Capítulo 70

Cola de Lemming esperó a que el jefe saliera del ulaq, se acercó a Cuervo, se apoyó en él y dijo con tono quejumbroso:

—¿Cuándo nos vamos? Los piojos no me dejan en paz y la comida de los ugyuun me enferma.

Cuervo lanzó una exclamación de contrariedad y la apartó.

—Nos iremos en cuanto nos entreguen al rorro.

—¿Cuándo nos lo darán?

—No lo sé. —Cuervo hizo un movimiento brusco con la mano y exclamó—: ¡Vete! ¡Ocúpate de las cosas que toda mujer debe hacer!

La esposa del jefe de los cazadores se volvió para mirarlos y esbozó una sonrisa presuntuosa. Cuervo se ruborizó incómodo y le molestó que una ugyuun se riese de él. Llegó a la conclusión de que no podía enfadarse con la ugyuun pues la culpa era de Cola de Lemming. Pensó que lo mejor era entregar Cola de Lemming a Dyenen y librarse definitivamente de ella.

De las vigas del ulaq cayó un poco de tierra y por el orificio del techo se coló el sonido de las voces.

—Tengo un niño para ti —dijo el jefe. Portaba un bulto en el brazo. Descendió tres muescas por el poste de la entrada y saltó al suelo—. Su madre ha muerto y el padre dice que tiene muchas dificultades para criarlo hasta que alcance la edad de cazar. De todos modos, pide mucho aceite.

—Tengo mucho aceite —afirmó Cuervo, se incorporó y aguardó a que el jefe se acercase con el pequeño. El cazador quitó las envolturas que lo tapaban—. ¿Cuántas lunas tiene?

—Diez —repuso el jefe.

El rorro reposaba tranquilo en los brazos del cazador, con la mirada clavada en las vigas. Era del mismo tamaño que Ratón y tenía la cara redonda y los ojos alargados de los Primeros Hombres.

Cuervo asintió con la cabeza.

—De acuerdo —dijo. Llamó a Cola de Lemming y apostilló—: Cógelo. Iré a buscar el aceite.

Cola de Lemming permaneció en el ulaq del jefe mientras Cuervo y varios ugyuun acarreaban diez estómagos de foca con aceite, tres con pescado disecado y dos con carne de foca.

Ratón parloteaba y toqueteaba al pequeño ugyuun con dedos regordetes, pero éste no respondía. Cola de Lemming se rio de su hijo.

—Los dos seréis buenos cazadores —afirmó y al alzar la cabeza vio que la esposa del jefe la miraba sonriente.

Se acercó el rorro ugyuun al pecho. El pequeño estuvo quieto un rato y se limitó a apoyar los labios en el pezón, pero de repente empezó a succionar, aunque no lo hizo con la energía de Ratón, sino suavemente, como si acabase de nacer.

Cola de Lemming le acarició los cabellos. Ese hijo de la aldea ugyuun no era feo. Cola de Lemming le cogió la mano y esperó a que el pequeño la apretase con los dedos, la aferrase como hacía Ratón, pero el rorro se quedó quieto. Cola de Lemming arrugó el entrecejo y miró a la esposa del jefe, que ladeó rápidamente la cabeza.

Cola de Lemming acercó un dedo para interrumpir la succión del pequeño y lo sentó en su pierna. El niño torció la cabeza y se inclinó de lado. Volvió a enderezarlo e intentó ponerlo de pie, pero el pequeño cayó como si no tuviese fuerzas.

—Este niño… este niño está enfermo —dijo a la esposa del jefe, que seguía de espaldas a ella—. Es una mujer tan tonta que no conoce la lengua de los Morsa —explicó Cola de Lemming a Ratón.

La ugyuun se comportó como si Cola de Lemming no hubiese abierto la boca.

En cuanto los hombres acarrearon el aceite al ulaq, Cola de Lemming se puso de pie, se acercó a su marido y depositó en sus brazos al rorro ugyuun. Cuervo dio un brinco, le devolvió al pequeño y desgranó una sarta de palabras coléricas.

—Calla y escucha —dijo Cola de Lemming—. Mira al niño. Está débil. Es mayor que Ratón y su cabeza no se mantiene erguida. No me extraña que el padre estuviese dispuesto a trocarlo. Este niño jamás será cazador.

—Calla —ordenó Cuervo—. Es varón y me da igual que se dedique a cazar.

—Ya me figuraba que no te importa —espetó Cola de Lemming, tan furibunda que escupió saliva a medida que hablaba—. A ti no te tocará vivir con el chamán del pueblo del Río ni tendrás que satisfacerlo diariamente. Está convencido de que tendrá dos hijos fuertes. ¿Qué le diré cuando descubra que uno de los críos…?

—Dile que el niño era fuerte cuando vivía en la aldea de los Hombres de las Morsas y que enfermó de debilidad en la de los Río.

Me dijiste que los integrantes del pueblo del Río son fuertes. Me dijiste que…

Cuervo tapó con la mano la boca de Cola de Lemming, pero la mujer lo mordió con ganas.

Cuervo apartó rápidamente la mano y la abofeteó. Los ugyuun miraron para otro lado, como si no se enteraran de nada, y Cola de Lemming se tapó la cara.

—La elección depende de ti —añadió Cuervo—. Puedes ser Cola de Lemming y quedarte aquí con los ugyuun o convertirte en Kiin y, en compañía de Ratón y del niño ugyuun, viajar conmigo a la aldea de los Río. Lo diré de otra manera: ¿eres Kiin o Cola de Lemming?

—¡Soy Cola de Lemming!

Cuervo se volvió hacia el jefe ugyuun y preguntó en la lengua de los Primeros Hombres:

—¿Qué me das por esta mujer?

El jefe arrugó el entrecejo sorprendido y miró a su esposa.

—¿Qué le has dicho? —inquirió Cola de Lemming.

—Cose muy bien y engendra hijos sanos —añadió Cuervo.

El jefe señaló tres estómagos de foca con aceite.

—El hombre dice que me da tres estómagos de foca con aceite por ti —explicó Cuervo a su esposa.

—Entregaste diez a cambio de un niño enfermo.

—Cinco —propuso Cuervo al ugyuun y le mostró cinco dedos.

—¡Estás trocando tu propio aceite! —exclamó airada Cola de Lemming—. ¿Qué será de Ratón y del pequeño ugyuun? ¿Quién los amamantará?

—No morirán de hambre durante el trayecto hasta la próxima aldea, en la que conseguiré una mujer.

—¿Crees que es tan fácil conseguir una mujer? ¿Crees que cualquier mujer está dispuesta a acompañarte?

—¿Eres Kiin?

—¡Soy Cola de Lemming!

El ugyuun señaló los estómagos con aceite y levantó cuatro dedos.

—Deberías alegrarte de que me quede los rorros —apostilló Cuervo—. Dejaré aceite para que no te mueras de hambre los primeros meses del invierno. Si pescas tendrás alimentos suficientes para seguir viva hasta el próximo verano. Es una pena ver cómo pasa hambre una mujer hermosa. Las mujeres Río están gordas incluso a finales del invierno. —Cuervo dejó escapar un suspiro—. A tu marido chamán le habría encantado ver tus preciosas piernas cubiertas por polainas de piel de caribú. ¿Conoces los bordados de las mujeres Río? Obtienen mucho a cambio de las prendas que cosen. Todas poseen más collares de los que pueden lucir. —Cuervo miró al jefe ugyuun y volvió a dirigirse a Cola de Lemming—: Podrías tener un perro. La mayoría de las esposas de los Río tiene un perro que acarrea paquetes y cuida a sus hijos.

—Pues yo no quiero un perro.

—Cuatro —dijo Cuervo al ugyuun y colocó cuatro dedos sobre los estómagos de foca llenos de aceite.

—¡Espera! —chilló Cola de Lemming.

—¿Aceptas al chiquillo ugyuun?

—Sí.

—¿Eres Kiin?

Cola de Lemming permaneció largo rato con la cabeza gacha y los ojos entornados. Finalmente musitó:

—Soy Kiin.