Capítulo 72

Hombres de las Morsas

Mar de Bering

Durante la larga jornada de travesía Cola de Lemming mantuvo al rorro ugyuun bajo la chaqueta. El crío se movía tanto que estuvo a punto de arrepentirse de no haberse quedado con el otro niño.

—Piensa en la posición que ocuparás como esposa del chamán —dijo al viento—. Merece tener que aguantar unos días a un niño inquieto.

Al final Cuervo la llamó a gritos, señaló una larga playa en pendiente y remaron hacia el sitio en el que pasarían la noche.

Cola de Lemming ayudó a Cuervo a varar el ik, le volvió la espalda y caminó hasta un lugar protegido por grandes cantos rodados. Cuando Cuervo protestó, la mujer replicó:

—Quieres que tenga dos hijos y debo amamantarlos. ¿No eres lo bastante hombre para retirar del bote un estómago con aceite y un poco de pescado disecado? ¿Desde cuándo eres un chiquillo que necesita a su madre?

Cuervo le contestó con varios insultos, pero acarreó el ik cuesta arriba y desató un estómago de foca con aceite y otro con carne de foca seca. Se sirvió lo que necesitaba, se acuclilló junto al bote y se puso a comer.

—¿No me traes nada? —preguntó Cola de Lemming.

—¿Desde cuándo eres una chiquilla que necesita a su padre? —se burló Cuervo.

Cola de Lemming se apoyó en un canto rodado y miró a los chiquillos. Los dos mamaban, sujetos a sus pechos. El pequeño ugyuun la miró con los ojos llenos de lágrimas. Se estremeció y giró la cabeza, pero no soltó la teta.

—Eres muy voraz —le recriminó Cola de Lemming—. Yate acostumbrarás a tratar conmigo. Recuerda que bebes la leche de mi hijo, así que no tomes más de lo que te corresponde.

De repente la mujer pegó un brinco y apartó al pequeño mientras un chorrito de orina se escurría por el interior de su chaqueta y resbalaba hasta sus polainas.

—¡Tonto! —chilló Cola de Lemming—. ¿Tu madre no te ha enseñado nada? Le dije a Cuervo que era un disparate coger a un ugyuun. ¡Eres mayor que Ratón y todavía te meas en la chaqueta de tu madre!

Retiró bruscamente al niño del portacríos y lo sentó en el suelo. Hizo oídos sordos a sus protestas mientras caminaba con Ratón prendido al pecho hasta el ik, buscaba un hato de pieles de foca y retiraba una a través del bramante de kelp que la sujetaba. Se quitó la chaqueta, dejó a Ratón junto al ik y se acercó a la orilla. Esperó a que rompiera una ola y mojó la piel de toca. Se limpió los pechos y las polainas y por último retiró la orina que había humedecido su chaqueta.

Aterida, Cola de Lemming volvió a ponerse la chaqueta, alzó a Ratón y caminó hasta donde estaba el ugyuun. El niño se había acurrucado en la arena, con el trasero al aire y las piernas cubiertas por las polainas de piel de foca apoyadas en el pecho. Se había hecho caca. Cola de Lemming lanzó una exclamación de protesta, se inclinó sobre el pequeño, le limpió las nalgas con la piel de foca mojada y bajó hasta una poza dejada por la marea para aclarar el pellejo.

Buscó a Cuervo con la mirada y, como no lo vio, se encogió de hombros, retiró del ik un paquete con alimentos y lo acarreó al sitio donde había dejado al ugyuun. Sacó pescado ahumado, una tira de carne de foca disecada y un recipiente que contenía bayas mezcladas con grasa. Dio a Ratón un trozo de pescado, escogió otro para sí y extendió el brazo para menear al pequeño ugyuun.

El niño sollozó e hipó. Cola de Lemming lanzó un suspiro y lo cogió. Puso al pequeño frente a ella, le desató la capucha de la chaqueta y la sorpresa la dejó boquiabierta.

—¡Shuku! —exclamó. Meneó la cabeza, cerró los ojos y volvió a abrirlos—. No puede ser —musitó en medio de un ataque de risa—. La vista me juega una mala pasada. Tú eres más grande que Shuku.

Cola de Lemming palpó con las yemas de los dedos el cuello del pequeño. Tocó un cordel de tendón trenzado y lo retiró de debajo de la capucha. Del cordel pendía una talla de marfil: medio ikyak.

Cola de Lemming permaneció inmóvil y frunció la frente. Finalmente preguntó al pequeño:

—¿Cómo llegaste a la aldea de los ugyuun? ¿Tu madre está allí? —Entornó los ojos—. En el caso de que tu madre estuviera en la aldea, ¿cuánto daría Cuervo por saberlo?

El niño volvió a hipar e intentó coger el trozo de pescado disecado que Cola de Lemming sostenía con la mano izquierda. Se lo dio. Ratón soltó su trozo de pescado, intentó trepar por el regazo de su madre y empujó a Shuku con una mano y un pie.

—Ratón, quédate quieto —dijo Cola de Lemming—. Los dos podéis estar en mi regazo.

Cogió el trozo de pescado que Ratón había soltado, le quitó la arena adherida y acomodó a los rorros espalda con espalda para que comiesen.

Cola de Lemming apoyó el mentón en la coronilla de Ratón.

—Cuervo nos obligará a regresar si le digo que tengo a Shuku. Los ugyuun me odiarán por haber robado a este niño y Cuervo no se hará responsable. Si Kiin no está en la aldea, Cuervo se enfadará conmigo y puede que se enoje tanto que decida dejarme con los ugyuun. Si Kiin está en la aldea y Cuervo la convence de que nos acompañe, la trocará al chamán del pueblo del Río en mi lugar. Así Kiin tendrá el honor de convertirse en esposa del chamán, mientras que es posible que Cuervo decida abandonarme en la aldea de los ugyuun.

Cola de Lemming rodeó a cada crío con un brazo, se incorporó y escrutó la playa arriba y abajo en busca de Cuervo; depositó a los niños en el suelo y utilizó pieles de foca para resguardarlos del viento. Los acomodó dentro de las pieles y sirvió comida en una estera para Cuervo.

Cuando Cuervo apareció, Cola de Lemming lo recibió sonriente. Le dio pescado disecado ablandado con agua de mar y carne de foca picada fina y mezclada con bayas y grasa. Mientras el comerciante comía, la esposa le masajeó los hombros. Al final Cuervo apartó los alimentos, la poseyó en la playa y sólo preguntó por los críos después de copular.

—El que trocaste en la aldea ugyuun es mejor de lo que imaginaba —replicó Cola de Lemming—. No es tan fuerte como Ratón, pero hay que tener en cuenta que tampoco es tu hijo.

—Sé muy bien de quién es hijo Ratón —aseguró Cuervo—. No quiero más mentiras.

Cola de Lemming le volvió la espalda, sacó a los niños del refugio y los arropó bajo la chaqueta para amamantarlos. Se tumbó de lado, los acomodó para que cada uno soportase el peso del otro y no reaccionó ante las acusaciones de Cuervo.