Capítulo 54

Roca Dura se sentó frente a Waxtal. Kukutux simuló ajetrearse junto al escondrijo para alimentos, pero los observaba por el rabillo del ojo.

Ambos hombres guardaron silencio largo rato, con la vista fija en la estera en la que Kukutux había depositado alimentos. Finalmente Roca Dura preguntó:

—¿Quieres tomar por esposa a esta mujer?

Waxtal se irguió y miró a los ojos al Cazador de Ballenas.

—Sí.

—¿Te quedarás con nosotros y formarás parte de esta aldea?

Kukutux advirtió que Waxtal abría los ojos y percibió su tono vacilante cuando replicó:

—Soy comerciante. A veces viajaré y otras estaré aquí.

Roca Dura asintió con la cabeza.

—Necesitamos cazadores. —El jefe de la aldea señaló los colmillos de morsa, situados junto a la lámpara de aceite más grande del ulaq—. Es bueno que talles, pero cuando la gente pasa hambre es más importante salir a cazar.

Waxtal avanzó el mentón y no replicó. Cogió una tira de carne disecada, la dobló y se la llevó a la boca.

—Cuando no hay animales hasta el mejor cazador regresa con las manos vacías —declaró Waxtal mientras el trozo de carne le hinchaba la mejilla—. En el caso de que en la aldea hubiera alguien con poderes espirituales para convocar a los animales, ¿qué sería más importante, cazarlos o atraerlos?

—Si te quedas tendrás que cazar —insistió Roca Dura con palabras tajantes y firmes, como si hablara con un niño. Se puso de pie, se acercó a Kukutux y le preguntó—: ¿Quieres a este anciano por esposo?

Waxtal lo interrumpió descortésmente:

—¿Desde cuándo las mujeres eligen a los maridos?

—Las Cazadoras de Ballenas siempre lo han hecho —respondió Roca Dura—. ¿Hay alguien lo bastante insensato como para convivir con una mujer que no lo desea? Es posible que los Cazadores de Focas no posean el don de la sabiduría. —Miró a Kukutux e insistió—: ¿Lo deseas?

Kukutux miró a Waxtal y vio sus manos nudosas y sus canas. Contempló los colmillos de morsa y el bello dibujo que había tallado. Giró la cabeza hacia el escondrijo para alimentos y recordó lo que significaba tener un cazador en el ulaq.

—Siempre que cace… —replicó.

—Con la pleamar tres de nosotros saldremos a cazar focas —comunicó Roca Dura a Waxtal—. Nos acompañarás.

Waxtal frunció el ceño.

—No he rezado y hace muchos días que no aceito mi chigadax.

—Tendrás tiempo para orar —aseguró Roca Dura—. Los cazadores nunca se olvidan de engrasar la chigadax.

—¿Crees que un chamán atrapado en el ayuno de la visión piensa en su chigadax?

—¿Te consideras chamán?

—Sólo a partir del ayuno.

—Conozco pocos chamanes y, en la mayoría de los casos, el don les es revelado en la niñez. ¿Quién eres para reivindicar la condición de chamán en la vejez?

—Conociste al chamán de la isla de Tugix —contestó Waxtal—. He heredado sus poderes.

—Si eres chamán serás bienvenido en esta isla —aseguró Roca Dura—. De todos modos, las palabras de nada valen si un hombre no es capaz de demostrar su veracidad. Aceita tu chigadax, eleva tus plegarias y acompáñanos. Así sabremos si es verdad que cazas.

El oleaje elevó el ikyak de Waxtal, que dirigió la mirada al horizonte. Seguía a los Cazadores de Ballenas, que se habían alejado en los ikyan inmediatamente después de abandonar la playa. Claro que los que remaban eran jóvenes de vigorosa musculatura.

«No padezcas —se dijo Waxtal—. ¿Qué representan los músculos en comparación con los poderes del que habla con los espíritus y oye sus voces?».

El frío del agua se colaba a través de las paredes del ikyak y se contagió al pellejo de foca peluda en el que Waxtal estaba sentado; le caló los huesos de las piernas y le temblaron las rodillas. Cualquier cazador sabía que pensar en el frío es peor que ignorarlo, por lo que Waxtal se puso a cantar, entonando una melodía para cazar focas que conocía desde niño. Se la había enseñado su abuelo, hombre que no era un gran cazador y que en más de una ocasión había empleado el báculo para cubrir de verdugones la espalda de Waxtal. Como cantar era mejor que pensar en el malestar que sentía, Waxtal anuló el recuerdo del abuelo y siguió tarareando. Cantó a voz en cuello, con la esperanza de que Roca Dura oyera sus palabras y pensase, en el caso de que avistaran focas, que las había atraído.

Remaron el resto de la jornada en busca de animales marinos, pero no los encontraron y retornaron a la isla cuando ya había caído la noche.

Waxtal acomodaba el ikyak en el anaquel de las embarcaciones cuando Roca Dura lo abordó.

—Si eres chamán, ¿por qué no convocaste una foca? Te oí cantar.

Waxtal rio forzadamente.

—Salí al mar como cazador. ¿No era lo que la mujer quería? La canción que entoné es para cazar focas y me la transmitió mi abuelo cuando aún era un crío. Es un buen canto, pero carece del poder del chamán. Tengo que engrasar mi chigadax. Los cazadores jamás se olvidan de aceitar su chigadax. Cuando queráis volver a cazar, avísame e iré con vosotros. —Waxtal echó a andar hacia el ulaq y volvió la cabeza para mirar a Roca Dura—. Cuando quieras que sea chamán y convoque a los animales, avísame y también lo haré.

Kukutux recogió los avíos de pesca y salió del ulaq. Los cánticos de Waxtal la acompañaron y al llegar a la playa, por encima del sonido de la rompiente y los reclamos de las gaviotas, creyó oír su voz, el canturreo apagado y ronco que parecía escapar por la nariz del tallista, como si el cántico se abriera paso entre los resistentes huesos de su cabeza.

Kukutux se regañó a sí misma y se dijo que no sabía nada de cánticos ni de poderes chamánicos. ¿Qué poderes tenía para criticar los que otra persona poseía?

Se acuclilló al amparo de un canto rodado y utilizó un mechón de pelo para atar las entrañas de pescado al anzuelo. Aunque la marea era menguante, el nivel aún estaba lo bastante alto para pescar desde la cima de la roca que sobresalía sobre el mar en el lado sur de la playa. Desenrolló un trozo de sedal de la vara, lo lastró con una piedra pequeña y lanzó el anzuelo al agua. Utilizó la vara para recoger el sedal y mientras pescaba tarareó una canción que le había enseñado su madre: «Pez, entrégate a mi anzuelo. Alimenta a mis hijos y te honraré».

Repitió infinidad de veces esas sencillas palabras.

Al final notó un tirón en el sedal, lo recogió y se encontró con un magnífico pagro. Volvió a poner carnada en el anzuelo, echó el sedal al agua y canturreó. Antes de que la marea bajara como para impedirle pescar desde las rocas, Kukutux había atrapado seis pagros cuyas escamas destellaban en el cesto de transporte.

Kukutux pensó con regocijo en los seis pescados. Recordó los días invernales sin alimentos, las noches en que mordisqueaba tiras de piel de foca para engañar el estómago. Cuando se acercó al ulaq volvió a oír la canción de Waxtal y llegó a la conclusión de que tal vez tenía poderes… al menos para convocar a los peces.