IX
Planes

Cuando Doc apareció en el escenario instalado en la tienda, cesaron todas las conversaciones y se hizo un silencio absoluto.

El gigante de bronce era una figura impresionante. Alice Cash, que ocupaba una silla en el mismo escenario, no podía apartar sus ojos de él.

—Esto no va a ser una discusión larga —anunció Doc—. Ustedes, los que han recibido alimentos y ropas, no tienen que estar embarazados con la idea de que reciben una limosna, pues se ha tomado nota de sus nombres y podrán pagar el importe de lo que hayan recibido.

—Pocas probabilidades tiene usted de cobrar —interrumpió una voz—. Aquí nadie tiene trabajo.

—Habrá trabajo para todo el mundo —respondió Doc.

—¿Cuándo?

—Fijo el límite máximo en dos semanas, pero probablemente, la mayor parte de vosotros empezará a trabajar y a cobrar un salario desde mañana.

Un hombre se levantó de las últimas filas, gritando:

—Todo eso son tonterías. Usted es sólo un asesino de Nueva York.

El que gritaba era uno de los agitadores de la Campana Verde, que había conseguido deslizarse en la reunión.

Huyó precipitadamente ante la amenaza de una docena de personas que se arrojaron sobre él.

Cuando se apaciguó el tumulto producido por el incidente, Doc continuó hablando.

—Los invitados que ahora voy a nombrar harán el favor de adelantarse —dijo.

A continuación leyó una lista de nombres que le habían sido suministrados por la Tía Nora, y que incluía a todos los industriales de Prosper City.

Los llamados no se mostraban muy decididos a presentarse, hasta que uno de ellos dio el ejemplo. Se trataba de un señor de cabellos grises y aire decidido.

—Ése es Collison Mac Alter —murmuró Alice—. Era mi jefe, cuando había trabajo.

Otros hombres siguieron el ejemplo de Collison Mac Alter. En la cara de todos ellos se reflejaba la desesperada situación de Prosper City.

Doc los contó. Unas dos terceras partes de los individuos que figuraban en su lista estaban presentes.

Pero no había esperado que acudiesen todos a la reunión. Que hubiera tantos ya era un hecho notable.

—¿Quieren todos ustedes venderme sus negocios? —les preguntó bruscamente Doc—. Tendrán ustedes el derecho de volverlos a adquirir al mismo precio en cualquier momento que lo deseen, dentro del plazo de un año.

La proposición era completamente inesperada y los industriales no daban crédito a sus oídos. Doc agregó que no quería quedarse con el negocio de nadie aprovechándose de las circunstancias y que el precio sería fijado por una comisión imparcial.

Collison Mac Alter se pasó la mano por entre sus cabellos grises y dijo:

—Me gustaría saber cuál es su propósito al hacer esta oferta.

—No quiero hacer más que encargarme yo de sus establecimientos para ponerlos en marcha y hacer que trabaje todo el mundo. Si sufren algunos daños o fracasamos en nuestra empresa, ustedes no perderán nada.

—¿Quiere usted decir que nos va a comprar nuestras fábricas, ponerlas en marcha y cuando estén dando un rendimiento nos las venderá de nuevo al mismo precio? Eso será un mal negocio. No ganará usted nada.

La Tía Nora Boston intervino en la discusión.

—Tienen ustedes que meterse una cosa en la cabeza. Doc Savage no trata de ganar dinero, sino de ayudar a la gente que lo necesita. Nunca han conocido ustedes una persona como él. Es sin duda el hombre más extraordinario del mundo.

—Lo que usted dice es demasiado bueno para ser cierto —repuso Collison Mac Alter, sonriendo—. Tal vez haya algo más en el asunto.

—La única condición que pongo es que los salarios y las horas de trabajo que yo ponga serán mantenidos por ustedes cuando compren de nuevo las fábricas y las minas —declaró Doc.

—Necesitará usted millones para el trato que propone —murmuró Mac Alter con aire de duda.

Doc llamó al banquero que había recibido el enorme depósito de Johnny.

—Quiero que informe usted a estos señores acerca de la cuantía de mi depósito en su banco —le dijo.

El banquero, más que satisfecho por complacer a su cliente más importante hizo lo que le decían.

Los industriales de Prosper City estaban un poco mareados. Parecían gente que estuviera pasando por un sueño agradable del que temieran despertar.

Pero eran todos individuos conservadores y obstinados y comenzaron a discutir el asunto entre ellos. Algunos necesitaban tiempo para pensarlo. Una semana, un mes, dos meses.

La voz poderosa de Doc interrumpió sus discusiones.

—Es preciso proceder rápidamente —afirmó—. Todos ustedes saben que un poder misterioso, conocido solamente por la Campana Verde, es la causa de todos los desastres que les afligen. Es preciso combatirle sin pérdida de un momento.

Doc conocía la naturaleza humana. Si empezaban a discutir entre sí tardarían meses en ponerse de acuerdo.

Por segunda vez aquella noche, fue Collison Mac Alter el que dio el paso decisivo. Quizás influyó una seña persuasiva que le hizo Alice Cash, su bella secretaria.

—Acepto, señor Savage. Sería una tontería proceder de otro modo, pues no puedo perder nada. Le propondré un precio razonable por mi fábrica.

Doc se acercó a Mac Alter y le estrechó calurosamente la mano. Comprar la fábrica de Collison era haber ganado la mitad de la batalla, pues era la más importante de la ciudad, después de la de Tugg y Compañía.

La mayor parte de los demás industriales convinieron, en vender también sus negocios. Algunos siguieron desconfiando y pidieron tiempo para reflexionar, pero Doc estaba seguro de que aceptarían en cuanto la opinión pública les empujase a ello.

Toda la discusión había sido recogida por el sensible sistema de altavoces, de manera que la multitud se había enterado de todos los detalles de ella.

Doc se dirigió entonces al público y dijo:

—Acaban ustedes de oír un trato por el cual la mayor parte de las industrias de Prosper City pasan a ser de mi propiedad. Las ventas tardarán dos o tres días en estar legalizadas y tendremos que esperar ese tiempo para abrir los establecimientos. ¿Cuántos de ustedes han servido en el ejército?

Muchos hombres levantaron las manos.

—Muy bien —dijo Doc—. ¿Cuántos de ustedes quieren comenzar a trabajar ahora mismo?

Todas las manos siguieron levantadas.

—Empezarán ustedes a cobrar desde hoy. El salario será de diez dólares diarios.

La mención de aquel salario arrancó gritos de júbilo en la multitud, pues era superior a lo acostumbrado.

—Con ustedes formaremos una guardia armada para proteger las fábricas y las minas a medida que las vayamos abriendo. Alguno de ustedes puede morir en el cumplimiento de su misión, pero la familia del que muera recibirá una pensión vitalicia, garantizada, de doscientos dólares al mes.

Ésta era la clase de seguro que más gustaba a los hombres.

Un visible cambio se había apoderado en la multitud con el curso de los acontecimientos. Al principio estaba dominada por un desesperado escepticismo.

La causa del cierre de las minas y fábricas era una cosa demasiado vaga y abstracta para que ellos la pudieran comprender.

Eran como un rebaño sorprendido por una tormenta de granizo; los animales sienten los golpes del granizo, pero ignoran la causa de la pedrea.

Lo único que buscan es un cobertizo donde guarecerse.

Los trabajos que Doc ofrecía eran para ellos, en sentido figurado, una especie de cobertizo donde poder buscar refugio en medio de aquella tormenta. La alegría de la gente era enorme.

Doc tenía aún más cosas que distribuir.

Cuatro camiones blindados, con una ventanilla enrejada en la parte posterior, entraron en el patio de la Tía Nora Boston.

Bajo la vigilancia y dirección de los exsoldados contratados por Doc, se formaron filas de hombres, que iban pasando por delante de las ventanillas para recibir cierta cantidad de dinero, como adelanto del salario en los trabajos que iban a obtener.

La distribución de este dinero fue la apoteosis de Doc. La filantropía en tan formidable escala era una cosa nunca vista ni oída.

Los reporteros del periódico local corrían aturdidos de un lado para otro.

La dirección acordó duplicar el número de páginas y llenar gran parte del periódico con noticias de Doc Savage.

La Campana Verde, quienquiera que fuese y dondequiera que estuviera, tenía algo en que pensar.

EL terror, que con tanto trabajo había impuesto en la ciudad, estaba siendo disipado en el curso de una sola noche, merced al notable poder de aquel hombre de bronce.

Sin embargo, Doc sabía muy bien que la batalla apenas había comenzado.

La organización de la Campana Verde estaba intacta, y concentrarían todos sus esfuerzos en aquel Némesis de bronce.

Esto era precisamente lo que Doc deseaba. Así los inocentes trabajadores de Prosper City podrían trabajar en paz.

Era muy avanzada la noche cuando Doc se retiró a su habitación para descansar un poco. Se detuvo en el umbral de la puerta para inspeccionar la habitación.

No vio nada sospechoso; ni el más pequeño detalle denunciaba la presencia de la terrible cajita negra oculta en el armario y próxima a la cabecera del lecho.

Doc se sentó al borde de la cama y comenzó a quitarse los zapatos.

De pronto se puso rígido y todo su cuerpo pareció convertirse de verdad en bronce. Se llevó ambas manos a los oídos. Luego salió de un solo salto de la habitación.

Se detuvo en el pasillo y esperó un momento, sacudiendo un par de veces la cabeza. Su expresión era extraña y desconcertada. Desde la puerta registró de nuevo con la vista el dormitorio.

Sus ojos se detuvieron por fin en el armario próximo a la cabecera del lecho.

Era el escondrijo más lógico.

Doc entró de nuevo en el cuarto, llegó al armario, levantó la cortina, descubrió la cajita negra y apretó el botón. En todas estas operaciones sólo empleó una fracción de segundo.

Doc comenzó a examinar cuidadosamente la caja. Aflojó algunos tornillos pequeños y levantó la tapa.

Long Tom, el electricista, se acercó a él.

—¿Qué es eso, Doc?

—Una máquina endemoniada. Mira.

—Es un aparato de cristales de cuarzo y corrientes eléctricas de alta frecuencia para producir ondas sonoras ultracortas.

—Exactamente —asintió Doc—. Ondas sonoras que ejercen extraños efectos sobre muchas sustancias. No cabe la menor duda de que ésta es la explicación de todos los casos de locura que se han producido en Prosper City. Creo que esta clase de ondas sonoras afecta ciertos centros del cerebro y lo paralizan.

—Pero ¿cómo la has encontrado? —preguntó Long Tom, asintiendo con la cabeza a lo que Doc decía.

—Esas ondas son imperceptibles para el oído normal. Afortunadamente, yo he podido advertir ciertos sonidos de una naturaleza peculiar. No creo que fueran las ondas mismas, sino más bien latidos heterodinos causados por algún fenómeno reflejo.

Para Long Tom la explicación era perfectamente clara, aunque sobre la cuestión se hubiera podido entablar una interminable discusión científica.

Sin duda, la explicación de la milagrosa salvación de Doc estaba en su notable oído. Doc hacía desde niño ciertos ejercicios con el fin de desarrollar sus órganos auditivos.

Para ello empleaba un aparato que hacía sonidos imperceptibles para un oído normal. Por una larga práctica, Doc podía oír estas notas.

Ole Slater, la Tía Nora y los demás se acercaron para ver la terrible caja negra y oír cómo funcionaba.

Doc pidió a Johnny su lente de aumento y examinó el interior del aparato.

Unas extrañas luces aparecieron a sus ojos.

Bruscamente comenzó a sonar en la habitación un sonido suave y fantástico, parecido al trino de un pájaro exótico o al murmullo del viento al pasar por entre los árboles de una selva.

Era enteramente melodioso, aunque carecía de ritmo.

Todos los presentes se asustaron, pensando que el terrible aparato estaba funcionando. La melodía llenaba la habitación, pero no parecía salir de ningún punto determinado.

Los únicos que no mostraron ningún temor fueron los cuatro amigos de Doc. Para ellos era familiar aquella nota misteriosa.

Sabían que era como una parte de Doc, una cosa que hacía inconscientemente en momentos de gran concentración. En el caso presente estaban seguros de que presagiaba un descubrimiento importante.

—¿Qué has encontrado, Doc? —preguntó Renny acercándose con curiosidad.

—Huellas dactilares —declaró Doc—. El individuo que ha construido esta caja la ha firmado con su nombre, se puede decir.

Collison Mac Alter subió las escaleras, acompañado de algunos de los otros industriales de Prosper City. Escucharon con asombro la historia que les contó Alice Cash.

Doc colocó la caja sobre una mesa próxima a la ventana de su dormitorio y se acercó a una voluminosa caja de metal que había a un lado de la estancia.

Esta caja estaba dotada de muchos resortes y de una gruesa lente circular.

Doc la abrió. El mecanismo interior funcionaba lentamente. Dos grandes ruedas sostenían una estrecha película.

Collison Mac Alter abrió los ojos con asombro.

—Una cámara cinematográfica —exclamó—. ¿Y ha estado funcionando aquí todo el tiempo?

—Doc tiene varias iguales —dijo Monk—. Funcionan solas en silencio y sirven para sorprender a los merodeadores. Apostaría cualquier cosa a que el bandido que dejó aquí la caja ha sido fotografiado.

Collison Mac Alter se enjugó la frente.

—¡Pero estaba demasiado oscuro para tomar fotografías aquí!

—Esta cámara funciona con rayos ultravioletas —explicó Monk—. Los rayos son invisibles para el ojo humano, pero impresionan la clase de película que nosotros empleamos. En otras palabras, esa cámara puede tomar fotografías en la más completa oscuridad y lleva un rollo de película lo bastante grande para estar funcionando todo el día.

Monk añadió que, después de ser impresionada, la película pasaba por un depósito especial donde quedaba automáticamente revelada.

Doc pasó la película por un pequeño proyector y las imágenes se reprodujeron en el yeso de la pared. La escena no resultaba agradable, pues las luces y las sombras contrastaban de una manera violenta.

La habitación así reproducida tenía un aire fantástico. Apareció la figura furtiva de Slick Cooley. Todos los detalles de sus facciones se pudieron apreciar perfectamente.

En el momento en que murmuraba entre dientes estaba de cara a la cámara.

Luego dejó la caja y huyó.

—¡Ya tenemos al culpable! —gritó Collison Mac Alter.

Doc paró el proyector. Indicó la caja fatal, que estaba sobre una mesa, y advirtió:

—Tengan cuidado de que nadie la toque, pues las huellas dactilares que hay en ella son importantes.

Y se dirigió hacia la puerta.

—¿Adónde va usted? —preguntó Mac Alter.

—A por Slick Cooley —respondió Doc.

—Pero ¿cómo sabe usted dónde encontrar…? —Collison Mac Alter no acabó la frase, pues Doc desapareció sin escucharle.

Los cuatro amigos de Doc cambiaron miradas de inteligencia. Sabían muy bien dónde había ido Doc para buscar a Slick Cooley. Cuando Slick murmuró: «Ahora dejaré la caja aquí y me voy a la oficina de Clements para esperar a que llegue», estaba frente a la cámara.

Doc Savage sabía leer las palabras por el movimiento de los labios.

El grupo salió de la habitación de Doc. Renny se puso de guardia en la puerta, armado con una de las pequeñas ametralladoras rápidas.

El cuarto estaba en el segundo piso y el patio estaba perfectamente iluminado.

Aunque la Campana Verde conociera la existencia y descubrimiento de las huellas dactilares, no parecía posible que pudiera llegar hasta la caja para destruirla.

Sin embargo, no hacía mucho tiempo que Renny montaba su guardia, cuando ocurrieron algunos hechos asombrosos.

Un árbol que se levantaba entre la ventana de la habitación de Doc y una de las lámparas, proyectaba su sombra sobre la parte de la casa comprendida entre la ventana y el tejado.

Directamente encima de la habitación de Doc estaba la ventana de uno de los dormitorios destinados a huéspedes. La ventana se abrió silenciosamente.

Apareció un pequeño paquete atado al extremo de una cuerda.

Un ligero movimiento de balanceo hizo que el paquete entrase por la ventana de la habitación de Doc. La cuerda quedó pendiente entre las dos ventanas. Era delgada y oscura y difícil de descubrir.

La sombría figura que había practicado la operación que antecede salió de la habitación. Iba cubierta de pies a cabeza por una vestidura negra, que llevaba sobre el pecho la siniestra imagen de la Campana Verde.

El grupo de industriales de Prosper City salió poco después de la residencia de la Tía Nora hablando entre sí de Doc Savage y de sus hombres y de las cosas que habían visto aquella noche.

Collison Mac Alter era uno de los del grupo y parecía muy complacido.