El día siguiente, Kiward Station estaba atestada de hombres y caballos. Los barones de la lana de las llanuras de Canterbury eran generosos: el número de los participantes en la «expedición de castigo» había crecido en refuerzos. Entre ellos, pocos fueron los hombres reclutados por los amigos de Gerald que resultaron del agrado de Gwyneira. Apenas había pastores maoríes y había relativamente pocos trabajadores de las granjas. En vez de eso, los criadores parecían haber buscado gente en los bares o en las cabañas de los nuevos colonos, y muchos de ellos tenían aspecto de aventureros cuando no de gentuza aun más ruin. También por ello se felicitó de que Fleurette se mantuviera alejada de los establos ese día. Sobre todo porque Gerald se mostraba desprendido y permitió que saquearan las reservas de alcohol. Los hombres bebían y festejaban en los cobertizos de esquileo, mientras que los pastores de ganado de Kiward Station, en general viejos amigos de McKenzie, se retiraban avergonzados.
—Por Dios, Miss Gwyn. —Andy McAran llegó al quid de la cuestión cuando expuso sus pensamientos—. Vamos a perseguir a James como si fuera un lobo sarnoso. ¡Hablan en serio de matarlo! No se merece que esta chusma se le tire al cuello. ¡Y todo por un par de ovejas!
—La chusma no conoce las tierras altas —respondió Gwyneira, y con ello no sabía si quería tranquilizar al viejo pastor o a sí misma—. ¡Andarán tropezando unos con otros y McKenzie se tronchará de risa de ellos! Espera y verás, todo quedará en nada. ¡Si al menos ya se hubieran ido! A mí tampoco me gusta tener a esa gente en la granja. Ya he echado a Kiri y Moana y a Marama también. Y espero que los maoríes vigilen sus campamentos. ¿Le estáis echando un ojo a nuestros caballos y los arreos? No quiero que desaparezca nada.
En cuanto a este tema, a Gwyn le esperaba, sin embargo, otra sorpresa muy desagradable. Una parte de los hombres había acudido a pie y Gerald, en un principio con mucha resaca, borracho de nuevo al mediodía y sumamente exasperado por el nuevo rechazo de Fleur, prometió cederles los caballos de Kiward Station. Sin embargo, no se lo comunicó enseguida a Gwyn para que no tuviera tiempo de mandar a recoger los caballos de tiro de las cercas de verano. En lugar de ello, por la tarde Warden puso a disposición de los hombres, a voz en cuello, sus preciados caballos. Fleurette observaba impotente desde su ventana cómo uno tras otro intentaban quedarse con Niniane.
—Madre, ¡no puede simplemente dársela! ¡Es nuestra! —se lamentó.
Gwyneira puso un gesto de impotencia.
—¡Sólo se la está prestando, no tienen que quedársela! Aunque yo tampoco estoy de acuerdo. La mayoría de esos tipos ni siquiera sabe montar bien. Pero eso es también una ventaja. Ya verás cómo los caballos se los sacan de encima. Cuando regresen, deberemos repetir toda la doma.
—Pero Niniane…
—No puedo hacer nada, hija. También quieren llevarse a Morgaine. Puede que mañana tenga oportunidad de hablar otra vez con Gerald, pero hoy está totalmente enloquecido. Y ese Sideblossom se comporta como si fuera su socio como mínimo: distribuye las habitaciones de la gente y va dando órdenes de un lado para otro, y a mí me trata como si no existiera. Me alegraré de que se vaya. Además, hoy por la noche no vendrás al banquete. Estás dispensada. Estás enferma. ¡No quiero que Sideblossom vuelva a verte otra vez!
Naturalmente, Gwyneira había planeado para sus adentros poner a buen resguardo los caballos durante la noche. De ninguna manera iba a enviar sus valiosas yeguas de cría a la montaña con la patrulla. En vez de eso había convenido con Andy McAran, Poker Livingston y otros hombres de confianza que se llevarían las yeguas. Que disfrutaran en algún pastizal, ya tendrían tiempo suficiente después para volver a reunirlas. Los hombres las sustituirían por caballos de tiro que colocarían en los boxes. Tal vez eso levantara algunas protestas por la mañana, pero Sideblossom no postergaría su empresa sólo porque de repente habían aparecido otros caballos que no eran los prometidos.
Aun así no le confesó nada a Fleurette. Tenía demasiado miedo de que la muchacha quisiera participar de la acción.
—¡A más tardar, Niniane estará pasado mañana de nuevo aquí! —consoló a Fleur—. Tirará al fanfarrón de su jinete y volverá a casa. Tales tonterías son inadmisibles. Pero ahora debo cambiarme de ropa: cena con los cabecillas de la expedición de guerra. ¡Qué despliegue por un solo hombre!
Gwyn se marchó y Fleurette se quedó enfurruñada y meditabunda. No podía resignarse a su impotencia. Dar a Niniane era pura maldad por parte de Gerald. Entonces Fleur urdió un plan: pondría el caballo a salvo mientras los hombres se emborrachaban en el salón. Eso la obligaría a deslizarse a toda prisa fuera de su habitación, pues para llegar a los establos no había otro remedio que pasar por el salón, que ahora, no obstante, estaría completamente vacío. Los invitados al banquete se estaban cambiando y fuera reinaba un caos total. Tampoco llamaría la atención si se cubría el cabello con un pañuelo y se apresuraba. Desde la puerta de la cocina hasta el granero sólo había unos pasos. Si alguien la veía, la tomaría por una empleada de la cocina.
Tal vez el plan de Fleur habría resultado si Paul no hubiera estado vigilando a su hermana. El chico volvía a estar de mal humor. Su ídolo, John Sideblossom, no le prestaba atención y Gerald había rechazado con brusquedad su petición de que le permitiera reunirse con la expedición de castigo. Así que no tenía nada bueno que hacer, ganduleaba por las caballerizas y, claro está, se sintió sumamente interesado cuando vio que Fleurette se escondía en el granero. Paul podía deducir lo que ella tenía planeado, pero ya se cuidaría él de que Gerald la pillara con las manos en la masa.
Gwyneira tuvo que hacer acopio de toda su paciencia e indulgencia para aguantar el banquete nocturno. Salvo ella, sólo había hombres presentes y todos sin excepción estaban bebidos a la hora de empezar a cenar. Ya habían vaciado antes un par de vasos y durante la cena se sirvió vino, y pronto empezaron todos a balbucear. Todos se reían por la más mínima sandez, intercambiaban obscenidades y se comportaban, incluso frente a Gwyneira, con unas maneras que andaban muy lejos de ser consideradas.
Aunque se sintió incómoda de verdad cuando John Sideblossom se dirigió directamente a ella tras el primer plato.
—Tenemos que hablar de un par de cosas, Miss Gwyn —dijo sin rodeos, como era su estilo, y de nuevo pareció ser el único sobrio en medio de esa horda de borrachines. Pese a su apariencia, Gwyneira había aprendido en lo que iba de tiempo a reconocer los signos de la embriaguez. Sus miembros colgaban un poco más y su mirada no era fría y distante, sino suspicaz y centelleante. Sideblossom refrenaba sus sentimientos, pero bullían bajo la superficie en calma.
—Creo que sabe que ayer pedí la mano de su hija. Fleurette me ha rechazado.
Gwyneira se encogió de hombres.
—Está en su derecho. En las regiones civilizadas se consulta a las jóvenes antes de casarlas. Y si usted no le ha gustado a Fleur, no hay nada que podamos hacer.
—Usted podría mediar en mi favor… —contestó Sideblossom.
—Me temo que no serviría para nada —respondió Gwyn, y sintió cómo también en su interior los sentimientos pugnaban por salir a la superficie—. Y yo tampoco lo haría sin más. No lo conozco muy bien, señor Sideblossom, pero por lo que he visto, usted no es de mi agrado.
Sideblossom soltó una carcajada sardónica.
—¡Mira por dónde! ¡Así que no le gusto a la señora! ¿Y qué tiene que decir de mí, Lady Warden? —preguntó con frialdad.
Gwyneira suspiró. En realidad no quería embarcarse en una discusión…, pero bueno, ¡si ése era su deseo!
—Esta guerra contra un único hombre —empezó— no me parece conveniente. Y ejerce usted una mala influencia sobre los otros ganaderos. Sin sus insinuaciones un Lord Barrington jamás se hubiera rebajado a reunirse con tal tropa de pendencieros como la que aguarda ahí fuera. Su comportamiento hacia mí es ofensivo y no hablemos de Fleurette. Un gentleman, señor Sideblossom, en su situación se esforzaría por convencer a una joven. Por el contrario, usted la desairó iniciando ese asunto con el caballo. Pues ésa era su intención, ¿verdad? ¡Gerald está demasiado borracho para intrigar!
Gwyneira habló deprisa y con rabia. Todo eso le destrozaba los nervios. Y encima estaba Paul, que se había reunido con ellos y seguía con atención su arrebato.
Sideblossom rio.
—¡Touché, querida! Una pequeña reprimenda. No me gusta que me desobedezcan. Pero espere. Todavía conseguiré a su niña. Cuando hayamos vuelto, proseguiré con la petición. ¡En contra, incluso, de su voluntad, lady!
Lo único que ansiaba Gwyneira era poner punto final a la conversación.
—Entonces le deseo mucho éxito —respondió secamente—. Y tú, Paul, ven por favor conmigo arriba ahora mismo. ¡Odio que te escondas tras de mí y pongas el oído!
El chico se sobresaltó. Pero lo que había oído ahí, bien valía una bronca. Tal vez Gerald no fuera el interlocutor adecuado para tratar el asunto de Fleurette. Haría mucho más daño si le comunicaba a ese hombre el «robo del caballo».
Mientras Gwyneira se retiraba a su habitación, Paul volvió sobre sus pasos y buscó a John Sideblossom. El granjero parecía aburrirse cada vez más en compañía de los otros. No era extraño; excepto él, los otros estaban completamente borrachos.
—¿Usted… usted quiere casarse con mi hermana? —le dijo Paul.
—Tengo la intención, sí. ¿Hay alguien más que se interponga a ello? —preguntó ligeramente divertido.
Paul sacudió la cabeza.
—Por mí, puede usted quedársela. Pero debe saber algo. Fleurette parece muy afectuosa; pero en realidad ya tenía un novio: Ruben O’Keefe.
Sideblossom asintió.
—Lo sé —respondió sin el menor interés.
—¡Pero ella no se lo ha contado todo! —contestó presumiendo de sus conocimientos el chico—. ¡Lo que no le ha dicho es que ya se lo ha montado con él! ¡Yo lo vi!
El interés de Sideblossom se reavivó.
—¿Qué estás diciendo? ¿Tú hermana ya no es virgen?
Paul se encogió de hombros. El concepto «virgen» no significaba nada para él.
—Pregúnteselo a ella —respondió—. Está en el granero.
John Sideblossom encontró a Fleurette en el box de la yegua Niniane, donde la muchacha se estaba preguntando en ese momento qué era lo mejor que podía hacer. ¿Dejar simplemente a Niniane en libertad? Corría entonces el riesgo de que no se marchara de la cuadra, sino que se quedara junto a los demás caballos. Tal vez fuera mejor alejarla de ahí y guardarla en uno de los cercados distantes. A Fleurette le pareció demasiado osado. Al final tendría que regresar a pie y pasar por todos los edificios anejos que estaban a rebosar de borrachos de la patrulla.
Mientras reflexionaba, acariciaba al caballo debajo del flequillo y hablaba con él. Los demás animales se inquietaron y Gracie husmeó en la paja. Pese a ello, Fleurette no se dio cuenta de que alguien abría la puerta sigilosamente. Cuando Gracie se percató y ladró, era demasiado tarde. John Sideblossom estaba en el corredor del establo y sonreía, irónico, a Fleurette.
—Vaya, vaya, si es mi pequeña. Así que por las noches rondamos los establos. Me sorprende un poco, encontrarla sola por aquí.
Fleur se asustó y se escondió tras el caballo de forma instintiva.
—Son nuestros establos —respondió con valentía—. Puedo venir aquí cuando quiera. Y no estoy rondando por aquí, he venido a ver a mi caballo.
—Conque vienes a ver a tu caballo. Qué conmovedor… —Sideblossom se acercó. Para Fleurette, el modo cauteloso de aproximarse semejaba al de un ladrón de ganado y en los ojos del hombre volvía a resplandecer el peligroso brillo que había visto antes—. ¿No tendrás que ir a ver a nadie más después?
—No sé a qué se refiere —contestó Fleurette, esperando que su voz no temblara.
—Lo sabes perfectamente. No finjas conmigo ser un corderito inocente que se ha prometido con un joven novato y que de hecho se lo monta con él en el pajar. No te esfuerces, Fleurette, lo sé de fuentes fidedignas, incluso si hoy no os he pillado in fraganti. Pero tienes suerte, tesoro. También acepto artículos usados. No me interesan tanto las solteronas tímidas. Cuesta demasiado hincarles el diente. Así que no te preocupes, irás de blanco al altar. Pero podré disfrutar antes de una prueba, ¿verdad?
Con un rápido movimiento sacó a Fleurette de detrás del caballo. Niniane se espantó y huyó a un rincón del box. Gracie empezó a ladrar.
—¡Suélteme! —La joven empezó a dar patadas a su atacante, pero Sideblossom se limitaba a reír. Sus fuertes brazos la apretaban contra la pared del establo y sus labios recorrían el rostro de la muchacha.
—¡Está usted borracho, suélteme! —Fleur intentó morderlo, pero pese a todo el whisky, los reflejos del hombre seguían reaccionando con velocidad. Éste hizo un movimiento brusco hacia atrás y golpeó a la joven en la cara. Fleur cayó de espaldas fuera del box sobre una bala de paja. Sideblossom ya estaba encima de ella antes de que pudiera levantarse y huir.
—Enséñame ahora lo que tienes que ofrecerme… —Sideblossom le desgarró la blusa y admiró sus todavía pequeñas redondeces.
—Hermoso… ¡justo para llenar la mano! —Riendo, la agarró. Fleurette intentó propinarle otra patada, pero él puso la pierna sobre su rodilla, manteniéndola sujeta.
—Y ahora deja de encabritarte como un caballo al que se monta por primera vez. Me han dicho que ya tienes experiencia. Así que déjame. —Buscó el cierre de la falda, pero no lo encontró fácilmente dado el refinado corte de la prenda de montar. Fleurette intentó gritar y le mordió la mano cuando él se lo impidió.
—¡Me gusta que una mujer tenga temperamento! —balbuceó él sonriendo.
Fleur rompió a llorar. Los ladridos de Gracie, histéricos y estridentes, no cesaban. Y entonces una voz cortante se alzó por encima del tumulto en el establo.
—¡Deje a mi hija antes de que pierda el control! —Junto a la puerta estaba Gwyneira con una escopeta en la mano y apuntando a John Sideblossom. Fleur reconoció a sus espaldas a Andy McAran y Poker Livingston.
—Despacio, yo… —Sideblossom se separó de Fleurette y movió apaciguador las manos.
—Ahora mismo hablaremos. Fleur, ¿te ha hecho algo? —Gwyn le tendió el arma a Andy y abrazó a su hija.
Fleurette sacudió la cabeza.
—No. Él… él acababa de agarrarme. ¡Oh, mamá, ha sido horrible!
Gwyneira asintió.
—Lo sé, hija. Pero ahora ya ha pasado. Ve corriendo a casa. Por lo que he visto, la fiesta en el salón ha terminado. Pero podría ser que tu abuelo todavía estuviera en la sala de caballeros con el núcleo duro, así que sé prudente. Vendré enseguida.
Fleurette no esperó a que se lo dijeran dos veces. Tiritando se cubrió el pecho con los jirones de la blusa y huyó. Los hombres la dejaron pasar respetuosamente cuando salió al granero y de allí corrió a la puerta de la cocina. Ansiaba la seguridad de su habitación: y su madre confiaba en que cruzaría el salón volando…
—¿Dónde está Sideblossom? —Para Gerald Warden todavía no había llegado el momento de concluir la velada. Claro que estaba muy borracho, al igual que los demás criadores que todavía brindaban en la sala de caballeros. Pero eso no impidió que todavía propusiera jugar a cartas. Reginald Beasley ya había aceptado, tan borracho como pocas veces lo había estado, y tampoco Barrington había declinado la invitación. Sólo faltaba el cuarto hombre. Y John Sideblossom había sido el compañero favorito de Gerald cuando se trataba de jugar en parejas al blackjack.
—Ya hace rato que se ha marchado. Posiblemente a la cama —informó Barrington—. Eshtos novatosh no… no shoportan nada…
—Johnny Sideblossom todavía no se ha escaqueado jamás de una ronda —afirmó Gerald, saliendo en defensa de su amigo—. Hasta ahora, él siempre ha aguantado mientras los demás ya estaban debajo de las mesas. Debe de estar por alguna parte… —Gerald estaba lo suficiente borracho como para buscar a Sideblossom debajo de la mesa. Beasley echó un vistazo en el salón, pero ahí sólo estaba Paul (a primera vista inmerso en un libro, pero en realidad a la espera). En algún momento iban a volver Fleur y Sideblossom. Y ahí se presentaba otra oportunidad de poner a su hermana en un compromiso.
—¿Está buscando al señor Sideblossom? —preguntó amablemente y, en voz lo bastante clara para que todos pudieran oírlo desde el salón, añadió—: Está con mi hermana en el establo.
Gerald Warden se precipitó fuera de la sala de caballeros llevado por una furia tan intensa como sólo el whisky podía desencadenar.
—¡Esa putilla! Al principio hace como sin nunca hubiera roto un plato y luego desaparece con Johnny en el pajar. Sabiendo a la perfección que eso aumenta la dote. Ahora sólo se la llevará si obtiene también la mitad de la granja.
Beasley lo siguió apenas menos escandalizado. Había rechazado su petición. ¿Y ahora se revolcaba con Sideblossom en la paja?
Al principio, los hombres parecían indecisos acerca de si debían ir por la puerta principal o por la de la cocina para atrapar a la pareja en el granero, así que por unos segundos reinó el silencio, que rompió el sonido de la puerta de la cocina: Fleurette se deslizó al salón y se quedó asustada frente a su abuelo y su compañero de borracheras.
—¡Tú, mujerzuela indecente! —Gerald le propinó la segunda bofetada de la noche—. ¿Dónde has dejado a tu amante, eh? ¿Dónde está Johnny? Diablo de hombre está hecho, ¡llevarte al huerto delante de mis narices! ¡Pero éstos no son modales, Fleurette, no lo son! —Le dio un empujón en el pecho, pero ella no cayó. Sin embargo, no consiguió sujetar los jirones de su camisa. Sollozó cuando la fina tela cayó dejando sus pechos a la vista de todos los hombres.
La visión pareció devolver a Gerald la sobriedad. Si hubiera estado solo, seguramente habría despertado en él otro sentimiento que el del pudor, pero antes que nada se avivó su sensato interés comercial. Después de esta historia, nunca podría desprenderse de Fleurette dejándola en manos de un hombre decente. Sideblossom tenía que quedarse con ella y eso significaba que la dignidad de la joven debía mantenerse más o menos salvaguardada.
—¡Ahora, tápate y ve a tu habitación! —ordenó, mientras retiraba la mirada de ella—. Mañana comunicaremos tu compromiso, incluso si debo llevar a ese tipo frente al altar apuntándolo con una pistola. ¡Y a ti también! ¡Y ahora basta de tonterías!
Fleurette estaba demasiado asustada y agotada para responder nada. Se recogió la blusa y huyó escaleras arriba.
Gwyneira se reunió con ella una hora más tarde, sollozaba y temblaba bajo las sábanas. La misma Gwyn temblaba, pero de rabia. Primero contra sí misma, porque antes había llamado a capítulo a Sideblossom y luego había puesto a salvo los caballos en vez de acompañar a Fleurette. Por otra parte, eso no habría servido para mucho. Las dos mujeres simplemente habrían tenido que escuchar juntas la perorata de Gerald, pero una hora más tarde. Pues los hombres, claro está, todavía no se habían retirado. John Sideblossom se había reunido con ellos después de que Gwyn le soltara el sermón en el establo y les había explicado sabe Dios qué. En cualquier caso, Gerald ya estaba esperando a Gwyneira para arrojar sobre ella más o menos los mismos reproches y amenazas que antes había lanzado contra Fleur. Era obvio que mostraba tan poco interés como sus «testigos» por que le describieran los hechos desde otro punto de vista. Al día siguiente, insistió el anciano, Fleur y John se prometerían en matrimonio.
—Y… y lo peor es, que tiene razón… —balbuceó Fleur—. A mí… a mí no me creerá nadie más ahora. Lo contarán por… por toda la región. Si ahora digo que no delante del… del sacerdote, todos se reirán de mí.
—¡Pues que se rían! —respondió con firmeza Gwyn—. ¡No te casarás con ese Sideblossom, ni por encima de mi cadáver!
—Pero… pero el abuelo es mi tutor. Me forzará a hacerlo —replicó Fleur llorando.
Gwyneira tomó una resolución. Fleur debía marcharse de ahí. Y sólo se marcharía si le revelaba la verdad.
—Escucha, Fleur, Gerald Warden no puede obligarte a nada. En rigor, ni siquiera es tu tutor…
—Pero…
—Hace las veces de tutor porque se considera tu abuelo. Pero no es así. Lucas Warden no era tu padre.
Ya lo había dicho. Gwyneira se mordió los labios.
El llanto de Fleurette se interrumpió de pronto.
—Pero…
Gwyn se sentó a su lado y la cogió entre sus brazos.
—Escucha, Fleur: Lucas, mi esposo, era una buena persona. Pero él… él no podía concebir hijos. Lo intentamos, pero no salió bien. Y tu abu…, y Gerald Warden nos hacía la vida imposible porque no tenía heredero para Kiward Station. Y entonces yo… yo…
—¿Engañaste a mi pad…, a tu marido, quiero decir? —La voz de Fleurette reflejaba su desconcierto.
Gwyn sacudió la cabeza.
—No sé si me entiendes, pero no lo engañé con el corazón. Sólo para tener un hijo. Luego siempre le fui fiel.
Fleurette frunció el ceño. Gwyn veía lo que estaba pasando realmente por la cabeza de la joven.
—¿Y de dónde viene Paul? —preguntó al final.
Gwyn cerró los ojos… Y ahora eso todavía…
—Paul es un Warden —dijo—. Pero no hablemos de Paul, Fleurette, creo que tendrías que marcharte de aquí…
Fleur no parecía estar escuchándola.
—¿Quién es mi padre? —preguntó en voz baja.
Gwyneira reflexionó por unos segundos. Pero decidió contar la verdad.
—El que antes fuera nuestro capataz: James McKenzie.
Fleurette la miró con ojos desorbitados.
—¿«Ese» McKenzie?
Gwyneira asintió.
—Precisamente él. Lo siento, Fleur…
En un principio, Fleurette pareció enmudecer. Pero luego sonrió.
—Qué emocionante. Romántico de verdad. ¿Te acuerdas de cuando Ruben y yo jugábamos a Robin Hood? Y ahora resulta que soy, por así decirlo, ¡la hija de un pequeño propietario!
Gwyneira puso los ojos en blanco.
—Fleurette, ¡madura! La vida en las tierras altas no es romántica, es dura y peligrosa. Ya sabes lo que quiere hacer Sideblossom con James cuando lo encuentre.
—¿Lo amabas? —preguntó Fleurette con los ojos resplandecientes—. Me refiero a tu James. ¿Lo amabas de verdad? ¿Te pusiste triste cuando se marchó? ¿Y por qué se fue? ¿Por mi culpa? No, no puede ser por eso. Me acuerdo de él. Un hombre alto con el cabello castaño, ¿verdad? Me montaba en su caballo y siempre reía…
Gwyneira asintió con dolor. Pero no debía fomentar las fantasías de Fleurette.
—No lo amé. Sólo era un acuerdo, una especie de… negocio entre nosotros. Cuando naciste, ya había concluido. Y no tuvo nada que ver conmigo el hecho de que se marchara.
En rigor no era del todo mentira. La partida había tenido que ver con Gerald y Paul. Gwyneira seguía sintiendo dolor. Pero Fleurette no debía saber nada de eso. ¡No debía saberlo!
—Y ahora dejemos este tema, Fleur, si no se nos habrá pasado la noche. Debes salir de aquí antes de que mañana se festeje un gran compromiso matrimonial y lo empeore todo aún más. Empaqueta un par de cosas. Te traigo dinero del despacho. Puedes quedarte con todo lo que tengo, pero no es mucho porque la mayoría de los ingresos se hacen directamente en el banco. Andy todavía estará despierto e irá a buscar a Niniane. Y luego ¡vuela!, así ya estarás lejos cuando mañana los hombres hayan dormido la mona.
—¿Tienes algo en contra de que me reúna con Ruben? —preguntó Fleurette sin aliento.
Gwyneira suspiró.
—Preferiría estar segura de que lo encontrarás. Pero es la única posibilidad, al menos mientras los Greenwood permanezcan en Inglaterra. Maldita sea, ¡debería haberte enviado allí con ellos! Pero ahora es demasiado tarde. ¡Busca a Ruben, cásate con él y sé feliz!
Fleur la abrazó.
—¿Y tú? —preguntó en voz baja.
—Yo me quedo aquí —contestó Gwyn—. Alguien tiene que ocuparse de la granja y, como tú ya sabes, a mí me gusta. Gerald y Paul…, bueno, a ellos tengo que aceptarlos como son.
Una hora más tarde, Fleurette galopaba hacia las montañas a lomos de la yegua Niniane. Había acordado con su madre que cabalgaría directa hacia Queenstown. Gerald podría pensar que saldría en busca de Ruben y enviar a sus hombres tras ella.
—Escóndete un par de días en la montaña, Fleur —le aconsejó Gwyn—. Y luego avanzas por las estribaciones de los Alpes hacia Otago. Tal vez encuentres a Ruben por el camino. Por lo que sé, Queenstown no es el único lugar donde han descubierto oro.
Fleurette era más bien escéptica.
—Pero Sideblossom se dirige a la montaña —respondió temerosa—. Si me busca…
Gwyn sacudió la cabeza.
—Fleur, el camino a Queenstown está trillado, pero las tierras altas son extensas. No te encontrará, sería como buscar una aguja en un pajar. Y ahora, vuela.
Al final, Fleur lo había comprendido, pero sentía un miedo de muerte cuando se encaminó hacia Haldon y luego a los lagos, donde en algún lugar se encontraba la granja de Sideblossom.
Y donde también acampaba su padre… La idea le produjo una extraña alegría. No estaría sola en las tierras altas. También James McKenzie era un perseguido.