11

Infatigable movimiento giratorio del vaso, sorber, tragar, más. A un costado el paquete con el fiel hígado, pardo y sangre. Sobre los techos de las casas, del otro lado de la calle, se pone el sol. Es tarde y Marion ya debe estar al borde de un ataque. He intentado razonar este asunto. No es cuestión de coraje o pena o lo que sea, pero lo cierto es que encuentro imposible afrontar esta situación terrible y embarazosa. Si por lo menos me hubiese abotonado la bragueta. Si por lo menos.

—Buen hombre, le ruego me sirva otra copa.

—De acuerdo, señor Dangerfield.

Podría habérseme ahorrado este sufrimiento. Creí que ya había dejado atrás esa clase de cosas. Bueno, gracias a Dios que no caminé por la playa con eso al aire. Necesito hablar con alguien. No tengo con quien hablar. La única solución es volver. En el camino compraré una cabeza.

Empujó la derruida puerta verde y se dejó caer fatigado en la silla destartalada. Marion en la cocina, y él la mira inexpresivo. En la pared, arriba, detrás de Marion, el medidor de gas. Me gustaría destacar que el medidor es verde, la ranura para echar los peniques es de latón, y este medidor mide el gas con que cocino mi comida miserable. Ya no puedo soportar más.

Marion mira la puerta y se estremece.

—Ya no puedo más, Sebastián.

Sebastián la mira interesado.

—Lo digo en serio. Es demasiado. Estuviste bebiendo.

—Querida Marion.

—Te dejaré.

—Me dejarás.

—Hablo en serio.

—Oh, hablas en serio.

—Sí.

—Marion estoy trastornado. Ahora, ¿sabes lo que significa trastornado? Que soy capaz de hacer cualquier cosa. Te mataré aquí mismo si no me dejas en paz. Quiero paz. Y ahora, Marion, sabes lo que deseo. Paz, maldito sea.

—No me grites. No te temo.

—Me temes, Marion. Es mejor así. Aléjate de mis manos.

—No te tengo nada de miedo. Oh, eres perverso.

—Mi querida Marion, estás nerviosa. Realmente nerviosa. Pestañeas. Ahora acuéstate y te traeré un poco de ácido prúsico para calmar los nervios.

—Lamentarás todo esto. ¿Cómo te atreves a decir semejante cosa? Te pasas toda la noche bebiendo, callejeando. La última vez viniste borracho. ¿Hasta dónde puedes llegar? ¿Hasta dónde puedes descender? Dímelo, ¿hasta dónde?

—En Calcuta había un hombre que se pasó la vida en la alcantarilla.

—El nombre de mi hija está deshonrado. Pero a ti qué te importa. Hablas de tus estudios, ¿no es así? Incluso tuviste el descaro de llevarte el dinero que estaba detrás del reloj, y allí estás con esa horrible mueca en la cara diciéndome que piensas matarme. Bueno, inténtalo. Es lo único que te digo, inténtalo. Y quisiera que sepas una cosa más. Escribí a tu padre y le conté todo. Todas las maravillas que hiciste.

En la silla grasienta, Sebastián, silencioso, inmóvil, las manos apretando tensamente los brazos. La mira sin cansarse, el rostro pálido de miedo.

Sebastián habla con voz serena y lenta.

—Cometiste un grave error, Marion. Un error muy grave.

—No hables así.

—Un grave error, Marion. Estás forzando la situación.

—Por amor de Dios, no sigas. No puedo soportarlo.

—No tenías ningún derecho. ¿Me entiendes? Digo que ningún derecho.

—Basta.

—¿Qué le dijiste?

Marion, las manos cubriendo el rostro, llorando.

—Repito, ¿qué le dijiste? Contéstame.

—Eres horrible. Horrible y repugnante.

—¿Qué le dijiste, maldito sea?

—Todo.

—¿Qué?

—Dije que todo.

—Maldito sea, ¿qué le dijiste?

—La verdad. Que nos morimos de hambre. Que la nena está raquítica. Y todo porque te bebes el dinero de la casa. Y también le hablé de la casa, y que me abofeteaste y me golpeaste cuando estaba embarazada, me arrojaste de la cama y me tiraste por la escalera. Que debemos centenares de libras. Toda la repugnante verdad.

—Marion, no debiste hacer eso. ¿Me oyes?

Marion, su voz emergiendo en las pausas.

—¿Cómo puedes decir eso? ¿Qué quieres que haga? ¿Seguir así eternamente? Hasta que no haya esperanza. Vivir de tus sueños de convertirte en gran abogado cuando jamás trabajas y haces trampa en los exámenes. Y no piensas trabajar jamás. Lo sé bien, y que te pasas el tiempo con esa gentuza. Estás afuera toda la noche. Odio esta casa. Odio todo esto, Irlanda, todo lo que hay aquí. Dejas que afronte sola la situación en este inmundo agujero.

—Cierra esa boca maldita.

—No quiero.

—Cierra la boca.

—No quiero.

Extendió lentamente la mano y retiró la pantalla de la lámpara. La depositó sobre la mesita.

—¿Te callarás?

—No.

Aferró la lámpara por el cuello y la destrozó contra la pared.

—Ahora cállate.

Marion silenciosa, los ojos desorbitados y llorosos, mirando al hombre en la silla desvencijada, sosteniendo el extremo de la lámpara destrozada con sus largos dedos rosados. Hombre siniestro. La mira fijamente y ella no puede decidirse a salir de la habitación, y escucha su voz que la flagela.

—Eres una porquería. Condenada sangre británica. Maldita estupidez. ¿Me oyes? Llora. Llora. Por eso que hiciste podría matar a un hombre. Eres una perra hipócrita. ¿Me oíste? Dije que eres una perra hipócrita.

—Por favor, no me hables así.

—Esa carta te costó mucho dinero. ¿Me oíste? Dinero. Si vuelves a escribir a mi padre te estrangularé.

—Oh, basta por amor de Dios.

—Estoy loco de rabia. Dios, volver a casa para oír esto. Como si todo lo demás fuera poco. Quiero demoler esta casa. Con todo lo que hay adentro. Voy a pulverizarlo todo. Y no tendrás dónde meterte. Irás a parar al arroyo. El lugar que te corresponde. Con ese padre vulgar y tu madre roñosa y el mojigato de tu noble tío. ¿Sabes qué son? Basura y roña humana, ni siquiera merecen vivir.

—Por favor, no hables así.

—Fuera.

—Por favor, Sebastián.

—Fuera, maldito sea. Obedece. Sal o te estrangulo ahora mismo.

—¿Cómo has llegado a esto?

—Tú me llevaste a esto. Por eso ahora soy como soy. Tú.

—No es cierto. No puedes culparme. Lamento haber escrito a tu padre. Lo siento.

—Fuera.

—No comprendes que lo siento. ¿No entiendes?

—No entiendo maldito la cosa. Estoy rabioso y ciego. Estoy loco.

—Por favor, basta. Te lo ruego, Sebastián, basta.

Marion se acercó hacia el hombre que agitaba su cuerpo en la silla, mostrando los dientes, y agitando los puños sobre su propia cabeza.

—Apártate. No te acerques. Dios, ¿por qué vine a este condenado país? Estoy acabado. Acabado. Acabado. Ni un rayo de esperanza. Ni una víbora podría vivir aquí. Aquí no vive nada. Toda la porquería del mundo sobre mí. Sin un minuto de respiro. ¿Qué intentas hacerme? ¿Acabarme para siempre? ¿Por qué tengo que aguantar esto? ¿Por qué? No hables más de trabajo, estudio, trabajo. No pienso trabajar. Nunca. Esa carta te costó miles. Maldita seas.

—¿No comprendes siquiera por un instante que lo lamento? No quería hacerlo. ¿No ves que me obligaste?

—Veinte mil libras. Dios mío.

—Me dejaste aquí día tras día en esta miseria. Sin gas, sin agua caliente y el baño y el cielorraso perdiendo. Yo soy quien debe enojarse, quien debe estar trastornada. ¿Te digo algo?

—Madre de Dios, basta. No quiero oír más. Acábala de una vez. No quiero oír nada. Me desheredaste.

—No será para siempre.

—Cállate, yo sé lo que digo.

—Se arreglará, tendrás que esperar unos años.

—Y qué. Estás viva. No te has muerto. No estás enferma. ¿No puedes esperar un año?

—Tampoco yo estoy bien. Cuando llegue el momento podemos estar muertos. Y Felicity. También es tuya. Piensa en ella.

—No soporto más esta situación. Afuera con todo. Afuera. Estoy tan harto que juro por Dios que destruiré toda la casa. Arrancaré las ventanas. Arrasaré con todo. Afuera. Dónde está mi condenada cabeza. ¿Dónde está?

—Ahí, en el piso.

—No quiero saber nada más. Absolutamente nada. Nada. Oh, Dios mío. Sinceramente, necesito distraerme. No soporto más todo esto. Olvídalo y déjame en paz esta noche porque si no tengo paz… acabo con todo.

—La olla está bajo la mesa.

—Gracias.

—Hay dos cebollas y una zanahoria si quieres usarlas.

—Gracias.

—Puse cinco peniques en el medidor de gas.

—Está bien.

—Te ayudaré, si quieres.

—Está bien… ¿Queda algo de mi ajo?

—Vi un diente en el cajón de la mesa.

Marion está de pie con las manos apretadas. Tensa, desesperada. Camina de un lado para otro y se acerca a la silla, pone las manos sobre los brazos y mira por la ventana el cielo ensombrecido de nubes y las gotas de lluvia que golpean los vidrios. Sebastián en la cocina, el ruido de cacharros. El cuchillo que golpea la superficie de la mesa y la cabeza hundiéndose en el agua. Veo tantas verduras viejas, arrugadas y secas al fondo de tantos cajones. Un poco de paz. Sólo un poco. Me gustaría tanto pasar algunos días en el campo, mirando a las vacas que ramonean el pasto.

—Marion, salgo un minuto. ¿Necesitas algo? No llores. Por lo que más quieras, no llores. ¿Por qué lloras? Por favor. Volveré en un minuto, vamos, no llores. ¿Quieres algo?

—No.

La paz de Dios con vosotros, alegres caballeros. Sólo es cuestión de tiempo. Otra vez llueve. Y ahora hace frío. Una cerveza más. Quisiera algo que me calme los nervios. Debería ser químico —bálsamo para los nervios, el nuevo producto de Dangerfield, el principal distribuidor mundial. Grandes anuncios en toda Irlanda. Bálsamo para los tumos. Indigno. Mantener la dignidad y al demonio con el dinero.

Caminó rápidamente por la calle. De pie frente al mostrador bebiendo la espumosa cerveza negra. Pide otra y va a sentarse al lado del fuego. Cruza las piernas, estudia el agujero en un talón. La suela de los zapatos se entibia deliciosamente y el gargarismo pardo como ellos dicen estaba reflotándole el espíritu. Pobre Marion. No es tan mala. Pero qué idea fantástica se le metió en la cabeza.

Quedará algún resto de amor. Creo que lo mejor que puedo hacer en estas circunstancias es callar hasta que se calme la tormenta. Oh las armas que debemos usar los individuos de corazón blando. El padre se me echará encima.

Pero ahora volveré a esa cabeza de carnero. Los ojos. Me encantan los ojos. Ofreceré una sopa clara a Marion. Debería remendarme las medias y lavar mis camisas. Las cosas podrían ser diferentes. En adelante debo controlarme. Puede rompérseme un vaso sanguíneo del cerebro y moriré entre espasmos. Todos quieren gozar a dos puntas. Dinero y amor. Tuve una, y ahora estoy completamente jodido. Dos onzas de manteca. Empuja la puerta de un localcito.

—Buenas noches, señor.

—Buenas noches.

—Hace buen tiempo. Y parece que así seguirá.

—Sí.

—Sopla viento, es buen anuncio.

—Sí, es buen anuncio.

—¿Puede darme dos onzas de manteca?

—¿Dijo dos onzas, señor?

—Sí.

—Bueno, no sé. Generalmente vendemos por media libra, o una libra.

—¿Venden cuartos de libra?

—Bien, creo que sí.

—¿Puede darme medio cuarto de libra?

—Sí.

—Entonces, medio cuarto de libra.

Sebastián lo mira. Oh, astuto usurero. El fondo de estos negocios es el lugar más sórdido del mundo. Allí acecha con la esposa de enorme busto, los dos barriles resonantes. Zoquete estúpido, intolerable.

El hombre le entrega el paquetito, cuidadosamente atado, con un ojal para el dedo.

Afuera, al aire. Contraste. Un poco de olor a turba. Las cosas no están tan mal. Esperemos a ver qué ocurre. Hay que aceptar lo que venga. Lo bueno y lo malo. Los antiguos proverbios tienen mucha sustancia. Cuántas mentiras se dicen en los momentos difíciles. Dios mío, verdaderamente terrible. Hecho para el mundo. Pero el mundo fue hecho para mí. Estaba aquí mucho antes de que yo llegase y se pasaron años preparándolo. Parece que algo funcionó mal cuando pensaron en mí.

Empujó con el pie la puerta verde y la cerró con el talón. Marion sentada en la silla. Esta noche no le pediré nada. Hay que soportar algunas incomodidades en bien de la paz. La aterroricé, y mejor que continúe así. La obliga a callar. Oh, el olor. Vaya. Qué buen cocinero. Hum. O’Keefe palidecería de envidia. Tengo que escribirle. Tengo talento gastronómico. Tengo, tengo. Ahora, un lindo plato de sopa clara para Marion. Un pedacito de manteca flotando majestuosamente en el líquido, para reforzarlo. Calma, tome Bálsamo para los Nervios.

—Marion.

Levanta los ojos, vacilante. Extiende las dos manos y aferra el plato blanco. Recogió los vidrios, fragmentos de mi cólera.

—Gracias.

Aquí tienes pan y un poco de manteca.

—Gracias.

—Pruébalo.

—Está bien. Gracias.

—¿Tiene bastante sal? No llores más. Está bien. Ocurre que esta tarde volví a casa en el tren con el pene afuera.

—¿Cómo?

—Me olvidé de abotonar la bragueta.

—¿Y la gente te vio?

—Sí.

—Oh, no.

—Oh, sí. Lo más irritante que me ocurrió jamás. En el trayecto de Dublín al Promontorio.

—Pobrecito. Lo siento muchísimo.

La vida es mucho mejor así. Remendar los agujeros. Renovado sentimiento de seguridad. Si pudiéramos salir de esta casa. Skully nos tiene agarrados de las pelotas. El alquiler es una trampa. O’Keefe tenía razón, nunca pagues alquiler. Atrapados entre estas paredes húmedas. La nena me rompe los oídos. Tengo que encontrar una casa más grande. Para salir de aquí. Explicárselo al padre. Pero es imposible reparar el daño con una nueva serie de mentiras.

Llena el plato. Con la cuchara aparta los ojos, los lleva a la boca. Los saborea. Se sienta y descansa. Qué agradable.

—¿Adónde vas, Sebastián?

—Se me ocurrió algo. Necesitamos fuego para animarnos.

Sale un segundo al vestíbulo. Vuelve y sobre el centro del piso levanta una pata y la descarga con fuerza, se rompe en pedazos. Una antigüedad genuina, Luis cagatose.

—Sebastián, no hagas eso.

—Oh, creo que servirá como leña. Mi querido Egbert, vea, estábamos en el cine, dejamos a nuestra querida hija con una tía y entonces un bandido o varios. Derribaron la puerta principal. La responsabilidad es suya. Un asuntito de robo en este gran país católico.

—No lo creerá.

—No tiene alternativa. Si me acusa de algo, le informaré que está calumniándome. Ya sabes, estudiante de derecho. Tiene que comprender que conozco la ley.

Sebastián de pie en el diván, levanta otra vez una pierna sobre la silla, destroza el centro.

—Ahora bien, éste es un problema de ingeniería. Se observa una debilidad general de la estructura.

Derribó la silla y arrancó las patas una por una.

—Un poco de papel en la hornalla, Marion. Volveré en un segundo.

Salió de la casa con una risita. Marion echó al fuego los pedazos de la silla. Regresa Sebastián, abre orgullosamente la bolsita, y adentro hay siete pedazos de carbón.

—Sebastián, ¿qué hiciste? ¿Dónde conseguiste ese carbón?

—Vamos, vamos, nunca rechaces las cosas buenas.

—Pero eso es robar.

—El robo está sólo en la intención.

—Oh, Dios mío.

—Marion, el país de la esperanza y la gloria, la madre de los libres.

—Qué cosas dices.

Sentado en el cuartito, las puertas cerradas y la ventana también. Resplandor, el carbón y los méritos del matrimonio. Satisfecho con los ojos del ternero. El jugo del cráneo. Empuñó la pluma.

Mi querido Kenneth:

Hay una palabra que lo dice todo; camalegre. Ahora bien, si pronuncias la palabra por la mañana al levantarte y antes de cada comida verás que las cosas cambian. Para aprovecharlo lo mejor posible uno debe poner los incisivos sobre los labios y exhalar hasta que se oye un ruido silbante y luego la palabra. También es buena para la fertilidad. Y puedo agregar que soy gran creyente en la fertilidad. Las cosas aquí están un poco angustiosas. Hay asuntos como el alquiler. Mira, un hombre te da una llave y te metes en esta casa y empiezas a hacer tu vida y al fin de la semana entregas al tipo tres pedazos de papel con redimible en Londres escrito sobre ellos y el hombre te deja estar donde estás. Si no das al individuo esos papelitos descubres que se pone en la ventana observándote mientras te rascas las pelotas y como puedes comprender esos ojos impersonales sobre ti mientras resuelves el problema del prurito testicular es una situación muy desagradable. De modo que apelo a ti, Santo Duque, para que me permitas demorar el pago de diez angustiosos papeles redimibles en Londres. A propósito, Londres es una ciudad muy hermosa, la más grande del mundo. En el fondo de mi cabeza algo me induce a pensar que iré allí uno de estos días.

Con respecto al chico. Una situación muy chocante. No se trata, mi querido Kenneth, de que yo sea mojigato. Lejos de ello. Pero, realmente, crees conveniente renunciar a las alegrías del mundo heterosexual sin considerar primero todas sus posibilidades. Te lo concedo, es indudable que debe ser doloroso e incluso destructivo soportar el celibato pero una vez que has tenido éxito, presto, aparecen pequeños O’Keefe, iguales a ti. Pero si has desesperado, si tienes el heterofantasma, no te queda más remedio que entregarte con abandono. Pero con respecto a ese chico. Permítele conocerte mejor. Muestra tu interés en otros. Lamentablemente, para mí es difícil aconsejarte en estos asuntos, y a lo sumo dependo de un conocimiento que, en el mejor de los casos, no es más que general. Pero, Kenneth, llevará tiempo, mucho tiempo, obtener estas cosas que tanto deseamos. Debemos estar dispuestos a esperarlas. Pero llegarán, una mañana luminosa y soleada. Con respecto a la ejaculatio praecox; con tiempo y práctica se resolverá. Supongo que tu método actual de satisfacción es manual. Por consiguiente, te sugiero que tomes las cosas con calma. Es una cuestión de grados, quizá de algo de sufrimiento, pero sabes, observo que cuanto más difíciles las cosas más me inmunizo, debe ser el desarrollo de una defensa natural, ya conoces ese tipo de cosas, a cada acción una reacción igual y contraria. Yo debía suponer que estas cosas son así.

No he visto a nadie desde que te fuiste, en realidad desde hace varios meses, porque debo mantenerme apartado de las calles principales pero mi coraje está desarrollándose y siento que tal vez pueda pasar un día o dos de buena vida con algunas de esas personas a las que hace tiempo no veo. Dublín es una ciudad extraña. Es una ciudad colmada de cosas buenas pero por una razón o por otra uno está demasiado ocupado pensando en cosas como el pan y el té, la paz de un lugar para dormir donde la lluvia que se filtra no lo obligue a uno a soñar con el Titanic. Paso gran parte de mi tiempo caminando a lo largo del canal y bebiendo café, cuando puedo pagarlo, en Jury’s. Cuando vuelvas a la vieja tierra irlandesa con mucho gusto te llevaré allí. Uno se sienta bajo las palmeras, con las piernas cruzadas y habla y llega a toda clase de conclusiones, algunas valiosas y otras sólo interesantes. Pero podemos esperar todas estas cosas. Continúan llevándolos a Grange todas las mañanas, lo considero muy sugestivo, pero mucho más desde que me compré una bicicleta de segunda mano y la pinté de negro y le puse una banderita negra en el manubrio y me pongo a la cola de todos los funerales que van a Grange. He comprobado que alguna gente se ríe de mí porque hago esto y creen que tal vez este hombre está un poco loco, pero yo digo sí y continúo con mi pequeña y dolorida actividad. He descubierto una de las grandes dolencias de Irlanda, el 67% de la población nunca estuvo completamente desnudo en toda su vida. Y dime una cosa, en tu condición de hombre de amplia experiencia clásica, no te parece un poco extraño y quizá un tanto antihigiénico. Creo que ciertamente pueden decirse las dos cosas. Me inclino a afirmar que este hecho debe tener mucho que ver con el sufrimiento pasivo que uno observa en las calles. En este país hay otras cosas que andan mal pero debo dejarlas esperando porque apenas están tomando forma en mi espíritu. Pero no debes tomar demasiado en serio este problema. Mira, el sexo es algo que tenemos para producir nuevos y mejores bebés. Si puedes producir un bebé estás perfectamente. Siento que es un mundo egoísta que desea esta emoción barata que sobreviene al producir un bebé. Olvídalo.

Esta noche me he refugiado en mi saloncito. Tuve un día difícil. Algunos sostienen que en mi caso siempre será tan difícil pero la mayoría son unos bastardos. Cometí un acto indecente en el tren que lleva al Promontorio, y de eso te hablaré cuando vuelvas a esta tierra. También hay otras cosas, de las que conversaremos cuando vengas. Entiendo que estás un poco desesperado y que te gustaría regresar aquí. ¿Por qué no vuelves? No te sería muy difícil encontrar algo, sobre todo si hablas francés. Con mucho gusto te alojaré y alimentaré con lo que tenemos y para terminar mi querido Kenneth espero que en una de tus obras te será útil lo que te adjunto. Quizá un breve coro después de cada acto.

Allá en los esteros

donde los hombres son solteros

pigwidgeon en el ropero

Banshee en el diván.

Un anticristo doliente

mientras el usurero está muerto.

Allá en los esteros.

Tu amigo

S. D.