Chagak abrazó a Takha y a Shuku. Prácticamente tuvo la sensación de que sostenía en brazos a Amgigh y a Samiq. ¿Por qué algo tan lejano le parecía tan próximo, como si pudiera retornar a voluntad al pasado remoto?
Cerró los ojos y prestó atención a los sonidos nocturnos del ulaq, el roce de la lava de Kayugh en el asta de una lanza, la voz de Samiq mientras charlaba con Búho, el estrépito de los platos de madera a medida que Tres Peces, Kiin y Kukutux guardaban alimentos. Aunque todos arrastraban el dolor de la muerte de Pequeño Cuchillo, las lunas pasaban y las asperezas se limaban. Era imposible no alegrarse después de haber recibido tantos niños: Shuku, Takha, Muchas Ballenas, Cazador y el nuevo rorro que Kiin portaba en su vientre.
—Abuela, cuéntale un cuento a tus nietos —propuso Kiin y se sentó junto a Chagak.
Chagak rio sorprendida y se dijo que Kiin era realmente imprevisible. La felicidad de ser esposa y madre se reflejaba en su expresión y se exteriorizaba en sus palabras. Cada día se le ocurría algo nuevo: la manera de reforzar el ulaq, de mejorar los alimentos, de coser ropa más bonita. Y ahora pretendía que Chagak desgranase un relato.
—Un cuento… —repitió Chagak y sonrió a Kiin, a Samiq y a los demás aldeanos que se encontraban en el ulaq de Kayugh. Apoyó la mejilla en la coronilla de Shuku y cerró los ojos. Por su mente discurrieron canciones, plegarias y cánticos de mujeres, pero no se le ocurrió un solo relato. Finalmente admitió—: No sé contar cuentos.
En ese instante resonó la voz de la nutria, una voz burlona que pobló la mente de Chagak: «Vamos, pequeña abuela, todos sabemos algún cuento, todos somos narradores».
Chagak miró las sombras que bailoteaban por encima de la lámpara de aceite y ladeó la cabeza como si escuchara a alguien que los demás no oían. Por último tomó la palabra y su voz adoptó el tono firme y claro de los narradores:
—Transcurrieron seis días… Los cazadores habían partido hacía seis días y en ese tiempo estalló la tormenta… la lluvia, el rugido que parecía escapar de las entrañas de las montañas y las olas que arrastraron cuanto había en las playas…