Cazadores de Ballenas
Península de Alaska
Kukutux observó los ikyan que viraban hacia la playa.
—Varios hombres están a punto de llegar —comunicó a sus compañeras.
Hubo muchas idas y venidas mientras las mujeres anudaban los paquetes y recogían los sedales que habían lanzado desde los ik.
Las mujeres remaron hasta llegar a la ensenada en la que los ikyan se habían internado y condujeron los ik a aguas poco profundas. Al arribar a la cala en la que los hombres habían desembarcado, vararon los botes y transportaron las vejigas con agua y las pieles de foca con pescado disecado hasta el sitio que habían escogido para establecer el campamento.
Kukutux recogió las pieles de foca que utilizaba para crear un refugio para Waxtal y para sí misma. Mientras caminaba hacia el ikyak de su marido, vio huellas entre las guijas y pisadas en el ballico.
Kukutux corrió al encuentro de Waxtal.
—Aquí hay más gente —advirtió y se acercó a su marido, que estaba inclinado sobre el casco del ikyak.
—Tráeme tendón y una lezna —dijo Waxtal como si la mujer no hubiese abierto la boca.
—Aquí hay más personas aparte de nosotros —insistió Kukutux con voz muy alta—. ¿Hemos llegado a la playa de los ugyuun?
—Ya te he dicho que necesito tendón y lezna —repitió Waxtal a voz en grito.
El tallista pasó la mano por un rasgón de la cubierta del ikyak. Aunque el tajo no afectaba el pellejo de otaria, era tan largo que podía abrirse si la embarcación chocaba con un saliente rocoso o surcaba aguas procelosas.
Kukutux meneó la cabeza irritada pero, de todos modos, fue en busca de su paquete de provisiones. Cogió la lezna y el tendón y regresó junto a Waxtal.
Caminaba con la cabeza gacha y estuvo a punto de chocar con Foca Agonizante.
—¡Kukutux! —exclamó el cazador con actitud sorprendida y risueña.
Kukutux no se acordó de ser amable ni de disculparse. Miró a Foca Agonizante a los ojos y declaró:
—Aquí hay otras personas.
Señaló las pisadas en el ballico y las huellas en la arena de la playa.
—Estamos cerca de una aldea —explicó Foca Agonizante—. Waxtal los llama ugyuun y dice que forman parte de la tribu de los Primeros Hombres.
—¿Nos quedan ocho o diez días de travesía para llegar a la aldea de los Morsa? —inquirió Kukutux.
Foca Agonizante se encogió de hombros.
—Pregúntale a Waxtal.
Kukutux estuvo a punto de hacer otra pregunta, pero Waxtal la llamó airado, por lo que dio la espalda a Foca Agonizante y se acercó a su marido. Le entregó la lezna y el tendón al tiempo que Waxtal la regañaba. Las palabras de su esposo cayeron como lluvia sobre su cabeza. Kukutux las ignoró como si realmente fueran gotas de lluvia.
Mientras echaba un vistazo al refugio que su esposa había erigido, Waxtal pensó que no era una mujer despreciable. Se trataba de un refugio sólido, impermeable y con espacio suficiente para dormir estirado. Pero lo cierto era que, en muchos sentidos, Kukutux lo ponía furioso. La única vez que le había pegado la mujer le devolvió el golpe con gran energía. Desde entonces se había limitado a exteriorizar su ira con palabras… pero a veces las palabras no bastaban.
Waxtal estaba junto a Roca Dura y Foca Agonizante, que hablaban de la caza de ballenas. Waxtal torció la boca. ¿Qué importancia tenía la caza de ballenas en comparación con el dominio de los espíritus? ¿Para qué valía si se la comparaba con las tallas? En los tiempos de los hijos de los hijos de sus hijos, ¿quién se acordaría de Roca Dura o de Foca Agonizante? Estaba claro que bastaría con mirar los colmillos para recordar a Waxtal.
—¿Conoces a esa gente? —preguntó Roca Dura a Waxtal.
—¿A los ugyuun? —inquirió Waxtal—. He realizado trueques con ellos.
Roca Dura lanzó un gruñido, sonido que siempre molestaba a Waxtal. Era un hombre parco en palabras, como si considerase que sus pensamientos eran demasiado importantes para compartirlos con los demás. Por mucho que culpase a Samiq de la maldición que pesaba en la aldea de los Cazadores de Ballenas, en cuanto alananasika Roca Dura era responsable del sino de su pueblo. Quizá no pasaba el tiempo necesario dedicado al ayuno o apartado de sus esposas. Tal vez las ballenas percibían su impureza y no se entregaban a los arpones de los cazadores.
Waxtal señaló el sendero que conducía a la aldea ugyuun. Se hizo a un lado para que Roca Dura y Foca Agonizante abriesen la marcha. Cuando avistaron los montículos bajos de los ulas de los ugyuun, Roca Dura aminoró el paso y dijo a Waxtal:
—Ve tú primero.
Waxtal pensó que hasta Roca Dura lo consideraba jefe y se convenció de que el alananasika no era nada en comparación con el chamán.
Foca Agonizante señaló los inestables anaqueles de los ikyan y Waxtal giró la cabeza para decir:
—Son perezosos y tienen pocas cosas, pero algunas ugyuun son muy bellas.
Al avistar a tres ugyuun detrás de los anaqueles y a otros dos sentados en el techo de un ulaq —ninguno de los cuales hacía nada—. Waxtal asintió con la cabeza, como si manifestara que aprobaba sus propios pensamientos. Habían permitido que un viejo ulaq se viniera abajo; las vigas buenas se mezclaban con las malas y el techo y una de las paredes se habían derrumbado. Los anaqueles de los ikyan amenazaban ruina y los habían apuntalado con maderos y piedras.
Waxtal llamó a los ugyuun y los saludó con las manos abiertas.
—Formamos parte de la tribu de los Cazadores de Ballenas y navegamos para hacer trueques con los Hombres de las Morsas, pero necesitamos carne fresca. ¿Estáis dispuestos a trocar erizos por pescado disecado y carne de ave por pieles de foca?
Los dos hombres instalados en el techo del ulaq descendieron y se reunieron con los que estaban en la playa. Uno de los ugyuun portaba una lanza para aves y los demás tenían las manos encajadas en las mangas de las chaquetas.
A Waxtal se le erizó el vello de las axilas.
—Has dicho que los conocías —masculló Roca Dura.
Foca Agonizante se adelantó con las palmas hacia arriba e imitó el saludo de Waxtal.
El ugyuun más alto también extendió las manos y los demás repitieron su gesto.
Waxtal respiró hondo, avanzó unos pasos y se detuvo delante de Foca Agonizante.
—No venimos como comerciantes, sino para hacer trueques y para pediros que nos dejéis pasar la noche en la playa. —Se volvió y señaló la orilla.
—Podéis quedaros, pero tenemos muy pocos objetos de trueque —respondió el más alto de los ugyuun.
—¿Tenéis agua? —intervino Roca Dura.
—Sí, tenemos agua.
—¿Y tendón? —quiso saber Foca Agonizante.
—Un poco. ¿Qué ofrecéis a cambio?
—Aceite —respondió Waxtal y no hizo caso de la mirada de contrariedad de Roca Dura.
Tenían aceite más que suficiente para llegar a la aldea de los Morsa. Una vez allí, ¿qué le importaba a Waxtal que hubiese o no aceite? No estaba dispuesto a regresar a la isla de los Cazadores de Ballenas. Kukutux y él se quedarían con los Hombres de las Morsas… por lo que Roca Dura tendría dos bocas menos que alimentar.
Cabía la posibilidad de que, si no tenían aceite suficiente para la travesía, los Cazadores de Ballenas se incorporasen a la aldea de Waxtal, con lo cual sus poderes chamánicos se extenderían sobre más personas. Quizá decidiesen dejar a algunos niños. De buena gana tomaría por segunda esposa a la hijastra de Chillona. La mayoría de los chamanes tenían, como mínimo, dos esposas. Si mataban a Samiq, los Cazadores de Ballenas le deberían una esposa… una esposa y mucho más. Si querían algo a cambio les entregaría a Concha Azul. Estuvo a punto de sonreír: trocaría una vieja por una joven.
—Os daremos parte del aceite —accedió Roca Dura—. También os daremos pescado disecado, algunas pieles de foca, puntas de arpón de barba de ballena y abalorios.
El hombre que parecía jefe de los ugyuun enarcó las cejas y dirigió un fugaz vistazo a sus compañeros, varios de los cuales asintieron con la cabeza.
—Iremos a buscar los objetos de trueque —añadió Roca Dura.
El alananasika y Foca Agonizante echaron a andar. Waxtal señaló la aldea ugyuun con la barbilla y dijo:
—Acompañaré a los ugyuun.
Aunque sabía que Roca Dura ofrecería poco aceite, el comerciante no estaba dispuesto a seguir a los Cazadores de Ballenas. ¿De qué le serviría acarrear pieles de foca, pescado disecado, cestas y vejigas con agua? Que Roca Dura y Foca Agonizante cargaran con todo lo que hiciese falta. Al fin y al cabo, para eso era el trocador. Haría lo que mejor sabía hacer y los Cazadores de Ballenas tendrían más cosas que si cedía la palabra a Roca Dura o a Foca Agonizante.
Percibió cólera en la mirada de Roca Dura, pero le volvió la espalda y siguió a los ugyuun.
Cuando entraron en uno de los ulas, los ugyuun se acuclillaron en torno a la lámpara de aceite. De la penumbra surgió una mujer, una joven hermosa cuya suk parecía obra de Chagak por la perfección de las puntadas y la belleza de las plumas.
Cuando sus ojos se adaptaron a la luz, Waxtal estudió el interior del ulaq. Se sorprendió porque estaba limpio y ordenado. Había visitado una o dos veces otras moradas de los ugyuun. El desorden era total y el hedor del brezo del suelo en mal estado y del pescado putrefacto era tan intenso como el olor a humo. Ese ulaq olía a brezo recién cortado, a ballico trenzado hacía poco y a carne asada. Las mechas de la lámpara de aceite estaban recortadas y, pese a que se encontraba en el otro extremo, vio que la cortina del escondrijo para alimentos sobresalía a causa de la cantidad de comida que atesoraba.
—Soy Águila y ésta es mi esposa, Pequeña Planta —se presentó uno de los ugyuun—. Bienvenido a mi ulaq.
Waxtal asintió con la cabeza y cogió un trozo de carne seca del cuenco que le ofreció la ugyuun.
—Tu refugio es muy bonito —opinó Waxtal—. Por lo visto, este verano la caza ha sido generosa.
—Ha sido un buen estío —reconoció el ugyuun y sonrió a su esposa.
La mujer se llevó la mano al vientre y Waxtal se preguntó si estaba preñada. Dirigió la vista a la hombrera de la suk de la ugyuun y observó la pieza de marfil que llevaba cosida. En cuanto la vio se le cerró la boca del estómago y se le secó la garganta. Era la talla de una uria con las alas desplegadas.
Se trataba de una de las tallas de Kiin. ¿Existía alguien incapaz de reconocer sus obras? Cada talla era tan… era tan… ¿cómo explicarlo? Cada talla era tan completa, como si el cuchillo supiese qué tenía que hacer, qué líneas y qué curvas… como si dejase de ahuecar justo a tiempo.
—¿Intercambiarás agua y carne fresca? —preguntó Águila.
—Sí —respondió Waxtal—. Trocaremos lo que necesitamos y también otras cosas. —Levantó la mano y señaló la uria—. ¿Qué quieres por esa talla?
La mujer la tapó con la mano y miró preocupada a su marido.
—Esa talla no es objeto de trueque —replicó Águila.
Waxtal ladeó la cabeza y cogió otro trozo de carne.
—Supongo que me dirás dónde la conseguiste. Puedo buscar al tallista y pedirle una parecida. —El ugyuun sonrió, pero permaneció en silencio—. Un estómago de aceite —ofreció Waxtal.
—¿Un estómago de foca o de otaria?
—De otaria.
Águila arrugó el entrecejo y observó a su esposa. Se miraron unos instantes, como si hablasen sin decir palabra. Al final la mujer murmuró:
—No es Morsa, sino Cazador de Ballenas.
El marido asintió con la cabeza.
—El tallista es una mujer —replicó Águila—. Pertenece a la tribu de los Primeros Hombres. Vive con su esposo y su hijo en la playa de los mercaderes, a sólo dos días de aquí.
—Si visitas a los Hombres de las Morsas no les hables de la tallista, pues en esa aldea tiene enemigos —apostilló Pequeña Planta.
—¿Enemigos? —preguntó Waxtal.
La mujer volvió a poner cara de preocupación, apretó los labios y de su boca no salió una sola palabra más.
Ese comentario rascó la piel de Waxtal como si fuera arena. Kiin… Tuvo la certeza de que para un padre no existía peor hija que Kiin. Estaba claro que había abandonado a Cuervo y retornado con Samiq. En consecuencia, Waxtal ya no podía recabar la ayuda de Cuervo.
Poco después una sonrisa afloró lentamente a los labios de Waxtal.
—¿Los Hombres de las Morsas no saben dónde está la tallista? —preguntó. La ugyuun movió negativamente la cabeza—. No padezcas —añadió—. Te aseguro que no diré nada.