29

Navidad. Acostado sobre la espalda, escuchando los villancicos que vienen de la calle. Hace dos semanas desperté en este cuarto y Mary se había ido. Dejó una nota sobre la mesita y decía que de todos modos me quería y que confiaba en que yo no pensaba realmente todo lo que le decía.

Y Mac había dicho que la encontró en la calle y conversaron y ella preguntó por mí y cómo estaba y si comía bien y por qué me comportaba así cuando ella quería ayudar. Mac decía que había conseguido un papel en una obra. Y que posaba. Tamaños grandes de ropa interior.

Esta desesperación no es grata. Pero ni una vez dije que renunciaba. La señora Ritzincheck dice que necesita el alquiler. Oh sé que está un poco ansiosa, y en realidad no habla en serio.

Si mojo aquí esa toalla puedo aplicármela a los ojos y me sentiré mucho mejor. No te preocupes, no desesperes, servirá. Adelante, cara al viento, velas desplegadas y capearé esto aunque casi todos los puentes se han inundado y estoy embarcando agua en medio de la nave.

Esta mañana encontré en mi plato una lonja suplementaria e incluso otro huevo y la señora Ritzincheck dijo que mi conversación era muy interesante. Una agradable mujer de unos cuarenta años. No más sin duda. Pero por favor no se aproveche de mí.

Y la semana pasada fui a la Galería Nacional en Trafalgar Square, donde según dicen los cuadros poseen inestimable valor. Me instalé en un cómodo sillón y dormité un poco. Y fui a caminar hasta que se deshicieron los zapatos. Pero Mac dijo que tenía un par en las patas del canguro, y si quería cambiarlos por los míos. Y ahora mis zapatos brincan alrededor del teatro Abbey.

Y esta es la tarde antes del nacimiento de Cristo. Buena voluntad hacia todos los hombres. ¿Y qué les parece también unas pocas libras? Estoy delgado y macilento pero todavía no dispuesto a vender mi cuerpo a las facultades de medicina o a la dueña de casa. Mac me dijo que esta noche había una fiesta con mucha comida y bebida. Cada vez que resto veintisiete de cuarenta y siete queda veinte. Bueno yo sé esperar. Es lo que todos dicen ahora. Y lo que dijo Mary, que esperar no me llevaría a ninguna parte. Por lo menos Mac se mostró razonable y me llevó a ver los museos, con los motores y las máquinas y las reproducciones de barcos. E incluso ese gran péndulo que muestra la rotación del mundo. Yo podría haberles explicado lo mismo. Y después me llevó a Chelsea y compró una botella de vino para acompañar la carne y la ensalada y yo le dije Mac, ahora puedo volver los ojos hacia mi vida interior y ver ciertas cosas. Y tú dirías, Mac que el matrimonio me arruinó. Pero yo estaba enamorado, sus cabellos lacios y rubios como las suecas, y quizá sus piernas delgadas y esbeltas me llevaron al altar, es posible que con la ayuda de un empujoncito de los parientes políticos.

Mac y yo estamos sentados en esa taberna elegante y yo le explico que no me sentía sentimental, sino que tenía que decirle cómo eran las cosas allá. Cómo crujían las hojas y la luz de la luna. El aire fragante y diáfano de Nueva Inglaterra. Mujeres como para comérselas. Sabrosos bronceados estivales y traseros que se menean. Uf. Pero Mac, sólo para mirarlos. Se conservan lejos del pasto. ¿Y no comprendes cómo me pueden inducir a caer de rodillas, sollozando? Y pensé que podría regresar e instalarme en el valle del Hudson, o a lo largo del Housatonic en Connecticut. Pero no. Soy el mes de octubre. Eterno invierno y no puedo regresar.

Entonces Mac dijo, cálmate Danger. Fuera las lágrimas. Ven conmigo y tomaremos un taxi con radio para divertirnos.

Fueron a un suburbio desconocido, entraron por una puerta y subieron la escalera y Mac dijo te presento a Alphonse, y le dije encantado. Luego tuve que orinar y me dijo use la pileta y yo recordé que los ingleses orinan en las piletas de Francia e incluso en las suyas, y pensé, bueno eso está bien para los ingleses y seguramente enseñaron lo mismo a los pobres irlandeses pero estos no llegan a Francia por el costo y el idioma, así que dije si no le importa usaré el lavabo.

Y comentamos los salarios del pecado y convinimos en que eran elevados. Después de esta pequeña reunión levanté una maceta y la arrojé por la ventana de un banco. Mac desapareció como un relámpago y dijo que yo era inestable.

Al día siguiente en la calle Earl’s Court yo había bebido y dijeron, qué descorteses, que me vieron correr por el centro de la calle agitando un paraguas y que ataqué al pobre MacDoon que me rogaba desistiera. Afirman que lo castigué severamente en los tobillos y Mac afirmó que yo era incorregible y un rufián, lo cual por supuesto era muy cierto. Me llevaron en un celular y me pusieron en una habitación con barrotes. Y nunca me trataron tan bien. La esposa de un policía me preparó una torta y los vencí a todos en ajedrez y dijeron que yo era un sujeto muy divertido y que si todos fueran como yo, la vida de un policía hubiera sido un paraíso. Me informaron que debía hacer una visita a la Embajada de Estados Unidos.

De modo que fui. Tocado con un gorro cosaco. Y creo que causé conmoción. Alguien me preguntó si era espía y me llevaron ante un hombre instalado detrás de un escritorio limpiándose las uñas de los dedos. Me miró y no dijo nada. Luego extrajo una carpeta llena de papeles. Los examinó levantando y bajando la cabeza. Me preguntó si podía recordar mi número de serie en la marina. Le dije que solamente sabía que era alto. Dijo que eso era malo. Me inquieté y dije que era bajo. Afirmó que eso era peor. Luego se inclinó hacia mí y preguntó cómo sé que usted no es un impostor. Muchacho, ojalá lo fuera. Habló por teléfono. Revisó los papeles y dijo es evidente que usted pasó un tiempo en las Islas Británicas y yo expliqué en Irlanda y Gran Bretaña porque Malarkey insiste en esa clase de cosas, y contestó muchacho para nosotros es lo mismo. Lo miré mientras decía señorita Bife verifique el caso A48353, y luego dijo que era un hombre muy ocupado pero examinando su carpeta señor Dangerfield que es la más nutrida y complicada que he visto jamás, advierto que ha tenido algunos choques aquí y allá, y debe dinero pero no hay indicios de que sea desleal a Estados Unidos. Pensé que los dos nos echaríamos a reír pero a lo sumo pude mostrar los dientes. Y pensé antes de salir lo menos que puedo hacer es aprovechar un buen cuarto de baño. Y bajé la escalera con movimientos un poco temblorosos a causa del interrogatorio y pasé por esta puerta y el hecho de que allí estuviese una mujer que me daba la espalda y se peinaba no me inquietó en lo más mínimo. De modo que entré en una de las cabinas e hice lo que necesitaba. Robé el rollo de papel higiénico, pero el inodoro lamentablemente estaba bien sujeto. Estoy seguro que a mi prestamista le habría dado un ataque. Pero es un indicio de los tiempos que vivimos. Cuando salí de la cabina se oyeron gritos, tales como no se conocen desde Babel y una mujer se me acercó y gritó, fuera, en mi propia cara. De modo que le apliqué un bofetón por su grosera vulgaridad. Seguramente alguien hizo funcionar la alarma contra incendios porque empezó a sonar una campanilla. Yo me dije, Bienaventurado Oliver, te elevaré a la Santidad si me sacas de ésta e incluso pagaré los cirios que encienda ante ti en Drogheda pero sácame de esto. Varios dedos me señalaron. Dijeron allí está. No había más remedio que abandonar el barco y puse manos a la obra. Había salvado unos tres metros cuando un evidente jugador de fútbol intentó un tackle y de no haber sido por otro universitario que venía en dirección contraria yo habría terminado allí, pero chocaron de cabeza. Subí la escalera con ágiles maniobras. Alaridos de vírgenes por todas partes. Quedaba una sola muchacha colgada de un pedazo de mi impermeable, y comprendí que en todo caso podía renunciar a ese pedazo, y lo arranqué. Salí por la puerta como un balazo mientras el infante de marina se cuadraba.

Sí, allí están cantando. Oh pueblito de Belén. Y Mary me dejó todos estos chelines y una toalla. Y dicen arroje la toalla.

Tengo que abandonar esta cama. Mac dice que la reunión me animará. Primero necesito lavarme un poco. Fuera los pantalones. Dios mío, flaco y gastado, envejecido antes de tiempo. El vello púbico encaneciendo. Oí decir que en el Nuevo Mundo tienen tinturas y permanentes. Dicen que algunos incluso se lo planchan, pero no se puede prestar mucha atención a esos rumores. Cualquier cosa que llame la atención. Veo algunos adornos de Navidad en esa ventana. Creo que colgaré algo de mi ventana y celebraré en privado mi propia Navidad.

El vestíbulo frío y oscuro. Las luces apagadas de la estación me entristecen. Gente con juguetes rojos. Sé que las tabernas están atestadas. Y en Dublín en este mismo instante podría agregarme a la rueda. Bebiendo gratis, pero paso inadvertido por la festividad. Cierro mi cuartito, pongo en lugar seguro la llave y desciendo la escalera y salgo.

Vacilo frente a la casa. Levanto los ojos hacia la ventana. Los cantores se han alejado por la calle y ahí aparece esa mujer saliendo de su casa con el paraguas firmemente arrollado, con el cual golpea el pavimento. Creo que quiere atraer mi atención. Debería acercarme y decir, vea es Navidad y vamos a divertirnos juntos. Si no tiene inconveniente, apártese de mi camino. Pero, señora, la he visto desnudarse todas las noches, ¿esto no significa nada para usted? Nada, excepto que usted es un repulsivo espía. Señora, rechazo la inferencia. Salga de mi camino vagabundo. Oh sí. Los ómnibus aparecen luminosos, alegres y atestados. Sé que las tabernas están colmadas.

Dangerfield entró por la calle Earl’s Court y se detuvo frente a un negocio de antigüedades, restregándose los zapatos en los pantalones. Metió la mano en el bolsillo, la extrajo y levantó al cielo la palma abierta. Se volvió para mirar el tráfico en esa pululante Nochebuena. Un taxi que frena violento con un chirrido.

La puerta del taxi se abre bruscamente. Dangerfield se vuelve. Y retorna bruscamente. Un hombre. Con un bastón bajo el brazo, pagando el taxi y volviéndose con una sonrisa. Estoy loco. ¿Absolutamente fuera de mis cabales o mi cuerpo o esta es una calle del cielo y todos nos abalanzamos al infierno? ¿O estoy viendo a un impostor o una piojosa falsificación?

Y con una sonrisa más ancha. Guantes blancos. ¿Conozco a otro que use guantes blancos? O este bastón de ébano. Pero es esta cara redonda que florece angelical alrededor de dos hileras de dientes muy blancos y un rugido de risa en mi propia cara. Afuera, Percy Clocklan. Fuera. La roñosa locura irlandesa se me viene encima. Fuera.

En el rostro enmudecido de Dangerfield.

—Caramba, Dangerfield, puta ladina, ¿por qué no me avisaste que estabas en Londres? Por Dios, ¿estás en camino a la tumba?

—Percy, si eres tú, sólo puedo decir que en eso estoy y que necesito una copa.

—Pensaba preguntarte si aún tenías boca.

—Percy, tengo boca. Pero me diste un terrible susto.

Percy Clocklan señala con el bastón negro en dirección a una vidriera iluminada. Del interior llegan cantos. Vengan todos alegres caballeros. Y allá fueron. Al interior del lugar y rodeados de canto. Dos brandies.

—Percy, ¿tienes un cigarrillo?

—Lo que quieras. Lo que gustes. Guarda el cambio.

—Percy, acepto todo esto por fe. Aunque por el gusto de este brandy diría que estoy en un bar de Navidad. Pero permíteme señalar que hasta hace un minuto estabas muerto.

—Oh, las putas me creyeron.

—Malarkey fue el único que dudó. Dijo que no aceptarías perder lo que habías pagado por el viaje. Todos los demás creyeron. Pero, Dios mío, me alegro mucho de verte vivo, y en apariencia próspero.

—¿En apariencia próspero? Estoy próspero. Oh, me creyeron. Terminé una botella de whisky irlandés y pensé que era una lástima desperdiciarla. De modo que metí la nota. Sabía que el viejo Malarkey negaría haberme conocido jamás. Y, caramba, ¿qué dices de ti?

—Percy, estoy acabado. Las cosas empeoran a cada momento. Pero me arreglaré. ¿Adónde ibas?

—Una visita sorpresiva a Mac, y la fiesta, cuando te vi parado en la vereda, como si no tuvieses donde caerte muerto. No pude creer en mis ojos. Realmente, aterroricé al conductor. Tienes un aspecto lamentable. ¿Qué son esas ropas? Harapos y diarios.

—Percy, hace un tiempo que no visito a mi sastre.

—Pues bien, irás conmigo. Te harán uno de los mejores trajes de Inglaterra.

—Percy, dime. ¿De dónde vino esta prosperidad?

—No importa de donde vino. No importa en absoluto. Pero me rompí el alma y conseguí una cosa buena. Y ahora gano montones de dinero. A toneladas. Dejé Irlanda y me dije que ganaría dinero, lo que necesitaba para beber y encamarme. Incluso me compré un Rolls.

—Estarás bromeando.

—Bromas, las pelotas. Te llevaré a dar una vuelta.

—Percy, es demasiado para mí. Navidad, el niñito Jesús y la fría Belén todo al mismo tiempo. Estoy acabado.

Clocklan mete la mano en el bolsillo, y extrae una cartera negra.

—Esto es lo único que guardé de todas las cosas que traje a Inglaterra, y la robé de la chaqueta del viejo Tony, cuando estaba en la cocina con él, y gritaba pidiendo una taza de té.

—Maravilloso.

—Ese podrido la hizo personalmente.

—Excelente trabajo.

—Si saca de las tabernas su viejo esqueleto podría arreglarse.

Clocklan extrajo cinco billetes de cinco libras y los entregó a Dangerfield.

—Percy, no sabes lo que esto significa para mí.

—Sé lo que significa, y santas paces. Pero tú nunca rehusaste pagar una copa ni te quejaste como los demás. Rebaño de cerdos, se lo pasan sentados sobre sus traseros quejándose. Quejándose por sus madres. Y mis parientes que no me dieron un trago de sopa ni un podrido chelín ahora quieren verme porque meo oro puro. Y todos los demás, hablando idioteces.

—Percy, estoy muy agradecido.

—No me lo agradezcas. Bebe. Bebe. No malgastes el tiempo de la taberna. Y tira esos cigarrillos roñosos, conseguiremos cigarros buenos. ¿Qué te pasa, Sebastián? ¿Dónde están tus modales grandiosos y tu lengua de plata?

—Se convirtió en plomo.

—Lo pagan a buen precio. Y esos harapos. Dios, tíralos. Mejor estar en cueros que usar esa porquería. Bebe y después iremos a que te afeiten y corten el pelo.

—Percy, muy amable de tu parte.

—Embarca la bebida y agarra lo que puedas mientras sea gratis, y no me hagas preguntas del dinero o los precios. El podrido Clocklan es dueño de Londres. Dueño de la cama. Mi Rolls es tan largo que se atasca en el tráfico.

—¿Cómo es adentro? Dime eso, Percy. Es lo único que quiero saber, será mi recompensa.

—Tengo que usar salvavidas por miedo a hundirme en el tapizado y morir ahogado.

—Más. Más. Eeeeeh.

—Y una brújula para no perderme adentro.

—Grande.

Y cruzaron la calle y entraron en una peluquería, el peluquero envolvió a Dangerfield en toallas y le cubrió el rostro con una crema espumosa y le pasó la navaja por las mejillas. Luego la máquina de masaje vibratorio. En el rincón, Clocklan conversando con un japonés. Unos tijeretazos en la nuca y un poquito de agua colonia aquí y allá. Señor, ¿un poco de talco en la cara? Un poquito por favor. ¿Y no le parece, señor, que le arreglamos bien las puntas chamuscadas? Oh sí, excelente. Ahora estamos en forma, ¿verdad, señor? Yo diría que listo para salir al mar.

Leven

anclas.