí, a condición de que un culpable manifieste su rectitud, en particular no reincidiendo.
La exigencia básica de un gobernante: no poner una palabra en el lugar de otra y no volverse incoherente. El arte del debate se resume con frecuencia en una máxima simple: dejar que se expresen los pretenciosos y los incompetentes, que se desvalorizarán por sí mismos. El sabio no presta atención alguna al rumor maldiciente y no se hace eco de él. Es una pesadilla que hay que apartar de sí y de la que hay que protegerse.
Una vez acabado el trabajo, llega el momento del banquete. En él se efectúa la circulación del ka, la energía creadora. Las palabras pronunciadas en esta ocasión privilegiada alegran el corazón, a condición de evitar las trampas de la seducción y de no tener un carácter ligero. La felicidad real es reunirse con los amigos. Si hay zonas de sombra, es conveniente disiparlas sin tardanza, y no tolerar la hipocresía ni las evasivas, dirigiéndose directamente al amigo del que se sospecha.
En el atardecer de su existencia terrenal, Ptah-Hotep hace una constatación: el recuerdo que se conserva de un buen gobernante, mucho tiempo después de haber ejercitado el poder, es la bondad. Y él trata de transmitir su experiencia a un hijo espiritual, su «bastón para la vejez», capaz de escuchar las directivas de los antepasados. Si camina por una mala dirección y se porta de manera vil hay que expulsarlo. Por el contrario, si escucha las enseñanzas y actúa de manera eficaz, gozará de múltiples beneficios.
«Que tu corazón no sea vanidoso a causa de tu saber —recomienda Ptah-Hotep a su hijo espiritual—; toma consejo del ignorante lo mismo que del sabio, pues nadie alcanza los limites del arte, y no existe artesano que haya adquirido un brillo perfecto. Una palabra perfecta está más oculta que la piedra verde, pero podemos encontrarla incluso entre los siervos que trabajan en la muela».
El deseo de Ptah-Hotep se vio satisfecho: su libro de sabiduría fue transmitido de generación en generación y, más de cuatro milenios después de su redacción, sigue siendo leído y estudiado. La prodigiosa civilización del tiempo de las pirámides ha desaparecido, las palabras de rectitud han desafiado al tiempo y a la barbarie. «Grande es la Regla —afirma Ptah-Hotep—, duraderas son su eficacia y su precisión. Radiante, útil es la Regla. No ha sido perturbada desde los tiempos de Osiris».
Bibliografía
JACQ, C., Les maximes de Ptah-Hotep. L’enseignement d’un sage au temps des pyramides, Paris, 2004.
JUNGE, F., Die Lehre Ptahhoteps und die Tugenden der ägyptischen Welt, Friburgo/Göttingen, 2003.
KURTH, D., Altägyptische Maximen für Manager. Die Lehre des Ptah-hotep, Darmstadt, 1999.
VERNUS, P., Sagesses de l’Egypte pharaonique, Paris, 2001, pp. 63-134.
ZABA, Z., Les Maximes de Ptahhotep, Praga, 1956.