Cazadores de Ballenas
Isla de Yunaska, archipiélago de las Aleutianas
Kukutux acarreó otro estómago de foca con aceite a lo alto del ulaq y se lo entregó a Huevo con Manchas. Meneó la cabeza por la insensatez de los comerciantes. Hacía dos días habían guardado sus objetos de trueque en el ulaq y ahora decidían sacarlos. Bajó por el poste de la entrada, cogió un montón de cestas que encajaban una dentro de la otra y se las lanzó a Huevo con Manchas.
Tal vez los comerciantes temían que los Cazadores de Ballenas les robasen los objetos de trueque. Era imposible que dos hombres se enfrentasen a toda una aldea. Si eso era lo que los preocupaba, ¿por qué esa noche dejarían los objetos de trueque en su ik de comerciantes? Kukutux meneó la cabeza y se dijo que era imposible entender a los comerciantes.
Acarrear y trasladar objetos no le resultó nada fácil. Le dolía el codo izquierdo y se preguntó si Vieja Gansa tendría raíz de ugyuun para preparar una cataplasma, algo que apartase de su brazo los agudos espíritus del dolor.
Se dijo que podía alegrarse de que los trocadores no hubiesen descargado sus iras contra ella. Una idea se coló sordamente en su cabeza: aún pasarían una noche en la aldea. Les quedaba una noche antes de partir. Kukutux cogió un estómago de foca con pescado disecado, se lo cargó al hombro izquierdo y trepó a lo alto del ulaq.
Pensó que había padecido cosas mucho peores.
Cuando la totalidad de los objetos de trueque quedaron fuera del ulaq, Kukutux buscó una bolsa de recolección y se dirigió a la playa. Aunque aún no había llegado la bajamar el agua menguaba. Tal vez encontraría algo fresco con que acompañar el pescado disecado. Utilizó el báculo para mover piedras pequeñas y hurgar en las grietas entre los cantos rodados que protegían los bajíos de la ancha playa de los Cazadores de Ballenas. Encontró unos pocos erizos, que ni siquiera bastaban para satisfacer a un niño. Regresó al ulaq y, al ver que Búho y Huevo con Manchas no estaban, se lo llevó al viejo y lo llamó a través de la cortina del espacio para dormir.
—¿Estás orando?
El viejo carraspeó.
—He terminado de rezar —respondió y se asomó por un lado de la cortina.
—Te he traído estos erizos, aunque no son muchos —explicó Kukutux y le entregó la cesta de recolección.
El hombre abrió mucho los ojos y a sus labios asomó una sonrisa. Preguntó:
—¿Búho y Huevo con Manchas ya se han ido?
—Partirán mañana si el tiempo es bueno —respondió Kukutux—. ¿Necesitas agua?
El viejo se apartó de la cortina y regresó rápidamente con una vejiga vacía. Kukutux la cogió y se la cambió por otra llena. El anciano asintió con la cabeza.
—Avísame cuando ya no estén —añadió y se introdujo en el espacio para dormir.
Kukutux se incorporó y suspiró aliviada en el ulaq vacío. Detestaba los montones de paquetes apiñados. Los trocadores no tardarían en marcharse, aunque antes tenía que darles de comer. Se dirigió al escondrijo para alimentos y sacó los paquetes que Búho y Huevo con Manchas habían dejado.
Preparó bayas secas mezcladas con aceite de foca, carne de foca disecada y pescado ahumado aromatizado con hojas de ugyuun picadas.
Cuando Kukutux terminó de preparar la comida, los comerciantes aún no habían regresado, de modo que entró en los espacios para dormir y se cercioró de que en el ulaq no había nada de Búho y Huevo con Manchas. De la totalidad de los objetos que los trocadores habían introducido en el ulaq sólo quedaban unos pocos alimentos y el báculo del anciano. De pronto se acordó de los colmillos. Comprobó que también habían desaparecido. Kukutux experimentó una súbita congoja. ¿Lo sabía el viejo? ¿Debía saberlo? ¿Y si los colmillos eran la fuente de sus poderes? ¿Era correcto que los comerciantes se los llevaran? Se acercó a la cortina del espacio para dormir del anciano y dijo:
—Tus colmillos no están aquí. ¿Se los han llevado los comerciantes?
—Están aquí, en mi espacio para dormir —replicó el viejo con voz amortiguada, como si tuviese la boca llena.
Kukutux pensó que estaba comiendo los erizos.
—Me alegro —respondió y se alejó de la cortina, pero el anciano la llamó.
—Te agradezco los erizos. Tenía hambre. —Waxtal hizo una pausa y preguntó—: ¿Has visto mis colmillos?
—Acabas de decir que los tienes en el espacio para dormir.
—No, lo que te pregunto es si has visto las tallas.
—He visto que uno tiene muchas líneas —repuso Kukutux.
—Entra y míralo.
Kukutux echó un vistazo al orificio del techo y se dijo que daba igual que los comerciantes la encontrasen en el espacio para dormir del viejo. Les diría que quería cerciorarse de que el anciano no tenía nada que les pertenecía. Abrió la cortina, la enrolló y la encajó en la paja que cubría las paredes del ulaq. Se deslizó a gatas y se detuvo junto al viejo.
Waxtal tenía el colmillo tallado en el regazo y lo tocaba con los dedos de la misma forma que una madre acaricia la piel de un rorro. Kukutux paseó la vista por el espacio para dormir en busca de paquetes y objetos de trueque, pero sólo había unas pocas pieles y esteras de hierba.
—¿Lo ves? ¿Ves el colmillo? —preguntó el viejo con un tono que atrajo la mirada de la mujer.
Kukutux se acercó y se inclinó sobre el colmillo. Las líneas profundamente talladas en el marfil cubrían desde el extremo más ancho hasta la mitad de la punta. En conjunto, se mecían como la hierba al viento y atraían la mirada igual que la llama de una lámpara de aceite.
—Es hermoso —declaró Kukutux.
—Me daré por satisfecho aunque en toda mi vida sólo tenga estos colmillos —afirmó el anciano.
Kukutux se sentó en los talones y recordó que había pensado prácticamente lo mismo cuando cobijó en los brazos a su hijo recién nacido, con el pelo todavía húmedo por el parto. Estuvo a punto de notar el calor del cuerpo del crío en su seno cuando oyó las voces de Búho y Huevo con Manchas.
—Intentaré traerte comida dentro de un rato —murmuró al tiempo que abandonaba el espacio para dormir del viejo.
Roca Dura se presentó con Búho y Huevo con Manchas. Kukutux dio de comer a los tres, se sirvió un cuenco y se fue con él al rincón de las cestas.
Los hombres se alimentaron sin hablar. Cuando terminaron, Roca Dura se refirió a la caza de la ballena. Habló de varios cazadores vivos y de otros muertos hacía mucho tiempo, cuyos nombres no podía pronunciar por temor a que sus espíritus retornaran a la aldea. Kukutux escuchó los relatos con las manos desocupadas y disfrutó de esa insólita posibilidad de no tener nada que hacer.
Cuando acabó con las historias de las cacerías, Roca Dura añadió:
—Hubo un tiempo en que otros hombres desembarcaron en esta isla. Los llamamos los Bajos. Primero visitaron a los Cazadores de Focas y arrasaron su aldea, por lo que todos murieron salvo una mujer. Era la nieta del que entonces era nuestro jefe y que ahora está muerto. La mujer y otros Cazadores de Focas llegaron a nuestra isla para dar la voz de alarma.
Kukutux sonrió. Conocía ese relato, una historia de lucha y valentía por parte de los hombres y de la mujer. Roca Dura mencionó a Waxtal y Kukutux supo que se refería al viejo agazapado en el espacio para dormir.
—Mató a un Bajo y fue herido durante el combate. También fue el que nos dio la idea para vencer a los Bajos. Nos aconsejó que colocáramos dos postes en la entrada de cada ulaq para que los cazadores subieran espalda con espalda y se protegiesen mutuamente mientras combatían. Como comprenderéis, me resulta difícil deciros que matéis al viejo porque hace mucho tiempo salvó a los Cazadores de Ballenas.
Búho asintió mientras Huevo con Manchas se ponía de pie y caminaba rápidamente de un extremo a otro del ulaq.
—La decisión depende de ti —afirmó Huevo con Manchas—. No es un buen hombre. Por algún motivo el jefe de la tribu lo echó de la aldea. No conocemos las razones. Parece incapaz de hacer daño, pero nunca se sabe.
Roca Dura se incorporó y se desperezó. Al llegar se había quitado la suk, que utilizó como cojín; ahora se la puso al tiempo que decía:
—No lo matéis. Dejadlo aquí. La mujer lo cuidará.
Roca Dura señaló a Kukutux, cuyo corazón se inflamó de ira, pero permaneció en silencio. De nada le serviría protestar. Al fin y al cabo, no tenía marido. A pesar de ser viejo, seguramente Waxtal todavía estaba en condiciones de cazar.
Roca Dura abandonó el ulaq y durante un rato Búho y Huevo con Manchas hablaron en voz baja, como si temiesen que Kukutux oyera lo que decían. La mujer sonrió, se levantó y se acercó adrede para recoger los restos de comida y los cuencos. Las palabras de los comerciantes se convirtieron en un cuchicheo. Kukutux rio y les dijo:
—¿Por qué habláis en voz baja? No entiendo la lengua caribú. Podéis expresaros con tono alto… a menos que temáis que el viejo os oiga.
Huevo con Manchas torció el gesto y Búho se incorporó sonriente.
—Huevo con Manchas afirma que pasarán muchos días hasta que vuelva a compartir el espacio para dormir con una mujer y se pregunta si lo visitarás en su lecho.
Huevo con Manchas clavó la mirada en la pared del ulaq y guardó silencio. Búho se agachó y levantó los numerosos collares que adornaban el pecho de su hermano.
—Elige uno… o dos si accedes a compartir el lecho con ambos.
Kukutux sintió que le ardían las mejillas.
—¿Y si elijo dormir sola?
—La elección te corresponde —respondió Búho, se encogió de hombros y miró afablemente a la mujer.
Kukutux desvió la vista y se representó mentalmente la comida que quedaba en el escondrijo para alimentos. Tenía una piel de foca, que había trasladado de su ulaq, llena hasta la mitad de aceite, un estómago de foca con aceite que había recibido de Roca Dura, dos pieles de foca con pescado disecado, un puñado de carne de foca seca y una cesta con bayas. Bastaría para que el viejo y ella se alimentasen durante la temporada de caza. Pero, si el anciano no era buen cazador, ¿qué ocurriría después? Tendrían que soportar un invierno de hambre.
Kukutux se acercó a Huevo con Manchas y escrutó su rostro mientras tocaba los collares.
—Éste no —dijo el comerciante y apoyó la mano en el collar de zarpas de oso que trazaba un amplio círculo alrededor de su cuello—. Elige cualquiera de los otros.
—¿Dos? —preguntó Kukutux. Huevo con Manchas dilató las fosas nasales, pero asintió con la cabeza—. Éste y éste —añadió y escogió un collar de dientes de foca y otro de brillantes discos que procedían de la parte interior blanca de las conchas de almejas.
Huevo con Manchas se quitó un collar y enseguida el otro. Se los entregó a Kukutux. La mujer los acercó a la luz de la lámpara y durante unos instantes se dio el lujo de creer que le pertenecían, que podía lucir esos adornos, que podía tener algo hermoso. Volvió a mirar a Búho y Huevo con Manchas, rio y preguntó:
—¿Son míos?
—Siempre y cuando visites nuestro espacio para dormir —respondió Huevo con Manchas.
Kukutux asintió con la cabeza. Había llegado el momento de negociar. Si esperaba a que las necesidades de los comerciantes quedaran satisfechas sería demasiado tarde.
—Los collares son hermosos, pero no puedo comerlos. Si son míos tengo derecho a quedármelos o a trocarlos, ¿de acuerdo? —La mujer hizo silencio, pero los trocadores no abrieron la boca—. ¿Cuánto aceite me daréis a cambio de este collar? —preguntó y levantó el de dientes de foca.
Huevo con Manchas se volvió hacia Búho y se miraron en silencio, como si sus ojos hablasen sin palabras.
—Ni una gota —replicó Huevo con Manchas.
Kukutux tensó los músculos del cuello y, pese a que le dolió la nuca, se mantuvo impertérrita, sin sonreír ni fruncir el entrecejo.
—¿Por cuánta carne disecada me lo cambiáis? —inquirió.
Huevo con Manchas apretó los dientes y negó con la cabeza.
—¿No me daréis nada? —insistió Kukutux. Volvió a reír y repitió—: No puedo alimentarme de collares. —Se inclinó hacia Huevo con Manchas y dejó caer los collares en su regazo—. En ese caso, son tuyos.
Se alejó y se sentó de espaldas a los comerciantes.
Kukutux notó las miradas expectantes y vigilantes de los trocadores. Se le erizó el vello de los brazos y se aferró los codos para que no se notase que le temblaban. Hizo un gran esfuerzo para no volverse y mirarlos. Se dijo que no tenía la menor posibilidad de oponerse a dos jóvenes y que no podría hacerles frente si decidían poseerla. Se obligó a permanecer inmóvil. El silencio del ulaq era tan hondo que oía su respiración.
—Uno —dijo Huevo con Manchas. Kukutux se sorprendió tanto que dio un brinco y lo miró por encima del hombro—. Un estómago de foca con aceite.
—¿Por los dos? —inquirió Kukutux.
—¿Acaso vales más? —intervino Búho.
Kukutux se incorporó y se plantó delante de los hombres.
—Hasta hace poco valía dos collares. Vosotros sois los trocadores, los que conocéis el precio de los collares. ¿Por qué me lo preguntáis?
—Dos estómagos de carne disecada —dijo Búho.
—Dos estómagos de foca con aceite —insistió Kukutux— o tres de carne disecada.
—Uno de carne y uno de aceite —negoció Búho y no miró a Huevo con Manchas cuando éste lanzó un silbido de sorpresa.
—¿Quién va primero? —preguntó Kukutux.