Cazadores de Ballenas
Isla de Yunaska, archipiélago de las Aleutianas
—¿Qué isla? —preguntó Roca Dura al tiempo que abandonaba su espacio para dormir.
—La isla de las cuatro aguas —replicó Pies Rojos, de pie junto al poste de la entrada y con las manos apoyadas en el báculo.
Pies Rojos levantó el bastón y golpeó varias veces las esteras de hierba trenzada que cubrían el suelo del ulaq.
—Es una isla muy pequeña —murmuró Roca Dura lentamente—. ¿Estás seguro?
El jefe de los Cazadores de Ballenas arrugó el entrecejo y señaló el báculo de Pies Rojos. Éste lo apoyó en el poste de la entrada y se acuclilló.
—Las he visto con mis propios ojos y las he oído.
—¿Has visto morsas alguna vez?
—Las he visto en el océano.
—Pues no es lo mismo; tal vez se trate de otarias.
—No son otarias.
—¿Cuántas viste?
—Demasiadas para poder contarlas.
—¿Comedor de Pescado fue el primero en avistarlas?
—Sí.
—Pues búscalo y dile que venga a verme —añadió Roca Dura. Pies Rojos estaba a punto de salir cuando el jefe extendió la mano y añadió—: Espera. Iré a visitarlo porque también quiero ver a otra persona.
Roca Dura descolgó su suk del gancho y trepó por el poste de la entrada sin dar tiempo a que Pies Rojos abriera la boca.
Kukutux oyó que los hombres se aproximaban, se apartó del poste de la entrada y se acurrucó junto a la pared, en uno de los rincones oscuros del ulaq. Los hombres hablaban a gritos y se preguntó si estaban enfadados.
Entonces oyó carcajadas y Roca Dura entró en el ulaq sin anunciarse. Iba acompañado de tres cazadores: Pies Rojos, Comedor de Pescado y Foca Agonizante. Con excepción de este último, que al verla en un rincón alzó la mano a modo de saludo, los hombres la ignoraron. Kukutux respondió de la misma forma, se acuclilló y apoyó la espalda en la pared.
—¿Waxtal está aquí? —preguntó Roca Dura después de caminar de un extremo a otro del ulaq. Hizo un alto para atisbar en el rincón a oscuras donde se encontraba Kukutux—. ¿Waxtal está aquí? —repitió.
—Está rezando en su espacio para dormir —respondió Kukutux y se asombró de que el jefe no oyese el agudo canto que escapaba del espacio para dormir de Waxtal.
Roca Dura permaneció quieto, con los brazos pegados, como si no supiera qué hacer.
—¿Cuándo terminará? —quiso saber Foca Agonizante.
Kukutux se incorporó, se acercó a la luz de la lámpara y se encogió de hombros.
—¿Quién sabe?
—Es chamán —intervino el anciano Comedor de Pescado—. Ya os dije que era chamán. Lo comenté con todos cuando llegó con los comerciantes, pero nadie hace caso de un viejo que apenas puede cazar. Nadie lo escucha. —Cuadró los hombros bajo la suk de piel de nutria, se cogió una mano con la otra y frotó los nudillos hinchados. Miró a Kukutux, separó los dedos y añadió—: Fíjate qué le ocurre al anciano que caza. Trueca dos días de dolor por cada foca que cobra. Les dije que había morsas y no me creyeron. Me obligaron a regresar y mostrarles la isla. Estaba llena de morsas, tan apiñadas que es imposible hallar un espacio para caminar. Les dije que había visto morsas. Ahora me creen… al menos estos dos. —Con dedos nudosos señaló a Foca Agonizante y a Pies Rojos—. Éste, nuestro jefe, cree saber más que un anciano. Dice que debo acompañarlos, que deberíamos ir juntos para ver nuevamente las morsas. Pretende cazarlas. ¿Qué utilizará para atraparlas? Nosotros nunca hemos cazado morsas. ¿Debemos emplear arpones para focas? Cualquier morsa los apartará y se reirá de nuestras modestas armas. ¿Podemos profanar con sangre de morsa nuestras armas balleneras?
Roca Dura caminó de un lado al otro del ulaq mientras Kukutux escuchaba al viejo. Se detuvo varias veces junto a la cortina del espacio para dormir de Waxtal y la mujer lo vio inclinar la cabeza para escuchar los cánticos.
Finalmente el jefe se dirigió a Kukutux, interrumpió a Comedor de Pescado y dijo:
—¿Te ha pedido que no lo molestes? ¿Te ha pedido que guardes silencio mientras ora?
—No me ha pedido nada —repuso Kukutux.
—Hablaré ahora mismo con él —declaró Roca Dura de viva voz.
El jefe se detuvo y contempló la cortina del espacio para dormir como si pudiera apartarla sin necesidad de tocarla. Al final Kukutux se acercó a Roca Dura y abrió la cortina. El jefe se inclinó para mirar el interior del espacio para dormir y, sin darle tiempo a pronunciar una sola palabra, Waxtal preguntó con voz clara y sonora:
—¿Hallaste las morsas que convoqué? —Roca Dura retrocedió de un salto, como si Waxtal le hubiese asestado un golpe—. ¿Crees que los espíritus no hablan conmigo? —insistió Waxtal; abandonó el espacio para dormir, se irguió y levantó los brazos hacia las vigas del ulaq.
—¿Convocaste las morsas? —preguntó Foca Agonizante.
Kukutux reparó en las dudas que ensombrecieron la expresión del cazador.
—¿Alguna vez habías visto morsas cerca de esta isla? Vuestros padres o abuelos refieren historias del pasado remoto. ¿Acaso hablan de las morsas?
—No —repuso Comedor de Pescado—. Fui el primero en verlas. Vi las morsas y avisé a los demás, pero no me creyeron.
—¿Y ahora te creen? —preguntó Waxtal.
—Aunque no las he visto, Foca Agonizante es reconocido por su sinceridad —respondió Roca Dura.
—¿Irás con él a fin de verlas con tus propios ojos?
—Iremos juntos —replicó el jefe de los Cazadores de Ballenas—. Iremos todos.
Waxtal dio la espalda a los hombres y, mientras regresaba al espacio para dormir, añadió:
—Convoco las morsas pero no las cazo.
Roca Dura extendió los brazos, sujetó a Waxtal de los hombros y lo obligó a regresar a la estancia principal del ulaq.
—Si eres chamán te honraremos como tal, pero sólo cuando lo demuestres. Me has dicho que quieres a esta mujer por esposa. Nos acompañarás. Se tarda menos de un día en ir y volver de la isla de las cuatro aguas. Recoge la chigadax, las lanzas, las vejigas con agua y la lámpara de aceite. —Roca Dura soltó los hombros de Waxtal y miró a Kukutux—. Me dijiste que aceptarías convertirte en su esposa si era cazador. ¿Y si es chamán?
—Si es capaz de acumular carne suficiente para el invierno, me da igual que sea la parte del cazador o la del chamán —replicó Kukutux.
Ayudó a Waxtal a recoger sus bártulos. Llenó varios pellejos con agua, preparó una vejiga con aceite, buscó una lámpara de cazador y rápidamente remendó un rasgón de su chigadax.
Cuando los cazadores partieron, Kukutux no subió a lo alto del ulaq para verlos partir. Permaneció en el centro de la estancia principal, tranquila y vacía después de las frenéticas prisas y los gritos de los cazadores. Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro. Era posible que, después del tiempo que había pasado sola tras la muerte de su marido y su hijo, su espíritu se hubiese deformado. De lo contrario, ¿por qué disfrutaba tanto de la tranquilidad del ulaq vacío? ¿Qué mujer estaba dispuesta a trocar el silencio por la algarabía de los niños o los gritos de tías, tíos, padres y abuelos? Recordó que casi todos los aspectos de la vida tenían una faceta positiva y que no había nada malo en disfrutar de lo que le pertenecía.
Envolvió carne disecada en una piel de foca y la guardó en el escondrijo para alimentos. Mientras trabajaba pensaba en los comentarios de los cazadores. Limpió minuciosamente el tapón del estómago con aceite que los comerciantes habían dejado. Era aceite fresco. Tuvo la tentación de servirse un cuenco pequeño y tomarlo con el pescado disecado que pensaba comer. Claro que se trataba de aceite de la mejor calidad y convenía reservarlo para Waxtal, para el cazador.
Roca Dura ya le había preguntado dos veces si estaba dispuesta a convertirse en esposa de Waxtal. En ambas ocasiones, ella lo había sometido a prueba: siempre y cuando cazara, o si era chamán. ¿Por qué lo había hecho? Hacía sólo una luna, en los días en que estaba famélica, habría aceptado a cualquiera. ¿Por qué ahora le costaba tanto decir que sí?
Waxtal no era un hombre hermoso. Su rostro no daría placer a una mujer, como lo proporcionaba contemplar la cara de Roca Dura. Su cuerpo no era tan fuerte como el de Foca Agonizante. Sus ojos no transmitían la tierna mirada de los del comerciante Búho. Sin embargo, tenía poderes. ¿Qué era más importante con relación a los hijos que Kukutux podía engendrar: la mirada tierna, el rostro bello o la capacidad de alimentarlos y protegerlos de las maldiciones?
—¿Existe alguna mujer que no se sacrifique por sus hijos, incluso por los que todavía no han nacido? —preguntó Kukutux en voz alta—. Sí, tomaré por esposo a Waxtal. —Recordó que su madre solía decir que el aceite, el aceite recién depurado, creaba rorros fuertes. Se acercó al escondrijo para alimentos, sacó el estómago con aceite, lo destapó y brindó—: Por mis hijos.