Capítulo 88

Grandes Dientes cogió la lanza. Observó las marcas y dijo:

—Cuervo. —Su voz, apenas audible, enseguida se convirtió en un grito—: ¡Cuervo! ¡Cuervo! ¿No te bastaba con haberle quitado la vida a Amgigh? ¿También tenías que matar a mi esposa?

Su tono se tornó luctuoso. Se arrodilló junto a Concha Azul y le acarició los cabellos y el rostro. Permaneció largo rato inmóvil y en silencio. Finalmente se cubrió la cara con las manos y lloró desconsoladamente.

Cuando el sol asomó por el este —una delgada línea roja sobre un montículo—, Grandes Dientes se dirigió al ikyak y buscó una piel de foca en el paquete con las provisiones. Tapó a Concha Azul, recogió piedras de la playa y cubrió a su difunta esposa.

Ató la lanza de Cuervo a la cubierta del ikyak, introdujo la embarcación en las aguas de la bahía y remó rumbo a la aldea de los Morsa.

Cuervo se dirigió al sector que ocupaba en el refugio de Orejas de Hierba. La lámpara estaba apagada y el aceite se había congelado parcialmente. No olía a comida ni resonaban las voces de las mujeres. Dejó el paquete en el suelo y llamó a gritos a las esposas de Orejas de Hierba para que preparasen comida y encendieran la lámpara de aceite.

Una de las mujeres se acercó y recortó la mecha de la lámpara al tiempo que su hermana le ofrecía pescado disecado y un puñado de erizos.

Cuervo abrió los erizos y retiró las huevas con la uña del pulgar. Estuvo a punto de pedir agua, pero las esposas de Orejas de Hierba se habían replegado en su sector del refugio. Se incorporó y descolgó una piel con agua. Comprobó que estaba casi vacía. Las restantes vejigas, habitualmente apiñadas en lo alto del refugio como si fueran pequeñas lunas blancas, también lo estaban. ¿Acaso las mujeres de la aldea pretendían que el chamán fuese a buscar agua?

Bajó las vejigas, las acarreó hasta donde se encontraban las mujeres y, sin decir palabra, regresó a su mitad de la morada. Necesitaba una esposa. Nadie podía vivir sin una mujer que le cosiera la chaqueta, le preparase la comida, le diera calor en el lecho y le proporcionase agua.

Comió otro erizo. ¿A quién podía convertir en su esposa? En la aldea no quedaba una sola mujer bonita, pues todas tenían marido. Se acordó de la joven hija de Perilla, pero la muchacha aún no había tenido su primer sangrado. Además, pretendía una viuda, alguien que supiese satisfacer a su marido. Suspiró. Las únicas viudas de la aldea eran las del hermano mayor de Cola de Lemming. ¿Qué mujer se casaría con el hombre que había matado a su marido?

Claro que también le había quitado la vida al esposo de Kiin… Cuervo se preguntó si seguiría viva y se habría reunido con Samiq o si estaría muerta y perdida en la inmensidad del mar del Norte. Al cabo de unos días retornaría a la aldea de los ugyuun y, en el caso de que Kiin siguiera con vida, la buscaría hasta encontrarla.

La cortina que separaba los sectores del refugio se movió y Cuervo pensó que las esposas de Orejas de Hierba le llevarían agua. Eran muy lentas. Sintió que se encolerizaba cada vez más y se dijo que no cabía esperar otra actitud. Orejas de Hierba exigía tan poco a sus esposas que ninguna prestaba un buen servicio.

—Has tardado demasiado —protestó sin dejar de mirar el erizo que estaba a punto de llevarse a la boca.

—He venido a devolverte la lanza.

El individuo había hablado en la lengua de los Primeros Hombres y había empleado un tono tajante. Cuervo levantó la cabeza, entreabrió los labios y apretó los dientes. ¿Quién era ese hombre que se atrevía a entrar en su refugio y hablarle descortésmente?

—¿Quién eres? —preguntó Cuervo con tono imperativo.

Se puso de pie y, sin dar la espalda al visitante, se dirigió rápidamente al rincón de las armas. Aferró un arpón para morsas con la mano izquierda y el lanzador con la derecha.

—Soy Grandes Dientes, de la tribu de los Primeros Hombres. Soy el marido de Concha Azul, la mujer a la que le arrebataste la vida de una lanzada.

Cuervo miró la lanza que el hombre sostenía y se dio cuenta de que era la misma que esa mañana había arrojado a las hierbas. Comprobó que la punta de andesita estaba manchada de sangre.

—No te he invitado a visitar mi refugio —dijo Cuervo—. No he matado a tu esposa. No te conozco y tampoco sé quién es ella.

Cazador del Hielo entró en el refugio y arrancó la cortina divisoria.

Por el rabillo del ojo Cuervo advirtió que Orejas de Hierba se refugiaba junto a la pared y que sus esposas se replegaban a su lado.

—He llamado a mis hijos —comunicó Cazador del Hielo a Cuervo en la lengua de los Morsa—. ¿Quién es este hombre?

—Según dice, pertenece a la tribu de los Primeros Hombres.

Con el cuchillo de la manga en una mano y la lanza en la otra, Cazador del Hielo señaló a Grandes Dientes e inquirió:

—¿De quién es la lanza? ¿A quién pertenece la sangre que la mancha?

—Dice que la utilicé para matar a su esposa —respondió Cuervo.

Como si no hubiera visto a Cazador del Hielo ni oído su voz, Grandes Dientes levantó la lanza y preguntó a Cuervo:

—¿Esta lanza es tuya?

Cazador del Hielo estudió el arma. Señaló con la barbilla las marcas del asta y miró a Cuervo.

—¿Es tuya?

—Sí, es mi lanza —confirmó Cuervo.

—¿De quién es la sangre que la mancha? —insistió Cazador del Hielo. Se dirigió a Grandes Dientes y preguntó en la lengua de los Primeros Hombres—: ¿Dónde estaba tu esposa? ¿Por qué Cuervo la mató?

—No sé por qué la mató, pero lo cierto es que está muerta —contestó Grandes Dientes—. La encontré esta mañana y una lanza… esta lanza le atravesaba la espalda.

—¿Estabas aquí para hacer trueques o venías de caza? —quiso saber Cazador del Hielo.

—Robaron a mi mujer y la vendieron como esclava. Salí a buscarla. Se llamaba Asxahmaagikug.

—Asxahmaagikug es la esclava de Perilla. Si alguien la mató, probablemente fue el propio Perilla.

—¿Esta lanza pertenece a Perilla? —insistió Grandes Dientes con tono grave—. Llegué a esta aldea y pregunté a los hombres que se encontraban en los anaqueles de los ikyan a quién pertenecía la lanza y qué refugio habitaba. Me respondieron que era del chamán llamado Cuervo y que éste era su refugio. ¿Me mentían?

—La lanza es suya —confirmó Cazador del Hielo.

—Yo no he matado a la mujer —aseguró Cuervo y la cólera por todo lo ocurrido durante el día lo llevó a gritar.

Le había arrojado la lanza a un espíritu. Nadie sabe cómo reaccionan los espíritus. Tal vez se había transformado en la mujer comprada por Perilla. Quizá esa mujer estuviera empeñada en hacer daño a los Hombres de las Morsas. En ese caso, no podía haber ocurrido nada mejor y nadie debía reprochárselo.

Probablemente el Primer Hombre quería una compensación, sin duda lo suficiente para adquirir otra esposa. Ese cazador era un insensato si pensaba que Cuervo se desprendería de sus objetos de trueque para pagar una esclava muerta.

Cazador del Hielo volvió a tomar la palabra:

—Quedaos aquí y no os matéis. Voy a buscar a Perilla.

Grandes Dientes asintió con la cabeza y vigiló a Cuervo con atención. Ambos aguardaron con las armas en la mano y sin dejar de mirarse hasta que Cazador del Hielo retornó en compañía de Perilla.

—Dice que no ha visto a Asxahmaagikug desde anoche, y que esta mañana no la ha encontrado por ninguna parte —explicó Cazador del Hielo.

—Yo no he matado a tu esclava, así que no estoy dispuesto a compensarte —contestó Cuervo a Perilla.

—Este hombre dice que es su esposo —precisó Cazador del Hielo a Perilla y señaló a Grandes Dientes.

—Tu chamán ha matado a mi esposa —aseguró Grandes Dientes.

—Si no la mataste, ¿por qué este hombre esgrime tu lanza? ¿Por qué la punta está manchada de sangre? —preguntó Cazador del Hielo a Cuervo.

—Anoche regresé de un viaje a la aldea del pueblo del Río —repuso Cuervo—. Varé el ik cerca de aquí e hice un alto para orar, cantar y pedir protección para esta aldea. Un lobo acechaba en la playa. Arrojé la lanza en medio de la oscuridad. La tiré contra el lobo. Quizá no conocías realmente a tu esposa, tal vez era un animal en lugar de una mujer. Y, en ese caso, es mejor que esté muerta.

Grandes Dientes observó largo rato a Cuervo. Por último bajó la lanza y la apoyó en la pared del refugio. Cerró los ojos y meneó la cabeza.

—No era un lobo, sino una mujer.

—Si la mataste me debes dos estómagos de foca con aceite —dijo Perilla a Cuervo.

Cuervo señaló a Grandes Dientes y respondió a Perilla:

—Si se la robaron a su marido y tú la tomaste por esclava le debes algo más a este hombre. —Perilla masculló algo ininteligible y abandonó el refugio. Cuervo se dirigió a Grandes Dientes—: Te daré el aceite.

Grandes Dientes estuvo a punto de hablar, pero al final meneó la cabeza y se distanció unos pasos.

—Yo no he dicho que la mujer sólo valga dos estómagos de foca con aceite, pero es mejor que nada —añadió Cuervo—. ¿Tenía hijos?

—Una hija —respondió Grandes Dientes.

—Entrégale el aceite. —Grandes Dientes aguardó mientras Cuervo se dirigía al escondrijo para alimentos y retiraba los estómagos de aceite—. ¿Se los darás? —insistió Cuervo y Grandes Dientes asintió con la cabeza—. Dile a la hija que la mujer era un lobo y no tuve otra opción.

—Se lo diré —afirmó Grandes Dientes.

Cuervo le entregó el aceite y Grandes Dientes sujetó un estómago con cada brazo. El cazador Primer Hombre cerró los ojos y, cuando los abrió, el chamán reparó en que estaba llorando.

—Ten —añadió Cuervo y se quitó del cuello una sarta de cuentas de raspas de salmón, redondas y huecas. Se la puso a Grandes Dientes—. Me la dio un chamán del pueblo del Río, a cuya aldea fui para aprender. Este collar tiene poderes.

Grandes Dientes abandonó el refugio. Cazador del Hielo lo acompañó a la playa y lo ayudó a atar los estómagos con aceite. Cuando terminaron dijo:

—Lamento lo ocurrido.

Grandes Dientes carraspeó, se agachó para acariciar el ikyak, miró a Cazador del Hielo y murmuró:

—Me gustaría conocer la suerte de otra mujer que también fue vendida como esclava. No me pertenece, pero en cierta ocasión su padre pasó por nuestra aldea mientras la buscaba. Tiene dos hijos y se llama Kiin.

Cazador del Hielo cerró los ojos, se rascó la cara y repuso:

—Lo siento, pero también ha muerto, lo mismo que sus hijos. Salió en el ik, tuvo un percance y se ahogó.

—Si veo a su padre se lo diré.

Grandes Dientes flexionó el brazo y tocó el collar que Cuervo le había dado.

—Cuervo es chamán —afirmó Cazador del Hielo—. Atribuye mucha importancia al poder. Mis hijos dicen que trocó a su esposa Cola de Lemming y a su hijo Ratón con el chamán del pueblo del Río para que éste le revelase sus poderes. Ese collar vale más de lo que parece.

Grandes Dientes no respondió. Introdujo el ikyak en el agua, subió a él y se alejó a golpe de zagual. Regresó al sepulcro de piedras en el que había enterrado el cuerpo de Concha Azul.

—El niño no está —murmuró—. Cazador del Hielo afirma que ha muerto.

Grandes Dientes pasó un largo rato junto a la tumba y, al final, se dirigió al ikyak. Dio media vuelta, se quitó el collar que Cuervo le había regalado, regresó al sepulcro y lo dejó caer entre las piedras que cubrían el cadáver de su esposa.

Viajaba en el ikyak y casi había llegado a la desembocadura de la bahía cuando el viento le habló… y pronunció una sola palabra, la última que brotó de los labios de Concha Azul.

«Río».