Al concluir Mi Hermano el Viento —el último tomo de la trilogía que abarca Madre Tierra, Padre Cielo y Mi Hermana la Luna— debo despedirme de personajes que durante diecisiete años han ocupado un lugar muy real en mi vida. Aunque me separo de «viejos amigos», tengo muchos nuevos —mis lectores—, a los que deseo manifestar mi más sincero afecto. La curiosidad, la inteligencia y el entusiasmo de los lectores es, para mí, una fuente inagotable de satisfacciones.
Quiero expresar mi profundo agradecimiento a todos los miembros de mi familia que tanto me han apoyado, sobre todo a mi marido Neil, a nuestros hijos Neil y Krystal, a mis padres Bob y Pat McHaney y a mi abuelo Bob McHaney (padre). Asimismo, deseo dar las gracias a los parientes, amigos y libreros que han constituido la red de apoyo a mis investigaciones en Estados Unidos, Canadá y el resto del mundo.
Una vez más, deseo poner de manifiesto mi deuda con el doctor William Laughlin y su hija Sarah. Habría sido imposible escribir esta trilogía sin su generosidad a la hora de compartir su saber y las conclusiones de sus investigaciones.
Muchas gracias a Mike y Rayna Livingston, a Mark McDonald, Gary Kiracofe, el doctor Richard Ganzhorn y los colaboradores citados en Madre Tierra, Padre Cielo y en Mi Hermana la Luna por la ayuda prestada, tanto en tiempo como en conocimientos.
Entre los que me han prestado libros de sus bibliotecas personales o me han aportado sus conocimientos figuran Bob Mecoy, Ann Chandonnet, James Waybrant y su esposa, Bob Blanz y su esposa, Abi Dickson, Denise Wartes, Warren St. John, Bonnie Chamberlain, Larry Kyle, Ross Blanchard, Roger y Annette McHaney y Patricia Walker. Mi más sincero agradecimiento a todos, así como a Forbes McDonald por compartir sus experiencias pesqueras en aguas de Alaska.
Deseo manifestar mi gratitud a cuantos surcaron airosamente las procelosas aguas del manuscrito de Mi Hermano el Viento en sus diversas fases: mi marido, mi hija, mis padres, mi hermana Patricia Walker y mi amiga Linda Hudson. ¡Muchas gracias a todos!
También deseo agradecer a Sandy Benson el mecanografiado de las notas de la investigación y a mi marido el trabajo informático para la realización de los mapas y la genealogía de la trilogía.
Sería negligente si omitiera mencionar la colaboración del Alaska Native Language Center, situado en el campus Fairbanks de la Universidad de Alaska. Los textos que ha publicado sobre las lenguas indias, aleutianas y esquimales autóctonas de Alaska son una verdadera contribución para el mundo.
Respeto y estimo a los numerosos escritores cuyas obras y artículos —desde los primeros textos de Veniaminov hasta las ponencias más recientes, todavía inéditas— se han convertido en los cimientos sobre los cuales construí mis novelas. Aunque son centenares, cuestiones de espacio sólo me permiten mencionar a unos pocos: Lydia Black, Raymond Hudson, William S. Laughlin, Steve J. Langdon, George Dyson, George L. Snyder, George D. Fraser, David W. Zimmerly, F. Krause, Derek C. Hutchinson, Otis T. Masón, Patricia H. Partnow, Waldemar Jochelson, Alés Hrdlicka, Margaret Lantis, Ivan Veniaminov, Ethel Ross Oliver, Farley Mowat, Richard K. Nelson, Francés Kelso Graham, Barry López, John McPhee, Howard Norman, Edna Wilder, James Kari, Knut Bergsland, Moses Dirks y Lael Morgan.
Todo error histórico o científico de mis novelas es responsabilidad exclusivamente mía y no hace referencia a los investigadores y escritores cuyas obras he citado.
Por último, quiero expresar mi más profundo agradecimiento a mi agente Rhoda Weyr y a mis editores Bob Mecoy y Ellen Edwards, que han tenido la capacidad de salvar los escollos de este largo camino y limar sus asperezas. Su entusiasmo, perspicacia y profesionalidad han convertido el trabajo en un verdadero placer.