Los ronquidos de la mujer despertaron a Waxtal, que protestó y se acomodó en el lecho. De haber sido su esposa, la habría despertado a patadas para que se desplazase a su espacio para dormir; pero un comerciante no puede echar bruscamente a la esposa del alananasika, de modo que la codeó hasta que Muchos Niños se tumbó de lado. La mujer permaneció un rato en silencio, aunque no tardó en volver a roncar.
Waxtal se alejó tanto como pudo y se acurrucó junto a la cortina que lo separaba de la estancia principal del ulaq. A través del grueso tejido de la cortina de hierba vislumbró el brillo de una lámpara de aceite. Cerró los ojos y oyó que Búho y Huevo con Manchas hablaban en voz muy baja.
Waxtal meneó la cabeza. Podían dedicar la mitad de la noche a hablar porque pasaban los días en el lecho con una u otra mujer. Él tenía cosas más importantes que hacer; un hombre no podía recibir el sol con los Cazadores de Ballenas si pasaba la noche charlando. Además, por la mañana buscaría un sitio en las colinas para meditar, ayunar y comunicarse con los espíritus. ¿Qué sabían Búho y Huevo con Manchas de los asuntos espirituales? Sólo pensaban en el estómago y en sus partes masculinas.
Waxtal bostezó y oyó exclamar a Huevo con Manchas:
—¡Dejémoslo!
Búho replicó, pero el tallista no entendió lo que decía. Waxtal se sentó en la cama y se acercó a la cortina. Los hombres seguían hablando en la lengua ronca y rápida de los caribúes, que Waxtal había aprendido durante el invierno compartido con los jóvenes.
En general le resultaba más fácil entender a Búho, que no hablaba tan velozmente como su hermano. A pesar de que era éste el que había tomado la palabra, los ronquidos de Muchos Niños le impedían oírlo. Waxtal se movió rápidamente por el espacio para dormir, se acercó a Muchos Niños y le tapó la boca y la nariz. La mujer sacudió la cabeza y lo apartó.
—Muchos Niños —musitó Waxtal—, Muchos Niños, calla. Guarda silencio.
La mujer se irguió sobre los codos y preguntó:
—¿Qué has dicho?
Waxtal apoyó las yemas de los dedos en los labios de Muchos Niños.
—Calla —repitió—. Gritabas en sueños. Sólo fue una pesadilla. Tranquilízate y calla. Estás a salvo. —Muchos Niños se acurrucó junto a Waxtal y le puso las manos en la parte masculina, pero el tallista la apartó—. Vuelve a dormir.
Waxtal abrigó la esperanza de que la mujer no conciliase el sueño… al menos hasta que él oyese lo que decían Búho y Huevo con Manchas. Muchos Niños se estiró y Waxtal volvió a montar guardia junto a la cortina.
Contuvo el aliento y esperó. Sólo percibió silencio. Lanzó un suspiro de contrariedad. Probablemente los comerciantes se habían retirado a sus espacios para dormir. Waxtal volvió a apoyarse en la pared de tierra del ulaq. Cabía la posibilidad de que Búho y Huevo con Manchas estuvieran comiendo y luego reanudasen el diálogo. Le convenía esperar. Al fin y al cabo, tenía toda la noche para dormir.
Un rato después, Búho carraspeó y Waxtal sonrió: no se había equivocado.
—De acuerdo, nos separamos de él —dijo Búho—. ¿Qué pasará? Los Cazadores de Ballenas no lo querrán. Es perezoso y no caza. Roca Dura se enfadará con nosotros y no podremos regresar para hacer trueques.
—¿Te interesa comerciar con los Cazadores de Ballenas de la isla? —inquirió Huevo con Manchas—. La maldición que pesa sobre este lugar ha calado en mis huesos. Llevamos demasiado tiempo aquí. No quiero volver a ver esta isla. ¿De qué nos ha servido esta visita? Sólo tenemos unos pocos estómagos de foca con aceite de ballena rancio. Hemos dado más a cambio de las mujeres.
—Waxtal tiene las puntas de arpón.
—Cuatro puntas por tres estómagos de aceite.
De nuevo se hizo el silencio.
—¿Cuándo nos vamos? —preguntó Búho.
—Mañana. Waxtal ha dicho que subirá a las colinas y ayunará. No tendremos otra oportunidad.
—¿Y si los Cazadores de Ballenas no nos dejan partir?
—No creo que nos lo impidan. Representamos dos bocas más que alimentar.
—¿Qué haremos con el ikyak de Waxtal? ¿Nos lo llevamos?
—Hacen falta más de dos hombres para guiar un ik y un ikyak durante una larga travesía. Hay muchos días de viaje hasta la próxima aldea.
—¿Y los colmillos?
Volvió a imponerse el silencio. Poco después Waxtal oyó risas roncas y apagadas.
—Desde que se unió a nosotros ha ingerido alimentos por valor de varios colmillos.
—También me llevaré las puntas de arpón. En muchos sentidos el viejo es un tonto, pero hay que reconocer que sabe hacer trueques.
—Dice que los Río dan dos mujeres a cambio de una punta de arpón.
—Yo me conformaría con una.
Waxtal se recostó en las mullidas pieles que cubrían el suelo del espacio para dormir. Por lo visto, Búho y Huevo con Manchas habían decidido apoderarse de sus pertenencias y abandonarlo. Las carcajadas mudas le hicieron cosquillas en las costillas.
Waxtal aguardó a que Búho y Huevo con Manchas se retiraran a sus espacios para dormir. Esperó hasta que los oyó respirar pausadamente. Se acercó con sigilo a los hatos que los comerciantes escondían en el fondo del escondrijo para alimentos, donde guardaban la mayoría de los objetos de trueque. En los espacios para dormir sólo tenían las armas, los collares, varios estómagos con aceite de ballena y algunas cestas de bayas secas. El resto —el aceite, los pellejos, las pieles y la carne disecada— se encontraba en el escondrijo para alimentos, envuelto en los hatos de piel de caribú.
Waxtal extrajo los paquetes de Huevo con Manchas y, a continuación, los de Búho. Retiró prácticamente todo lo que había en el escondrijo y cuatro vejigas con agua que pendían de las vigas. Sacó de su espacio para dormir las armas y el bulto con las herramientas para tallar; cogió del suelo una estera de piel de foca y la depositó sobre la lámpara hasta que el aceite apagó la llama. En plena oscuridad acarreó todo hasta lo alto del ulaq. A medida que se afanaba, dirigía plegarias y promesas a los espíritus y les rogaba que mantuviesen dormidos y con los oídos tapados a Búho y Huevo con Manchas.
Sólo le faltaba recoger los colmillos. Los acarreó hasta lo alto del ulaq y trasladó todas sus pertenencias al ikyak. Cargó la proa y la popa con las provisiones y los objetos de trueque. Durante el proceso hizo un alto para sacar un collar de cuentas de uno de los hatos de Búho y ponérselo al cuello. Ató todo para que no se moviese y equilibró la carga a proa, a popa y en las bordas. Al final tuvo que abandonar en la playa seis estómagos de foca llenos de aceite… y los hatos vacíos de los comerciantes.
La oscuridad era total porque la noche estaba en su apogeo. Waxtal pensó que, como había marea alta, le sería más fácil botar el ikyak y esquivar las rocas que asomaban desde el fondo marino. Trasladó dos estómagos con aceite al ulaq de Roca Dura y lo llamó con voz queda a través del agujero del techo. Una de las esposas del Cazador de Ballenas salió a la estancia central del ulaq. El resplandor de la lámpara de aceite arrojó la larga y oscura sombra de la mujer contra las paredes de la vivienda.
Waxtal no logró recordar su nombre. Sólo se acordó de que la mujer había compartido varias noches con Huevo con Manchas.
—Tengo que hablar con Roca Dura —dijo Waxtal.
—¿Quién eres? —preguntó la mujer, que se detuvo cerca de un canto rodado que le llegaba a la cintura, una piedra aplanada y con la parte superior ahuecada que servía de principal lámpara de aceite del ulaq.
—Soy Waxtal, el comerciante.
La mujer vaciló y finalmente respondió:
—Roca Dura está durmiendo.
—Traigo aceite para cerrar el trato que hicimos. He hecho promesas a los espíritus, por lo que debo partir y ayunar. Quiero entregarle el aceite antes de irme.
La lámpara iluminó la cabeza de la mujer desde la barbilla y mantuvo sus ojos en sombras, por lo que su rostro semejaba una máscara destinada a convocar a los espíritus.
—Espera, lo despertaré.
Waxtal aguardó a que la mujer entrara en el espacio para dormir de Roca Dura. Se sentó en el borde del agujero del techo y sus pies colgaron en el ulaq. Rodeó con los brazos un estómago de foca y descendió por el poste de la entrada.
Dejó el estómago con aceite en el suelo y subió a buscar el otro. Aún estaba en lo alto del poste cuando notó que una mano le aferraba el tobillo.
—¿Waxtal? —preguntó Roca Dura.
—Sí, soy yo.
—Me alegro. ¿Has traído el aceite?
—Sí, quiero entregártelo antes de retirarme a hablar con los espíritus.
—Me alegro —repitió el Cazador de Ballenas. Estiró los brazos y cogió el recipiente de manos de Waxtal—. ¿Tienes tiempo de comer algo antes de partir?
Waxtal alzó la vista al cielo y comprobó que todavía era de noche.
—Sí —respondió.
Roca Dura se dirigió al escondrijo para alimentos y sacó carne disecada y aceite. Convidó con un poco de carne a Waxtal y preguntó:
—¿Dónde piensas ir?
Waxtal le hincó el diente a la carne y masticó.
—Lo decidirán los espíritus.
—¿Volverás?
Waxtal se encogió de hombros.
—Estoy harto de Búho y Huevo con Manchas. Diles que sigan viaje sin mí.
—¿No saben nada de tu partida?
—Lo saben, pero pensaban aguardarme. Diles que no me esperen.
—Se lo diré.
Waxtal escogió un trozo de carne disecada y lo acomodó entre la mandíbula y la encía, donde la humedad de la boca lo ablandaría.
—Me alegro de haber hecho trueques contigo —afirmó con la boca llena—. Espero regresar, pero tal vez transcurra un año hasta mi próxima visita. Espérame en verano.
Roca Dura estiró el brazo y palmeó el hombro de Waxtal.
—Estaré esperándote.
Waxtal caminó hasta el poste de la entrada y se volvió. Introdujo una mano en la suk y sacó el collar de cuentas de concha de Búho.
—Enseñaste bien a tu mujer. Dale este collar en mi nombre.
Roca Dura aceptó el collar.
—Fue ella la que me enseñó —replicó y se echó a reír.
Sus carcajadas siguieron a Waxtal hasta el exterior del ulaq y lo acompañaron en medio de la oscuridad de la corta noche.