Capítulo 5

Cola de Lemming se acuclilló y metió los dedos en el cuenco de carne. Miró a Cuervo y habló con la boca llena:

—Marido, la carne es muy sabrosa. ¿Me has traído regalos?

Cuervo frunció el entrecejo.

—¿La carne no te parece regalo suficiente? —inquirió.

Cola de Lemming apretó los labios. Cuervo se agachó junto a uno de los hatos de mercader y le quitó las cuerdas. Extrajo un collar de cuentas de huesos de ave y conchas. Se lo lanzó a Cola de Lemming y volvió a meter la mano en el hato, en busca de otro collar.

—Éste es para ti —dijo a Kiin, se lo entregó y se lo pasó por la cabeza.

El collar destelló sobre la piel de su pecho y trazó una sinuosa espiral entre los senos.

Kiin cogió el regalo y lo observó. Cada cuenta era un círculo de quijada de ballena, con el centro agujereado y finas líneas grabadas. Era hermoso, casi tan bello como el que le había hecho Samiq. Sin embargo, el collar de Cuervo le resultó frío y pesado al contacto con la piel.

—Gracias —murmuró Kiin.

—Veo que ya no llevas otros collares —comentó Cuervo.

—Los regalé.

La mirada del hombre se tornó severa.

—Tendrías que haber conservado la talla.

Kiin pensó que estaba equivocado, pero no lo contradijo. Se alegró de habérsela dado a Tres Peces, que así tendría fuerzas para ser una buena madre para Takha.

—Esa talla podría habernos proporcionado suficiente carne para pasar el invierno —añadió Cuervo.

Kiin bajó la cabeza y Cuervo se alejó. La joven se dirigió a la bolsa de hervir de piel de foca, colgada encima de la lámpara de aceite, y llenó un cuenco con carne. Se lo entregó a Cuervo, preparó otro para sí y se acuclilló junto a la tarima de dormir. Cola de Lemming se acomodó junto a Kiin. Estudió su collar, repasó el de Kiin y puso mala cara.

Kiin no la miró. De repente Cuervo se acercó a las mujeres con una cesta de piel de foca que contenía objetos de costura. Se la entregó a Cola de Lemming y le dijo:

—Aquí tienes otro regalo. Guárdalo o haz trueque. Puede que Lanzadora de Esquisto te lo cambie por un collar. —Cola de Lemming sonrió, miró a Kiin por el rabillo del ojo y se humedeció los labios con la lengua—. Hemos trocado más cosas —comentó Cuervo a Cola de Lemming—. Si vas enseguida, serás la primera en saber qué tienen las otras esposas y harás los mejores trueques.

Cola de Lemming se llenó la boca de comida y correteó hasta el rincón de las cestas. Depositó la de costura en el fondo de un cesto de grandes dimensiones y lo tapó con varias pieles de zorro y una estera de hierba. Se puso la chaqueta, dirigió una sonrisa a Kiin y salió del refugio.

Cuervo terminó de comer y extendió el cuenco hacia Kiin. La observó con los ojos casi cerrados y el corazón de Kiin empezó a martillear. Aunque se daba cuenta de que el hombre quería algo más que comida, Kiin cogió el cuenco y avanzó unos pasos hacia la bolsa de hervir.

Cuervo aferró el panel posterior del delantal de hierba trenzada de su esposa.

—Todavía no —murmuró y la sujetó.

Kiin apoyó los cuencos en el suelo y esperó mientras Cuervo se ponía de pie y se desperezaba. Cuervo se quitó la chaqueta y las polainas de piel de caribú, se puso frente a Kiin, deshizo el nudo de la cinta de su mandil y lo dejó caer al suelo.

Kiin miró por encima del hombro hacia la cuna de Shuku, pero su espíritu musitó: «No mires a tu hijo en busca de ayuda. Tú debes ser su fuerza. Al dejar la playa de los mercaderes sabías que tendrías que ser esposa de Cuervo. Si ahora lo rechazas, Shuku estará perdido. Cuervo podría decidir tratarlo como esclavo en lugar de como hijo».

Cuervo estiró los brazos, desató el delantal de Kiin y lo soltó. Kiin bajó la cabeza y se mordió los labios, pero se obligó a mirar a Cuervo a la cara. Éste abrió los ojos y, en medio de la negrura, Kiin vio reflejada su propia imagen, el óvalo claro y definido de su rostro, la frente ancha y la boca pequeña de labios llenos, pero en las fosas en las que tendrían que haber estado sus ojos sólo divisó oscuridad, una oscuridad aún más profunda que el negro de los ojos de Cuervo. «Fíjate bien, la fuerte eres tú», afirmó su espíritu.

Kiin siguió a Cuervo hasta la tarima para dormir, hasta el revuelto montón de pieles y de esteras trenzadas. Como si el tiempo no hubiera pasado, vio a Cuervo y a Pelo Amarillo, evocó las tardes en que los había encontrado en el lecho, incluso después de que Cuervo la entregase como esposa a Qakan. Con la visión de Pelo Amarillo llegó el eco de una carcajada, pero la muerte se había cobrado la voz de la mujer, de modo que lo que Kiin recordó fue la risa de Cola de Lemming y, al cabo de unos instantes, la imagen de Cuervo y Cola de Lemming las noches en que se revolcaban entre las pieles y las esteras.

Kiin se sentó en la tarima y se apartó para dejar sitio a Cuervo, que se estiró y acarició lentamente la loma de sus pezones. Le cogió un pecho con la mano. Kiin le miró los dedos y de pronto no vio la mano de Cuervo, sino la de su padre. Recordó las ocasiones en que su padre la había vendido a un mercader para que pasase la noche con él y cómo se defendía con uñas y dientes de las caricias del desconocido. Cuando Cuervo se acercó, los músculos de Kiin parecieron tensarse a causa de las heridas evocadas, pero se tumbó y separó los brazos y las piernas para recibir su abrazo. Cuervo la aplastó y Kiin desplazó ligeramente el cuerpo para que el peso del hombre no recayese en la sensible abundancia de sus pechos.

Cuervo se incorporó, la penetró y marcó el ritmo del hombre que está con la mujer. Kiin cerró los ojos, dejó de pensar en el presente y se concentró en la única noche que había compartido con Samiq.

Estuvo en un tris de creer que estaba con Samiq y durante un fugaz instante su mente se pobló de la satisfacción del abrazo de Samiq, del goce del encuentro. Cuervo la empujó y gimió. De pronto la necesidad de estar con Samiq se convirtió en una enfermedad que brotaba de lo más íntimo de Kiin y que extendía el dolor del estómago al corazón y, de allí, a la garganta.

«La próxima vez será más fácil —afirmó el espíritu de Kiin y canturreó las palabras como una madre que consuela a su hijo—. La próxima vez no dolerá tanto».