Capítulo 37

Cazadores de Ballenas

Isla de Yunaska, archipiélago de las Aleutianas

Kukutux señaló un cojín de piel de foca peluda próximo a la lámpara de aceite y Chillona tomó asiento. Aunque carraspeó, la mujer no dijo nada.

Chillona era tan menuda que alguien podía tomarla por una niña cuando se ponía la suk para resguardarse del viento o de la lluvia. Sin embargo, su mirada no reflejaba la limpidez de los ojos de los críos y había envejecido desde la muerte del hermano de Kukutux. Su frente estaba surcada de arrugas y en el entrecejo se le formaba un frunce.

Kukutux se acuclilló, apoyó las manos en las rodillas y preguntó a Chillona:

—¿Quieres agua? He ido a buscarla esta mañana.

Chillona permaneció en silencio y Kukutux pensó que le pediría comida.

—Sí, un trago de agua me sentará bien. —Kukutux fue en busca de la vejiga de agua, aguardó a que Chillona bebiera y colgó el recipiente en el gancho situado sobre sus cabezas—. Quiero pedirte algo importante.

Kukutux volvió a acuclillarse y esperó. Chillona guardó silencio de nuevo, con la vista fija en la llama de la lámpara. Kukutux fue paciente, pues sabía que sería descortés no darle tiempo para ordenar sus pensamientos. Claro que conocía lo bastante a Chillona para saber que ese silencio era un modo de darse importancia. Al final se irguió, se acercó al rincón de las cestas, cogió una muy vieja, la acomodó en el poste y se puso a reparar el fondo.

—Acabo de decirte que quiero pedirte algo importante —repitió Chillona y su voz se convirtió en un quejido.

Kukutux se encogió de hombros.

—Te escucho. Dímelo.

Chillona se golpeó el paladar con la lengua, como una madre que reprende a su hijo.

—Roca Dura quiere saber qué opinas de los comerciantes y si los consideras buenos hombres.

Kukutux lanzó una carcajada.

—Roca Dura pretende que sea hospitalaria. Yo tendré el honor de trabajar para los comerciantes y él se quedará con el aceite. Roca Dura no es mi padre y no tiene derecho a apoderarse del aceite que me gane. Dispone de suficientes alimentos. Sus esposas no pasan hambre. Tal vez necesita aceite para Muchos Niños, pues el que usa para untarse el pelo es tan viejo que huele mal. Quizá Roca Dura está harto del hedor de su espacio para dormir —declaró la viuda. Chillona farfulló débilmente. Kukutux apartó la mirada de la cesta y, desde el otro lado del ulaq, clavó los ojos en la visitante—. ¿Obtendrás parte del aceite si me convences para que atienda a los comerciantes?

Chillona abrió la boca y Kukutux esperó, pero no oyó nada. Chillona se ruborizó y Kukutux estuvo a punto de decir algo que restara dureza a sus palabras, pero vio la redondez de los brazos y la gordura de las mejillas de la otra mujer. Las cosas no habían sido fáciles para Chillona —no lo habían sido para ningún integrante de la aldea de los Cazadores de Ballenas—, pero ni ella ni sus hijos pasaban hambre.

—¿Qué derecho tienes a recibir aceite por algo que hago yo? —inquirió Kukutux—. No te he ofrecido alimentos. Más que por descortesía, ha sido porque no tengo nada a que convidarte. Pretendes que me entregue a un hombre al que no conozco, pese a que no tengo marido o hermano que me protejan. Me lo pides para que tú puedas tener más.

Chillona alzó la cabeza y clavó los ojos en Kukutux.

—¿Crees que eres la única de la aldea que ha sufrido? ¿Crees que eres la única que ha perdido a un marido o a un hijo? Sé que no tienes alimentos suficientes y que necesitas aceite. ¿Qué pretendes que haga? ¿Debo permitir que el vástago de mi segundo esposo pase hambre para alimentar a la hermana de mi primer marido? ¿Existe alguna esposa capaz de hacer algo semejante?

—¿No puedes compartir un poco de aceite, recibirme en tu ulaq u ofrecerme algunos alimentos… como muestra de cortesía? —preguntó Kukutux.

Chillona continuó con su discurso como si Kukutux no hubiese tomado la palabra.

—¿Crees que lo hago por mí? Estás muy equivocada. Está claro que el duelo te corroe la vida. Tienes que ocuparte de alguien. Puede que pienses que los hombres no te desean a causa de lo que tienes en el brazo, pero no es así. Remas, coses y pescas. Los hombres perciben el dolor de tu expresión, la pena por el esposo muerto. No son tontos. Saben lo que sucederá si te contemplan. El dolor penetrará por sus ojos y arraigará en sus pechos. ¿Quién es buen cazador cuando la pena le atenaza el corazón? Los comerciantes que nos visitan no son malos. Los más jóvenes son fuertes y da gusto mirar sus rostros. El más viejo, Waxtal, es menudo y débil, pero Roca Dura dice que tiene poderes espirituales y que talla. Piensa en todo lo que tendrás si convives con los trocadores: aceite, alimentos, collares y muchas cosas más. Puede que decidan conservarte como esposa o llevarte a una aldea con muchos cazadores, en la que podrás elegir marido. ¿Te parece egoísta que desee todo esto para ti? —Chillona exhaló un profundo suspiro y se incorporó. Se acercó a Kukutux y le apoyó la mano en la cabeza—. Aspiras a algo que es inasequible. No podrás recuperar a tu marido y a tu hijo. Hermana, no olvides que algún día te reunirás con ellos. ¿Acudirás orgullosa a ese encuentro, sabiendo que has dejado hijos entre los Cazadores de Ballenas, o tendrás que decirles que no pudiste ayudar a los que seguían vivos?

Cuando terminó de hablar, Chillona abandonó el ulaq. Kukutux permaneció inmóvil largo rato, con las manos en la cesta, sin hacer nada.