Pueblo del Río
Río Kuskokwim, Alaska
—Quítate la chaqueta. Quiere verte —dijo Cuervo.
Cola de Lemming se puso en pie y se quitó lentamente la chaqueta, agitando las manos y los brazos como si bailara. Pese a que adoptó una expresión adusta, Cuervo se sintió atraído por sus movimientos insinuantes. Respiró hondo. Aunque en muchos aspectos Cola de Lemming no era una buena esposa, lo cierto es que en el lecho la echaría de menos.
Cuervo miró a Dyenen. El viejo estaba con los ojos entornados y las manos relajadas sobre los muslos. Cola de Lemming deslizó las manos por las piernas y se quitó las botas y las polainas. Dio tres vueltas cubierta únicamente con los delantales delantero y trasero de hierba.
—¿Qué tiene en las piernas? —quiso saber Dyenen. Se inclinó hacia Cuervo y señaló los triángulos y los puntos tatuados que la adornaban de las rodillas a los tobillos—. ¿Las Morsa tienen la costumbre de marcarse las piernas?
Cuervo extendió las manos con las palmas hacia arriba.
—Algunas sí. Acrecienta su belleza, ¿no te parece?
El viejo enarcó las cejas.
—¿Acrecienta sus fuerzas? ¿Las ayuda en el momento de parir?
Las preguntas irritaron a Cuervo, que apostilló:
—¿Alguien puede decir por qué razón las mujeres hacen estas cosas? Si la mujer satisface al hombre, ¿qué más da?
—Quiero una mujer fuerte —recalcó Dyenen.
Cola de Lemming se desató los delantales y los dejó caer al suelo. Permaneció en pie con las piernas separadas y las caderas echadas hacia delante, pero Dyenen no se dio por aludido.
—¿No te da placer? —preguntó Cuervo.
Dyenen sonrió. Cuervo lanzó una carcajada porque era una mueca de niño en el rostro de un viejo. Debía recordar que Dyenen era trocador y no podía esperar cumplidos de su parte.
—La mujer está bien —concluyó Dyenen.
Cuervo señaló a Cola de Lemming y le dijo:
—Ponte la ropa y muéstrale los rorros.
Antes de ponerse a danzar, Cola de Lemming había acomodado a los críos en las penumbras del refugio. Caminó hacia los pequeños al tiempo que se anudaba los delantales y se calzaba las polainas y las botas.
Cuervo había convencido a Cola de Lemming de que mostrara un niño después del otro, pues de esa forma Dyenen no repararía tan fácilmente en las diferencias. En primer lugar exhibió a Ratón, que se aferró a su madre. El crío le rodeó el cuello con los brazos, el cuerpo con las piernas e incluso dobló los pies para asirse a ella.
—Éste es… —comenzó a explicar Cuervo en la lengua de los Río.
—Es Takha —intervino Cola de Lemming y sostuvo la mirada de su esposo.
—Takha —repitió Cuervo.
Cola de Lemming acercó el pequeño a Cuervo. El anciano lo cogió, lo sostuvo con los brazos estirados, lo observó y se lo devolvió.
—Pídele que quite al niño la chaqueta y las polainas —dijo Dyenen al visitante.
Cuervo chasqueó los dedos en las narices de Cola de Lemming y ordenó:
—Quítale la ropa.
Cola de Lemming se sentó en el suelo, acomodó al crío en su regazo, le quitó la chaqueta, le alisó el pelo, le sacó las polainas y lo puso de pie para mostrar sus piernas macizas. El pequeño se irguió y mantuvo el equilibrio unos instantes, y finalmente cayó sobre el trasero. Miró a Dyenen, sonrió y batió palmas. El viejo se acuclilló y extendió los brazos. El niño gateó hasta el anciano y se incorporó aferrándose a su brazo.
—Bien, veamos al hermano —dijo Dyenen a Cuervo.
El aprendiz de chamán miró fugazmente a Cola de Lemming, que comentó:
—Primero tengo que vestir a Ratón.
—Antes quiere vestir al niño —explicó Cuervo a Dyenen y se puso a hablar de la pesca del salmón y las capturas de verano, pues en la aldea abundaban los anaqueles llenos de tiras rojas de carne de salmón puesta a secar.
Dyenen levantó la mano para poner fin a la conversación, se incorporó decidido a salir del refugio y, al llegar al túnel de la entrada, se volvió y comentó:
—Enseguida vuelvo.
Cuervo se ladeó y observó al viejo mientras reptaba por el túnel. Se giró para mirar a Cola de Lemming y preguntó:
—¿El niño ugyuun está dormido?
—Le di la medicina que te entregaron Abuela y Tía. Ha dormido todo el día.
—Me alegro —replicó Cuervo.
Aguardaron en silencio el retorno de Dyenen.
El viejo volvió a entrar en el refugio cargado de salmones disecados. Cada pescado estaba partido por la mitad, aunque los trozos seguían unidos por la cola. La carne presentaba cinco o seis cortes transversales, pero la piel los mantenía unidos. Dyenen entregó un pescado a Cuervo, otro a Cola de Lemming y se sentó y arrancó un trozo de carne del que había reservado para sí.
Cuervo observó al anciano y lo imitó: separó un trozo de carne y se lo llevó a la boca.
Dyenen miró a Cola de Lemming y pidió a Cuervo:
—Dile que traiga al otro rorro.
Cuervo hizo señas a Cola de Lemming, que había empezado a comer salmón. La mujer lanzó un suspiro, dejó el pescado y recogió al niño. Lo tomó en brazos, se lo ofreció a Dyenen y murmuró:
—Duerme.
—Lo siento, pero está dormido —dijo Cuervo—. La travesía hasta tu aldea debió de agotarlo.
Dyenen observó al niño y miró a Cuervo.
—¿Cómo se llama?
—Shuku —replicó Cuervo.
—Shuku —repitió Cola de Lemming.
—Quítale la chaqueta, quiero verlo —añadió el anciano.
—Desnúdalo —transmitió Cuervo a Cola de Lemming cuando notó que vacilaba.
Al final Cola de Lemming tumbó al niño en el suelo y retuvo a Ratón con la mano cuando éste se acercó para tocar la cara del chiquillo que dormía.
Cola de Lemming quitó a Shuku las polainas y la chaqueta.
—Su vestimenta es distinta —comentó Dyenen a Cuervo.
—Se la regaló un trocador —explicó Cuervo. Se dirigió a Cola de Lemming en la lengua de los Morsa—: Hiciste un buen trueque para obtener la chaqueta de Shuku.
Cola de Lemming asintió sin levantar la cabeza. Terminó de desnudar a Shuku y se lo entregó a Dyenen.
—Es más grande —comentó el chamán.
—Kiin dice que come más —explicó Cuervo—. Es un niño fuerte… cuando está despierto.
Cuervo rio y se inclinó para acariciar la cabeza del pequeño. Lo miró a la cara y tuvo la sensación de que un espíritu le pellizcaba el corazón.
¡El niño era Shuku, el hijo de Kiin!
Cuervo se vio imposibilitado de pensar y hablar. Se atragantó con el trozo de pescado que tenía en la boca. Tosió hasta que Cola de Lemming se acercó y le palmeó la espalda. Al final se recobró, respiró estremecido y se irguió.
Cuervo volvió a mirar al rorro. No le cabía la menor duda de que se trataba de Shuku. ¿Cómo era que tenían a Shuku? ¿Kiin había regresado a la aldea de los Hombres de las Morsas y había entregado su hijo a Cola de Lemming? No, era imposible, alguien se lo habría dicho. ¿Acaso un cazador Morsa había encontrado con vida a Shuku? No, también se lo habrían dicho. ¿Y si lo había localizado un ugyuun? Cabía la posibilidad de que, antes de que abandonasen la aldea, el padre ugyuun decidiera conservar a su hijo y les diese al niño encontrado, es decir, a Shuku.
Cuervo llegó a la conclusión de que era imposible. Seguramente Kiin estaba viva y había estado en la aldea de los ugyuun. Cola de Lemming se había enterado y le había arrebatado a Shuku… ¿Por qué no le había dicho nada? Cuervo ya sabía la respuesta a esa pregunta. Cola de Lemming no era tonta y se había dado cuenta de que la habría trocado con algún ugyuun a cambio de Kiin. ¿Por qué había cogido a Shuku? ¿Por qué se había arriesgado a desatar sus iras? ¿Pensaba que Shuku portaba los poderes espirituales de su madre, poderes suficientes para cegar a su marido y garantizar su propia seguridad en la aldea de los Río?
—Acechan espíritus extraños… —musitó Dyenen y señaló la garganta y el pecho de Cuervo.
—Dime —murmuró Cuervo con la voz debilitada de tanto toser. Carraspeó y preguntó—: ¿Te gustan los niños y la mujer?
El chamán permaneció inmóvil y finalmente respondió:
—Todo es bueno, pero quiero verla tallar.
Mientras Cola de Lemming vestía a Shuku, Cuervo preguntó a Dyenen:
—¿Tus hombres han traído mis bultos? Los útiles de Kiin están en mis paquetes.
El chamán señaló el otro extremo del refugio.
—Tus cosas están bajo las pieles de caribú. Mis esposas saben que te pertenecen.
Cuervo movió los bultos hasta que encontró el que contenía las herramientas: un cuchillo de mujer con el filo embotado, que servía para alisar; un cuchillo curvo, con la hoja pequeña para tallar detalles; un buril y un taladro puntiagudo. Se había ocupado de trasladar útiles viejos. Hacía mucho tiempo que Kiin tallaba y sus herramientas tenían que estar desgastadas por el uso.
Cuervo también incluyó una cesta que había pertenecido a Kiin. Contenía madera, marfil y unas pocas tallas que había comenzado a modelar. Acarreó la cesta y los útiles hasta donde estaba Cola de Lemming y los depositó a su lado. La mujer había sentado a los dos críos en su regazo. Ratón tomaba el pecho y Shuku dormía. Cuervo clavó la mirada en este último.
La visión del rostro del pequeño lo inquietó. ¿Qué espíritu acechaba desde sus facciones? ¿Cómo había ocurrido algo así? Deseaba plantear muchas preguntas a Cola de Lemming, a la que más le valía tener respuestas claras.
—Talla —ordenó.
—Los niños están comiendo —repuso Cola de Lemming.
—Ratón es el único que come —acotó Cuervo y le quitó al rorro.
El chiquillo tendió los brazos hacia su madre, empezó a gimotear y abrió la boca a medida que su llanto se convertía en un quejido.
—Yo lo cogeré —propuso Dyenen.
Cuervo le pasó al rorro. Dyenen cogió un trocito de salmón y lo introdujo en la boca de Ratón. El niño apretó los labios y abrió los ojos sorprendido. Dejó de llorar, se llevó las manos a la boca, se quitó el pescado, lo miró y se chupó los dedos.
Cuervo observó a Cola de Lemming mientras retiraba los útiles de tallar de la cesta de Kiin. Le temblaban las manos. Cuervo esperaba que Dyenen no lo notase. No tenía de qué preocuparse. Hasta la auténtica Kiin estaría asustada si tuviese que tallar para ganarse al marido.
Cola de Lemming seleccionó los trozos de marfil y la inquietud de Cuervo comenzó a incrementarse cada vez que la mujer movía las manos. Tenía las axilas bañadas en sudor. Cola de Lemming había dispuesto las piezas en orden y, si no era cuidadosa, echaría a perder los planes que habían elaborado.
La mujer extrajo la pieza adecuada: una larga astilla de colmillo de morsa, apenas modelada, parda y descolorida por una cara. Titubeó unos instantes con el cuchillo curvo junto al colmillo y finalmente arrancó un delgado rizo de marfil.
Cuervo la había obligado a practicar durante las noches que pasaron en el campamento. No era muy difícil y sólo exigía manos firmes y paciencia; sin embargo, Cola de Lemming no era una mujer paciente y Cuervo había tenido que soportar sus protestas. Recordó sus quejas mientras la veía tallar. Se dijo que era necesario anular los recuerdos de las noches que habían pasado juntos, ignorar la pena de saber que jamás volvería a compartir el lecho con ella.
Cola de Lemming parpadeó dos veces y Cuervo se inclinó para obstaculizar la visión de Dyenen. El aprendiz de chamán hablaba con el crío que jugaba en el regazo del anciano. No habían tenido en cuenta que Ratón ayudaría a distraer a Dyenen. Su presencia facilitó las cosas y cuando Cuervo se enderezó, lo que permitió que Dyenen viese claramente a Cola de Lemming, ésta sostenía otro trozo de marfil que la propia Kiin había modelado: los rudimentos de una foca o una otaria.
Cola de Lemming permaneció inclinada sobre la talla. Al danzar, el pelo se le había soltado y le cubría la cara y las manos, por lo que era bastante difícil ver qué hacía. Volvió a mirar a Cuervo y nuevamente parpadeó dos veces. Éste se puso en pie, se desperezó y propuso a Dyenen:
—¿Por qué no damos un paseo? Sería bueno que saliéramos a ver las estrellas.
Dyenen negó con la cabeza y replicó:
—Quiero verla tallar.
Cuando Cola de Lemming miró a Cuervo con expresión inquisitiva, el aprendiz de chamán meneó la cabeza con la esperanza de que a su esposa se le ocurriese alguna forma de trocar las piezas. La diferencia entre el trozo de marfil que tenía en las manos y el siguiente era demasiado notoria para correr el riesgo de cambiarlas en presencia del anciano. Cola de Lemming estuvo cabizbaja largo rato. Finalmente Cuervo dijo a Dyenen:
—Ya la has visto tallar. No puedes esperar que la mujer termine la talla esta misma noche.
—La contemplaremos toda la noche —replicó Dyenen.
Cola de Lemming miró a su marido, que dijo:
—Dyenen dice que te contemplará toda la noche, el tiempo que tardes en acabar la talla.
—Dile que debo dar el pecho a mi hijo… a mis hijos. Tiene que dar de comer a los rorros —explicó Cuervo al viejo.
—¿Por qué? —inquirió Dyenen, abrazó a Ratón y le hizo dar saltos. El crío rio—. Este come pescado y el otro duerme.
—Dice que los niños no tienen hambre —transmitió Cuervo a Cola de Lemming.
La mujer depositó los útiles de tallar en el suelo y se rodeó los senos con las manos.
—Los pechos me duelen porque están llenos de leche.
Cuervo se limitó a señalar los senos de su esposa. Dyenen inclinó la cabeza hacia atrás, masculló algo que Cuervo no entendió y depositó a Ratón en brazos de Cola de Lemming. Ésta cogió al pequeño, se alejó de los hombres y se recostó en uno de los paquetes de comerciante de Cuervo.
—¿Damos un paseo? —repitió el aprendiz y experimentó un profundo alivio cuando el viejo se incorporó.
—¿Hablaremos de trocador a trocador? —inquirió el anciano.
—Sí —respondió Cuervo y tomó la delantera para abandonar el refugio y salir al fresco aire de la noche.