Con ayuda de la hoja curva de su cuchillo de mujer, Kukutux rajó la barriga del bacalao que acababa de pescar y cortó un trozo de tripa para usarlo como cebo. Dio la mitad a Muchos Niños y preparó el anzuelo.
—Era un hombre fornido; no se parecía en nada a los tres comerciantes que están de visita en nuestra aldea —dijo Muchos Niños—. Me deseaba y le dijo a Roca Dura que me daría lo que fuese a cambio de compartir su espacio para dormir. —La mujer rio—. Así conseguí este anzuelo y el collar de dientes de foca. Tuve que trabajar mucho porque el comerciante quiso hacerlo toda la noche.
Kukutux se esforzó por sonreír. Los comentarios de Muchos Niños sobre los hombres con los que había retozado parecían los relatos que los ancianos cazadores desgranaban sobre cacerías pretéritas. La mujer sólo pretendía evocar recuerdos de tiempos mejores, pero sus palabras afligieron a Kukutux, pues añoraba las noches compartidas con su marido, su abrazo y las palabras afectuosas que le susurraba al oído.
Muchos Niños observó el cielo y señaló el collar de nubes que se aproximaba por el oeste.
—Se acerca una tormenta —comentó y se concentró en el anzuelo.
Era un anzuelo articulado; las dos piezas eran de hueso tallado y estaban unidas con un sedal de tendón retorcido. La parte recta y sólida terminaba en un pequeño hueco que contenía el bulbo de la lengüeta. Era un instrumento de gran utilidad. El sedal se partía antes de que el anzuelo se rompiera y, en el caso de que la lengüeta se quebrase, no hacía falta cambiar todo el anzuelo, bastaba con tallar esa parte. Kukutux pensó que era mejor que sus anzuelos de concha de almeja, pero se dijo que tal vez el precio era muy alto: pasar la noche con un comerciante, como había hecho Muchos Niños. Nadie sabía de lo que eran capaces los mercaderes. Les daba igual encolerizar u ofender a una mujer. No estaban obligados a mantener la amistad con su marido o su padre. Tampoco debían sostener buenas relaciones con los demás integrantes de la aldea. La mujer no contaba con más protección que su ingenio para defenderse de los comerciantes.
Kukutux observó a Muchos Niños, que arrojó al agua el sedal salpicado de guijarros. Si un comerciante se daba por satisfecho con Muchos Niños, también estaría contento con ella.
Muchos Niños era vieja. Tenía el rostro surcado de arrugas y franjas de pelo blanco en las sienes. No era fea y, a pesar de que había dado cinco hijos a Roca Dura, se mantenía fuerte y erguida. A diferencia de la mayoría de las mujeres de la aldea, no tenía las mejillas hundidas ni el cuerpo magro después de un invierno de hambruna.
El estío anterior las ballenas no habían acudido a las aguas de los Cazadores de Ballenas, que tuvieron que conformarse con capturar unas pocas focas. Roca Dura se las ingenió para cobrar suficientes otarias y, aunque las compartió, dispuso de carne y aceite para mantener bien alimentadas a sus esposas. Los cazadores de las restantes familias sólo se quedaron con lo imprescindible, por lo que sus mujeres y sus hijos vivieron de lo que recogieron en las playas, ya que guardaron el aceite y la carne para los hombres. Los cazadores eran los primeros en alimentarse. Ninguna aldea tenía posibilidades de sobrevivir si los cazadores se debilitaban y adelgazaban.
Kukutux notó un tirón en el sedal. Aguardó unos instantes y movió las manos para enganchar el anzuelo. Notó el peso del pez y de repente el sedal se aflojó.
—¿Se ha ido? —preguntó Muchos Niños. Kukutux asintió con la cabeza—. Comprueba el cebo.
Kukutux no miró a Muchos Niños. Enrolló el sedal en el grueso trozo de madera dotante que sostenía con la mano izquierda. Pasaba lo mismo cada vez que salía a pescar con Muchos Niños: ésta le explicaba lo que tenía que hacer, como si fuera una niña que aprende las costumbres de las mujeres.
Kukutux se dijo que debía ser paciente y recordar cuánto se alegraba cada vez que Muchos Niños la invitaba a pescar en el ik.
«Lo propone porque sabe que no tengo ik —dijo para sus adentros—. No me invita porque Roca Dura se lo haya pedido».
—¿Se ha llevado el cebo? —preguntó Muchos Niños.
—Sí.
—Sujeta más el anzuelo. No lo haces bien. Eres igual que tu madre, los peces siempre le quitaban el cebo.
Kukutux apretó los labios y colocó otro trozo de tripa en el anzuelo. Empezó a soltar el sedal, pero Muchos Niños se estiró, lo cogió y pasó revista al anzuelo. Kukutux desvió la mirada mientras la esposa de Roca Dura quitaba el cebo, lo mojaba con saliva y volvía a colocarlo.
—No me extraña que tengas las manos vacías —la criticó Muchos Niños—. Comprendo por qué estás tan delgada. Es una suerte que no tengas que alimentar a tu marido y que no amamantes a un crío. Puedes comer todo lo que pescas. Yo tengo que compartirlo con mi marido, con mis hijos e incluso con los hijos de mis hermanas esposas. Si supieras hacer algo, comerías bien y estarías gorda, por lo que no te sería difícil encontrar marido. —Muchos Niños soltó el anzuelo de Kukutux y lo dejó caer al agua. Ésta dejó correr el sedal. Muchos Niños añadió—: Es verdad, llevamos dos años de duelo. Los espíritus me han favorecido. No he perdido más que a una hermana esposa, pero cuando la vida se vive como quieren los espíritus, es decir, con respeto por todo, nos vemos favorecidos.
Kukutux aspiró una gran bocanada de aire y lanzó un suspiro. ¿Cuántas noches había permanecido despierta intentado recordar una actitud, una descortesía o una falta de respeto que hubiese provocado la maldición de sus seres queridos? ¿Cuántas veces se había preguntado por qué razón, de todos los integrantes de la aldea, era la única que había perdido a todos los suyos —su marido, su hijo, sus padres, su hermano, su hermana—, a todos salvo a la esposa de su hermano, que era una mujer egoísta?
—¿Seguro que no comiste carne de frailecillo? —preguntó Muchos Niños—. Es tabú para las mujeres que están en edad de ser madres.
—No la he probado —replicó Kukutux.
Cada vez que se reunían, Muchos Niños hacía infinidad de preguntas, como si al demostrar los defectos de Kukutux pudiese lograr que la aldea volviera a ser lo que había sido.
—¿No pasaste por encima de las armas de tu marido? ¿No tocaste sus alimentos en los períodos de sangrado?
—No —repuso Kukutux quedamente.
Notó un potente tirón en el sedal. Aguardó, giró el anzuelo y percibió el agradable peso del pez atrapado.
—¿Estás segura de que no…?
—He cogido un pez —la interrumpió Kukutux.
—¿Otro?
Kukutux se permitió sonreír al ver la mueca de contrariedad de Muchos Niños.
—Sí, otro —confirmó Kukutux—. Y es grande.
Forcejeó con el pez, recogió el sedal lentamente y lo soltó cuando el animal intentó nadar hacia la orilla y volvió a internarse mar adentro. Era un halibut. Estaba segura, pero no lo expresó por temor a que un espíritu la considerase orgullosa y convirtiera el pez en un ejemplar más pequeño. Se quedó tranquila como si se tratara de un pagro o de un bacalao y durante largo rato dejó que el pez se cansara en su tira y afloja con el sedal.
Le dolían los brazos y hundió los hombros. Su respiración era jadeante y entrecortada. La parte del halibut que correspondía a la cobradora —en el caso de que fuera tan grande como suponía— le proporcionaría carne para varios días. Se obligó a respirar hondo, pero estaba tan esperanzada que el aire no le cabía.
Pensó que deseaba demasiado ese pez. ¿Había algo más sabroso que las ricas rodajas de halibut cocidas con ligústico y remojadas en aceite?
«Eres una insensata. No hay camino más rápido para perder un pez que echarlo en la bolsa de hervir antes de subirlo al ik», se regañó.
Muchos Niños enroscó su sedal y lo dejó a un lado. Por el rabillo del ojo Kukutux vio que la mujer retorcía los dedos y se movía como si luchara con un pez espiritual atrapado con un sedal de viento. Muchos Niños se estiró y aferró las manos de Kukutux.
—Es un halibut, tiene que ser un halibut —declaró Muchos Niños. Kukutux se limitó a asentir, pues le dolían los músculos de los brazos y el pecho. No quería malgastar fuerzas en hablar—. Déjame cogerlo. Yo lo atraparé. Soy más fuerte que tú.
—No —dijo Kukutux—. No —repitió, como si le costara pronunciar más palabras.
—Échate hacia delante —añadió Muchos Niños. La observó unos segundos y gritó—: Échate hacia atrás.
Kukutux no le hizo caso. Sabía que sólo debía pensar en el pez y en el sedal que transmitía los movimientos del animal a sus manos.
—Yo ya me dedicaba a la pesca del halibut cuando no eras más que una cría —insistió Muchos Niños—. Lo pescaba cuando lo único que tú hacías era ensuciar el lecho.
—El pez empieza a cansarse —anunció Kukutux—. Rema hacia la orilla. Tal vez podamos arrastrarlo a la playa.
Muchos Niños lanzó un bufido, pero cogió el zagual. Señaló el sedal de Kukutux y dijo:
—Avísame cuando vuelva a nadar hacia la playa.
Muchos Niños sostuvo el remo en alto hasta que Kukutux lanzó un grito. En ese momento lo sumergió y, con movimientos rápidos y enérgicos, dirigió el ik hacia tierra.
Kukutux recogió el sedal a toda velocidad. El pez se resistió, pasó por debajo del ik y volvió a nadar mar adentro. Kukutux soltó el sedal y dejó que el pez se debatiera. Volvió a gritar cuando el animal nadó nuevamente hacia la playa.
Muchos Niños remó con todas sus fuerzas y Kukutux la oyó exclamar:
—¡Hemos capturado un halibut!
Varios hombres —Manos Largas, Comedor de Pescado y dos comerciantes— se metieron en el agua con garfios y arpones de tres púas. Kukutux vio que el anciano Comedor de Pescado clavaba el garfio en el halibut. Con ayuda de Manos Largas lo arrastraron hasta la playa, donde lo aporrearon hasta que se quedó inmóvil.
Kukutux se apeó del ik con el sedal en la mano. El halibut era tan grande como un hombre corpulento. Gracias a la parte de la cobradora, tendría carne suficiente para secar y guardar.
Muchos Niños se acercó a Kukutux y la apartó a codazos.
—¡Lo he pescado yo! —exclamó. Corrió hasta donde estaba Comedor de Pescado—. ¡Hoy hay carne fresca! Tendrás ración doble por la ayuda prestada.
Kukutux estuvo a punto de protestar, pero se quedó sin palabras. Miró a Muchos Niños y levantó el palo de madera Dotante con el sedal que llegaba hasta la boca del halibut.
—Lo he pescado yo —afirmó en voz baja.
Comedor de Pescado se volvió para mirarla.
—Muchos Niños… —intentó decir el anciano, entornó el único ojo con el que veía y dejó de observar a Kukutux.
—¡Lo he pescado yo! —repitió la viuda a voz en grito—. El pescado es mío.
Manos Largas y los comerciantes se giraron y la miraron.
—¡Estás mintiendo! —la acusó Muchos Niños—. Lo he pescado yo.
Kukutux volvió a levantar la mano. El trozo de madera flotante llevaba su marca: dos círculos, uno al lado del otro. Los señaló y preguntó:
—¿Los veis? Es mi sedal.
Manos Largas meneó la cabeza y los comerciantes apartaron la mirada y arrastraron los pies sobre las guijas de la playa.
Kukutux pensó que no podían enfrentarse a Muchos Niños porque era la esposa del jefe de los Cazadores de Ballenas. Muchos Niños tenía un cazador que le proporcionaba alimentos, mientras que ella sólo contaba con lo que podía capturar. Si la contradecía, ¿qué le diría Muchos Niños a Roca Dura? ¿Y si le aconsejaba que no la tomase por esposa? ¿Qué ocurriría?
Kukutux se preguntó si sería capaz de cazar focas en solitario y acumular aceite para el próximo invierno. El anterior había estado a punto de morir de hambre, pese a que tenía los estómagos de foca con el aceite de las capturas de su marido.
—Lo pescamos juntas —sugirió Kukutux—. El pez se aferró a mi sedal pero Muchos Niños me ayudó.
Kukutux la miró con la esperanza de que estuviese de acuerdo, pero Muchos Niños inclinó la cabeza hacia atrás, la miró severamente y afirmó:
—Lo atrapé con mi sedal. ¿Pensáis que mi marido no me creerá?
—Mirad —insistió Kukutux. Enrolló el sedal de kelp en el palo hasta que sus manos quedaron muy cerca de la boca del halibut—. Es mi sedal —aseguró y mostró a los hombres el trozo de madera flotante.
—¿Cuál es tu marca? —inquirió uno de los comerciantes.
—Dos círculos —respondió Kukutux y le acercó la madera.
—¿Su marca está formada por dos círculos? —insistió el comerciante y observó a los hombres que lo rodeaban. Manos Largas se encogió de hombros, tosió y le volvió la espalda, pero Comedor de Pescado asintió con la cabeza—. En ese caso, el pez le pertenece.
Kukutux alzó la cabeza y miró osadamente al comerciante.
—Muchos Niños debe quedarse con la mitad —propuso, pero la mujer les dio la espalda y empezó a caminar hacia los ulas. Kukutux la miró y añadió—: Bueno, así habrá más para todos. —Cogió su cuchillo de mujer, se acuclilló junto al halibut y se dispuso a repartirlo—. Decid a vuestras esposas y hermanas que se acerquen. Hoy todos comeremos pescado fresco.
Comedor de Pescado se alejó en dirección a los ulas y Kukutux despedazó el halibut. Manos Largas cogió una parte y, cuando se disponía a trasladarla a su ulaq, vio que Muchos Niños retornaba y se detenía junto a Kukutux.
—He venido a buscar lo que me corresponde —aseguró Muchos Niños.
—La cabeza y lo que quede después del reparto te pertenecen —dijo Kukutux, ofreciendo a Muchos Niños más de lo que le correspondía.
Muchos Niños lanzó una carcajada y se mofó:
—¿Crees que así conseguirás que le diga a mi marido que te acepte como quinta esposa?
Kukutux se dio cuenta de que Muchos Niños no regateaba un halibut, sino un marido, por lo que replicó:
—Sabes que el pescado es mío. Sabes que te acabo de ofrecer la parte de la cobradora. ¿Qué más pretendes?
—¿Crees que el pescado me importa? —espetó Muchos Niños—. Me da igual. Mi marido es un buen cazador y tengo alimentos suficientes, comida para mí, mis hijos y mis nietos.
Muchos Niños hablaba a gritos. Kukutux apartó su mirada del cuchillo y vio que las otras mujeres de la aldea se habían acercado para llevarse su parte del halibut.
—No lo quiero. Sólo pretendo que te des cuenta de lo que significa que otra persona te quite lo que te pertenece. Un pescado no vale nada en comparación con mi marido. —El mujerío comenzó a murmurar y Kukutux enrojeció—. ¿Crees que no me he fijado en la forma en que miras a mi marido? No le hace falta otra esposa a la que alimentar. ¿Te figuras que quiero compartir los alimentos de mis hijos con una mujer que ni siquiera puede mover los dos brazos?
Kukutux bajó la cabeza. Abrigaba la leve esperanza de que alguna de las mujeres hablase en su favor: Mujer de la Noche, que también había perdido a su marido y era tercera esposa de un hombre demasiado viejo para cazar, o Madero Largo, una anciana respetada por su sabiduría. Como las dos permanecían en silencio, al final Kukutux alzó la cabeza y se irguió. Aun esgrimía en la mano derecha el cuchillo de mujer manchado con la sangre de halibut. Lo movió ligeramente para que el filo quedase hacia fuera, listo para cortar cualquier falsedad que Muchos Niños dijese.
—Tu marido es un gran cazador —declaró Kukutux—. Es nuestro jefe. Si me propone ser su esposa aceptaré. Si no lo hace, ya encontraré la manera de sobrevivir al próximo invierno sin marido. No pretendo deshonrarlo ni ofenderte con mi actitud. —Kukutux ladeó la cabeza hacia el halibut—. A pesar de que lo pesqué yo, te he ofrecido la parte de la cobradora y sabes que necesito la carne más que tú.
—Acepto la carne de la cobradora —replicó Muchos Niños y se abrió paso entre las mujeres para coger un enorme trozo de carne y la cabeza del halibut.
Las mujeres lanzaron exclamaciones de desaprobación, pero Muchos Niños cogió la carne sin inmutarse.
—Danos partes más pequeñas —propuso Madero Largo.
Kukutux negó con la cabeza.
—Yo no espero un niño ni estoy dando el pecho. Necesito menos carne. ¿Quién sabe?, quizá Muchos Niños lleva un rorro en su vientre, tan pequeño que aún desconocemos su existencia.
A pesar de que Kukutux habló con afecto, las mujeres rieron. Todas sabían que Muchos Niños ya no estaba en edad de engendrar. Todas sabían que Muchos Niños se zamparía el pescado.