El elegante y atildado Ham estaba apoyado contra el casco de una balandra medio podrida, cuando volvió Monk.
Ham se puso rojo de la emoción y rompió en carcajadas inmensas que le hacían temblar de pies a cabeza.
—¡Qué facha tienes, chico! —dijo, alegremente—. ¡No podré olvidarlo nunca!
Parecías cuando estabas sentado en la borda, una rana en un tronco, mientras las mujeres te iban enredando con los alambres ésos.
—¡Vete al diablo! —rugió Monk, furioso.
—Ha sido la cosa más graciosa que…
Monk interrumpió estas palabras con un chillido semejante al que lanza un cerdo cuando lo degüellan.
Una bala pasó silbando, al tiempo que se oía el lejano estampido de un disparo.
Era que uno de los centinelas puestos alrededor del buque acababa de colocarse en un sitio desde donde podía hacer blanco sobre ellos.
Instantáneamente Renny puso en acción su pistola-ametralladora, que escupía rosarios de llamas, con un ruido ensordecedor.
El centinela que había disparado contra ellos corrió a esconderse tras del casco de un buque.
En los minutos que siguieron se desarrolló una lucha traidora y furtiva entre los barcos muertos que llenaban aquellas aguas.
Los centinelas de Bruze se retiraban y escondían después de disparar sus armas contra sus enemigos, tan viva y hábilmente que Monk y sus compañeros no podían seguirlos.
—Lo mejor que podíamos hacer es regresar al Cameronic —sugirió Renny.
El aire soplaba ahora de espaldas a ellos. Monk y sus amigos lo ignoraban, pero la circunstancia les había impedido oír el estrépito de la lucha a bordo del Cameronic.
El viento, aunque no era lo bastante fuerte para mover la masa de barcos muertos que flotaban en aquellas aguas llenas de sargazos, originaba, no obstante, una serie de ruidos producidos por rozamientos, golpes y choques de cascos contra cascos y de toda aquella broza flotante del Océano.
Y todo esto también había contribuido a que los amigos de Doc no oyeran el estrépito de la lucha.
Pero de pronto se produjo un ruido terrible, que todos pudieron oír perfectamente.
Fue una explosión espantosa, que había sido precedida unos segundos por un gran resplandor rojo que iluminó el cielo, como un vivo relámpago.
La espantosa explosión envió cien ecos entre los barcos muertos, los toneles y cuanto flotaba sobre aquellas aguas dormidas.
Monk y los otros aligeraron el paso.
Johnny, que había estado mirando hacia el sitio de la explosión cuando ésta se produjo, señaló hacia donde debía haber ocurrido la catástrofe.
Se acercaron hacia aquel lugar.
—¡Eh, señores! —exclamó Monk—. ¡La explosión esa debe haber sido en la carabela donde nosotros debíamos haber ido a recoger ese tesoro! Pero… ¡mirad: la carabela ha desaparecido por completo!
La destrucción de la carabela había sido en realidad completa.
Y un gran espacio de mar había quedado libre de broza marina y de objetos flotantes.
El puente de una nave había sido proyectado sobre un casco metálico y desnudo, donde yacía convertido en astillas y ardiendo.
Monk y sus compañeros cambiaron miradas de inteligencia.
—Debía de haber alguna bomba a bordo —murmuró Renny.
—Pero, aunque así fuera, ¿cómo ha podido estallar…?
—¿Y cómo quieres que yo lo sepa? Quizá ha estallado por algún accidente fortuito.
Y ya se disponía a acercarse para realizar una inspección más detenida cuando oyeron voces y un movimiento extraño cerca de ellos.
—¡Callad! —dijo de pronto Monk, en voz baja—. ¡Alguien viene!
Y empujó a todos sus compañeros para que se ocultaran en la sombra.
Un momento después, una fila de hombres surgía de entre dos barcos muertos, saltando penosamente sobre cuantos objetos flotaban en las aguas.
Parecían hormigas grotescas que ejecutaran una danza más grotesca todavía entre las ruinas de los barcos.
¡Eran Bruze y una parte de su terrible grupo!
Todos se dirigían hacia el lugar en que bahía ocurrido la explosión. Y por fuerza tenían que pasar muy cerca de donde Monk y sus compañeros estaban escondidos.
Monk puso un nuevo cargador en su pistola-ametralladora. Y los otros siguieron su ejemplo.
Bruze llegó a un sitio desde donde se divisaba el lugar que había ocupado la carabela.
—¡Mirad! ¡La emboscada ha tenido éxito!
Las palabras llegaron claras y distintas a los oídos de Monk.
Bruze daba brincos de alegría y de contento.
—¡Ha sido un éxito completo! —siguió diciendo el Ogro de los Sargazos—. El hombre de bronce ha venido a bordo de la carabela y ha abierto el cofre. ¡Y debe haber sido despedazado por completo!
Pero apenas acababa de pronunciar esta última palabra cuando una lluvia de balas pasó silbando junto a él.
Y solamente la loca rabia de Monk al oír aquellas palabras de Bruze, de que la explosión debía haber despedazado a Doc Savage, le salvó la vida al bandido, porque Monk disparó sin tomar puntería siquiera.
Bruze dio un brinco y se ocultó vivamente tras el casco de un buque.
Sus secuaces sacaron sus pistolas y sus rifles y abrieron el fuego, al tiempo que se retiraban junto a su jefe.
No sabían cuántos enemigos tenían enfrente; pero como las pistolas ametralladoras de Monk y los suyos disparaban con tanta celeridad y producían un ruido espantoso, los forajidos experimentaron un gran terror, creyendo que luchaban contra un verdadero ejército.
Olvidándose de Bruze y sus secuaces, por el momento, Monk y sus compañeros corrieron vivamente hacia el lugar de la catástrofe.
Sus rostros aparecían hoscos y duros, y sus ojos muy abiertos, con una expresión de ansiedad infinita.
¡Era una noticia terrible la que acababa de llegar a sus oídos!
En su loca carrera por llegar cuanto antes al sitio que ocupaba la carabela donde se había producido la explosión tropezaban y caían al agua con frecuencia.
Pero seguían adelante, buscando con ansiedad creciente hasta que llegaron al sitio donde debía haberse producido la explosión.
Entonces se echaron de nuevo al agua, esta vez adrede, y empezaron a buscar entre todos los objetos que flotaban.
Revolvían los maderos, quitaban las tablas y las cajas, apartaban las algas, e incluso valiéndose de linternas a prueba de agua, se hundían en las aguas muertas buscando el cuerpo de Doc o algún fragmento de él.
Pero no encontraron nada.
Muchas maderas o trozos de tablas de la carabela habían sido lanzados bajo la superficie, por ir fijos a ellas cañones o cualquier otro objeto metálico.
La explosión parecía haberlo despedazado todo.
De pronto la voz fuerte y ronca de Renny se elevó en el silencio de la noche, gritando en tono amenazador:
—¡Venid conmigo, muchachos! ¡Vamos a hacerles pagar cara su hazaña a esos bandidos!
No tardaron mucho en alcanzar a sus enemigos.
Bruze había ordenado el alto a su banda, y estaba dudando si volver hacia atrás para averiguar quién o quiénes les habían atacado tan inesperadamente.
Renny y los otros se pusieron en acción en el instante mismo en que descubrieron a Bruze y sus secuaces.
Una verdadera granizada de balas surgió de las ametralladoras y los proyectiles repiqueteaban en los cascos podridos de los barcos o se hundían en el agua con un chapoteo siniestro.
Solamente por su gran conocimiento del Mar de los Sargazos lograron Bruze y los suyos salvar la vida.
La retirada de los bandidos se efectuaba en dirección a la fortaleza metálica levantada entre las dos barcas.
Bruze y los suyos llegaron al fuerte y se metieron en él, cerrando la puerta de acero y afirmándola fuertemente.
Renny y los otros se acercaron y empezaron a examinar con curiosidad la extraña fortaleza.
La audacia suicida y la falta de previsión al arrojo ciego de los primeros instantes se habían desvanecido y ya se movían con grandes precauciones.
Pero su determinación y su sed de venganza eran ahora más firmes que nunca: Bruze había de pagar cara su infamia, la emboscada aquella tendida a Doc Savage a bordo de la carabela.
Cuando estaban mirando, cayeron sobre el mar y los buques muertos los haces de luz de varios reflectores que surgían por las aberturas del fuerte.
Apuntando con detenimiento, Long Tom apretó el gatillo de su pistola-ametralladora. El arma empezó a vomitar fuego.
Long Tom era el enano del grupo, pero manejaba con gran habilidad la pistola-ametralladora, sobre todo, gracias a ciertos mecanismos agregados al arma por Doc Savage.
La luz de los reflectores fue apagándose como la de las velas o las lámparas cuando las agita el huracán, bajo el fuego certero y graneado de Long Tom, y después que se apagó la última de las luces, todavía se estuvo oyendo unos momentos el ruido de los trozos de los cristales que caían al pie de la torre fortificada.
Renny se puso al frente del grupo. La lucha, para ser eficiente y fructífera, requería que alguien tomara el mando del pelotón de hombres.
Aunque los cinco ayudantes de Doc Savage tenían el mismo rango en general, el ingeniero de los fuertes puños era el más indicado para tomar la dirección en aquel caso.
Renny era un maestro de táctica. Si la dirección hubiera exigido algo de química, por ejemplo, Monk habría asumido la dirección y el control.
Como si la empresa hubiera exigido el empleo de la electricidad habría sido Long Tom quien asumiera el mando.
—Vamos a colocarnos formando círculo alrededor del torreón enemigo —murmuró Renny—. Colocad la regleta de las pistolas para disparar de bala en bala, y no hacer fuego sino contra el resplandor de los disparos de los bandidos. Es preciso que procuremos ahorrar todas las municiones posibles.
Los cinco hombres se desplegaron en guerrilla. Al hacerlo, todos tocaron a la regleta de las pistolas, mediante la cual las armas disparaban nada más que una bala cada vez que se oprimía el gatillo.
Buscaron pecios y objetos flotantes que les sirvieran de abrigo y empezaron a disparar, pero espaciadamente.
Y rara vez las balas de los cinco dejaban de penetrar en el torreón enemigo.
A cada momento los hombres sitiados dentro del torreón lanzaban alaridos de dolor y juramentos de rabia.
Bruze y sus gangsters intentaban emplear también las ametralladoras; pero cada vez que hacían fuego recibían balazos en las manos o en los brazos, o las balas enemigas destrozaban sus propias armas.
A causa de la lívida luz de la luna el tiroteo resultaba algo fantástico y terrible. Al cabo de un cuarto de hora ninguno de los bandidos se atrevía a hacer fuego a través de las aberturas del torreón.
Hacerlo era exponerse a recibir un balazo en los dedos o en un brazo, balazo disparado con maravillosa puntería.
—¡Diablo! —murmuró uno de los bandidos, en tono furioso—. ¡Lo mismo es acercarse uno a las aspilleras, que recibir un balazo!
—¡Ya daremos cuenta de ellos! ¡Ya venceremos a esos bandidos! —rugió Bruze.
Momentos después, el extraño gong empezó a resonar dentro del torreón.
¡Bong! ¡Bong! ¡Bong!
El gong sonaba estrepitosamente.
Y el sonido siniestro se esparcía muy lejos, por entre el bosque negro de buques muertos, perdiéndose en un eco lúgubre hasta que moría lenta y vagamente.
Renny y los otros cuatro comprendieron la significación de aquellos golpes de gong.
—¡Señales! —gritó Renny a sus amigos—. Lo único que pueden hacer… es pedir ayuda y socorro.
En vista de este nuevo incidente, Renny cambió su plan de batalla y ordenó a sus hombres que se agruparan junto a él.
—¡Vamos a esperar! —dijo, en voz baja—. Si vemos que son muchos los enemigos nos retiraremos prudentemente. Es preciso proceder acertadamente y con previsión para barrer este nido de víboras.
Cesaron de disparar y quedaron con el oído atento, escuchando el gemir y el silbar del viento en jarcias y cascos. Pasaba el tiempo.
De pronto se oyó un leve ruido.
¡Eran hombres que se acercaban…! Más secuaces de Bruze, que acudían hacia el torreón. No hay que decir que dentro de éste no se hospedaba nadie.
Seguramente habitaban diseminados por aquel bosque inmenso de buques muertos, ocupando las naves y los camarotes y salones que se mantenían en mejor estado.
Y, por lo visto, el gong les había dado a todos la señal de alarma, congregándolos a la lucha.
Renny se quedó escuchando atentamente.
—¡Por el Buey Apis! —murmuró luego, en voz baja—. ¡Parece que vienen muchos! ¡Muchos, en comparación con nuestro pequeño grupo! Lo mejor que podemos hacer es marcharnos de aquí.
Pero los secuaces de Bruze habían rodeado por completo el sitio en que estaban los cinco ayudantes de Doc Savage.
Sin duda se lo había ordenado el gong por medio de su código de señales.
De repente, un revólver empezó a vomitar fuego, hasta disparar seis tiros consecutivos, Las balas pasaron rozando a nuestros héroes, yendo a hundirse en el agua, donde levantaban pequeños surtidores de gotas.
Las balas habían sido disparadas desde un punto alto: desde el alcázar de una vieja fragata vecina, que databa del siglo XVIII.
Mascullando maldiciones y juramentos, los cinco amigos corrieron a esconderse.
Aquellos disparos habían sido hechos con gran precisión.
Renny intentó abrirse paso para salir del atolladero, guiando a sus amigos hacia un lugar seguro.
¡Paff… plugg…!
Una bala pasó silbando junto a Renny y se hundió en el agua y los sargazos con un silbido siniestro.
—¡Es preciso que cojamos al canalla ése! —rugió Monk.
Pero la cosa no era tan fácil ni mucho menos. El castillete desde donde el bandido les hacía fuego, era una especie de tubo de acero provisto de agujeros y aspilleras.
Era evidente que en otros tiempos piratas y bandidos del Mar habían utilizado aquello para acechar a sus enemigos y caer sobre ellos por sorpresa.
Las ametralladoras entraron en función, pero disparando las balas de una en una.
Ham disparaba continuamente, apoyando el arma contra su bastón de estoque y tomando puntería muy despacio. Esto tuvo éxito.
Porque, de pronto, del castillete de la fragata salieron gritos de dolor.
—¡Bien, vámonos! —murmuró Renny—. ¡Ése ya está listo! Apostaría cualquier cosa.
Pero pronto descubrieran que la pausa y el alto en la marcha había permitido a sus enemigos rodearles por completo. Y los disparos se hacían cada vez más frecuentes.
La banda de Bruze no atacaba a pecho descubierto. Les inspiraban un gran temor y un profundo respeto las ametralladoras de sus enemigos.
Lejos de ello, permanecían entre los barcos y la broza del mar, disparando sus armas a traición.
Y como el fuego venía de todas partes, la situación de los cinco hombres de Doc Savage se hacía cada vez más difícil y peligrosa.
De todos modos, nuestros héroes conseguían avanzar poco a poco hacia el Cameronic.
Johnny había sido herido, aunque no de gravedad, en un brazo. Y Renny tenía una rozadura de bala en un hombro.
—¡Lejos de mi ánimo mostrarme pesimista, amigos míos! —murmuró Monk—. Pero me parece que no vamos a poder encontrar a nuestro jefe.
Monk no hacía sino expresar con claridad la verdadera situación.
Ya habían adelantado casi una milla; pero estaban detenidos, sin poder seguir avanzando. Porque continuar hacia adelante era marchar a una muerte segura.
—¡Eh, chicos! —susurró de pronto la voz de Ham—. ¡Escuchad! —¿Oís?
Era que el gong había empezado a sonar de nuevo, a lo lejos.
El siniestro y extraño ruido del gong se dejó oír durante algunos minutos.
Parecía el rasgueo de un bordón de guitarra que se tocara muy lejos.
¡Bong, bong, bong! ¡Bong, bong, bong!
Era evidente que el gong expresaba un lenguaje cifrado con sus golpes fúnebres. Renny intentó descifrar el misterioso código.
Los otros hicieron otro tanto. Pero por mucho que se esforzaron no consiguieron poner nada en claro.
Con un golpe final del gong, más fuerte que los otros, se hizo el silencio.
Renny y las otros cuatro esperaron a que el enemigo reanudara el fuego.
Pero no ocurrió nada de ello.
Viendo que no se oía nada, Renny se atrevió a sacar la cabeza de detrás de un madero, aun a riesgo de llamar a las balas enemigas.
Entonces pudo comprender la verdad de lo que ocurría.
Y dijo, a media voz, a sus camaradas:
—¡Es que el gong llamaba a los gangsters, amigos míos, y se han ido! ¡Ésta es la nuestra! ¡Escapemos hacia el Cameronic!
Entonces, abandonando el sitio donde se habían refugiado, empezaron a alejarse, saltando de uno en uno sobre los objetos que flotaban.
No hablaban. Todas sus fuerzas habían de concentrarse en el violento ejercicio que habían de hacer para saltar sobre la broza del Mar de los Sargazos.
Se dirigían hacia el sitio donde habían dejado su barquilla.
Una vez allí se podrían considerar relativamente a salvo y casi seguros de llegar al Cameronic, que flotaba majestuosamente cerca del linde mismo donde esperaban los barcos muertos y toda la basura flotante del Mar de los Sargazos.
Al fin dieron vista a su pequeña barquilla.
Y la voz de Monk se elevó, con una nota de emoción, infinita, diciendo:
—¡Eh, amigos: mirad allí! ¿Es posible? ¿Veis vosotros lo mismo que yo veo?
Los otros miraron y vieron, en efecto, lo que causaba tanto asombro y emoción a Monk. Una sensación de inmenso alivio, de profunda alegría, les embargó a todos.
Su emoción fue tan grande que les dejó casi sin fuerzas para continuar saltando sobre los objetos que flotaban.
¡No, no podían dar crédito a sus ojos!
Era que… ¡Doc Savage, semejante a la soberbia estatua de bronce que surgía a la luz de la luna, estaba en la barquilla de los cinco amigos!
¡Sí, allí estaba, esperándoles!
La barca se movía lentamente en dirección a Monk y sus compañeros y todos pudieron ver que el cuerpo de Doc estaba cubierto de un fino sudor, señal evidente de que el gigante de acero había tenido que realizar violentos y continuados ejercicios.
—¡Pero… nosotros creíamos… aquella carabela! —empezó a decir Renny, sin conseguir dar forma coherente a sus palabras.
Entonces, un tanto impaciente, añadió:
—¡La explosión aquélla, caramba!
Doc repuso, muy sereno:
—Sí. El enemigo había preparado una bomba a bordo de la carabela, en efecto. Yo pude descubrir los alambres, palpando con cuidado la tapa de un cofre donde estaba la bomba. Pero tuve buen cuidado, como es natural, de disponerlo todo para provocar la explosión luego de haber salido yo de la carabela, como es lógico.
—Pero ¿por qué hiciste saltar la bomba?
—Muy sencillo: yo quería que Bruze y los suyos vinieran cerca del sitio donde estaba la carabela. En una palabra: descubrir dónde se encontraba Bruze, para poder seguirle a mi antojo. Porque era lógico pensar que Bruze vendría al lugar de la catástrofe a cerciorarse de que yo había perecido en la explosión.
—Pero, bueno, esas señales del gong, que se han llevado a todas esas gentes, quitándoles de nuestro camino.
—Yo tengo que pensar que les ocurre algo desagradable —repuso Doc Savage, secamente—. Porque, ¿sabéis…? Yo he estado espiando por aquí mientras duraba la batalla que habéis sostenido con esos forajidos. Y como me daba cuenta de que vosotros os defendíais bravamente y todo os iba bien, por eso no he querido hacer acto de presencia durante la lucha.
Doc hizo una leve pausa, y luego continuó:
—Esto fue durante la primera fase de la lucha; pero luego me apercibí de que los bandidos os habían metido en un mal paso y que os encontrabais apurados; entonces fui al torreón fortificado de Bruze y su banda y me puse a tocar desesperadamente el gong. Al hacer esto, los bandidos, que intentaban un ataque de flanco al Cameronic, abandonaron la lucha contra vosotros y se han marchado hacia el torreón.
Los cinco ayudantes de Doc Savage, rendidos y cubiertos de sudor, se sentaron, deleitándose al oír estas palabras de su jefe.
Se imaginaban la furia y la cólera de Bruze al descubrir la burla. No sorprendía a Monk ni a los otros que su jefe hubiera descifrado el código del gong. El hombre de bronce era un verdadero mago para estas cosas.
Aunque en realidad, y como hacía mucho tiempo todos habían podido comprobar en muchas ocasiones, Doc Savage era un mago para todo.
Renny restregó uno contra otro sus puños enormes, quedando pensativo.
Conociendo la habilidad maravillosa de Doc Savage para moverse con un silencio inverosímil, Renny se decía que debía haber dado muestras de ello cuando Bruze llegara a ser capturado.
Entonces se decidió a decir, expresando en voz alta su pensamiento:
—¿Por qué no quieres coger a Bruze de una vez, Doc?
Una sonrisa burlona apareció en los labios de Doc, que repuso:
—Lo he tenido entre mis manos ya. Y si creéis mi palabra, os diré que Bruze es un hombre terrible, el hombre más fuerte que he conocido en mi vida.
Doc describió seguidamente su lucha en el Cameronic con el jefe de los bandidos. Ésta fue la primera noticia que de la batalla tuvieron sus amigos.
Doc ocultaba sus hazañas e incluso insinuaba la idea de que Bruze había llevado la mejor parte en el combate.
Sin embargo, Renny y los otros cuatro sabían a qué atenerse. Porque el hecho de que Bruze hubiera tenido que saltar la borda del Cameronic y huir demostraba cómo se había portado Doc en la pelea.
—Pero, no quieras convencernos de que, si tú quisieras, no podrías apoderarte de Bruze —dijo Renny, sonriendo—. Quiero decir desde que ha ocurrido la explosión.
Doc no hizo caso de la alusión, y repuso, evasivamente:
—De momento, es preferible que Bruze permanezca en libertad.
—¿Por qué?
—Muy sencillo: Bruze tiene un método que le permite salir de este Mar de los Sargazos. Ahora bien: el tal método y lo que hace para ponerlo en práctica es un misterio, y es preciso que nosotros descubramos y aclaremos ese misterio, ya que de otro modo no saldremos jamás del Mar de los Sargazos.
—¡Ya! Tú proyectas seguir a Bruze y espiarlo para sorprender el ardid de que se vale para abandonar estas aguas, ¿no es eso?
—¡Justo!
—¿Y qué debemos hacer nosotros?
—¿Vosotros? Volved enseguida al Cameronic. Ninguno de los cinco quiso hacer objeción alguna. Una larga experiencia habíales enseñado a todos que en cualquier circunstancia el plan de Doc era el mejor que podía idearse.
Además, se encontraban rendidos, y la idea de descansar en los confortables sillones del fumadero del Cameronic les resultaba grata en extremo.
Doc pudo ver a sus amigos a salvo, instalados en su barca.
Y les vio partir, con Long Tom en la proa, vigilando la marcha de las hoces y cuchillas cortadoras de las algas.
Una ligera bruma empezaba a surgir sobre la superficie del Mar de los Sargazos, una niebla como la que había habido aquella mañana.
Y pronto la niebla se tragó la pequeña barquilla, que ya se acercaba al brillante casco del Cameronic, esfumando en la distancia.