Cazadores de Ballenas
Isla de Yunaska, archipiélago de las Aleutianas
Waxtal abrió los ojos. Las voces, un sordo zumbido que se intercalaba en sus sueños, habían cambiado. Aguzó el oído. Era Roca Dura. A Waxtal se le aceleró el pulso. Apoyó las manos en el suelo e intentó incorporarse, pero las jornadas de ayuno y el retorno a la isla de los Cazadores de Ballenas habían acabado con sus fuerzas.
Se tendió en el suelo del espacio para dormir y oyó las preguntas de Roca Dura, las rápidas respuestas de Huevo con Manchas y la voz firme y apacible de Búho. Se dio cuenta de que debía levantarse y defenderse ante Roca Dura. Además, era de día, su ayuno estaba cumplido y tenía hambre. Se puso a gatas y se incorporó lentamente. Alzó los brazos hasta la piel con agua que colgaba sobre su cabeza y bebió. El agua lo reconfortó. Vació la piel y la arrojó a un lado.
Ya se ocuparía la mujer de llenarla. Estaba harto de cargar vejigas con agua. De pronto la alegría no le cupo en el pecho. Los comerciantes podían decir lo que quisiesen. Había cumplido la promesa que le hizo a los espíritus. Nadie sabía qué poderes le proporcionarían. Quizá bastarían para que Roca Dura se pusiera de su parte. Abrió la cortina y se dirigió a la estancia principal del ulaq.
Ignoró a los tres hombres y clavó la mirada en la mujer, que tenía la cara redonda y los labios carnosos. Poseía los ojos alargados y estrechos tan frecuentes en las Cazadoras de Ballenas. Aunque alta y fuerte, Waxtal pensó que mantenía el brazo izquierdo demasiado pegado al cuerpo, que permanecía de pie con la cadera salida y el codo apoyado en el hueso.
De buena gana la recibiría en el lecho, aunque lo más probable es que Búho o Huevo con Manchas la hubiesen reclamado. Tal vez la habían compartido como hermanos que eran. Desde la llegada de la mujer el ulaq estaba limpio —en el suelo no se veían huesos ni restos de alimentos—, pero Waxtal no vio sus colmillos en el lugar habitual, junto al canto rodado que servía de lámpara. Se le oprimió fugazmente el corazón y su respiración se tornó entrecortada y agitada, hasta que vio los colmillos apoyados en la pared más lejana. El marfil brillaba amarillento a la luz de la lámpara de aceite.
—Waxtal —dijo Huevo con Manchas con un tono que erizó los pelos de la nuca del tallista.
—He terminado el ayuno —declaró Waxtal.
Tuvo la sensación de que esas palabras consumían las fuerzas que el agua le había dado. Paseó la mirada por el ulaq en busca del bastón y recordó que lo había dejado en el espacio para dormir. Hundió los hombros y de repente tuvo miedo de caer, de derrumbarse delante de Roca Dura, de los comerciantes y de la mujer que convivía con ellos.
La mujer se acercó a Waxtal, lo ayudó a sentarse como si fuera viejo y, sin darle tiempo a protestar, le puso en las manos un cuenco con caldo.
Waxtal se llevó el cuenco a los labios y bebió. Era muy espeso, con abundante grasa y sabor a bulbos de raíz amarga. Estaba caliente sin llegar a quemar y, a través de la madera del cuenco, la tibieza se transmitió a sus dedos y les quitó la rigidez que solían tener por la mañana.
Roca Dura se acuclilló junto a Waxtal y lo miró. El tallista guardó silencio y se limitó a acercarse el cuenco a la boca.
—Te llevaste sus objetos de trueque —declaró Roca Dura.
—Sólo porque ellos pretendían quitarme lo que me pertenece y dejarme aquí.
—¿Es cierto? —pregunto Roca Dura y miró a Búho y Huevo con Manchas.
Búho se encogió de hombros.
—Es demasiado viejo para seguir nuestro ritmo —replicó Huevo con Manchas.
—¿Se llevó todo lo que había en este ulaq? —quiso saber Roca Dura.
—No —respondió Búho—. No se llevó lo que había cuando llegamos, ni el aceite de ballena ni el pescado disecado.
Roca Dura bajó la cabeza. Waxtal lo miró y percibió un atisbo de sonrisa en el rostro del jefe de la aldea.
—¿Creéis que debe morir por llevarse lo que os pertenece? —insistió Roca Dura.
Búho volvió a encogerse de hombros.
—Nos da igual. Simplemente no queremos que navegue con nosotros.
—No es lo que me dijo Huevo con Manchas —precisó Roca Dura.
Búho miró a su hermano y entornó los ojos.
—No estábamos obligados a traerlo a esta aldea —intervino Huevo con Manchas—. Podríamos haberlo matado donde lo encontramos, recoger todo y seguir viaje.
—Pero no lo hicisteis —puntualizó Roca Dura—. ¿Por qué?
—Porque estaba ayunando y orando —respondió Huevo con Manchas—. No quisimos correr el riesgo de que algún espíritu del lugar donde lo encontramos se enfadara.
—¿Decidisteis que era mejor traerlo y dejar que la isla de los Cazadores de Ballenas cargara con la maldición? —preguntó el jefe de la aldea—. ¿Os pareció mejor que yo decidiera si vive o muere? Ya tengo bastantes problemas con las maldiciones.
—La decisión depende de ti —aseguró Búho—. Lo mataremos o lo dejaremos vivir. Sólo queremos que quede claro que, en el caso de que viva, no viajará con nosotros.
Roca Dura se irguió y caminó de un extremo al otro del ulaq.
—A mí no me interesa verlo muerto. No se llevó nada que perteneciera a los Cazadores de Ballenas.
—De acuerdo —dijo Huevo con Manchas—. Tendrás que alimentarlo. No creo que para los Cazadores de Ballenas sea bueno tener que cuidar de otro viejo. Nosotros nos vamos. No tenemos nada que hacer aquí. Hemos probado tu aceite de ballena y está rancio. Hemos probado tus mujeres y son…
Búho lo interrumpió y le dijo algo en lengua caribú. Habló tan rápido que Waxtal no lo entendió.
—Partiremos mañana —comunicó Búho a Roca Dura—. Agradecemos tu hospitalidad y, como muestra de agradecimiento, te dejamos los pellejos con aceite que hay en el ulaq. —Abrió la cortina de hierba que cubría la entrada del escondrijo para alimentos. Waxtal entrecerró los ojos y contó cuatro estómagos de foca—. También te dejamos al viejo. Haz lo que quieras con él.
Waxtal respiró hondo y miró a Roca Dura, que se había dirigido al poste de la entrada. El jefe de la aldea no dijo nada mientras abandonaba el ulaq.
—Decidme qué tengo que hacer —intervino la mujer y se apartó del poste para trenzar cestas.
Huevo con Manchas retiró la chaqueta de las pieles apiladas junto a la entrada de su espacio para dormir.
—Hay un agujero en una de las mangas —dijo y también lanzó las polainas y las botas, formando una pila a los pies de la mujer—. Búho, ¿tu ropa necesita remiendos?
Waxtal volvió la espalda a los comerciantes, se acercó el cuenco a la boca y lo vació. Se dirigió a donde estaban los colmillos, cogió el tallado, lo trasladó a su espacio para dormir y volvió a buscar el que estaba intacto.
Posó las manos en los colmillos y notó el clamor de las voces en las yemas de los dedos. Decidió esperar en el espacio para dormir, sin entrometerse. Se quedaría quieto y vigilaría los colmillos. En cuanto Búho y Huevo con Manchas se fueran, hablaría con Roca Dura y le haría una propuesta. Búho y Huevo con Manchas podían pensar que se llevaban todos los objetos de trueque, pero ignoraban que él poseía algo para trocar: conocimientos por los que Roca Dura daría cuanto tenía.