Capítulo 30

El mar estaba en calma; no había indicios de focas ni de ballenas, ni siquiera los rizos de agua que anunciaban la presencia de bacalaos. Waxtal alzó la cabeza hacia la voz que pronunció su nombre y vio a Roca Dura, que salía de uno de los ulas más pequeños de la aldea. El viento agitó la suk de Roca Dura y erizó las plumas de las mangas de frailecillo.

Waxtal notó que su mirada se clavaba envidiosa en esa suk. ¿Qué le darían a cambio de esa prenda? Tres o cuatro pieles de caribú si hacía el trueque con los caribúes, cuyas mujeres desconocían los secretos de la costura de las pieles de aves.

Waxtal se deslizó por la pendiente del ulaq que compartía con Búho y Huevo con Manchas. El ulaq era pequeño, pero estaba limpio, disponía de lámparas de aceite que tiraban bien y el suelo estaba cubierto de brezo recién cortado.

Roca Dura le hizo señas de que lo siguiese hasta el lado del ulaq protegido del viento. Se acuclillaron. Waxtal miró de reojo al Cazador de Ballenas y notó que estaba arrebolado y tenía los nudillos blancos.

—Te prometí una mujer —reconoció Roca Dura—. Es joven, hermosa y no tiene marido. Si obtiene placer en la noche que comparta contigo, es posible que se traslade a vivir a tu ulaq para cocinar y coser.

Waxtal sonrió y nuevamente percibió que le ardía la entrepierna. Tendría una mujer sin soportar la carga de su marido, alguien que lo serviría sin reclamar los derechos de una esposa. ¿Podía pedir algo más?

Roca Dura se encogió de hombros y apostilló:

—Estos días está en el período de la sangre de la luna.

El chasco de Waxtal fue como si le cayera una piedra en el estómago, pero se obligó a sonreír y palmeó el hombro de Roca Dura.

—Nadie puede cambiarlo —comentó Waxtal y rio—. Las mujeres son así.

Roca Dura adoptó una expresión sombría, aunque rápidamente sonrió y lanzó una carcajada.

—Un trueque es un trueque —afirmó—. La traeré cuando esté en condiciones de venir.

—De acuerdo —aceptó Waxtal.

El tallista se volvió para trepar hasta lo alto del ulaq y contemplar el mar.

—Un trueque es un trueque —repitió Roca Dura—. Esta noche te traeré otra mujer. ¿Tienes la punta de arpón?

—Sí —replicó Waxtal, sacó el marfil del paquete que colgaba de su cintura y lo depositó en la palma de la mano.

—¿Dónde está mi aceite? —quiso saber Roca Dura.

—¿Has traído las otras puntas de arpón?

Roca Dura metió la mano por el cuello de la suk, sacó una bolsita y se la entregó a Waxtal. Éste la abrió, sacó las puntas de arpón y asintió con la cabeza.

—Tres estómagos de aceite —reclamó Roca Dura.

—¿Tres estómagos? ¿A cambio de qué?

Roca Dura se volvió al oír la pregunta de Huevo con Manchas, que se había acercado en compañía de Búho.

Waxtal se puso de mil colores.

—Dos estómagos —explicó a los comerciantes. Se inclinó hacia Roca Dura y añadió—: No les he hablado de nuestro trato. —Roca Dura arrugó el ceño y entornó los ojos—. Mañana por la mañana te traeré el aceite.

Aguardó a que Roca Dura asintiese con la cabeza y empezara a caminar hacia su ulaq y bajó a la playa.

Roca Dura se quitó la suk y se la arrojó a Muchos Niños, que lo miró. La mujer ablandaba con saliva la punta de un hilo de tendón y en la mano izquierda sostenía una aguja de hueso de pájaro.

—He hablado con Kukutux —dijo Roca Dura.

—Miente —masculló Muchos Niños al tiempo que apretaba el hilo de tendón con los dientes. Se lo quitó de la boca, retorció el extremo húmedo y lo anudó en la aguja, que pasó por los diversos agujeros que con la lezna había hecho en la piel de foca—. Miente —repitió.

—Fue Kukutux quien pescó el halibut —declaró Roca Dura—. ¿Por qué lo reclamas? Tienes alimentos y ella pasa hambre.

Muchos Niños abandonó la costura y se puso en pie.

—Me faltará comida si la tomas por quinta esposa —se quejó Muchos Niños—. ¿Crees que al salir de caza traes lo suficiente para alimentar a cinco mujeres y a sus hijos? Tus cacerías están malditas. Las persigue una maldición desde que permitiste que el muchacho Cazador de Focas viviera en esta aldea y aprendiese nuestros secretos.

—No podía hacer otra cosa —reconoció Roca Dura—. Por aquel entonces yo no era jefe y el muchacho era el nieto del anciano. Cuesta creer que tuviese poder para maldecirnos incluso muerto.

—Lo hecho, hecho está —afirmó Muchos Niños—. No empeores la situación tomando otra esposa.

—Si me apetece la tomaré —aseguró Roca Dura—. No me digas a quién puedo o no puedo tomar por esposa.

—Si me hubieras hecho caso antes, te habrías enfrentado con el viejo y lo habrías obligado a expulsar a su nieto.

Muchos Niños volvió a sentarse y reanudó la costura.

—Te he trocado por una noche —añadió Roca Dura—. La pasarás con el jefe de los comerciantes, que necesita una buena mujer.

Muchos Niños miró a su marido, abrió la boca y estuvo a punto de hablar. Roca Dura retiró lentamente de la funda el cuchillo de cazador que llevaba en el brazo y, con la hoja, se dio ligeros golpecitos en los dedos.

—Supongo que no te negarás —advirtió.

Muchos Niños ladeó la cabeza, entrecerró los párpados y lo miró.

—De acuerdo —accedió—. Iré con mucho gusto. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que tuve un hombre entre las piernas.

Waxtal recogió un puñado de guijarros de la playa y lo arrojó a las gaviotas que se peleaban por un pescado podrido varado en la línea de la marea alta. Las aves se dispersaron, protestaron, trazaron círculos en el aire y volvieron a posarse en la cala.

—¿Dónde están las puntas de arpón? —inquirió Búho.

Waxtal se giró y le entregó la bolsita.

—¡Hay dos rotas! —se quejó Huevo con Manchas. Miró a Búho y acotó—: Trocó tres estómagos de foca llenos de aceite por puntas de arpón rotas. Durante el invierno comió nuestros alimentos y fíjate cómo lo compensa.

—Las he trocado por dos estómagos de aceite —precisó Waxtal y se agachó a coger más guijas.

Miró a Búho por el rabillo del ojo. Aunque el comerciante casi nunca hablaba, durante el invierno, en los momentos en que el alimento escaseaba, había sacado la cara por él y señalado sus cosas buenas cuando Huevo con Manchas no hacía más que criticarlo. En esa situación Búho se limitó a menear la cabeza.

—Nadie las querrá —añadió Huevo con Manchas y arrojó las puntas de arpón al suelo.

—Probablemente Roca Dura le prometió una mujer —añadió Búho.

A Waxtal le subieron los colores a la cara.

—¡Yo no pedí una mujer! —exclamó. Miró el mar, torció la cabeza por encima del hombro y se dirigió a Búho—: Desde que llegamos tu hermano y tú habéis estado con mujeres todas las noches. Me dediqué a tallar, a hablar con los espíritus y a tallar, mientras os divertíais. ¿Cuántas cosas habéis trocado por esas mujeres? ¿Cuántos collares? ¿Cuánto aceite? Las habéis cambiado por algo que no recuperaréis, por algo que no podéis volver a trocar. —Waxtal levantó una punta de arpón—. Pensad en esto, es la punta del arpón de un Cazador de Ballenas. —Presionó con el pulgar la lengüeta partida—. Se ha utilizado para cazar ballenas. ¿Existen hombres más poderosos que los que cobran ballenas? ¿Creéis que soy tan tonto como para pensar que querrán los arpones como arma? ¿Qué vale un arma? Una piel de nutria a cambio de un cuchillo de hoja torcida; dos estómagos con aceite por un cuchillo de cazador. —Se giró, extendió la punta de arpón hacia el mar y miró hacia el este, donde la noche comenzaba a teñir de gris el borde del horizonte—. Más que de un arma, se trata de un amuleto. Representa poder. ¿Qué da un hombre a cambio de poder? Puede que hasta su alma.

Aunque bajó la cabeza, Waxtal continuó de pie, de espaldas a Búho y Huevo con Manchas. Durante largo rato no hubo más sonido que el de los pájaros, el oleaje y la exclamación ocasional de una voz de mujer, procedente de los hogares exteriores para cocinar, situados cerca de los ulas.

—Estas gentes no tienen poder —declaró Huevo con Manchas Están malditas.

—No os imagináis lo que fueron —insistió Waxtal. Se volvió, miró a Huevo con Manchas y a Búho, que se había acuclillado—. No sabéis lo que fueron y los hombres con los que hagamos trueques este verano, los habitantes de lejanas aldeas, tampoco saben en qué se han convertido los Cazadores de Ballenas. —Waxtal sonrió y meneó la cabeza. Se acercó a Huevo con Manchas, se inclinó hasta que sus rostros casi se tocaron y preguntó con voz muy queda—. ¿Lo saben?

—¿Quieres que repartamos maldiciones? —inquirió Huevo con Manchas, con tono susurrante pero cargado de cólera, por lo que Waxtal notó la saliva que escapó de la boca del comerciante.

—El aceite que Waxtal trocó le pertenecía —intervino Búho—. Cazó las focas y depuró el aceite.

Huevo con Manchas miró a su hermano y lanzó una exclamación desdeñosa.

—Todo lo que Waxtal tiene es nuestro. Si no lo hubiéramos encontrado estaría muerto.

—Es posible que estuviese muerto, tal vez el aceite es vuestro, pero no podéis reclamar mis tallas. Las he trocado en el mundo de los espíritus, lugar en el que jamás habéis estado.

—No me hables de tus poderes espirituales —precisó Huevo con Manchas—. Si los tienes, ¿por qué nos trajiste a esta aldea maldita?

Waxtal estaba a punto de replicar, pero Búho se puso en pie y le apoyó la mano en el hombro.

—Guarda tus palabras, no digas nada —aconsejó e inclinó la cabeza en dirección a los nías.

Waxtal vio que Roca Dura se aproximaba. Huevo con Manchas asintió con la cabeza y levantó las manos a modo de saludo.

—Tengo una mujer para ti —comunicó Roca Dura.

Búho miró lentamente a Waxtal y se giró.

—¿Así que no pediste una mujer? —inquirió y rio suave pero fríamente, como el silbido que produce el viento sobre el hielo.

Huevo con Manchas también rio, aunque contrariado, y Roca Dura miró a Waxtal con el ceño fruncido.

A Waxtal se le helaron las manos y su cara pareció arder.

—Yo no he pedido una mujer —insistió con tono lo bastante alto para que los hermanos lo oyesen mientras se alejaban.

Roca Dura se volvió unos instantes para observar a Búho y Huevo con Manchas.

—Están enfadados —comentó. Waxtal lanzó un bufido—. Han tenido mujeres todas las noches —añadió Roca Dura y elevó el tono de voz como si hiciera una pregunta.

—Son muy jóvenes e incapaces de ver que, más allá de la maldición, esta aldea tiene un poder inmenso —declaró Waxtal. Roca Dura cerró los labios y tensó los músculos de la barbilla—. Yo sé que es así. De buena gana compartiré la noche con una mujer. Será la última vez que esté con una mujer en muchas noches, porque debo subir a las colinas y hablar con los espíritus. Tengo que tallar.

—Ah, sí, había olvidado que tallas —repuso Roca Dura.

—Trae a la mujer a mi ulaq y te mostraré mis obras —sugirió Waxtal.

Roca Dura asintió, le volvió la espalda y empezó a caminar hacia los ulas.