Hombres de las Morsas
Bahía de Chaguan, Alaska
Concha Azul se tumbó en las esteras de hierba y esperó. Uno de los críos protestó en sueños y el cazador Perilla murmuró algo, se dio la vuelta y agitó las pieles de la tarima del lecho. Concha Azul oyó los ligeros ronquidos de Chica del Día y decidió aguardar un rato más.
Cuando arribó a aquel refugio de los Morsa por primera vez y la mujer Chica del Día le preguntó cómo se llamaba, Concha Azul pidió a Cazador del Hielo que dijese que su nombre era «Asxahmaagikug». Aunque ignoraba el significado de ese vocablo de los Primeros Hombres, Chica del Día lo había aceptado. Concha Azul había elegido personalmente ese nombre, a la manera de los hombres que celebran o evocan algo. Se trataba de un nombre nuevo que añadir a lo que había sido, un nombre con espíritu propio que podía expresar lo que no era posible nombrar de otra forma. Por eso se había convertido en Asxahmaagikug, es decir, «Me siento sola».
Como trabajaba mucho y no mostraba la hosquedad de la mayoría de los esclavos, Concha Azul recibía una cantidad casi suficiente de alimentos. Vestía su vieja suk, que Nariz Ganchuda había tenido la sagacidad de forrar con pieles de ardilla terrestre, en cuyas costuras y bolsillos escondidos había cosido muchas cosas: un cuchillo de mujer, agujas, anzuelos, sedal de kelp, buriles, útiles y provisiones que Concha Azul podía necesitar durante su retorno a la playa de los mercaderes en compañía de Shuku.
Concha Azul ya sabía que no regresaría con Shuku. El crío no estaba en la aldea Morsa y durante muchos días no consiguió averiguar nada sobre él, así que por las noches, cuando se acostaba y por fin podía pensar en sus cosas, el corazón se le helaba de miedo. Seguramente el niño había muerto.
Aguzó el oído. Le pareció que todos dormían. Salió sigilosamente del refugio y abandonó su sitio próximo al túnel de la entrada. Se detuvo en medio de la oscuridad de la noche y buscó la luna. Brillaba en el extremo del cielo del oeste y estaba casi llena. Muy pronto se escabulliría y caminaría por la playa durante toda la noche. Acudiría con los brazos vacíos al encuentro de su esposo y no tendría nada que decirle a su hija cuando llegase a la aldea de los Primeros Hombres, nada que mostrar después de trabajar una luna con los Hombres de las Morsas.
Aún faltaban unos días. Esa mañana había descubierto algo que tal vez Kiin pudiese utilizar para deducir qué había sido de su hijo.
Había salido a buscar almejas con cinco mujeres Morsa. Chica del Día y Concha Azul trabajaban codo con codo. Una mujer llamada Lanzadora de Esquisto había mencionado a una tal Cola de Lemming. Concha Azul sabía que Cola de Lemming había sido la hermana esposa de Kiin. Sin embargo, Lanzadora de Esquisto hablaba a toda velocidad en la lengua de los Morsa y, a pesar de que había aprendido muchas palabras —aparte de las que conocía por las charlas de Waxtal con los trocadores—. Concha Azul no logró entender el sentido de lo que decían.
¿Dónde estaba Cola de Lemming? Si hubiera muerto, las Morsa no se habrían atrevido a pronunciar su nombre.
—¿Cola de Lemming? —había repetido Concha Azul y convertido el nombre en una pregunta—. ¿Quién es Cola de Lemming?
Tres mujeres siguieron excavando como si Concha Azul no hubiera abierto la boca. Otra lanzó una risilla seca y disimulada. Lanzadora de Esquisto, mujer de muchas palabras y, en opinión de Concha Azul, poco entendimiento, replicó:
—Todos saben que Cola de Lemming es la esposa de Cuervo. Siempre hay alguien que pregunta tonterías. A veces las mujeres hacen el ridículo y permiten que otros se enteren de lo tontas que son.
Concha Azul había comprendido casi todas las palabras de Lanzadora de Esquisto y, sobre todo, la maldad encubierta y la ironía de su tono. Estuvo a punto de hablar cuando recordó que era esclava y que para los Hombres de las Morsas hacía muchos años que había perdido la libertad. Bajó la cabeza y cerró la boca. De pronto se percató de que no había averiguado nada nuevo. Decidió hablar, extendió los brazos, paseó la mirada por la aldea y la playa y preguntó:
—¿Cola de Lemming? ¿Dónde?
—Va con Cuervo de viaje de trueque a la aldea de los Río —respondió Chica del Día.
—¿Por qué te molestas en responderle? No te entiende —intervino Lanzadora de Esquisto—. Además, no le importa, sólo es una esclava.
—No sé para qué la compró tu marido —comentó otra de las mujeres a Chica del Día.
Chica del Día estuvo a punto de responder, pero Lanzadora de Esquisto no le dio tiempo y espetó:
—Porque necesitaba una mujer hábil en el lecho.
Las demás rieron. Concha Azul no se dio por enterada y Chica del Día arrojó al suelo la red con las almejas y se alejó playa arriba a grandes zancadas. Concha Azul recogió la red mientras una de las mujeres recriminaba agriamente a Lanzadora de Esquisto.
Cabizbaja y con los hombros hundidos, Concha Azul había seguido buscando almejas en la arena. Las Morsa se alejaron hasta que en la playa sólo quedaron Concha Azul y Lanzadora de Esquisto. Ésta se acercó a la mujer de cabellos canos y habló despacio, alargando tanto los sonidos que Concha Azul tuvo que reprimir la risa ante tanta insensatez.
—Asxahmaagikug, Cola de Lemming emprendió un viaje de trueque con Cuervo, su marido. Todavía no han regresado.
—¿Adónde? —quiso saber Concha Azul.
Aunque la pregunta pareció sorprenderla, Lanzadora de Esquisto replicó:
—A la aldea del pueblo del Río. —Levantó la mano y señaló hacia el norte—. Viven muy lejos, en esa dirección. Se encuentran a tres o cuatro días, a muchas jornadas de distancia. —Se encogió de hombros.
—¿Volverán?
—No lo sé —repuso Lanzadora de Esquisto—. ¿Crees que tengo poderes para conocer el futuro? Pregunta a Abuela o a Tía; las ancianas lo saben todo.
—Abuela, Tía —repitió Concha Azul y se incorporó lentamente. Le dolía la espalda del largo rato que había dedicado a excavar. Se volvió hacia la aldea y señaló el refugio en el que suponía que vivían las ancianas.
—Sí —confirmó Lanzadora de Esquisto y empezó a desgranar la historia de Abuela y Tía. Al cabo de unos momentos hablaba tan rápido que Concha Azul casi no la entendía, así que volvió a buscar almejas y cada tanto asintió con la cabeza para que Lanzadora de Esquisto creyese que la escuchaba.
A la luz de la luna, Concha Azul caminó hasta el refugio de las ancianas. En cierta ocasión había oído que Kiin se refería a ellas con una mezcla de temor y cólera. Concha Azul sabía que los Hombres de las Morsas las consideraban chamanas dotadas de poderes para saber lo que la mayoría de las personas ignoraba. Rodeó los refugios, se amparó en las sombras de la noche y cuando por fin arribó a la morada de las viejas tuvo que hacer un alto, pues súbitamente le dio miedo llamar al faldón de hierba de la puerta.
De pronto oyó una voz que decía:
—Asxahmaagikug, te estamos esperando. ¿Piensas pasar toda la noche al fresco?
Concha Azul gateó a través de la puerta, se incorporó y miró a las hermanas. Ambas estaban sentadas y sostenían una estera funeraria en el regazo.
—Has venido a hacer preguntas —dijo una de las mujeres y repentinamente Concha Azul se percató de que hablaban su lengua.
El sonido de las palabras de los Primeros Hombres resultó maravilloso a sus oídos.
—No te sorprendas —aconsejó la otra anciana—. Pertenecemos a los Primeros Hombres y nos hemos casado con individuos de la tribu Morsa.
—Es bueno oír palabras que se pronuncian de la forma verdadera —afirmó Concha Azul.
Una de las hermanas rio.
—No existe una única lengua verdadera —puntualizó—. La forma verdadera no se percibe con los oídos, sino aquí… —Se llevó la mano al corazón.
—Has venido a inquirir sobre Cola de Lemming —intervino la otra hermana—. Se ha ido y no regresará. Cuervo la ha trocado.
Concha Azul se quedó paralizada al oír esas palabras.
—¿Lo sabéis todo? —preguntó.
—Sabemos muy poco, aunque más que la mayoría de las personas.
Una de las ancianas rio tan bondadosamente que Concha Azul se dio cuenta de que no pretendían ridiculizarla.
—¿Cuervo es vuestro jefe?
—¿Conoces a Cuervo? —preguntaron simultáneamente las ancianas.
Concha Azul miró hacia el suelo y replicó:
—No lo conozco, pero las mujeres hablan de él.
Una de las viejas se encogió de hombros.
—Hay quienes dicen que es el jefe de esta aldea, pero Cazador del Hielo es nuestro jefe y el hijo de esta mujer. —Al mencionar el parentesco señaló con la cabeza a su hermana.
Concha Azul asintió; escogió las palabras con sumo cuidado y añadió lentamente:
—Las mujeres me contaron que Cuervo tiene tres hijos y que uno ha muerto.
—No tiene hijos… al menos ahora —aseguró una de las ancianas.
—¿Qué fue del hijo de Cola de Lemming?
—¿Conoces al hijo de Cola de Lemming?
—He oído decir que…
—Lo han trocado. Cola de Lemming y su hijo han sido trocados. —La anciana calló y, en medio de la tenue luz, se inclinó hacia la estera que tejía. Carraspeó y apostilló—: Cola de Lemming, su hijo Ratón y el de Kiin, la esposa de Cuervo, el niño al que llaman Shuku, han sido trocados.
Al oír ese comentario, Concha Azul empezó a temblar y apretó las manos en el interior de la suk.
—¿Por qué? —preguntó con voz baja, casi sin darse cuenta de lo que decía.
Las hermanas se comportaron como si Concha Azul no hubiese dicho nada y reanudaron sus labores como si no estuviera presente. Concha Azul se dijo que en realidad no estaba allí, pues sólo era una esclava.
Concha Azul se puso de pie y dio las gracias a las hermanas, que no se despidieron. Abandonó el refugio. Mientras avanzaba en medio de la oscuridad hacia la morada de Perilla y Chica del Día oyó que alguien la llamaba. Se volvió y avistó a una de las hermanas. La anciana se aproximó, la aferró del brazo y tironeó hasta que Concha Azul se agachó.
—Kiin… ¿Kiin está bien? —preguntó la vieja.
—Ha muerto —respondió Concha Azul, tal como Kiin le había pedido.
—¿Y Takha?
—Ha muerto —aseguró Concha Azul y las palabras le quemaron la lengua.