22

La señorita Frías estaba acostada sobre la espalda, la cabeza sobre dos cómodas almohadas blancas. Bajo los ojos rayas grisadas. Al borde de las lágrimas. La mano dividida sobre el lomo de su libro, mirando hacia las mantas. El señor Dangerfield, árbitro del saber, estaba erecto a los pies de la cama, solícito y amante. Mirándola en los ojos de los que emanaba dolor, y le pedían que la buscase ahora. Y estaban juntos en su cuartito, separados del resto de la casa, y afuera el mundo listo para destrozarlos. Cómo evitarlo. Y Dangerfield. Y la señorita Frías.

—Te llamaré Lilly.

Una sonrisa tímida le atiesó los labios, los ojos desviados y otra vez mirándolo y los labios tensos y el borde de los dientes que le mordisquean la boca y el rostro frente al de Sebastián.

—Oh.

—Creo que es tiempo de que te llame Lilly. Lilly.

—Oh, bueno.

—Lilly.

—Oh, Dios.

—¿Hay algo de comer, Lilly?

—Solamente tocino y té, pero recoja ese billete de diez chelines, señor Dangerfield y compre huevos.

—No. No podría.

—Sí. Por favor. Insisto.

Dangerfield se acerca a la cómoda. Desliza el billete en un bolsillo.

—No tardaré.

Sin embargo, me rebajo a realizar tareas serviles. Ocurre que no hubo suficiente dinero. De todos modos, siempre en movimiento. Los ojos bien abiertos y nunca se sabe cuándo o qué puede aparecer. Aprovechar el ambiente. Arrancar los frutos de mis árboles. Buenas camisas de los mostradores, y ponerlas en cuenta. Una tonelada de turba de mi vendedor de combustible, y envíeme la factura. Me llevo un pavo grande, una trampa para ratones y un queso semifresco, una libra del mejor café Robert y un pedazo de salame, oh y un cuarto de chucrut y le importaría muchísimo cargarlo en mi cuenta. El aire saturado de ciertamente señor. Oh, estuvo bueno. ¿Manteca cremosa? ¿Cuántas libras, señor? Creo que las tres. ¿Lonjas de tocino? Un lindo pedazo, por favor. Una tonelada si quiere. Imagínenme caminando por la calle Grafton. Paso frente al café Mitchell y la entrada a la cual siempre me asomé atentamente para ver rostros aristocráticos saliendo de cuellos de vestidos floreados y bien olientes, y miraba sus narices y las aletas bastante agradables, por supuesto carreras de caballos y ojos chispeantes de vitaminas siempre con la esperanza de que uno me sonriera. Y uno habla. Oh, Sebastián, ¿dónde estuvo? ¿Qué? No habla en serio. Quiere decir que tiene hambre. Tremendo. Oh, bromea. Chocante. Pero vamos, venga a tomar el té conmigo. Por supuesto que pago. ¿Qué lleva puesto? Eso, sí, eso. Dios mío, es una frazada. Temerario. Lo único que se me ocurre. Terriblemente F.A.I. Quiero decir, algo así como la R.A.F. ¿La F.A.I.? La Fuerza Aérea Irlandesa, claro, estúpido. Venga a tomar té. Oh, no, úsela. Me gusta. Le sienta. Muy excitante. Usted tiene actitudes extrañas, todos lo dicen. Y allí estoy con esta joven, arriba, junto a la ventana. Ella paga. Yo estoy bajo la manta parda. Parda por lascivia. Como la torta que me pagó. Como una, robo dos. Como una, robo otra. Después. Voy al baño y mojo la frazada en el lavabo. Me apodero de un letrero de cartón y me fabrico un cuello duro. Uso el cordón del zapato, que es negro. Negro por medios privados. Retorno usando eso y nada más. Podría decirse que estoy haciendo un gesto evidente de indecencia. Pero alimentado.

Y esta noche entro y compro huevos. Y señorita Frías, mi lila y Lilly, ¿adónde irás? No quise lastimarte, sino comprenderte, estar contigo y darte amor. Y mezclamos nuestros cuerpos en la cama y una noche usé tu piyama. Creo que el verde me sienta.

—Por favor, una docena, que sean buenos.

Creo que este negocio trabaja muy bien. Un mostrador nuevo y vidrios y aquí y allá se ve una uña limpia.

Sebastián se apresura a regresar a la calle Geary, y con los bruscos movimientos hacia la izquierda se mete en su callejón. Camina hacia una pared. Busca el cerrojo en el portón verde. ¿Qué hicieron estos vecinos? La luz encendida en esa casa. ¿Qué estaban haciendo con sus cuerpos? Tostándose frente a los últimos carbones. Mañana me voy lejos. O’Keefe sale mar afuera. Y la señorita Frías, veo un rayo de luz por el reborde de la persiana. Criticable desde el punto de vista de la seguridad, pero no importa porque es el último día. Sólo quedan algunas horas. Entro en la casa para sostenerte la mano y pasar contigo la última noche. Quiero llevarte conmigo pero no puedo. ¿Estarías dispuesta a poner el hombro a la gran rueda? Fuerza. Yo te enseñaré cómo. Fuiste buena conmigo como no lo fue ninguna de las otras y me acompañaste en esta última soledad, podría haber enloquecido de no haber sido por tu cuerpo y tus sonrisas y tus dulces pechos. Me salvaste. Incluso los pequeños y secretos olores de tus axilas. Como osos en invernaderos. Hocicando los pelos cortos.

Camina por el costado de la casa. Mira los laureles. Aquí está oscuro. Enciende esta luz. La señorita Frías mantiene limpia la cocina. En su habitación.

—Por favor, no te levantes, Lilly, déjamelo.

—Permítame. Usted está cansado. No es trabajo, señor Dangerfield.

—Lilly, esta noche, la última, llámame Sebastián.

—No puedo. No me lo pida, venga y siéntese. Yo me encargo. Le espera un viaje muy largo.

—Sí. Eres muy amable. ¿Puedo mirar tu libro, Lilly?

—Es una de esas cosas terribles.

—Lilly, estoy helado, creo que al salir me resfrié un poco, tengo la nariz congestionada. ¿Crees que podría acostarme en tu cama calentita?

—Pero no deberíamos hacerlo más.

—Solamente hasta que coma el tocino y los huevos.

—Señor Dangerfield, usted es terrible.

—Es tu botella de agua caliente. No puedo vivir sin ella.

Lo dejó sentado en la silla. Y él se desvistió. Los zapatos pulcramente a un costado de la cama. Afuera el viento. Me digo y me repito que son templados, húmedos y tibios. Me paso la vida inclinado sobre un mapa meteorológico. Huésped del cómodo lecho de Lilly. Lindo nombre. ¿Por qué lo hice? La llamo blanca y pura. Virgen. Nieve amontonada. Y yo me deslizo entre estas sábanas, bien hondo en pos de la botella. La alcanzo, la engancho, me la acerco a las pelotas y la espero. Creo que cuando esté en Londres ingresaré en el Club del Trinity College. Leo las calmantes palabras que dicen que el Club existe para promover la relación social y la camaradería entre sus miembros, ofrecer la oportunidad de renovar antiguas amistades y mantener a los hombres de Trinity en contacto con la vida de la Universidad. Me digo siempre que soy uno de ustedes porque no quiero perder nunca la fe. Algo a lo cual aferrarme. Y por las noches iré a sentarme con ustedes. Me mostraré reservado y escucharé. Esas cosas que me son tan caras. Confío en que esté lloviendo. Y desciendo de mi coche, absorbo unas pocas bocanadas de gorda niebla. Uso la corbata de Trinity. Qué corbata tan elegante. La más ilustre. Digo ¿Trinity? Caramba. Sí. ¿Usted? Sí. Cuarenta y ocho. Cuarenta y seis y cualquier año que usted quiera. Cómo le va, soy Dangerfield. Hermoso espectáculo. Por cierto. En realidad, terriblemente bueno. ¿Habrá candelabros? ¿Pollo? ¿Repollitos? ¿Fuego encendido? ¿Y eso será lo que yo quiero? Por favor.

Lilly vino con el té. Las largas fetas rojas atravesando la fuente y las dos yemas brillantes. Y el pan enmantecado. Una servilleta verde claro. Deposita todo.

—Lilly.

—Oh, me hará volcar todo.

—Uno solo. En los labios. Así.

—Se quemará si lo suelto.

Mi taza de té. Ahí está.

—Lilly, eres muy buena. Necesito esto, el calor y la comida. A veces me pregunto si hay una isla un poco más pequeña que ésta, para irnos.

—Sería hermoso.

—Lilly, estuviste haciendo tus valijas.

—Sí.

—Qué vida lamentable. Quisiera asentarme en algún sitio. Quedarme definitivamente. Estoy harto de mudanzas. Lilly, necesitamos algo que podamos considerar propio. Creo que eso es lo que todos necesitamos, y basta de traslados.

—Mi tía dijo que me tendrá en su casa hasta que consiga un lugar.

—¿Cómo es tu tía?

—Tiene un estudio al fondo de su casa, y pinta esos modelos desnudos. Una vez posé para ella, y me pareció terrible.

—¿Por qué?

—El modo de mirarme.

—¿Lasciva?

—Sí.

—Lo mismo de siempre, Lilly. Lo mismo. No sé cómo puede evitarse. Y el único resultado es la cama.

—Oh, señor Dangerfield, usted sigue con eso.

—Odio dejarte. Siento que es injusto.

—Señor Dangerfield, no tiene que preocuparse por mí. Sabré cuidarme.

—Pero quisiera saber que estarás bien.

—¿Y la señora Dangerfield? Sé que no es cosa mía, pero me pareció que estaban hechos el uno para el otro.

—Una pequeña confusión. Creo que el dinero no alcanzaba. La señora Dangerfield creyó que yo estaba podrido en plata. Me parece que hay bastante dinero por ahí, pero por el momento es difícil moverlo. Pero tengo planes.

—Me gustaría casarme.

—Ten cuidado. Cuídate de estos irlandeses.

—No con uno de ellos. Me gustaría un indio.

—¿Americano? Como yo. ¿Sabías que tengo sangre mohawk? Juu juu.

—Señor Dangerfield, fue una gran experiencia conocerlo, aunque no estoy de acuerdo con todo lo que usted dice. Pero creo que en el fondo es buena persona.

—Lilly.

—Lo digo en serio.

—Ven aquí.

—He jurado no hacerlo de nuevo. Por favor. No.

—No hay ningún mal en ello.

—Solamente en la mejilla, porque no puedo detenerlo cuando empieza.

—No hay nada malo en eso, Lilly.

—Cuidado, volcará todo. No.

—Entonces, acuéstate a mi lado. Ese besito en la oreja no es nada. Solamente uno. Lilly, te pusiste perfume.

—Se lo ruego, señor Dangerfield, por favor no me haga eso.

—Quiero que vengas a visitarme en Londres. ¿Vendrás?

—No volveremos a vernos. ¿Y qué será de la casa, señor Dangerfield?

—Ya arreglé eso. Acércate un poco. Es nuestra última noche juntos. El té estuvo muy bueno.

—Llegaron muchas cartas para usted.

—También me ocuparé de eso. Ahora no hablemos de estas cosas, acomódate aquí y no pienses en nada. Ya me ocupé de todo.

—Señor Dangerfield, por lo menos me quiere un poquito.

—Me gustas, Lilly. Fuiste buena conmigo. Me confortaste. Tómame la mano. Así. Cálmate. Todo saldrá bien. Hace mucho que no me siento tan bien.

La señorita Frías en su piyama verde. Deposité la yema anaranjada sobre mi pan y comí. Creo que casi lo he conseguido. Por lo menos, lo posible. Paz. Sagrado silencio. Mañana en acción, o a la carrera, como quieran. Quizá Skully intentará algo y se enredará solo en los hilos secretos que dejo tendidos sobre mi huella. No quiero que nadie me atrape. Ni que me detengan o arrinconen. En Inglaterra le ponen a uno una cuerda alrededor del cuello y lo sueltan, hup. Del otro lado del canal levantan esa cosa brillante y afilada y le dicen a uno que ponga allí esa cosa como de sílfide que uno tiene. No sé por qué me aterroriza tanto esta pena capital, ya que me siento un caballero y me ajusto a todas las normas y las reglas que ustedes quieran, e incluso a unas cuantas que yo mismo imaginé. Oh, miren el lazo y los nudos y los cuchillos. Y también a estos doctores. Apenas uno les permite enfundarse en esas chaquetas blancas y tenerlo a uno de la muñeca quieren auscultarle el pecho. Pretenden mirar el interior de la boca. Después lo depositan a uno en una mesa y se acercan al armario en busca del cuchillo. Dicen que solamente echarán una ojeada adentro.

Lilly, nunca me canso de tus pechos, tus rodetes o tus encantos de treinta y cuatro años. Alguna vez dejaré de imaginarlos y gustarlos bajo la chaqueta de ese piyama verde. Es raro que yo formule jamás estas afirmaciones dogmáticas, pero no puedo dejar de sentir que cuando otras cosas hayan desaparecido ese conocimiento carnal perdurará. Supongo que en mi caso se ha tratado pura y sencillamente de un hombrecito atemorizado, vigilante y atento a todos los animales de presa. Lilly, he tenido otras mujeres. Las he besado en la cama. Y una chica que vive cerca del Caballo Herido, otro cuerpo sabroso con músculos tiernos, y mi cara hundida en el cabello rizado y centelleante. Recibía el jugo y el confortamiento de mis muslos. Y hablaba y conversaba con ella yendo por las orillas del canal donde según oí decir hace años la diligencia que venía del Sur cargada de gente cayó por el puente hacia el canal y ellos pensaron como buenos irlandeses e ingenieros que debían lograr que flotaran y abrieron las compuertas y los ahogaron a todos. El canal es mi lugar favorito por ésta y por otras razones. Y también esta chica fue buena conmigo. De otro modo es inútil. Bondad. Y tú entraste en mi vida para concertar esta colusión, la inquilina en la cama con el dueño de casa. Una cosa usual en los tiempos que corren pero diferente en nuestro caso porque ambos lo necesitábamos. Y las pequeñas charlas que celebramos. Te conté la historia del viaje con el pene al aire. Te reíste. Oh, esas cosas ahora son divertidas, pero ese martes yo estaba para que me encerraran. Lilly, tu buena disposición y tu interés me cautivaron, me ataron a tu cuerpo y a los tés tan agradables que tuvimos. Puedo armar frases originales incluso con las mejores. Pero mejor mantengo secreta esa parte de mi persona. Como las enmarañadas leyes de esa iglesia tuya. Pero sé algo de derecho y de las normas que llaman Canon. Incluso entré en Brown y Nolans y pedí el libro, y estuve tres horas frente al mostrador leyendo, y los empleados muy inquietos porque estoy seguro que vieron que bajo el impermeable yo usaba los restos de una casulla, y esas leyes eran tan interesantes. Tuve la sensación de que estaba explorando el pecado y el limbo. Lilly, te oí murmurar en medio de tu angustia, santa Madre de Dios, nunca me perdonarán. Pero por supuesto lo harán, suculenta y tierna pollita y sensual criatura.

Con la luz apagada y la B.B.C. que ha terminado sus programas nocturnos. Minúsculos sonidos afuera. Y anuncios de ventarrones en Malin, Rockall, Shannon, Fastnet y el mar de Irlanda. La lluvia golpea contra los vidrios de las ventanas. Las hojas de los laureles se estremecen enloquecidas. Y nuestra cortina verde se hincha y una luz divide el cuarto. Afuera sobre el agua. Creo que es mi tumba. La isla de Man, el estrecho de Dalkey y los puertos de Bullock y Colimore, ciento veinte millas a Liverpool. Abracémonos fuerte, Lilly y basta ya de bien y mal. Y dígame, señor Dangerfield, si se enteran y no es tan fácil que me perdonen porque me obligan a confesarlo todo y apenas uno deja entrever algo empiezan a hacer preguntas, estaba solo, y el matrimonio, y qué hacía él. Entre tus piernas, hija mía. Y qué otras cosas hicieron y él también hacía eso. Sí, lo hacía. Lilly te cedo todo este sufrimiento. Yo no soy un cobarde barato. El derecho de sociedades anónimas y la concertación de tratados entre naciones tienen su importancia. Se lo diré, señor Jesús, conocí a Lilly y si usted conociera a Lilly como yo conocí a Lilly. Bien. Tampoco usted la habría rechazado, ¿no le parece? De ningún modo. Jesús y yo hemos pasado juntos muchas cosas. Y te digo Lilly, se moriría de risa y diría, ¿por qué mi querida niña te acostaste con el hombre de mazapán? Grandioso. No te preocupes. Qué es una encamada entre amigos si te toca en suerte un buen pedazo. Conozco unos cuantos de esos tipos egoístas allá abajo, eficientes pero melindrosos que no la pasan muy bien y que quieren liquidar a muchachos como Dangerfield. Conozco a Dangerfield. Su vida entera. Océanos de integridad y charcos de confiabilidad. Por Dios, es decir, yo mismo, el mejor hombre que jamás hice de una costilla o de los peces el día que lo hice, ya no recuerdo cuál. Quiero que venga aquí conmigo. Cuando estés muerto, Danger. Dicen que nunca te vencieron en ajedrez, dominó o criquet, o en tu razón cuando el resto dice que estás equivocado. Y para usar una de las frases bastante divertidas de Dangerfield, yo tampoco soy una gallina cobarde.

Bueno Lilly. Así son las cosas. Ahora acércate. Porque recuerda que el viernes estaremos separados. Cuando yo extienda la mano para tocar la tuya blanca que se aleja. En la nave trompeteante que sale mar afuera. ¿Estarás de pie al lado del tanque de gas haciendo señas? Cuando choque mi pecho contra el tuyo. Estoy triste. Separación de cuerpo y cuerpo. Y esta noche pido por favor tu favor. Y cualquier pecado mortal que quieras cometer. Y recuerdas el pequeño cacharro blanco del garaje, lo recogiste una noche cuando yo volvía a casa después de unas horas en las tabernas y yo dije señorita Frías, le ruego que lo traiga. Llénelo con agua y tráigamelo. Y metí los pies, y me permitiste usar tu talco. Y me ayudaste a secarlos. Y yo inclinando la cabeza bamboleante entre mis piernas. Como me encontraron varias mañanas colgado sobre las cadenas en Trinity mis cabellos rozando la punta del pasto. Lilly qué lindo y blanco cuero cabelludo tienes, ni un poquito de caspa. Cuando sostuviste mis pies. En tus manos. Señorita Frías, eres la persona más buena que he conocido. Te sostengo por los hombros. Por eso hago esto. Porque me gustas. Y te quito la chaqueta del piyama verde. Después de tu placer, empiezas a llorar. Déjame tomarte el pezón. No estoy loco como Kenneth, pero igual lo necesito. Este cordón alrededor de tu cintura. Lo empujo bajo tu ombligo que es hondo. ¿Puedo abotonar tu vientre, Lilly? ¿Sabías que tengo un diploma? En ombligos. Realicé trabajos especializados. Publiqué artículos. Hice muchas cosas. ¿Hay una marea ascendente de carne? Por qué señorita Frías, ríes por lo bajo. ¿Con qué objeto? ¿Crees que después de todo es divertido? Copular y acabar. O porque dije que Dios estaba de mi parte o muy interesado desde allá arriba mirando esta tierna escenita. ¿O estás mirando como si fueras un ojo en el cielorraso? Lo que está en las sábanas. Una escena de catch. No te vuelvas hasta que haya terminado con tu boca. Es la última vez. Los pecados brotan por todas partes. Me tientas, Lilly. ¿Y esto eres tú? Y tu voz en mi oído. Pronunciando un juramento y no puedes esperar hasta que hayamos acabado. Lilly, puedes sentirme. No, no te dejo. La última noche. Te deseo pero no puedo permitirte. Vamos, vamos. Te extrañaré y cómo hacíamos el amor. Lilly, sólo me queda sembrar mi semilla irlandesa. Vender mi semilla, Lilly. En el negocio. Sembraron a la madre del Señor y dicen que no tuvo nada que ver con la carne. Pero Lilly, me estás dando la espalda. Esta última noche me dices qué es lo que me dejarás hacer, porque lo hice una vez antes y después unas veces más. Aprenden toda clase de cosas en la granja mirando a los animales. Pero ¿no te hará daño o te dolerá? Puedo fingir, pero me siento chocado, pero por otra parte no puedo dejar de reírme de una situación tan tonta. Me ofreciste tu trasero. También estoy conmovido. No sé por qué. Como el Cuatro de Julio en esa fiesta del Parque Fénix. Un dulce y soleado día de verano con la gente que llegaba en coches relucientes, vestidos y joyas. Me acerqué casi en puntas de pie a la puerta con la esperanza de deslizarme y entonces recogieron mi tarjetita y leyeron Sebastián Balfe Dangerfield y casi le pedí al hombre por favor no tan alto. Me encontré frente a una sonrisa tras otra. Ando un tanto escaso de fraternidad pero puse un poco de calor en cada apretón de manos. Filete de lenguado. Sobre las mesas bocados que seguramente nunca vieron en esta isla. Me dirigí a una de las mesas. ¿Champaña, señor? ¿Cómo pueden ser tan amables? ¿De dónde puede venir tanta bebida? Bollos de crema con hongos. No dije una palabra a nadie. Marion conversando con el conde de Kilcool. Parecía que mi calzado no era muy elegante para alternar con esa gente. Sin embargo, después de más o menos una hora. Creo que tenía algo que decir. Llamaron a los infantes de marina y alguien murmuró vean que saquen de aquí enseguida a ese hombre. Yo me disponía a gritar por Dios no me aparten de toda esta bebida. Un caballero de edad dijo algo cuando se me acercaron. Y me dejaron. Después durante el aria de alguien me arrastré bajo las mesas desatando los cordones de los zapatos, y me temo que también mirando bajo los vestidos. Al día siguiente me parece que leí en el Evening Mail algo acerca del Ministro a quien ascendían al rango de embajador. Una cosa trae la otra. Por una parte. Y luego por otra. Sobre estas sábanas blancas cuerpos blancos entrelazados. Lilly se aparta de mí cuando golpeo estos montículos. Y el tacto frío. Es como dicen, un círculo apretado y nada más allá. Y mis brazos alrededor de tu cuello. Montándote. Pardo de lascivia o de potro. Echo mi corazón por tu garganta y tú lo destrozas y me hablas Lilly de tierno corazón. Y el dolor sube y baja por mis piernas. Y aunque tú te limitas a pasar el tiempo, quiero decir tendida de costado, torciendo un hombro, para subir la manta y evitar el frío, piensa en mí. Si paseas la vista por el Liffey con un cielo nublado en el atardecer te sientes en el cielo. Mis sueños de recolectar medios peniques sobre el puente de metal. Señorita Frías. Pura como la nieve acumulada. Blanca como el Polo Norte. Y las nalgas un poquitín blandas. ¿Y por qué, Lilly, quieres que lo haga así? He tratado de ser un miembro de la sociedad cristiana, pues en el fondo soy calvinista, por supuesto con una o dos reservas. Y me he mostrado un tanto puritano frente a los que están vestidos impropiamente y a los individuos de acento tosco, pues qué queda si uno no conserva su lugar. Y todos estamos a un tiro de piedra del cielo. Oh, los campos felices donde nos encorvamos. Y aun el día en que eché una ojeada al Museo Municipal de Arte Moderno y me dije demonios qué hermosa exposición. Sí, imágenes sugestivas. Con las cosas que allí se muestran en la carne coloreada. Lilly, ¿esto es para engañar a la concepción? Y lo hace toda la gente del campo. En los zoológicos también. Me encanta el Museo Zoológico. Conocí todo lo que había que saber del alce irlandés, puesto a la entrada, con los cuernos que dan de una pared a la otra. Y peces y aves embalsamados de toda Irlanda. Y también un mastín irlandés hermosamente embalsamado. Y en el piso superior una ballena colgando en medio de la sala con un balcón alrededor y allí cuentan eso de la evolución representada por los microbios que se agrandan cada vez más. Prefiero creer que el Gran Jefe allá arriba nos empezó con Adán y Eva.

El cabello de la señorita Frías es placentero y tiene un ligero olor verde. Una pelusa sobre la nuca. Un cuello esbelto. Fácilmente podría estrangularla. Vista de atrás parece más ancha. De frente están esas dos distracciones. Las distancias se acortan con la familiaridad. Conozco los hechos. Un buen par de hombros hechos para el trabajo. Uno de mis pequeños sueños marítimos es que si Marion se ahogase en el vapor de la Carrera, la señorita Frías viviría conmigo e iría a trabajar al jardín del fondo. Excavaría todo y lo regaría generosamente con cal y fosfatos y montículos de algas mezcladas con huesos y tripas irlandeses combinados con hojas muertas y todo pudriéndose graciosamente y formando una linda mezcla viscosa. Imágenes de la señorita Frías depositando la semilla. Especialmente la de papa. Algunos creen que es un vegetal soso. No yo. Como el león, el rey de todos. Yo habría ayudado a Lilly a sembrar la papa aunque no me gusta mucho usar las manos. Ahora volquemos el abono. Un poco de estiércol de pollo no vendrá mal. ¿Por qué el alimento significa tanto dinero en mis sueños?

—Lilly, ¿por qué quisiste que lo hiciéramos así?

—Oh, señor Dangerfield, así es mucho menos pecado.

Y también

es divertido.