Capítulo 99

Waxtal contempló desde el ikyak el desplome de Pequeño Cuchillo y, sin respirar, aguardó el segundo lanzamiento de Roca Dura, pero vio volar velozmente una lanza tras otra y se dio cuenta de que tanto Roca Dura como Pájaro Picudo estaban muertos. Le resultó imposible imaginar cómo reaccionarían los Hombres de las Morsas y los Cazadores de Ballenas. Habían realizado esa travesía porque él los había convencido pero, muertos el chamán de los Morsa y el alananasika de los Cazadores de Ballenas, probablemente lo responsabilizarían de los acontecimientos. ¿Intentarían matarlo para vengarse?

El corazón le latió tan rápido que le temblaron las manos y le costó trabajo remar. Por fin logró virar el ikyak. Se dirigió a la desembocadura de la bahía de los mercaderes y remó velozmente hasta perderse mar adentro.

El colmillo tallado le habló: «El hombre puede morir de muchas maneras. Estás en peligro. Waxtal, haz lo que te digo».

Los brazos de Waxtal recuperaron la fuerza, el poder volvió a henchir su pecho y tuvo la certeza de que era más poderoso que Samiq, el hombre que al abrazar al muchacho muerto había llorado como una mujer.

Waxtal dirigió el ikyak en la dirección que el colmillo le indicó, lo viró hacia la aldea de los Morsa y remó manteniéndose cerca de la orilla. Esa noche, cuando llegó el momento de descansar, el colmillo le marcó el camino hasta una playa segura.

Kukutux y las Cazadoras de Ballenas entonaban cantos mortuorios mientras seguían a Cazador del Hielo y sus hijos hasta la aldea de los Morsa. Kukutux sabía que debía comunicar a Muchos Niños la muerte de Roca Dura. Las mujeres transmitían esas noticias a las mujeres y no podía esperar que lo hiciesen las otras esposas, pues su pena era demasiado aguda.

Ella también lloraba la muerte de Roca Dura. El jefe había intentado llevar a cabo lo que le pareció mejor para su pueblo. Y, a pesar de que siempre se equivocaba, Pájaro Picudo era un hombre que había vivido plenamente cada día, disfrutando del sol, el frío y el viento, contemplando las estrellas las noches despejadas y mostrándose atento a la voz de la hierba y a las palabras que el mar pronunciaba.

Kukutux suspiró e introdujo el zagual en el agua. Habían envuelto los cuerpos de los hombres y los habían atado encima de los ikyan, el de Roca Dura sobre la embarcación de Foca Agonizante y el de Pájaro Picudo en la de Persigue vientos. Celebrarían el duelo en la aldea de los Morsa y buscarían un lugar donde enterrar y honrar a los difuntos.

Cazador del Hielo comentó que podían pasar el invierno con los Hombres de las Morsas. Dado que Cuervo había muerto, algunas mujeres podrían habitar su refugio y las familias Morsa les darían cobijo a los demás.

Habían abandonado la bahía de los mercaderes y se habían adentrado en el mar gracias al impulso del fuerte viento que soplaba del oeste cuando Kukutux se dio cuenta de que Waxtal no los acompañaba. Se encogió de hombros y no le dio importancia. Seguramente Waxtal sabía que habían retornado a la aldea de los Morsa. Allí lo esperaría. Era mejor que en ese momento no estuviera con ellos, ya que así no estaba obligada a soportar su ira y sus quejas.

Samiq había sobrevivido a las cuchilladas de Cuervo y matado al hombre que supuestamente tenía grandes poderes espirituales. También había sobrevivido a la lanza de Pájaro Picudo. Quizá no era malo, sino bueno. Tal vez el mal residía en otro o en alguna cosa. Claro que no podía esperar que Waxtal viese la situación desde esa perspectiva, sobre todo porque deseaba lo que pertenecía a Samiq.

Navegaron diez días en medio de la nieve, el viento y el hielo. Caía la noche de la décima jornada cuando arribaron a la aldea de los Morsa. Encontraron un poblado de duelo: refugios quemados y cazadores, mujeres y niños muertos.

Kukutux vio por primera vez a las extrañas ancianas —las dos hermanas, Abuela y Tía— y las escuchó mientras hablaban con Cazador del Hielo, mientras se comunicaban con la voz traspasada por la aflicción.

Cazador del Hielo explicó a los Cazadores de Ballenas la incursión realizada por los Río y la matanza provocada por las mentiras de Cuervo. Les refirió los hechos en la lengua de los Primeros Hombres y ambos pueblos lloraron juntos a sus muertos.