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No puedo soportar la idea de salir al aire helado con las piernas endurecidas y la cabeza dolorida por algunas de las cosas que estuve pensando toda la noche.

Ruidos de Chris vistiéndose. Antes de irse dejó una bandeja junto a su cama. Tostadas, una rebanada de tocino y una taza de café. Lo besó en la cabeza, lo abrigó, le dijo en voz baja que tenía el desayuno a su lado y se marchó.

Sebastián se pasa la tarde leyendo y preocupado. De tanto en tanto se aproxima a la ventana para ver qué hay. Policías o informantes. Pero sólo ve personas comunes. La mayoría encorvadas, llevando algo. Pero me sentiría verdaderamente aterrorizado si apareciesen los patrulleros. La única esperanza es ocultarme y quizá dejarme crecer el bigote.

La cama es agradable. Con mi cabeza descansando. Si tuviese las cosas que hay en este cuarto. La sensualidad nos reunió. Pero es una palabra horrible. Creo que es amor. Pero qué nos separa de noche en la cama. Me alejo de ella y su espalda y procuro estar solo. Ni siquiera puedo recordar qué hago con Marion. Siendo quien soy, contribuyo a la felicidad de todo el mundo. Nada de mal aliento o vulgaridades secretas. Mi querida Chris, oigo tus pasos.

—Hola, Chris.

—Eres un terrible mentiroso.

—¿Qué?

—Mira el diario.

Chris le entrega el diario. En el centro, bien destacado, con gruesas letras negras:

UN HOMBRE ENLOQUECE EN UNA TABERNA

Persecución callejera

Un testigo informó a la policía que ayer por la noche presenció una agresión brutal en la taberna de Kelly, Garden Paradise, establecimiento autorizado.

Un hombre a quien se describió como una persona de «aspecto extranjero», con acento inglés, entró en dicho local en actitud amenazadora, y atacó salvajemente a las personas presentes.

El testigo del ataque dijo a la policía que estaba bebiendo tranquilamente con algunos amigos cuando oyó gritos y hubo una conmoción. Se volvió y vio a un hombre que arrojaba una botella de whisky a la cabeza del barman, que se agachó y bajó por una puerta trampa abierta en el piso. Luego, el hombre se inclinó sobre el mostrador y destrozó todo lo que estaba a la vista. Se volvió contra los parroquianos, que no tuvieron más remedio que huir a la calle.

El acusado escapó, y fue seguido por el testigo, que avisó a los guardias. Encontró al hombre oculto en un corredor, pero fue amenazado y debió entregarle el sombrero y la chaqueta. Luego, el delincuente escapó en una bicicleta. Varios guardias y ciudadanos lo persiguieron hasta Stephen’s Green, pero perdieron el rastro en la calle Cuffe, y se cree posible que todavía esté oculto en dicha zona.

El guardia Ball, que volvió a la escena del ataque para recoger indicios, afirmó que el estado general del local parecía propio de un campo de batalla. El testigo, que se fracturó cuatro dedos en el ataque, fue atendido en el Hospital de St. Patrick Dunn, y remitido a su casa. Se continúa la búsqueda del culpable, que según la policía es un individuo alto, delgado, que vestía pantalones tostados y chaqueta deportiva; se cree que puede tratarse de un insano. Afírmase que sus ojos tenían una expresión desorbitada.

—Difamación.

—Así que te atacaron.

—En efecto, y muy cruelmente.

Chris guardó silencio, inclinada sobre la cocina de gas. Dangerfield se sienta, tenso y lamentable, sobre el borde de la cama, el Evening Mail cuelga entre sus rodillas, y los ojos miran con tristeza las grandes letras. Oh, sí, un hombre enloquecido.

Sebastián se pone de pie y se acerca a Chris. Le aplica una mano sobre la cadera, oprimiendo la carne entre los dedos. Ella evita los labios de Sebastián y aparta una mano de su pecho.

—Si así lo quieres, Chris.

—Sí.

—Muy bien.

Se dirige a la puerta, la abre rápidamente, la cierra con cuidado, se hunde en la llovizna y la calle, desolada y oscura.

Amado y Bienaventurado Oliver, martirizado, descuartizado y en general despedazado, te diré una cosa, hazme llegar al Promontorio sin que una horda me persiga y publicaré mi reconocimiento en el Evening Mail.

En la tarde, el ómnibus vacío que desciende por el camino en dirección al Promontorio. Luces de neón. Una reducida cola esperando frente al cine. Un lugarcito encantador.

Baja del ómnibus, camina rápidamente hacia la puerta verde del número I de Mohammed. Golpea. Nada. Con los nudillos en la ventana. Adentro, ni ruidos ni luz. Vuelve a la puerta. La empuja, tironea. Cerrada y trabada. Retrocede un paso y toma impulso. La puerta cae. Entra cautelosamente en el vestíbulo, levanta la puerta y la pone en su sitio. Grita. Nada. Sube la escalera, el dormitorio vacío. Nadie.

Y el tiempo tan hostil y sombrío. Toda la noche por delante. El único efecto de la lluvia es mantener aplacado el polvo. Lo mismo que a mí. Y tú Marion, sangre azul de Geek, esposa y lavandera, esclava de todas mis mezquinas y sucias necesidades, dónde y qué hiciste y te fuiste.

Desciende a la salita y la cocina desoladas. Sobre la cocina un papel blanco bajo una lata de arvejas.

Como ves, me mudé.

II Parque de Oro

The Geary

Co. Dublín.

No sé qué hacer, salvo que ésa parece una casa con agua corriente y me vendría bien un baño. Quizás sea agradable. Volemos de aquí antes de que Skully asome su fea cabeza en busca del alquiler o con cualquier otro reclamo repulsivo. Geary. Si no me equivoco, un lugar bastante acomodado. Parque de Oro. Encantador. Repitamos el nombre. Parque de Oro.

Una casa al final de la hilera de casas chatas, simples y dobles con bloques de cemento que delimitaban los jardines del frente, minúsculos prados y canteros de flores. Pasa frente a los números siete y nueve, viviendas de prudencia y ahorro y verjas de hierro para impedir que los perros ensucien. La gente que vivía aquí tenía automóviles. Dios mío, alquiló un solo cuarto y quizás no hay lugar para mí.

Se detuvo frente al portoncito verde para examinar el cerrojo que era bastante complicado. En el jardín unos rododendros muy cuidados y el laurel aislado. A un costado el garaje pegado a la casa. Para qué o por qué demonios hiciste esto y no me dijiste una palabra. No lo toleraré. La lluvia se desliza sobre las hojas y forma charcos. Caminaré por este sendero de cemento y fingiré que me equivoqué de casa. Parece que al fondo hay un jardín, un caminito pasa al costado de la casa. Tengo que indignarme. Insoportable, por cierto que no lo toleraré.

Adentro suena el timbre. Y ruido de pasos que se acercan. Este vidrio mate no permite ver nada.

La puerta se abre.

—Por Dios, Marion, déjame pasar.

La puerta se cierra bruscamente.

—Marion, ¿estás sola? De veras, tu actitud es ridícula. No puedes hacer esto.

Rodea la casa en busca de una falla. La ventana del baño está abierta. Sebastián trepa por la pared, las rodillas golpean las piedras encaladas y cae de cabeza en el lavabo. Marion estaba en la puerta.

—Por qué no me dejas en paz. Bastardo desequilibrado.

—No me digas bastardo cuando casi me rompo el cuello tratando de entrar en esta casa. Por Dios, ayúdame a bajar al piso. ¿Por qué no me dejaste pasar?

—Porque no te quiero aquí. Es mi casa y puedo llamar a la policía y echarte.

—Por amor de Dios, Marion, ¿no tienes compasión? Mírame, estoy hecho sopa.

—Y anoche no viniste a casa.

—Me retrasé.

—Qué te pasó en la cabeza.

—Un sujeto sumamente decente me invitó a jugar squash y me golpeé la cabeza contra la pared. Excelente jugador, pero yo conseguí vencerlo.

—Oh, vete de una vez, por favor.

—¿Sólo por jugar squash? Y yo le dije, sí, juguemos. Un sujeto muy influyente. El padre es dueño…

—Vete. Me pasé el día empacando y mudándome y no quiero oír tus mentiras.

—Perdóname. Es una casa tan linda. Déjame echar una ojeada. Estás sola. ¿Todo esto?

—Sí.

—¿Cuánto?

—Asunto mío.

—Pero Skully.

—Tú puedes vivir ahí.

—Oh, Dios. Vamos. Mira, cinco minutos de paz. Tiene vestíbulo. Muy agradable Marion, ¿puedo mirar aquí?

Sebastián recorre la casa seguido por Marion, los dientes apretados y silenciosa. Una sala de estar con sofacamas, uno de ellos contra la pared y un receptor de radio sin duda anterior a la guerra. Tres sillas y una alfombra y colgados de la pared algunos cuadros de caballos y mastines corriendo.

—Caramba.

—No permitiré que me lo arruines.

—De ningún modo. Me iré. Sólo quiero un rápido baño. Moriré atacado de muerte.

—Muérete, pero ésta es mi casa.

Sebastián, muy interesado, examina los cuartos. Un saloncito con un escritorio, una mesa y una chimenea. Una agradable estatua de madera con una cruz en el vientre sobre el borde de la chimenea. Una ventana que mira al jardín del fondo con hileras de cosas buenas. Debo entrar aquí a toda costa.

—¿Dónde duermes?

—Allí.

Marion señaló la puerta.

—Marion, no me eches. Por favor. Prometo hacer lo que digas pero ocurre que necesito un poco de seguridad.

—Ja. Ja.

—Es verdad. No porque sea grande y fuerte. Mira este músculo. Pero no quiere decir que no me afecta la inseguridad. Por favor.

—Nada más que la sospecha de que bebes, y te echo.

—Eres maravillosa, Marion. Realmente, eres muy buena…

—Basta ya.

—Lo que digas, Marion.

—Y no hagas ruido. Felicity duerme al lado del baño.

—Silencioso como un ratón.

Gran chapoteo entre las burbujas de jabón. Y después una tetera llena. Marion con los brazos cruzados, ocultando sus pechos a los ojos bestiales de Sebastián, y contemplando la desaparición de una hogaza de pan y un paquete de margarina. Le rodea los hombros con el brazo, una mano sobre la muñeca de Marion. Desnudo bajo la frazada, señaló el jardín, una extraña ondulación gris de hojas.

—Marion, ahí sí que hay comida.

En la tierra

una planta

en la planta

una hoja.

Este hombre

se comió

la hoja.