III
HORDYEDEF

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Hijo de Keops, descubridor de textos antiguos y escritor

Algunos privilegiados vieron la terminación de la gran pirámide que el faraón Keops[24] hizo edificar en la meseta de Gizeh. Entre ellos, el hijo del monarca, Hordyedef, cuyo nombre significa «Horus, él permanece», o, dicho de otra manera, la afirmación de la realeza celeste encarnada en la persona simbólica del dueño de las Dos Tierras.

Servidor de Maat, diosa de la justicia, director de 1os escribas, venerado junto al Dios grande, Jefe de los secretos, profeta de Ra. Hordyedef fue, para los egipcios, uno de los personajes más importantes de la época de las pirámides. Encargado de inspeccionar los lugares sagrados de la necrópolis de Menfis, se lo consideró como un sabio tan célebre y amado que su nombre fue tomado por numerosos dignatarios de la región, asociándose así, mágicamente, a él.[25]

Según una leyenda, Hordyedef jugó un papel esencial con ocasión de la edificación de la gran pirámide. Su padre, Keops, buscaba el número de cámaras secretas del santuario de Tot, es decir, el dispositivo arquitectural de su futura obra maestra. Hordyedef le indicó la existencia de un mago, Dyedi, de ciento diez años de edad y dotado de un sólido apetito, pues comía cada día medio buey y quinientos panes, y bebía un centenar de cántaros de cerveza. De todos modos, ¡había que convencerle de que abandonase su tranquilo retiro, a sus servidores y a su masajista, y que fuese a la corte! Fino diplomático, Hordyedef tuvo éxito en esta delicada misión.

Dyedi reveló a Keops el lugar donde se hallaba un cofre de sílex, oculto en Heliópolis, la antiquísima ciudad santa en la que se veneraba la luz. En su interior estaba el documento que ofrecía a Keops el indispensable secreto. El mago le anunció el nacimiento de tres niños de un sacerdote de Ra, destinados a convertirse en faraones. El mayor, futuro «grande de los videntes», aportaría el valioso texto al constructor de la gran pirámide. Como recompensa, Hordyedef acogió a Dyedi en su palacio y le ofreció mil panes, cien cántaros de cerveza, un buey y cien cajas de legumbres.

Hordyedef hizo construir su morada de eternidad al este de la gran pirámide,[26] y los sacerdotes veneraron la memoria de este infatigable investigador que, al recorrer los templos, descubrió varios textos sagrados, preservados en el Libro para salir al día.[27] Así, en Hermópolis, cuando viajaba para inspeccionar los santuarios, las ciudades, los campos y las lomas de los dioses, exhumó un cofre secreto que contenía «el misterio del imperio de los muertos»,[28] el de las cuatro antorchas de glorificación que iluminan a los bienaventurados. A través de la llama viene el ojo de Horas que salvaguarda al justo y derriba a sus enemigos. Desde este momento, dispondrá del control de las estrellas imperecederas.

En el mismo sitio, dedicado a Tot, dueño del conocimiento, Hordyedef observó un bloque de cuarcita incrustado de lapislázuli verdadero, bajo el pie del dios.[29] «Una fuerza lo acompañaba para que llegase», se afirma; el texto de este bloque daba al iniciado la posibilidad de caminar en paz sobre las aguas tras haber sido reconstituido y regenerado al obtener el ojo sagrado. Y los aciertos de Hordyedef no se limitaron a esto. Ofreció, asimismo, a la posteridad el «libro de la transfiguración del bienaventurado en el corazón de la luz divina (Ra), hacer que fuese poderoso junto al Creador (Atum) y magnificado junto a Osiris»;[30] este texto permite atravesar las montañas, abrir los valles y viajar eternamente beneficiándose de la libertad de movimiento garantizada por la luz. Y el hijo de Keops descubrió otro texto fundamental, la «fórmula para impedir que el corazón de un ser no se oponga a él en el imperio de los muertos».[31] En efecto, con ocasión del juicio del más allá, el corazón debe ser puro, no testimoniar contra su poseedor y no mostrarle hostilidad en presencia de la balanza. No se trata de un simple órgano de carne, sino del receptáculo de la conciencia no sometida a la muerte. Y esta fórmula estaba inscrita en un escarabajo de electro, colgado del cuello del difunto.

Hordyedet fue, un escritor célebre, autor de una Enseñanza que se seguía estudiando bajo los Ramesidas y que fue popular hasta la época romana. Los aspirantes a la sabiduría escuchaban las palabras de Hordyedef, comparado a Imhotep. Por desgracia, no subsiste más que un pequeño número de fragmentos de esta obra tan apreciada.

¿La felicidad? Una parcela de tierra inundable y cultivable, poder pescar, alimentarse gracias al trabajo de sus brazos, fundar una familia. Estos elementos materiales no bastan; es necesario, asimismo, saber juzgarse a sí mismo y corregirse antes de que lo hagan los demás. De este modo el corazón se purgara, y se actuará de forma que nadie pueda acusar al actuante ante la divinidad.

Y el sabio Hordyedef recomienda construir una morada de eternidad en la necrópolis haciendo que este lugar sea perfecto en el corazón del occidente, la tierra de la resurrección, pues, escribe de manera, sorprendente, «la casa de la muerte pertenece a la vida».

Bibliografía

LEFEBVRE, G., Romans et contes égyptiens de l’époque pharaonique, Paris, 1976, p. 80 y ss.

RITTER, V., «Hordjédef ou le glorieux destin d’un prince oublié», Egypte, nº 15, 1999, pp. 41-50.

VERNUS, P., Sagesses de 1'Egypte pharaonique, Paris, 2001, pp. 47-54.

VAN DE WALLE, B., «Deux monuments memphites au nom de Hordjedef Iteti», Jornal of Near Eastern Studies, 36/1, 1977, pp. 17-24.