XV
La trampa verde

Monk giró sobre sus talones. Collison Mac Alter y Ole Slater corrieron hacia él haciendo preguntas. Otros industriales de Prosper City se movían también alrededor.

—¡El tiro ha sonado arriba! —gritó alguien.

Renny y Monk, los dos gigantes, subieron la escalera. En el pasillo se percibía el olor a pólvora.

La tarde era calurosa y la mayor parte de las habitaciones tenían la puerta abierta para su mejor ventilación. El olor procedía de una de ellas.

Renny y Monk empezaron a registrarla.

Ambos esperaron encontrar un cadáver y estaban seguros de que sería el de Tugg.

—La Campana Verde ha suprimido a Tugg, antes de que pudiese hablar —observó Monk.

Sus temores no se vieron confirmados. En primer lugar no encontraron cuerpo alguno en las habitaciones que registraron. Tampoco había en ellas ningún asesino oculto.

En la misma habitación de la Tía Nora descubrieron un desconchado en la pared. En él había también una bala.

El proyectil no se había deformado y, evidentemente, no había dado en la pared con mucha fuerza.

La explicación la encontraron encima de la mesa y consistía en los restos de un tostador eléctrico de pan.

—¡Mira! —exclamó Monk.

—Han dejado la bala en el tostador para que el calor la hiciera estallar —convino Renny.

—El objeto de esto ha sido llamar la atención.

Monk y Renny bajaron la escalera mucho más deprisa de lo que la habían subido. Se practicó un rápido registro de la casa.

Monk salió a la puerta para advertir a todos los guardias que extremasen su vigilancia.

El registro fue un fracaso tanto en el interior como en el exterior. No sólo no encontraron ningún cadáver, sino que nadie tenía la más ligera idea de lo que ocurría.

Sin embargo, el misterio se aclaró al cabo de poco rato.

Judborn Tugg, algo pálido, pero afectando la mayor dignidad posible, se encaminó a la puerta.

Monk le cogió del cuello y le preguntó:

—¿Adónde va usted?

—Quiero marcharme de aquí —replicó Tugg con una voz que no consiguió hacer del todo pomposa.

Monk le observó atentamente y vio que se había operado en él un cambio notable. Tugg estaba aún ausente, pero ya no parecía tener deseos de hablar con Doc Savage.

Su mayor empeño era ahora alejarse de aquella vecindad.

Monk adoptó el aire más feroz que le fue posible, pero se sintió interiormente desanimado, al darse cuenta de lo ocurrido.

El disparo había sido una treta de la Campana Verde para conseguir la oportunidad de hablar reservadamente con Tugg.

—¿De manera que ha cambiado usted de opinión? —le preguntó.

La única respuesta de Tugg fue un esfuerzo para alcanzar la libertad.

Monk le dejó marchar, pues temió que si lo retenía se retractaría en su declaración anterior de que Doc no había sido el asesino de Clements.

Tugg se alejó a toda prisa de aquellos contornos y se dirigió directamente a su residencia al otro lado de la ciudad.

Monk acertaba al suponer que Tugg había estado en comunicación con la Campana Verde. Lo que Monk no podía suponer es que Tugg no tuviera la más remota idea de quién fuera el que había proferido las palabras.

Habían salido por la rendija de una puerta entreabierta, mientras todos los demás se encontraban arriba buscando el origen del disparo. La conversación había sido breve. En una sola y furiosa frase. Nadie lo sabía, salvo los cuatro amigos de Doc. Casi inmediatamente se alejaron afectando indiferencia y se perdieron en la oscuridad. A poca distancia, pero bien escondidos entre los arbustos, se reunieron de nuevo.

No hicieron ninguna señal, pues estaban seguros de que Doc había seguido de cerca sus pasos. El extraño canto de su jefe sólo podía tener un significado: deseaba hablar con ellos.

Doc apareció como una sombra junto a Monk.

—¿Qué habéis podido averiguar acerca de ese disparo? —les preguntó.

Doc no había sido visto en los alrededores de la casa y, sin embargo, estaba perfectamente enterado de lo ocurrido en ella.

—He estado dando vueltas por aquí y escuchando sin que me vieran —continuó diciendo—, y he oído una docena de versiones diferentes.

—La cosa es muy sencilla —murmuró Monk—. Se han reído de nosotros. Un cartucho en un tostador eléctrico. Cuando estalló todos subimos las escaleras para ver lo que había pasado y mientras alguien le dijo a Tugg que no hablase.

—¿Y por qué querría hablar Tugg? —preguntó Johnny.

Doc les explicó la treta de la ametralladora, que había hecho suponer a Tugg que su jefe deseaba matarle.

—¿No tenéis idea de quién pueda ser el que ha hablado con Tugg? —concluyó.

Renny hizo chocar sus puños, que produjeron el mismo ruido que si hubieran sido dos piedras.

—Es la cosa más misteriosa que he visto en la vida —murmuró—. Hemos interrogado a todo el mundo. Parece ser que Tugg estaba separado de los demás, pues sus amigos no le miran muy bien ahora a causa de su actitud hacia ti, cuando la bala estalló en el tostador. Nadie sabe quién habló con él.

—Pudo ser Collison Mac Alter —apuntó Monk—. Ole Slater, Alice, la Tía Nora, cualquiera.

—Es curioso que Collison Mac Alter apareciera esta mañana en su fábrica —dijo Long Tom el electricista—. Pudo entrar con la partida que pretendía apoderarse de los papeles de Jim Cash y quedarse luego en el edificio.

—¿Hay alguna prueba de eso? —demandó Renny.

—No hay pruebas en ningún sentido —declaró Doc—, salvo la palabra de Mac Alter, de que había ido a la fábrica en vista de que no podía dormir en su casa.

—Lo que yo no entiendo es la causa de todas estas cosas —dijo Renny—. ¿Es la Campana Verde alguien que odia de tal manera a esta ciudad que pretende borrarla del mapa?

—El odio no hace esas cosas —advirtió Doc—. Los hombres se odian unos a otros, pero no suelen odiar cosas tan abstractas como una ciudad. A ti te puede disgustar un pueblo, pero no creo que hicieras nada para destruirlo.

—Yo no, desde luego —convino Renny—. Pero tal vez la Campana Verde sí. Yo creo que se trata de un loco.

—No —replicó Doc, meneando la cabeza.

—¿Tienes alguna sospecha de quién es la Campana Verde?

—Sólo tengo una idea —declaró Doc.

—¿Quién es?

—No tengo aún las pruebas suficientes para acusarle. Pero la causa de sus esfuerzos por arruinar la ciudad es evidente.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Long Tom.

—Para eso os he llamado —le dijo Doc.

Los cuatro amigos sonrieron y se acercaron un poco más al hombre de bronce. Sabían por experiencia que los planes de Doc solían realizarse.

—Johnny —continuó diciendo el jefe de la cuadrilla—, tu profesión es conocer la tierra. Lo que ahora necesito es cosa tuya. Quiero un mapa geológico de esta región.

—Está bien —asintió Johnny—. Hay aquí un ingeniero de minas que debe de tenerlos.

—Procúratelos esta misma noche —prosiguió Doc—. Quiero un mapa bueno, que muestre las formaciones de las rocas, las vetas de carbón, las diferentes faltas y fisuras, etcétera.

—¿Planos de minas también?

—También. No sólo las modernas, sino también las antiguas.

—Perfectamente.

—No habléis de esto con nadie, ni siquiera con la Tía Nora Boston.

—No le diré nada. —La voz de Johnny tuvo una entonación extraña.

¿Sospechaba Doc de la Tía Nora?

Doc se volvió a Long Tom, el electricista.

—Tu trabajo consistirá en localizar ese ruido de la radio con que la Campana Verde convoca a su gente. ¿Supongo que sabrás ya cómo lo hace?

—Sí, aunque no se lo he dicho a nadie. Ese ruido procede simplemente de otras emisoras que funcionan con la misma longitud de onda que la emisora de Prosper City, pero que es mucho más potente. Cuando empieza a radiar, la otra queda completamente anulada.

—Eso es.

—La Tía Nora me dijo una vez que el Gobierno había enviado inspectores aquí para tratar de descubrir la interferencia. Llegaron a tener una dirección, pero no lograron encontrar nada.

—¿Hacia dónde encontraron esa dirección?

—Hacia la casa de la Tía Nora o por lo menos en aquella vecindad —repuso Long Tom, al parecer de mala gana.

Los cuatro auxiliares de Doc guardaron un intranquilo silencio. Todos apreciaban a la Tía Nora y estaban disgustados por aquellas pruebas contra ella.

—No me gusta nada ese Ole Slater —refunfuñó Monk para aliviar la tensión.

—Naturalmente —observó Renny—. Como que si no dejas de hacerle el amor a su novia, te pegará el día menos pensado.

—¿Podrías encontrar el secreto de esa radio, Long Tom? —preguntó Doc.

—Si es posible encontrarlo, lo encontraré.

Doc y los demás sabían que esto no era jactancia. Probablemente sólo había otro hombre en el mundo que supiera acerca de la electricidad en todas sus ramas más que Long Tom.

Este otro hombre estaba también en el grupo, pues era Doc Savage mismo.

—Pues a trabajar enseguida —ordenó Doc—, y lo mismo que le he dicho a Johnny te digo a ti: No le digas a la Tía Nora ni a Alice Cash ni a nadie lo que estamos haciendo.

Doc se dirigió a continuación a todo el grupo.

—¿Cuál es vuestra idea acerca de la actitud de la policía hacia mí? —les preguntó.

Todos guardaron un silencio pensativo.

—Están a la expectativa —decidió por fin Renny, el ingeniero—. El que se haya retractado Tugg nos ha ayudado mucho.

—Tugg volverá a su declaración original y sostendrá de nuevo que me vio asesinar a Clements —afirmó Doc con seguridad.

—La policía no estará tan bien dispuesta a creerle ahora —declaró Renny—. Todo el mundo ve que el proceder de Tugg es extraño. Si se pudiera desmentir la otra acusación de asesinato en Nueva York, creo que aquí te podrías mostrar en público sin ningún peligro.

—Eso es lo que yo pienso también —convino Doc.

Monk, con sus espesas cejas juntas sobre la frente, estaba sumido en una profunda meditación.

—Estaba pensando en Judborn Tugg —dijo por fin—. Me pareció que la Campana Verde le mataría, pero en vista de que no ha sido así, se me ha ocurrido la sospecha de que tal vez tiene la esperanza de servirse de él como de espejuelo para hacerte caer en alguna trampa.

—También lo he pensado yo —dijo Doc—. Puedes estar seguro de que tendré mucho cuidado con Tugg. Pero yo creo que la Campana Verde tiene también otras razones para dejarle seguir viviendo. Cuando todo se haya acabado, lo podremos comprobar.

La conferencia terminó aquí. Los cuatro amigos de Doc hubieran deseado conocer la teoría que sustentaba el hombre de bronce pero sabían que sería inútil hacer preguntas.

Doc nunca explicaba sus teorías hasta que eran confirmadas por los hechos.

Los cuatro regresaron a casa de la Tía Nora. Doc les acompañó parte de la distancia. No hubieran podido decir hasta dónde llegó.

En el camino se desvaneció de entre ellos como si se lo hubieran tragado unas sombras que ascendiesen de la tierra.

Los guardias miraron con desconfianza a los cuatro amigos cuando reaparecieron. Aunque demasiado tarde, sospecharon que habían ido a reunirse con su jefe.

El hecho de que no mencionasen el incidente era una señal de su nueva actitud.

Una de las fuerzas más poderosas que existen trabajaba en favor de Doc: la opinión pública. Los alimentos y el dinero que había distribuido y los empleos prometidos habían puesto a todos los trabajadores de Prosper City a su lado, es decir, a nueve personas de cada diez.

Esta preponderancia no podía dejar de afectar a la policía. Casi todos sus miembros tenían parientes que esperaban obtener trabajo a través de los esfuerzos de Doc.

Johnny tomó uno de los coches que tenían alquilados y se dirigió al centro de la ciudad. El geólogo iba a visitar a unos ingenieros de minas para procurarse los mapas del subsuelo de Prosper City.

La flotilla de coches alquilados estaba colocada a lo largo del camino, frente a la casa. En el patio no había sitio para todos.

La luz no llegaba hasta ellos. Algunos árboles altos y frondosos se levantaban en aquel lugar, oscureciendo las inmediaciones.

Long Tom salió de la casa, acompañado por Monk, como medida de seguridad. Abrieron el departamento posterior de un roadster y metieron en él diversos aparatos eléctricos.

—Voy a comer algo antes de marcharme —dijo Long Tom, y los dos hombres regresaron a la casa.

Se produjo de pronto un sonido metálico casi imperceptible. Se levantó el capó del coche de Long Tom.

La hoja de acero estuvo levantada sólo un momento y un brazo casi invisible en la noche depositó algo encima del motor.

El capó se cerró y una sombra negra se alejó del roadster.

Entonces comenzaron a ocurrir otras cosas. Una linterna lanzó un rayo de luz cegadora a través de la noche. Después de moverse como una lengua incandescente que lamiese con avidez las sombras, se detuvo sobre una sombría figura.

Podría haber sido un tubo de goma negra y flexible, si no hubiera tenido brazos y piernas. Sobre el pecho llevaba pintada una Campana Verde.

Los ojos eran los cristales de unos lentes verdes.

¡La Campana Verde en persona! Sólo el siniestro jefe llevaba aquellos lentes verdes para ocultar sus ojos.