Primeros Hombres
Península de Alaska
—Buscábamos un hijo y encontramos dos —dijo Kayugh.
Entregó el pequeño Ratón a Chagak. Después de muchos años de cuidar niños, las manos de Chagak sabían lo que tenían que hacer. Cogió al rorro y lo apoyó en su pecho, sin dejar de mirar a Kiin, Samiq, Tres Peces y Pequeño Cuchillo. Los cuatro se encontraban de pie y se abrazaban; Shuku, Takha y Muchas Ballenas permanecían en el centro del corro: la familia completa. Vio que Shuku y Takha se tendían las manos y se tocaban las caras, Takha en brazos de su padre y Shuku en los de su madre.
—¿Qué te parece? —preguntó Kayugh a su esposa—. ¿Somos demasiado viejos para criar un hijo?
Embargada por el llanto, Chagak no pudo articular palabra. Miró al pequeño que tenía en brazos: un chiquillo sano, regordete, de huesos largos, típicos de los Hombres de las Morsas, con ojos oscuros y diáfanos y mucho pelo. Contempló a Reyezuela, que estaba a su lado, y en cuanto recuperó la voz le preguntó:
—¿Te gustaría tener un hermano pequeño? Reyezuela miró al rorro, lo observó muy seria y finalmente preguntó:
—¿Shuku es mi hermano?
—Es tu sobrino —repuso Chagak.
—¿Como Muchas Ballenas?
—Como Muchas Ballenas.
—¿Como Takha?
—Sí.
—¿Como Pequeño Cuchillo? —Al plantear la pregunta Reyezuela rio y se tapó la boca con la mano.
—Como Pequeño Cuchillo —replicó Chagak y supo que a la niña le resultaba gracioso ser tía de un hombre que ya se había convertido en cazador.
—Necesito un hermano —aseguró Reyezuela—. Me hace falta un hermano pequeño.
—De acuerdo —terció Kayugh—. Ayudarás a cuidar del niño.
Reyezuela acarició la pierna del rorro.
—¿Cómo se llama?
Chagak frunció el entrecejo y miró a su esposo.
—Tenemos que buscarle nombre —dijo Kayugh—. Ya se nos ocurrirá algo, pero no hoy.
—Es Cazador —propuso Grandes Dientes—. Ponedle ese nombre.
Kayugh asintió con la cabeza y repitió lentamente el nombre, como si lo saboreara.
—Me gusta —aseguró—. Necesitamos cazadores.
—Así es.
—Me comprometí a enseñar a los dos niños que son hijos del anciano Dyenen, chamán de los Río —añadió Kayugh; aunque miraba a Grandes Dientes, habló con voz lo suficientemente alta para que Chagak lo oyera.
A Chagak se le oprimió el corazón y tuvo la sensación de que no podía respirar. Le tocaría criar otro hijo que honraría una aldea distinta, una manera de vivir diferente. ¿No bastaba con Samiq? ¿De qué había servido que pasara una temporada con los Cazadores de Ballenas? Si Samiq se hubiera quedado en la aldea de los Primeros Hombres probablemente Amgigh seguiría vivo.
Chagak se dirigió a los dos hombres que se encontraban a su lado:
—Si crío a Cazador como hijo no lo devolveré a otra aldea. Entregué a Samiq y no estoy dispuesta a renunciar a otro hijo.
—Es Morsa y los Río no lo quieren —explicó Kayugh—. De todas maneras, prometí al chamán que hablaría al niño de los poderes del hombre que habría sido su padre.
—¿No tenemos que devolverlo a los Río? —inquirió Chagak.
—No.
—¿Tampoco tenemos que entregarlo a los Morsa?
—Es nuestro.
Chagak miró al rorro a los ojos. Acarició su suave cutis y le sonrió. El niño esbozó lentamente una sonrisa y apoyó la cabeza en el pecho de Chagak. La mujer oyó que la voz de la nutria entonaba un canto agudo y alegre: «Un hijo al que amar, un hijo al que criar».
Chagak miró a Kiin y tuvo la convicción de que la joven oía la misma canción.