Waxtal pensó que los arpones no eran lo bastante largos ni las puntas lo suficientemente aguzadas. Nadie cobraba una morsa con un arpón para focas. Agitó la cabeza con la esperanza de espantar el temor que parecía cargarle penosamente los brazos mientras remaba. Roca Dura, Foca Agonizante, Pies Rojos y hasta Comedor de Pescado se habían alejado tanto que apenas divisaba sus ikyan en medio del resplandor del mar.
Waxtal se concentró en el amuleto. Pesado y tibio, lo llevaba apoyado en el pecho y parecía tan poderoso que exhalaba calor. Antes de salir del ulaq había arrancado un delgado trozo de marfil de la punta roma del colmillo tallado. Notó un cambio en cuanto introdujo el marfil en la suave bolsita de cuero del amuleto. Deslizó la cuerda por su cabeza y se dio cuenta de que era más fuerte y de que se sentía más seguro.
Pero ahora las dudas le llegaban con el oleaje, y oía las voces burlonas de los espíritus que se deslizaban fácilmente sobre el mar en busca del hombre que viajaba en su ikyak. Lo ridiculizaban y sus pullas semejaban agujas que pinchaban su cuerpo: «¡Ja, ja! Fue tu poder el que atrajo las morsas. ¿Tu poder? ¿Desde cuándo convocas animales, cualquier animal, siquiera los lemmings? ¿Crees que un solo período de plegarias y ayuno concede semejantes poderes? En ese caso, todos deberían hacer lo mismo. De esta forma ningún cazador volvería a casa sin carne».
—Yo convoqué las morsas —afirmó Waxtal—. Las llamé. Tal vez lo hice cuando pasé el cuchillo por el colmillo, quizá en sueños, puede que con mis cánticos. Fui yo el que las convocó. ¿Por qué razón un Cazador de Ballenas atraería las morsas? Se dedican a cazar ballenas. ¿Las llamaron Búho y Huevo con Manchas? Son del pueblo de los caribúes. Soy yo quien talla un colmillo de morsa. Mi hija está casada con un chamán Morsa. Yo las convoqué.
Waxtal tuvo la sensación de que los espíritus del agua lo abandonaban y repentinamente recuperó las fuerzas en los brazos. Remó con ahínco para aproximarse al ikyak de Pies Rojos y permaneció a su lado hasta que el sonido que esperaba oír se impuso a las olas: el potente retumbo de los machos de morsa, los gimoteos y los gruñidos de los más jóvenes. Los Cazadores de Ballenas rolaron los ikyan de cara al viento y se acercaron a la isla. Roca Dura y Foca Agonizante detuvieron sus embarcaciones y mantuvieron los zaguales rectos en el agua hasta que Pies Rojos y Comedor de Pescado los abordaron. Aguardaron la llegada de Waxtal.
—Las morsas están aquí —afirmó Roca Dura. Al cabo de un momento preguntó a Waxtal—: ¿Hiciste el ayuno en esta isla?
Waxtal estuvo a punto de responder que no, pero cerró la boca justo antes de pronunciar la palabra. Levantó la cabeza y miró a Roca Dura a los ojos.
—Sí —replicó y pensó que nadie notaría la diferencia. Búho y Huevo con Manchas se habían ido y jamás retornarían. Puesto que había sido quien convocó las morsas, ¿qué tenía de malo alzarse con los honores? ¿Por qué no sacar partido de los difíciles meses pasados en la isla maldecida por el mismo hombre que lo había maldecido?—. Sí, fue en esta isla —respondió a Roca Dura; retiró el zagual del agua y señaló las lomas que se elevaban por encima de la piedra gris de la playa—. Fue allá, en las colinas.
—¿Convocaste los animales mientras estuviste aquí? —quiso saber Foca Agonizante.
—Los convoqué, pero esperaron a que me fuera para acercarse —dijo Waxtal.
—¿Y si no los hubiéramos encontrado? ¿Y si Comedor de Pescado no hubiera pasado por aquí en su intento de cazar focas? —inquirió Roca Dura—. ¿También nos habrías dicho que las habías convocado?
—¿Me habrías creído? —quiso saber Waxtal—. Mírame, no soy joven ni fuerte. Entregué todos mis objetos de trueque, los numerosos hatos de pellejos y los estómagos con aceite, a cambio de los colmillos de morsa. Ahora tengo tan poco que los hombres de tu aldea dudan de mi condición de chamán, no creen que poseo poderes chamánicos. ¿Acaso alguna vez habéis avistado morsas en esta isla? Claro que no. El día en que traslade mis poderes a las Luces Danzarinas las morsas abandonarán la isla. —Se volvió y miró a Pies Rojos; volvió a contemplar a Roca Dura y a Foca Agonizante—. Si hubiera dicho que las morsas estaban en la isla de las cuatro aguas y que podíais cazarlas, ¿me habríais creído?
Los Cazadores de Ballenas no respondieron. Permanecieron un rato en silencio y escrutaron la playa, en la que peleaba un macho gigantesco, cuyo cuerpo semejaba un pétreo montículo pardo rojizo y cuyos bramidos parecían los chasquidos y los chisporroteos del deshielo.
Pies Rojos retiró el arpón para otarias de las amarras de la cubierta del ikyak, acomodó el lanzador en la mano derecha e introdujo el arpón en la muesca, con el extremo del asta apoyado en el gancho de marfil que mantenía el arma en su sitio.
—No —dijo Waxtal—. Aún no estamos en condiciones de cazar. Nuestros arpones para focas insultan a las morsas.
Waxtal miró a Roca Dura y se percató de que había pronunciado palabras que sólo podía decir el alananasika. Se preparó para que Roca Dura descargase sus iras contra él, pero, para su sorpresa, el jefe de los Cazadores de Ballenas sólo manifestó temor.
Waxtal dedujo que Roca Dura temía sus poderes y un riachuelo de risa subió hasta su boca. Entonó una plegaria de protección y alabó a la morsa capaz de entregarse al arpón del cazador. Podía resultar positivo. Conocía los alardes jactanciosos de los cazadores Morsa. ¿Alguien ignora que las morsas se cazan en tierra, donde se mueven lentamente y son fáciles de cobrar? En el agua despliegan todo su potencial y los cazadores tienen muchas dificultades para atraparlas.
—¡Hay que esperar! —ordenó Waxtal.
—Ese ejemplar es mío —afirmó Pies Rojos como si Waxtal no hubiera dicho nada y señaló una morsa pequeña que se encontraba a poca distancia del macho.
Waxtal miró el animal y vio las manchas amarillas en sus colmillos. Esa morsa era asesina y tenía los colmillos amarilleados por la grasa de las piezas que había cobrado. Waxtal había oído historias sobre las morsas que atacaban el ikyak de los cazadores.
—¡Espera! —gritó Waxtal, pero tardó demasiado.
Pies Rojos lanzó el arpón y dio un grito cuando se clavó en el pecho de la morsa; un chorro de sangre formó una estela a medida que el animal se sumergía torpemente en el agua y desaparecía en medio del oleaje.
—Mirad —dijo Roca Dura y señaló el asta del arpón que, con la parte roma hacia arriba, cabeceaba entre las olas. El asta estaba unida a la punta del arpón, clavada en la morsa, mediante un hilo de tendón trenzado. Roca Dura, Comedor de Pescado, Pies Rojos y Foca Agonizante formaron un círculo con los ikyan y rodearon el asta del arpón, al tiempo que aguardaban a que la morsa aflorase a la superficie de la misma forma que se espera la salida de una foca o de una nutria. Waxtal no acercó el ikyak al círculo y meneó negativamente la cabeza cuando Roca Dura le hizo señas de que se aproximase.
Waxtal cerró los ojos y concentró todas sus fuerzas en las palabras del cántico. Tras la oscuridad de sus párpados percibió un súbito resplandor y simultáneamente oyó los gritos de los cazadores. Cuando abrió los ojos descubrió que una masa de agua elevaba su ikyak: una ola gigante, que surgió como si el mar librase un combate con los Cazadores de Ballenas. Waxtal vio que la morsa afloraba en la cresta de la ola y supo que asimilaba el poder del agua y cobraba fuerzas para sobreponerse al dolor de la punta del arpón. El animal se lanzó sobre el ikyak de Pies Rojos, partió la proa e hizo que el Cazador de Ballenas saliese despedido de la escotilla.
Waxtal hundió el zagual y se dejó llevar por las olas pequeñas que a veces siguen la estela de la marejada. Aunque el ikyak estuvo a punto de zozobrar, el miedo le dio fuerzas y enderezó la embarcación, roló y se alejó a toda velocidad de la playa y de las intensas corrientes de arrastre que se oponen al zagual del cazador. En cuanto se apartó lo suficiente, volvió la cabeza para ver qué ocurría. Tres ikyan seguían a flote y en cada uno había un hombre. Waxtal los observó y esperó. En cuanto comprobó que el mar había recobrado la calma, remó hacia los Cazadores de Ballenas y se puso a cantar de viva voz para que supiesen que rezaba por todos y que su fuerza no radicaba en sus brazos o en sus habilidades para remar, sino en las plegarias, los cánticos y los poderes chamánicos.
—No vivirá —declaró Foca Agonizante.
A pesar de todo, Roca Dura y Foca Agonizante unieron sus ikyan, sacaron del agua al cazador y lo tendieron en las cubiertas de las embarcaciones.
Waxtal se acercó, echó un vistazo y desvió rápidamente la cabeza. Pies Rojos no sobreviviría ni siquiera con sus cánticos, sus plegarias y los poderes del más influyente de los chamanes. Nadie podía seguir vivo si tenía el pecho aplastado, la mandíbula desencajada y echaba sangre por la boca cada vez que respiraba.
Roca Dura miró a Waxtal, agitó colérico el zagual y ordenó tajante:
—¡Guíanos!
Waxtal abrió la boca con la intención de recordar al jefe de los Cazadores de Ballenas que Pies Rojos había actuado imprudentemente. Les había advertido que no era aconsejable utilizar arpones de focas para cazar morsas. Llegó a la conclusión de que ya tendrían tiempo de hablar cuando regresasen sanos y salvos a la isla de los Cazadores de Ballenas. Nadie sabía si los espíritus vigilantes verían los arpones, enviarían otra ola gigante y los dejarían en el mar para que se sumasen a las voces susurrantes que el viento transporta a los cazadores que se desplazan en los ikyan. A pesar de que el zagual le resultaba pesado y resistente, Waxtal empezó a remar en medio del oleaje.