Hombres de las Morsas
Bahía de Chaguan, Alaska
Cuervo acercó el madero a la cara de Cola de Lemming y le mostró un cuchillo curvo, cuyo delgado filo de andesita estaba encajado en una costilla de caribú.
—¡Talla! —ordenó.
La mujer estiró lentamente el brazo hacia el madero y Cuervo le puso la costilla en la mano. Cola de Lemming se llevó el antebrazo a los ojos y comenzó a llorar quedamente.
—¿Qué tengo que tallar? —preguntó.
—No lo sé —repuso Cuervo—. Nunca le dije a Kiin qué tenía que tallar.
—¡Yo no soy Kiin!
Mujer del Sol y Mujer del Cielo me han contado lo ocurrido. Kiin se fue por lo que tú y tus hermanos le hicisteis. Prometí que entregaría a Kiin y a sus hijos a un chamán del pueblo del Río. No estoy dispuesto a faltar a esa promesa, así que tendrás que convertirte en Kiin. Sus poderes serán los tuyos y tus hijos los suyos.
—¿Me llevarás a la aldea de los Río? —preguntó Cola de Lemming con voz queda.
—Sí.
—¿Cuándo?
—¡Te he dicho que talles!
Cola de Lemming apretó los dientes, cogió el madero y el cuchillo, miró a Cuervo a los ojos y estuvo un rato arrancando astillas del trozo de madera.
—Haz lo que tengas que hacer —apostilló Cuervo—. Es a ti a quien le tocará sufrir cuando el chamán del pueblo del Río se dé cuenta de que no sabes tallar.
Cola de Lemming arrojó el cuchillo y el madero al suelo.
—¡No me importa! Si me mata, muerta estaré, aunque antes de perder la vida le contaré lo que has hecho.
—¿Y cómo se lo dirás? —preguntó Cuervo—. No habla tu lengua. Tendrás que aprender el idioma de los Río y para entonces yo estaré muy lejos… y el viejo no podrá seguirme.
Cola de Lemming levantó la cabeza, respiró hondo y preguntó:
—¿Cuándo nos vamos?
—Necesitas tiempo para preparar las cosas y hacer el duelo. Partiremos dentro de seis o siete días.
—¿Kiin ha muerto?
Cuervo se encogió de hombros.
—Nadie lo sabe. Mujer del Sol no ha tenido sueños.
—En ese caso, ¿por qué estamos de duelo?
—No he dicho que yo esté de duelo. Me refería a ti. Tu hermano mayor ha muerto —declaró Cuervo y miró a Cola de Lemming a los ojos—. Lo maté por lo que le hizo a Kiin. Durante el duelo no olvides pedir a los espíritus que tus hermanos más jóvenes te perdonen la vida.
—¿Por qué tendrían que hacerme daño? —preguntó Cola de Lemming con voz muy baja.
—Por lo que me contaste, por lo que me dijiste que tus hermanos le hicieron a Kiin.
—¡Yo no he dicho nada! ¡Yo no he dicho nada! —exclamó Cola de Lemming a gritos.
La mujer recogió el cuchillo del suelo y se abalanzó sobre Cuervo, que la rodeó, le aferró los brazos y le sujetó las muñecas con sus largos dedos.
—Puesto que he matado a tu hermano, ¿crees que no soy capaz de arrebatarte la vida? —susurró Cuervo como si pronunciara palabras de amor. Le soltó la mano izquierda y le retorció el brazo derecho hasta que Cola de Lemming dejó escapar el cuchillo. En ese momento le rodeó el cuello con el antebrazo—. Haz el duelo y luego nos iremos. Es una suerte que te traslades a la aldea de los Río, pues estarás muy lejos de los Hombres de las Morsas y no tendrás nada que temer por parte de tus hermanos, que han jurado vengarse.