Capítulo 95

Esa noche perecieron cuatro personas: el gran chamán Dyenen; el pequeño Cachorro, hijo de Hace Llover; la anciana Saludo al Alba, y la Morsa a la que Dyenen había puesto el nombre de Utsula’ C’ezghot.

La muerte de la Morsa había sido justa. Desde su llegada a la aldea muchos de sus habitantes habían perdido la vida. Esa mujer había provocado el incendio que acabó con la vida de Dyenen. Hace Llover la había visto.

Desaparecido el chamán, ¿cómo sobreviviría la aldea? ¿Quién convocaría los caribúes cuando llegase la época de la caza? ¿Quién atraería los salmones a los ríos? ¿Quién se dirigiría a los espíritus cuando un aldeano enfermase?

Terminados los cuatro días de duelo —momento en que el espíritu sabio de Dyenen había abandonado la aldea para emprender el viaje al Mundo de Arriba—. Báculo convocó en su refugio a los hombres de la aldea. Báculo era incluso más viejo que Dyenen; aunque carecía de poderes espirituales, tenía fama por su sabiduría. ¿Qué más podía pedir un hombre en su ancianidad? ¿Podía reclamar algo más que sabiduría y el respeto de sus hijos y de los hijos de sus hijos?

Báculo reunió cuatro hombres, cada uno de los cuales poseía un don específico prodigado por los espíritus. Convocó al tallista, al narrador, al bailarín y al cantor.

Los hombres permanecieron un rato en silencio. No había mujer alguna que les sirviera comida ni la hospitalidad de palabras cordiales y risas. Finalmente Báculo declaró:

—Hemos perdido a nuestro chamán. Sospecho que Saghani, el chamán de los Hombres de las Morsas, le arrebató sus poderes. Me temo que, despojado de sus poderes, nuestro chamán no fue capaz de defenderse de la mujer Morsa.

Se oyó un murmullo de asentimiento y el tallista preguntó:

—¿Habéis destruido sus tallas, todas las cosas que le daban poder?

—Todo está destruido —confirmó Báculo—, incluidas su ropa y las pieles de su lecho.

—Aun así, el hijo de Hace Llover y la anciana también murieron —dijo el narrador.

—¿Quién sabe por qué murieron? —intervino el cantor—. Quizá no tuviera relación con los poderes de la Morsa.

Ninguno de los presentes tomó la palabra para manifestar que estaba de acuerdo con esa afirmación del cantor. El narrador apostilló:

—Saghani es amante de las mentiras. No debimos permitir que nuestro chamán se quedase con la mujer. Nuestro chamán trocó una bolsa con medicinas. Hace Llover vio a Saghani con esa bolsa. Nadie puede tomar semejantes decisiones. Los espíritus sólo transmiten poderes a sus elegidos. Ni siquiera el chamán puede trocar una bolsa con medicinas. Saghani ha recuperado a sus hijos y, si no hubiéramos matado a la mujer, los que se hacen llamar trocadores la habrían robado.

—Nos dijeron que pertenecían a la tribu de los Primeros Hombres —puntualizó el cantor.

—¿Alguna vez has visto a los Primeros Hombres vestidos como ellos, con chaquetas de los Morsa y polainas de piel de caribú? —preguntó el narrador.

—Calzaban botas de aletas de foca.

El narrador lanzó un bufido por la nariz.

—Probablemente habían visitado una aldea de Primeros Hombres y trocaron las botas.

El bailarín, que era un hombre muy tranquilo, acomodó varios trozos de madera en la fogata del centro del refugio y miró a sus compañeros.

—Se presentaron como comerciantes, pero llegaron en embarcaciones cubiertas como las que utilizan los cazadores marinos —explicó—. Aseguraron ser Primeros Hombres pero ¿cuántas veces hemos visto en esta aldea a un trocador Primer Hombre? Los miembros de esa tribu se quedan en sus islas y no nos visitan.

—El joven tenía un cuchillo que a cualquiera le gustaría poseer —comentó Báculo.

—Lo vi —dijo el tallista—. El filo era de obsidiana. Las puntas de lanza e incluso las de los arpones de los Primeros Hombres son de obsidiana, pero ese filo era extraordinario y estaba excelsamente tallado para ser obra de los Primeros Hombres.

El cantor alzó las manos y no dijo nada.

Báculo se puso de pie. Apeló a la autoridad adquirida a lo largo de muchos años de vida y declaró:

—Sospecho que esos dos no eran comerciantes, sino cazadores. No pertenecían a los Primeros Hombres, sino a los Morsa. Saghani los envió para recuperar a la mujer y a los rorros, sobre todo al crío con la talla cosida a la chaqueta. ¿Os habéis fijado en que el cazador Morsa más joven también portaba una talla así?

—Si los niños tienen poderes extraordinarios, ¿por qué los trajo Saghani? —inquirió el cantor—. ¿Por qué no se presentó con críos sin dotes espirituales?

—Ansiaba los poderes espirituales que nuestro chamán le había prometido —replicó el narrador—. ¿Crees que nuestro chamán no se habría dado cuenta si le hubiese entregado otros niños?

—Si hubiese sabido que Saghani le daba otros niños, también tendría que haberse percatado de que los hombres que envió mentían —replicó el cantor.

—Para entonces nuestro chamán ya había trocado sus poderes —precisó el bailarín.

—Las mujeres dicen que nuestro chamán entregó los niños a los Primeros Hombres, los Morsa o lo que fueran —puntualizó el cantor—. También afirman que el joven se comprometió a enseñarles que nuestro chamán era su padre y que debían respetar las costumbres de los Río.

—Las mujeres sólo oyen lo que quieren oír —opinó el narrador—. El joven tiene la cara bonita y el cuerpo fuerte. Supongo que las mujeres no vieron nada más.

—¿Qué podemos hacer? —inquirió el tallista—. ¿Es aconsejable ofrecer plegarias o es mejor ayunar y quemar carne? ¿No sería más apropiado visitar a los Morsa y matar a Saghani?

Un siseo pareció escapar de las llamas a medida que cada aldeano intentaba asimilar la idea de la matanza.

—Quitémosle la vida —respondió el narrador en voz baja.

—Matémoslo —confirmó el tallista.

—Si así logramos que nuestra aldea esté a salvo… —masculló el cantor.

El bailarín contempló largamente a Báculo y por último preguntó:

—En tu opinión, ¿qué debemos hacer?

—Saghani no ha traído nada bueno —respondió Báculo—. Creo que debemos asegurarnos de que nunca más vuelva a poner los pies en nuestra aldea.

—¿Cuántos cazadores de nuestra aldea saldrán a buscarlo? —preguntó el bailarín.

—Ya sabemos que al menos iremos cinco —respondió el tallista.

—Contamos con ocho veces diez cazadores —dijo Báculo—. Sin embargo, cada uno ha de tomar sus propias decisiones. Idos y hablad con los cazadores que no son ni muy viejos ni muy jóvenes. Decidles que visitaremos a los Hombres de las Morsas y sembraremos la misma destrucción que Saghani ha provocado.