Kiin aguardaba, moviendo nerviosa los dedos. ¿Cuánto tardaba una mujer en recoger a un niño? Los pequeños insectos aguijoneantes que los Hombres de las Morsas llamaban narices largas zumbaron junto a sus orejas y se dio golpecitos en el cuello. Se preguntó por qué esas pequeñas criaturas se apostaban en la tierra de los Morsa y los ugyuun y no vivían en las islas de los Primeros Hombres.
—Ven, Pequeña Planta, ven de una vez —suplicó.
Kiin se enfadó por ser tan impaciente; sacó el cuchillo de mujer del paquete que le colgaba de la cintura y cortó varias ramas de sauce. Dio las gracias al árbol, se acuclilló y las descortezó. La suave y esponjosa corteza interior —remojada en agua e ingerida como infusión amarga— era una buena medicina que aliviaba ligeros dolores. Además, cualquiera sabe que la espera se hace más corta cuando las manos y los ojos están ocupados.
—Ya estamos listos —dijo Cuervo e indicó a Cola de Lemming que subiera por el poste de la entrada.
—Me alegro —masculló la mujer—. Estoy deseosa de abandonar las oscuras moradas de los ugyuun. —Aguardó junto a su esposo en lo alto del ulaq mientras éste aguzaba la mirada y el oído para comprobar el viento y el estado del mar—. ¿Pasaremos por nuestra aldea?
Cuervo la miró con mala cara y volvió a escrutar el océano.
—Si el mar está en calma sólo haremos un alto para recoger agua. No pasaremos la noche allí.
—Tengo que despedirme de Lanzadora de Esquisto —explicó Cola de Lemming.
Cuervo miró a Ratón y con su mano de dedos largos le tironeó del pelo.
—¿De Lanzadora de Esquisto o de su marido? —preguntó.
El comerciante bajó de lo alto del ulaq sin darle tiempo a responder.
Cola de Lemming llevaba a Ratón en el portacríos apoyado en su cadera izquierda y al ugyuun bajo la chaqueta, como si fuese un recién nacido. Se mordió los labios, sujetó con un brazo a cada niño y se deslizó detrás de Cuervo. No estaba dispuesta a correr hasta la playa. Ya se ocuparía Cuervo de botar el ik. Se detuvo cuando oyó gritar a un hombre. Giró la cabeza y vio que el hombre hablaba con una ugyuun que permanecía de pie en lo alto del ulaq contiguo. La mujer tenía un crío apoyado en la cadera. El individuo hablaba en la lengua de los Primeros Hombres y hacía señas a la mujer para que se aproximase. Ésta dejó al pequeño en el techo del ulaq y siguió al hombre al interior de otra morada. El niño era un poquitín más grande que Ratón, estaba regordete, vestía una chaqueta de mullida piel de nutria y de la capucha fruncida con una cuerda sólo asomaban sus ojos.
—Ese crío lleva una chaqueta Morsa. No sabía que Cuervo había trocado una de nuestras chaquetas —comentó Cola de Lemming con Ratón. La mujer dio varios pasos y se puso de puntillas para mirar al niño. Apoyó la mano en el crío que llevaba bajo la chaqueta, cuadró los hombros, respiró hondo, trepó rápidamente por la ladera del ulaq y aferró al chiquillo que estaba sentado—. Un niño, espero que sea un varón —dijo a los espíritus.
Dio la vuelta al pequeño y comprobó que tenía las nalgas al descubierto. Vio el pequeño pene rosado, lanzó una exclamación de alegría, se levantó la chaqueta, retiró al ugyuun del portacríos, lo depositó en el techo del ulaq y acomodó al otro bajo su abrigo.
Cola de Lemming descendió corriendo hasta la playa y abrazó con fuerza a los dos críos, a los dos varones sanos. Esperó a que Cuervo hiciera los últimos ajustes en el ik cargado y comprobara la seguridad de los nudos.
—Debemos irnos inmediatamente —dijo Cola de Lemming.
Cuervo la miró sorprendido.
—¿Tantas ganas tienes de partir? —inquirió.
Cola de Lemming esbozó un mohín de fastidio.
—Me molestan las picaduras de los piojos y no puedo quitarme de la nariz el mal olor de los refugios.
El comerciante lanzó una carcajada.
—De modo que prefieres convivir con los Río.
—Sí.
Cuervo le indicó que abordara el ik, lo empujó desde la playa, subió de un salto y remó con movimientos largos y enérgicos del zagual para librar a la embarcación del influjo de las olas costeras.
Cola de Lemming también remó con entusiasmo. Cuervo rio y le gritó:
—En este viaje has aprendido algo. Ahora podré decirle al chamán del pueblo del Río que eres buena remera.
Cola de Lemming lo miró por encima del hombro pero no dijo nada. Hundió el zagual con movimientos vigorosos hasta que la aldea se convirtió en una mancha de humo en medio del gris y el verde de las colinas de los ugyuun.
Por fin Kiin oyó los pasos de alguien que se acercaba. Se irguió con las piernas rígidas después de haber permanecido acuclillada tanto rato. Tenía la sensación de que el corazón estaba a punto de escapársele del pecho. La espera había sido excesivamente larga y algo iba mal. Cuervo se había enterado de que estaba allí. ¿Por qué otra razón Pequeña Planta estaba tardando casi toda la mañana para traerle a Shuku?
—Estoy aquí —dijo Pequeña Planta con voz apenas audible.
—¿Traes a Shuku? —quiso saber Kiin.
La joven se alejó de los sauces que rodeaban el vertedero y se acercó a la senda donde se encontraba Pequeña Planta.
—El comerciante… el comerciante y su esposa han partido —respondió Pequeña Planta.
Su tono tembloroso inquietó a Kiin, que repitió:
—¿Traes a Shuku?
—Kiin… —murmuró Pequeña Planta y se le quebró la voz.
La ugyuun tenía los brazos vacíos y Kiin echó a correr y la sujetó de los hombros.
—¿Dónde está Shuku?
—Kiin… —De pronto los ojos de Pequeña Planta se llenaron de lágrimas y sus hombros se estremecieron—. El comerciante… el comerciante se lo llevó.
Los gritos se tornaron atronadores. Al principio Kiin pensó que los lanzaba Pequeña Planta, pero paulatinamente se dio cuenta de que brotaban de su garganta.
Enseguida aparecieron otras personas: el marido de Pequeña Planta, el jefe y la anciana Róbalo. La abrazaron y la condujeron hacia los ulas al tiempo que Pequeña Planta pronunciaba palabras entremezcladas con el llanto:
—Lo dejé un momento en el techo del ulaq, sólo un momento, mientras ayudaba a mi marido a buscar algo. Cuando salí Shuku ya no estaba.
Sonaron otras voces, y las palabras se mezclaron con tanta rapidez que Kiin apenas comprendía lo que decían. La llevaron al ulaq del jefe y con sumo cuidado la ayudaron a bajar por el poste de la entrada. Una vez en el interior, Diente Partido le explicó que había trocado a su hijo, un rorro de diez lunas que mantenía las costumbres de un recién nacido. Cuervo se lo había cambiado por diez estómagos de foca con aceite y cinco de carne disecada. A continuación Diente Partido le mostró a Kiin que todavía tenía al rorro. El niño miró fijamente el techo del ulaq cuando se lo ofrecieron a Kiin.
—Supongo que regresaron y se llevaron a Shuku en lugar de a mi hijo —explicó Diente Partido—. No es lo que acordamos. Elige, decide si te quedas con mi hijo o con el aceite.
En cuanto Diente Partido pronunció esas palabras, Kiin volvió a gritar y ya no hubo modo de calmarla.