Bruze y su banda no se dejaron ver de nuevo aquel día, a pesar de que todos los gemelos se dirigían a explorar la masa enorme de barcos perdidos, hacia la que el Cameronic era arrastrado lentamente por las corrientes oceánicas que allí formaban un inmenso remolino.
Dos o tres veces, los que espiaban desde el barco, creyeron distinguir que algo se movía entre el amontonamiento de buques perdidos; pero nada se pudo poner en claro.
Las gentes del Cameronic permanecieron en la borda toda la tarde aquel día también. Muchos nombres de los buques perdidos eran descifrados gracias a los gemelos. Y a menudo el nombre del buque descubierto de esta manera originaba animados comentarios por parte de gentes que recordaban la historia de la embarcación.
De estos buques cuyos nombres se iban descubriendo, cuatro figuraban en el famoso cinturón de las calaveras.
Poco después de que cayera la noche como un manto húmedo y oscuro, Doc decidió buscar por sí mismo la respuesta a aquella intrigante pregunta, a aquel terrible misterio.
No dijo nada a nadie, sino que, echando al agua, silenciosamente, uno de los pequeños botes que ellos mismos habían construido, un bote para ser tripulado por una sola persona, y provisto de las ruedas accionadas a brazo y que llevaban el mecanismo de hoces y cuchillas para cortar las algas, se deslizó a la pequeña embarcación.
Doc dio un gran rodeo con su barquilla. Sólo producía al avanzar su pequeña embarcación un levísimo ruido de la rueda y los remos mecánicos.
Y así iba avanzando sigilosa y lentamente.
Los barcos perdidos y todos los objetos que flotaban sobre las aguas no estaban en realidad, vistos de cerca, tan juntos como parecían contemplados a distancia.
Algunos barcos estaban borda contra borda; pero la mayoría hallábanse aislados, dejando entre ellos grandes espacios.
Con frecuencia el bote de Doc Savage chocaba contra maderos, cajas u otros obstáculos. En tales casos, Doc se veía obligado a retroceder y dar un rodeo.
Esto era un trabajo muy penoso, sobre todo porque las ruedas de la barca no estaban dispuestas para moverse en sentido inverso, y Savage tenía que hacer gran esfuerzo para salir de los malos pasos.
Estaba abriéndose paso penosamente por un paraje difícil, cuando llegó a sus oídos, de pronto, un sonido extraño.
¡Bong… bong… bong…!
Las notas llegaron hasta él mortecinas y sordas, a través de aquella atmósfera quieta y pesada del Mar de los Sargazos, y luego se perdió en ecos lúgubres que retumbaban entre los cascos de los buques muertos, hasta desvanecerse por completo.
Y una y otra vez llegó a oídos de Doc el extraño, el monótono e incomprensible sonido.
Minuto tras minuto, Doc escuchaba atentamente. Y el sonido metálico y rítmico de aquel ruido acabó por decirle de lo que se trataba: ¡aquello eran señales!
¡Alguien estaba transmitiendo un mensaje, valiéndose de un gigantesco gong chino!
Al cabo de algún tiempo se hizo un silencio absoluto, cesando los golpes del gong. El bosque de buques perdidos y muertos pareció adquirir una vida misteriosa y terrible.
De vez en cuando sonaba un golpe seco y breve, sin embargo. Y hubo un momento en que Doc escuchó como un lejano chirrido, un ruido de algo inexplicable, un objeto que chocaba o rozaba contra otro. Tardó un rato Doc Savage en caer en la cuenta de que seres humanos se movían subrepticiamente entre los buques muertos, en aquel cementerio del mar.
¡Sí: ya era evidente para Doc que muchos hombres se movían entre la masa de buques y de objetos flotantes, convergiendo hacía el sitio de donde habían partido los golpes de gong!
Moviéndose bajo la popa de un buque mercante medio hundido y casi podrido y cubierto de maleza marina, Doc se puso en pie en su pequeña embarcación.
Detuvo el bote, y luego de balancearse con pericia durante unos momentos, dio un salto. Y sus manos de hierro se aferraron a la borda baja del barco.
En un momento estuvo arriba, y entonces empezó a moverse con viveza.
La luz de la luna le alumbraba y guiaba.
Al llegar a la proa, saltó sobre un madero, luego a una barquilla salvavidas y después continuó avanzando por encima de diferentes objetos que flotaban.
Solamente la increíble y maravillosa habilidad de Doc Savage hacía posible tal avance.
Porque ponía los pies en maderos que se hundían o volteaban, escogiendo de todos modos y de un modo que parecía maravilloso los objetos y cosas que eran capaces de soportarle para apoyarse en ellos.
Una vez, sin embargo, se escurrió y cayó al agua.
Los momentos que siguieron, fueron espantosos. Los tallos de algas y enredaderas marinas parecían adherirse a sus miembros, sujetarle, retenerle, como si intentaran devorarlo, semejantes a poderosos tendones animales.
Y cada vez que Doc se movía, se enredaba más y más en aquella masa horrible de vegetales viscosos y fortísimos.
Retorciéndose y esforzándose como un reptil, Doc Savage consiguió, empero, libertase y trepar a una barquilla.
De pronto, los ojos de Doc Savage percibieron una luz lejana. ¡Una luz…!
¡Un resplandor rojo entre el bosque de mástiles y residuos del mar…! Y la luz aparecía y desaparecía a intervalos irregulares.
Doc aligeró la marcha cuanto podía, preguntándose interiormente si aquella luz sería otra señal.
Y pronto llegó a descubrir una cosa extraña. Dos viejos lanchones de hierro habían sido atados para que permaneciesen juntos.
Alrededor de ellos se habían fijado grandes tablones, que servían a la vez para aumentar la flotabilidad de las barcas, y como defensas o espolones para evitar que cualquier otro barco u objeto flotante viniera a chocar contra las dos barquillas unidas.
En el centro de ambas barcas se elevaba una especie de torreón circular, de acero, que recordaba los castilletes acorazados de los buques de guerra.
El torreón, más grande que los castilletes corrientes de los buques, estaba rematado por una verdadera torre en su centro, llena de agujeros, que también había en el torreón mismo.
Doc comprendió que aquello era una verdadera y poderosa fortaleza.
Indudablemente se había construido sobre las barcas por una razón evidente y poderosa: por lo visto, algunos de aquellos buques muertos, se hundían de vez en cuando; de aquí la decisión de emplear estas barcas como cuartel general, aumentando su flotabilidad por medio de grandes maderos.
Unos hombres misteriosos estaban llegando a la fortaleza de todas partes.
Una puerta se abría de vez en cuando, dando paso a un hombre, y luego volvía a cerrarse otra vez, a espaldas del que acababa de llegar.
Y el vivo resplandor rojo que surgía de la puerta al abrirse, era lo que había llamado la atención de Doc Savage. Doc continuó avanzando.
Un instante después, tuvo mala suerte. De ordinario, la previsión y perspicacia de Doc Savage, su astucia y su prudencia le ponían al abrigo de incidentes como el que iba a ocurrirle.
Quizás en las cercanías de la fortaleza había un sistema de señales que daban la alarma.
Tal vez eran alambres que vibraban o quizás eran timbres u objetos que producían algún sonido determinado para delatar a un enemigo.
Fuera lo que fuera, lo cierto es que, de pronto, una docena de luces potentes como reflectores, surgieron del torreón.
Y Doc, que estaba al abrigo de un par de maderos en aquel momento, se vio enfocado y descubierto plenamente.
Y numerosas ametralladoras abrieron un fuego intensísimo contra Savage desde el fuerte.
Con un movimiento tan rápido como sólo él era capaz de ejecutar, Doc se ocultó tras los maderos que tenía ante sí.
Pero podía percibir como las balas rebotaban en todos los objetos que le rodeaban, se incrustaban en las maderas podridas o perforaban el agua con un rumor siniestro.
Doc extrajo un puñal de la vaina, escondida entre sus ropas empapadas.
Antes de salir del Cameronic, Doc había afilado el puñal, dejándolo como una navaja de afeitar, en previsión de cualquier contingencia.
Empuñando el arma y manteniéndose todo lo bajo que podía junto al agua, Doc Savage inició la retirada, cortando con el puñal afiladísimo algas y maleza marina. La puerta de la fortaleza se abrió de pronto, dando paso a un gran resplandor. Y un grupo de hombres se lanzaron fuera.
Parecía un hormiguero que se vaciara. Eran unos hombres barbudos, de aspecto rudo y feroz. Y todos ellos iban fuertemente armados.
Las balas se hundían en el agua alrededor de Doc Savage, salpicando chorros de gotas al rostro y a las manos de éste.
Doc se sumergió más, luchando desesperadamente por acercarse hacia la popa de una desvencijada goleta, que era el navío que veía más cercano.
Mantuvo los ojos abiertos bajo la superficie del agua. Entre la maraña de algas y maleza marina, pudo ver maravillosos cometas de luz y de chispas: las balas de los rifles enemigos al zambullirse velozmente en el agua.
La terrible maraña de algas, le impedía moverse con soltura. Por momentos permanecía inmóvil. Sus pulmones, a pesar de su resistencia de gigante, jadeaban con el esfuerzo increíble.
No era una batalla ordinaria la que sostenía Doc Savage en estos momentos; un hombre cualquiera, un hombre ordinario, habría perecido en esta lucha terrible y desigual desde los primeros momentos.
Al fin logró llegar junto al casco de la goleta, y poniéndose al abrigo de ésta, salió a la superficie, mientras las balas acribillaban la madera podrida de la nave a su alrededor.
Por encima del estrépito de las armas de fuego, se oyó el rugir de la voz de Bruze, que ordenaba a sus hombres:
—¡Ahora es la nuestra…! ¡Es el tipo aquél del Cameronic que nos dio tanto que hacer…! ¡Vamos con él…! ¡Apresarle…!
Se oyó el chapoteo de varios hombres que se arrojaban al agua, y una serie de juramentos y de maldiciones. Los enemigos se acercaban a nado hacia la goleta.
Doc subió a un bote salvavidas medio podrido. Desde allí pudo emprender la huida con más facilidad.
Un brinco de pantera rápido como un relámpago, otro más, y Savage empezó a correr velozmente por encima de cuanto flotaba sobre las aguas muertas.
Un salto le llevó encima de un castillo de cubierta de un buque desmantelado a todas luces por alguna galerna.
—¡Adelante! —rugió la voz de Bruze—. ¡A ver, algunos de vosotros, dad la vuelta por allí, y cortadle la retirada, para que no pueda volver al Cameronic!
Doc, de un salto, abandonó el castillo flotante, y luego, abriéndose paso por entre la red de algas, saltó a nuevos maderos y otros objetos flotantes, continuando su huida, todo lo vivamente que podía.
Tras él corrían Bruze y sus hombres, los feroces asesinos del Mar de los Sargazos. De haber sido Doc algo menos fuerte y ágil, sus enemigos le habrían cogido fácilmente desde los primeros momentos.
Doc iba buscando un gran buque, un vapor de alto bordo, en el cual pudiera esconderse y burlar a sus perseguidores en una especie de juego del escondite, hasta fatigarlos, obligándoles a que renunciaran a su persecución.
De pronto, sus deseos se vieron realizados, y su pensamiento tomó forma, como si se encarnara en un inmenso buque de acero que apareció ante sus ojos.
¡Un buque de guerra…!
El buque de guerra tenía claras señales de haber sufrido los efectos de la metralla, pero aún se mantenía flotando muy alto y erguido sobre las aguas.
A la luz de la luna, no se distinguía cable o maroma alguna ni cadena que pendiera del buque.
Pero esto no preocupó a Doc para nada. Se acercó más al casco, y de uno de sus bolsillos salió a relucir una larga cuerda de seda, que tenía en uno de sus extremos una especie de gancho.
Esto lo llevaba siempre encima Doc Savage.
Lanzó el extremo de la cuerda que sostenía el gancho, y éste se enganchó, en efecto, en la borda de la nave.
Un momento después, sus manos de hierro se aferraban a la cuerda y empezó a trepar como un mono, llegando pronto a la cubierta del buque de guerra.
Doc Savage se escondió enseguida al abrigo de la mampara de acero de un cañón antiaéreo que aparecía volcada sobre cubierta.
Y algo maravilloso, extraño, inexplicable, sorprendente, ocurrió cuando los enemigos de Doc Savage se acercaron al buque de guerra. Todos se detuvieron, como si el barco de guerra fuera algo venenoso y terrible.
—¡Maldito sea el canalla… y qué suerte ha tenido! —se oyó maldecir a Bruze—. ¿Verdad que ha subido a bordo de ese buque?
—Sí.
—¡En ese caso, está a salvo!
Y Doc, lleno de asombro y de sorpresa, pudo ver cómo todos sus enemigos se retiraban y desaparecían entre las sombras de la masa de buques muertos.
Era evidente que a bordo de aquel buque de guerra había algo que Bruze y su banda temían mucho, para haber abandonado la persecución de Doc Savage.
Los ojos de éste empezaron a girar lentamente, procurando perforar las tinieblas que le rodeaban.
Desconfiado y alerta, intentaba examinar las cosas. Pero sólo consiguió descubrir cañones volcados, una cofia rota y extendida sobre la cubierta y numerosos agujeros por doquier, en planchas acorazadas y otros sitios del buque, reveladores de la explosión de las granadas.
No se veía ni se oía nada, y por todos los indicios no había rastro de vida a bordo. Habría sido relativamente fácil para Doc Savage abandonar el buque.
Esto habría hecho a todas luces un hombre menos valeroso que Doc; pero Savage era valiente y audaz y decidió quedarse allí e inspeccionar la nave.
Avanzó, pues, con cautela y lentamente, como una sombra bronceada que se confundía con las sombras que le rodeaban. La cubierta estaba relativamente despejada de obstáculos.
Y le chocó a Doc Savage percibir como un extraño aire de vida, de movimiento y calor a bordo de aquel buque y que venía tal vez de la ausencia del olor a moho que flotaba en todos los otros barcos abandonados en aquel cementerio del Océano.
De pronto, oyó un leve ruido que le hizo ponerse rígido y quedar inmóvil, permaneciendo en esta actitud largo rato.
El ruido no volvió a repetirse.
Fue un sonido difícil de definir; algo así como una nota plañidera, como un lamento humano, modulado en tono muy bajo.
Doc penetró en un verdadero bosque de maquinaria y utensilios sobre cubierta. Allí las sombras eran más densas.
Y en el aire flotaba un perfume como animal, extraño.
A dos pasos ante él se oyó un rumor como de algo que arañara las tablas de la cubierta.
Doc se detuvo de nuevo.
Y, de repente, inesperadamente, un ser extraño, monstruoso y peludo, saltó sobre él en la oscuridad.
Instintivamente, Doc se hizo a un lado visiblemente. Pero unos brazos peludos, duros como tendones o fibras vegetales, se aferraron a su cuello, quedando fuertemente sujetos a él.
Y unas garras finas se hundieron en las carnes de Savage.
Las manos de Doc acudieron prestamente hacia adelante, palpando en la oscuridad y agarrando al ser monstruoso que se le había venido encima.
Entonces pudo coger entre sus dedos una forma viva, de un grueso como dos veces su muñeca. Al tacto parecía un gigantesco antebrazo peludo.
Y el ser extraño aquél, lanzó de repente un agudo chillido. Un chillido agudo, semejante al grito de un niño, ensordecedor.
Doc, bajo el influjo aterrador de aquel ambiente del cementerio marino, creyó en el primer momento, que algún monstruo se le había venido encima.
Pero casi enseguida comprendió de lo que se trataba… y sonrió en la oscuridad: no era ni más ni menos que un inofensivo mono de pequeño tamaño.
El pequeño animal estaba muy asustado.
Doc le quitó las manos de alrededor de su cuello, con suavidad y dulzura, y luego sus dedos, acariciando al peludo animal, encontraron un collar.
Palpó esto con interés. Al fin, sacó su linterna eléctrica, que por fortuna estaba construida a prueba de agua, y apretando el botón, dirigió la luz sobre el collar del animal.
Entonces pudo ver con gran sorpresa que el tal collar estaba formado por una cinta brillante y casi nueva.
¡Ssssuisss…!
Un silbido extraño cruzó el aire. Doc, olvidándose instantáneamente de la cinta y del mono, se agachó con gran presteza. Y, lo que había producido aquel extraño silbido, pasó por encima de su cabeza.
¡Ssssuisss…!
El sonido, el silbido se repitió, esta vez viniendo de la dirección opuesta.
¡Ssssuisss…!
¡De otro lado…! Y enseguida, infinidad de silbidos, viniendo de todas direcciones.
Era imposible esquivarlos todos. Uno le dio a Doc, y enseguida otro.
Savage se dio cuenta de lo que se trataba: eran unos alambres finos, en forma de lazo, flexibles…, que le fueron aprisionando la cabeza… luego un brazo… después el otro, y al fin acabaron envolviéndolo como una red.
Doc Savage saltaba, brincaba, daba vueltas, tirando de los alambres e intentando libertarse. Pero los alambres resistían.
Además, habían sido lanzados por manos muy hábiles. Hasta que al fin, el prisionero, cogiendo un mismo alambre con las dos manos, dio un formidable tirón hacia sí.
¡Un grito agudo rompió el silencio de la noche!
Y una verdadera avalancha de formas humanas fue a chocar contra Doc Savage.
Infinidad de manos le sujetaron por los brazos, por el cuello. Eran manos finas y débiles, en comparación con las manos de hierro del gigante.
De haber querido luchar de veras, Doc Savage habríase podido escapar fácilmente.
Pero no hizo esfuerzo alguno para libertarse. ¡Los seres que le sujetaban… eran mujeres!
El grito agudo que acababa de oír, le había revelado la verdad a Doc Savage.