9

Al concluir la semana, Lucas casi tenía treinta pieles de foca y todavía sentía más vergüenza y odio hacia sí mismo que tras el episodio a bordo del Pretty Peg. Estaba firmemente decidido a no regresar al banco de focas después del fin de semana en Westport. Westport era una colonia floreciente, así que alguna colocación debería de haber allí que le resultara más conveniente, aunque con ello admitiera no ser un auténtico hombre.

El comerciante de pieles, un hombre bajito y nervudo, que también administraba las tiendas de Westport, se mostró muy optimista en este sentido. Como Lucas había esperado, no relacionó al nuevo cazador del banco de focas con el ballenero que se había escapado del Pretty Peg. Tal vez era incapaz de hacer tal esfuerzo o le era indiferente. En cualquier caso, le dio un par de centavos por cada piel y respondió servicialmente a sus preguntas acerca de la posibilidad de encontrar otro trabajo en Westport. Como era de esperar, Lucas no reconoció que no soportaba la matanza; en vez de ello admitió que le pesaban la soledad y la compañía de hombres.

—Quiero vivir en la ciudad —afirmó—. Tal vez encontrar a una mujer y fundar una familia…, simplemente, no ver más ballenas y focas muertas. —Lucas dejó el dinero por el saco de dormir y la ropa que acababa de comprar en el mostrador para que le devolvieran el cambio.

El comerciante y los nuevos amigos de Lucas estallaron en sonoras carcajadas.

—Bueno, trabajo no te costará encontrar, pero ¿una mujer? Las únicas chicas que hay aquí están en el local de Jolanda, encima del bar. ¡Claro que están en edad casadera!

Los hombres pillaron el chiste. En cualquier caso, apenas lograban dejar de reír.

—¡Puedes preguntar ahora mismo! —dijo Norman en tono alegre—. ¿Te vienes con nosotros al pub?

Lucas no podía negarse. En realidad habría preferido ahorrar sus escasas ganancias, pero no le sentaría mal un whisky: un poco de alcohol tal vez lo ayudaría a olvidar los ojos de las focas y el coleteo desesperado de la ballena.

El comerciante de pieles mencionó a Lucas otras posibilidades de ganarse la vida en Westport. Quizás el herrero necesitara ayuda. ¿Había Lucas trabajado alguna vez con el hierro? Lucas se maldijo por no haber prestado atención en Kiward Station a cómo herraba James McKenzie los caballos. Tener las aptitudes para ello podría haberle proporcionado dinero, pero Lucas nunca había tocado un martillo y un clavo. Sabía montar a caballo, eso era todo.

El hombre interpretó de forma correcta el silencio de Lucas.

—No es un artesano, ¿verdad?, no ha aprendido otro oficio que no sea arrear golpes a las focas en la cabeza. ¡Pero la construcción podría ser una posibilidad! Los carpinteros siempre andan buscando ayuda. No dan de sí para todos los encargos; de repente todo el mundo quiere casas junto al Buller. ¡Nos estamos convirtiendo en una ciudad como es debido! Pero no pagan demasiado. ¡Ni comparación con lo que ganas con esto! —Señaló las pieles.

Lucas asintió.

—Lo sé. Pero a pesar de ello seguiré buscando… Siempre… siempre me había imaginado que trabajaría con la madera.

El pub era pequeño y no estaba especialmente limpio. Pero Lucas comprobó aliviado que ninguno de los parroquianos se acordaba de él. Seguro que no habían dedicado ni un segundo vistazo a los marineros del Pretty Peg. Sólo la muchacha pelirroja, que también servía ese día, pareció observarlo de arriba abajo cuando limpió la mesa antes de depositar unos vasos de whisky delante de Norman y Lucas.

—Siento que esto vuelva a tener el aspecto de una pocilga —dijo la muchacha—. Ya le he dicho a Miss Jolanda que el chino no limpia bien… —El «chino» era un empleado de la barra bastante exótico—. Pero mientras nadie se queje… ¿Sólo el whisky o quieren algo también para comer?

A Lucas le habría gustado comer algo. Algo que no oliera a mar y algas marinas y sangre y que no fuera asado en el fuego de los cazadores de focas a toda prisa y a menudo servido medio crudo. Además, parecía que la chica tenía en cuenta la limpieza. Quizá la cocina no estuviera tan sucia como era de temer a primera vista.

Norman rio.

—¿Tienes algo que «tirarse» al galeto, pequeña? Ya podemos comer en el campamento, pero ahí no hay postrecitos dulces como tú… —Pellizcó a la muchacha en el trasero.

—Ya sabes que eso cuesta un centavo, ¿verdad, pequeño? —respondió ella—. Se lo digo a Miss Jolanda y te lo cargamos a cuenta. Pero no quiero ser así…, por el centavo también te dejo agarrar esto. —La pelirroja se señaló el pecho. Acompañado por los gritos alborozados del resto de los hombres, Norman puso la mano con ganas, de la que luego se desprendió hábilmente la muchacha—. Después te daré más, cuando hayas pagado.

Los hombres rieron cuando ella se alejó taconeando. Llevaba zapatos altos de un rojo subido y un vestido en distintos tonos de gris. Era viejo y se había remendado con frecuencia, pero estaba limpio y el volante de puntillas, que lo hacía más provocativo, estaba cuidadosamente planchado y almidonado. A Lucas le recordó un poco a Gwyneira. Claro, ella era una lady, y esa jovenzuela una puta, pero las dos tenían el cabello rojo y rebelde, la tez clara y ese brillo en los ojos que no anunciaba en absoluto que fuera a conformarse con su destino. Esa muchacha, con toda certeza, no había llegado todavía a la estación término.

—Qué bomboncito, ¿verdad? —observó Norman, que percibió la mirada de Lucas interpretándola de forma no del todo errónea—. Daphne. El mejor caballo de la cuadra de Miss Jolanda además de su mano derecha. Ya te digo yo que, sin ella, aquí nada funciona. Lo tiene todo bajo control. Si la vieja fuera lista, adoptaría al bomboncito. Pero sólo piensa en sí misma. En algún momento la chica se marchará, llevándose los mejores atractivos del local. ¿Qué te parece? ¿La quieres tú primero? ¿O tienes ganas de algo salvaje? —Miró guiñando los ojos alrededor.

Lucas no sabía qué decir.

Por fortuna, Daphne apareció en ese momento con la segunda ronda de whisky.

—Las chicas ya están listas arriba —anunció una vez que hubo repartido los vasos—. Bebed con toda tranquilidad y si queréis os traigo también la botella y luego subís. —Sonrió animosa—. Pero no nos hagáis esperar. Ya sabéis, un poco de alcohol levanta los ánimos, pero cuando se abusa produce flojera. —Y tan deprisa como Norman le había puesto la mano en el trasero, se vengó ella agarrándole la entrepierna.

Norman se sobresaltó, pero luego se echó a reír.

—¿Me darás a mí también un centavo?

Daphne agitó la cabeza haciendo ondear su cabello rojo.

—¿Puede que un vaso? —gorjeó, y desapareció antes de que Norman tuviera tiempo de responder. Los hombres silbaron a sus espaldas.

Lucas bebió su whisky y se sintió mareado. ¿Cómo iba a salir de aquí sin haber fracasado antes una vez más? Daphne no lo excitaba lo más mínimo. Y además parecía que le había echado el ojo. Acababa de posar su mirada sobre su rostro y su figura delgada pero musculosa un poco más de tiempo que sobre los cuerpos de los demás. Lucas sabía que las mujeres lo encontraban atractivo y con las putas de Westport no sucedería de otra forma que con las matronas de Christchurch. ¿Qué iba a hacer si Norman realmente lo arrastraba consigo?

Lucas pensó en otra huida, pero eso no valía la pena ni planteárselo. Sin caballo no tenía ninguna posibilidad de salir de Westport; debía permanecer en la ciudad por ahora. Y esto no iba a funcionar, si ya el primer día se ponía en ridículo huyendo de una prostituta pelirroja.

La mayoría de los hombres ya se tambaleaba un poco cuando Daphne volvió a aparecer y pidió a la compañía, ahora con insistencia, que fueran hacia arriba. En cualquier caso, ninguno estaba lo suficiente borracho para no advertir la ausencia de Lucas en caso de duda. Y además estaban las miradas que Daphne seguía lanzándole…

La muchacha condujo a los hombres a un salón repleto de muebles tapizados y delicadas mesitas que, en todos los aspectos, producían un efecto ordinario. Cuatro muchachas, todas en pomposos negligés, ya los estaban aguardando, así como, naturalmente, Miss Jolanda, una mujer bajita y gorda, de mirada fría, que lo primero que hizo fue cobrar un dólar a cada uno de los hombres.

—Así al menos ninguno se me marcha antes de haber pagado —dijo con aplomo.

Lucas pagó el peaje a regañadientes. Pronto no quedaría nada de su sueldo semanal.

Daphne lo condujo hacia un sillón rojo y le puso en la mano otro vaso de whisky.

—Bien, forastero, ¿cómo puedo hacerte feliz? —susurró. Hasta el momento era la única que no llevaba negligé, pero se desató como sin querer el corsé—. ¿Te gusto? Pero te lo advierto: ¡el rojo abrasa como el fuego! Ya he quemado a varios… —Mientras hablaba, le pasó una de sus largas mechas de cabello por el rostro.

Lucas no reaccionó.

—¿No? —susurró Daphne—. ¿No te atreves? Vaya, vaya. Pero está bien, quizá los otros elementos se ajusten más a lo que tu deseas. Tenemos para todos los gustos. El fuego, el aire, el agua, la tierra… —Fue señalando a las otras tres muchachas que ya se estaban ocupando del resto de los hombres.

La primera era una criatura pálida, de aspecto casi etéreo, con el cabello liso y rubio claro. Sus extremidades eran delicadas, casi delgadas, pero, sin embargo, bajo la fina blusa con que se cubría se percibían unos voluminosos pechos. Lucas lo encontró repugnante. Sin duda alguna sería incapaz de hacer el amor con esa chica. El elemento «agua» estaba encarnado por una joven de cabellos castaños vestida de azul y con ojos risueños y de color topacio. Parecía vivaracha y bromeaba con Norman, quien, a ojos vistas, estaba cautivado. La «tierra» era una joven de tez morena y con bucles también oscuros, sin lugar a dudas, la criatura exótica de la galería de Miss Jolanda, aunque no era realmente bonita: los rasgos de su rostro eran toscos y su cuerpo achaparrado. De todos modos, parecía embelesar a los hombres con los que coqueteaba. Lucas se sorprendía, como era frecuente en él, de los criterios según los cuales los individuos de su mismo género escogían a sus compañeras de cama. En cualquier caso, Daphne era la más hermosa de las muchachas. Lucas debería sentirse halagado por ser su elegido. Si al menos lo hubiera excitado, aunque sólo hubiera sido un poco, si ella tal vez…

—Dime, ¿tenéis quizás algo más joven que ofrecer? —preguntó al final Lucas. La pregunta le resultó a sí mismo detestable, pero si esa noche no quería convertirse en el hazmerreír de todos, lo lograría, como mucho, con una muchacha delgada y aniñada.

—¿Todavía más joven que yo? —preguntó Daphne pasmada. Tenía razón, era jovencísima. Lucas calculó que como mucho debería tener diecinueve años. Sin embargo, antes de que él pudiera responder, ella lo miró evaluándolo.

—¡Ahora sé de qué te conozco! ¡Tú eres el tipo que huyó de los balleneros! Mientras que ese gordo marica, Cooper, pedía un baño para vosotros. ¡Casi me parto de la risa con ese tipo que apenas había visto el jabón en toda su vida! En fin, un amor no correspondido…; pero ¿te gustan los niños?

Lucas se ruborizó de tal manera que se ahorró la respuesta a la observación que la joven había formulado a medias como una pregunta y a medias como una confirmación.

Daphne rio, algo taimada, aunque comprensiva.

—Y además tus distinguidos amigos no lo saben, ¿verdad? Y ahora no querrías llamar la atención. Mira, amigo mío, tengo algo para ti. No, no se trata de un niño, no comerciamos con ellos. Pero algo especial y sólo para mirar, las chicas no se venden. ¿Te interesa?

—¿El… el qué? —titubeó Lucas. Daphne le ofrecía lo que parecía una salida de escape. ¿Algo especial, que le daría prestigio pero que no exigiría hacer el acto? Lucas presintió que en eso invertiría el resto de su salario.

—Es una especie de…, bueno, de danza erótica. Son dos niñas muy jóvenes, de sólo quince años. Mellizas. ¡Te prometo que nunca has visto algo igual!

Lucas se resignó a su suerte.

—¿Cuánto? —preguntó apesadumbrado.

—¡Dos dólares! —respondió Daphne de inmediato—. Uno para cada niña. Y el que ya has pagado para mí. No las dejo solas con los hombres.

Lucas carraspeó.

—Con… conmigo no corren ningún peligro.

Daphne rio. Lucas se maravilló de lo joven y cristalina que resonaba su risa.

—Ya te creo. Está bien, como excepción. ¿No tienes dinero o qué? Todo se quedó en el Pretty Peg, ¿verdad? ¡Eres realmente un héroe! Pero ahora, vete arriba, a la habitación uno. Te envío a las chicas. Yo voy a ver si puedo darle una alegría al tío Norman.

Se dirigió pausadamente hacia Norman y, al momento, hizo empalidecer a la rubia «agua». Daphne, sin lugar a dudas, irradiaba; aun más, casi tenía algo así como estilo.

Lucas entró en la habitación número uno, donde se confirmaron sus expectativas. La habitación estaba amueblada como un hotel de tercera clase: mucho tapizado, una cama ancha… ¿debería tenderse en ella? ¿O daría eso miedo a las chicas? Lucas se decidió al final por un sillón tapizado, también porque la cama no pareció merecer su confianza. Por fin había conseguido desembarazarse de las pulgas del Pretty Peg.

La llegada de las mellizas se anunció con un murmullo general y exclamaciones de admiración que subían desde el «salón», que las chicas tenían que cruzar. Era evidente que se consideraba un lujo, y seguramente un honor especial, el llamar a las mellizas. Daphne no había dejado el menor asomo de duda de que las chicas estaban bajo su protección.

La atención que se les brindaba no pareció ser del agrado de las mellizas, aunque una amplia capa escondía sus cuerpos de las miradas lujuriosas de los hombres. Se deslizaron en la habitación, apretadas la una contra la otra, y a continuación levantaron ligeramente la amplia capucha bajo la cual se habían guarecido las dos cabezas cuando se creyeron en lugar seguro. Si es que en ese sitio podía hablarse de seguridad… Las dos mantuvieron por un tiempo las rubias cabezas inclinadas; era posible que lo hicieran siempre, hasta que Daphne entraba y las presentaba. Puesto que ese día no era el caso, una de ellas levantó por fin la vista. Lucas contempló un rostro delgado y unos ojos de color azul claro y desconfiados.

—Buenas noches, señor. Nos sentimos honradas de que nos haya contratado —dijo recitando un pequeño discurso que evidentemente había practicado—. Soy Mary.

—Y yo soy Laurie —comunicó la segunda—. Daphne nos ha dicho que usted…

—Sólo os miraré, no os inquietéis —dijo Lucas con amabilidad. Nunca habría tocado a esas niñas, pero en una cosa sí se ajustaban a sus expectativas: cuando Mary y Laurie dejaron caer la capa y quedaron ante él como Dios las había traído al mundo, percibió su aniñada delgadez.

—Espero que disfrute con nuestra representación —dijo Laurie con un dócil tono de voz, y tomó la mano de su hermana. Fue un gesto tranquilizador, más bien una búsqueda de protección que el comienzo de un acto sexual. Lucas se preguntaba cómo habían ido a parar esas niñas allí.

Las pequeñas se dirigieron a la cama, se deslizaron en ella pero no se cubrieron con las sábanas. En lugar de eso se arrodillaron la una frente a la otra y empezaron a abrazarse y besarse. En la media hora que siguió, Lucas vio gestos y posturas ante los cuales la sangre se le agolpó en el rostro y se le heló en las venas de forma alterna. Lo que las chicas hacían entre sí era indecente en la más extrema medida. Pero Lucas no lo encontró repugnante. Aquello le recordaba demasiado sus propias fantasías en torno a la unión con un cuerpo que semejara al suyo: una unión amorosa digna y respetuosa por ambas partes. Lucas no sabía si las muchachas encontraban satisfacción con esos actos obscenos, pero no lo creía. Sus rostros permanecían demasiado relajados y tranquilos. Lucas no creyó reconocer ni éxtasis ni deseo. No obstante había, sin lugar a dudas, amor en las miradas que las hermanas se lanzaban y ternura en sus caricias. El juego amoroso desconcertaba al observador…, a medida que transcurría el tiempo, las fronteras entre sus dos cuerpos parecían desaparecer, las chicas se semejaban tanto la una a la otra que su unión, en algún momento, creaba la ilusión de que uno se hallaba ante una diosa danzante con cuatro brazos y dos cabezas. Lucas recordó las imágenes al respecto de la colonia de la Corona, la India. Encontró la visión singularmente excitante, incluso si prefería desear dibujar a las muchachas más que hacer el amor con ellas. Su danza tenía casi algo artístico. Finalmente, las dos se detuvieron estrechamente enlazadas sobre la cama y sólo se separaron cuando Lucas aplaudió.

Laurie lanzó una mirada estimativa a su entrepierna cuando salió de su ensimismamiento.

—¿No le ha gustado? —preguntó azorada, cuando notó que Lucas conservaba el pantalón abrochado y su rostro no mostraba la menor señal de haberse masturbado—. Nosotras… nosotras también podemos acariciarle, pero…

La expresión de las niñas daba pruebas de que no eran proclives a hacerlo, pero era evidente que había hombres que exigían su dinero de vuelta si no alcanzaban el clímax.

—Pero suele hacerlo Daphne —prosiguó Mary.

Lucas agitó la cabeza.

—No será necesario, gracias. Vuestra danza me ha gustado mucho. Tal como dijo Daphne, ha sido algo muy especial. ¿Pero cómo habéis llegado hasta aquí? Uno no se espera algo así en un establecimiento como éste.

Las muchachas respiraron aliviadas y volvieron a cubrirse con la capa, aunque se quedaron sentadas en el borde de la cama. Al parecer, ya no consideraban a Lucas una amenaza para ellas.

—¡Oh, fue una idea de Daphne! —respondió Laurie con franqueza. Las dos muchachas tenían unas voces dulces, algo cantarinas; otro signo de que todavía no habían abandonado la infancia.

—Teníamos que ganar dinero —siguió hablando Mary—. Pero nosotras no queríamos…, no podíamos…, es impío dormir con un hombre por dinero.

Lucas se preguntaba si también habrían aprendido esto de Daphne. Ella misma no parecía compartir tal convicción.

—¡Aunque, claro, a veces es necesario! —defendió Laurie a su compañera—. Pero Daphne dice que para ello hay que ser mayor. Sólo que Miss Jolanda no lo creía y entonces…

—Entonces Daphne descubrió algo en uno de sus libros. Un libro extraño lleno… de guarradas. Pero Miss Jolanda dijo que el lugar de donde procede el libro, no es irreverente que…

—¡Y lo que nosotras hacemos no lo es en absoluto! —declaró Mary en tono convencido.

—Sois unas chicas como Dios manda —dijo Lucas, dándoles la razón. De repente deseaba saber más acerca de ellas—. ¿De dónde venís? Daphne no es vuestra hermana, ¿verdad?

Laurie ya iba a contestar cuando la puerta se abrió y entró la joven pelirroja. Era evidente que se sintió aliviada al encontrar a las niñas vestidas y conversando relajadamente con su extraño cliente.

—¿Estás satisfecho? —preguntó, sin poder evitar ella tampoco arrojar una mirada a la entrepierna de Lucas.

Éste asintió.

—He disfrutado mucho con tus protegidas —dijo—. Ahora mismo iban a contarme de dónde venís. De algún sitio os habréis escapado, ¿no? ¿O acaso saben vuestros padres lo que estáis haciendo?

Daphne se encogió de hombros.

—Depende de lo que uno crea. Si mi mamá y la de ellas está sentada en una nube en el cielo tocando el arpa nos podrá ver. Pero si han aterrizado donde suelen terminar normalmente los de nuestra especie, ven los nabos desde abajo.

—Entonces vuestros padres están muertos —dijo Lucas, haciendo caso omiso del cinismo de la joven—. Lo siento. Pero ¿cómo habéis llegado precisamente aquí?

Daphne se plantó con aplomo delante de él.

—Escúchame bien, Luke o como te llamen. Si algo no nos gusta, son los curiosos. ¿Has entendido?

Lucas quería contestar que no lo había hecho con mala intención. Por el contrario, había pensado de qué modo podría ayudar a esas muchachas a salir de la miseria en que habían caído. Laurie y Mary todavía no eran unas putillas, y, para una muchacha tan hábil y a ojos vistas inteligente como Daphne, debía de haber también otras salidas. Pero por el momento, al menos, él tenía tan pocos recursos como las tres muchachas. Incluso estaba más necesitado, pues Daphne y las mellizas se habían ganado tres dólares…, de los cuales la avara Jolanda probablemente les dejara como mucho uno.

—Lo siento —contestó por eso Lucas—. No quería ofenderos. Escuchad, yo…, yo necesito un lugar donde dormir esta noche. No puedo quedarme aquí. Por acogedoras que sean estas habitaciones… —Con un gesto señaló el hotel por horas de Miss Jolanda, tras lo cual Daphne emitió su risa cristalina y hasta las mellizas se echaron a reír con ganas—. Pero me resulta demasiado caro. ¿Hay quizá lugar en el corral o en un sitio similar?

—¿No quieres volver al banco de focas? —preguntó sorprendida Daphne.

Lucas sacudió la cabeza.

—Busco un trabajo en el que no corra tanta sangre. Me han dicho que los carpinteros contratan hombres.

Daphne arrojó una mirada a las delgadas manos de Lucas, que ya no estaban en absoluto tan cuidadas como un mes antes, pero que tampoco se encontraban tan encallecidas ni trabajadas como las de Norman o Cooper.

—¡Entonces, presta atención a no pillarte los dedos demasiadas veces! —dijo—. ¡Un martillazo en un dedo provoca más sangre que dar un porrazo a una foca, y tu piel vale menos, compañero!

Lucas no pudo contener la risa

—Sabré cuidar de mí mismo. Siempre que las pulgas no me dejen antes sin sangre. ¿Me equivoco o también aquí pican un poco? —Se rascó desenfadado en el hombro, lo que, por supuesto, era impropio de un gentleman, pero los caballeros tampoco solían pelearse con frecuencia con picadas de insectos.

Daphne se encogió de hombros.

—Debe de ser en el salón. La habitación uno está limpia, la limpiamos nosotras. A fin de cuentas, sería desagradable que las mellizas acabaran su espectáculo llenas de picaduras. Por eso tampoco permitimos que ninguno de esos repugnantes tipos duerman aquí, paguen lo que paguen. Lo mejor es que lo intentes en el corral de alquiler. Allí suelen dormir los muchachos que están de paso. Y David lo mantiene en orden. Creo que te gustará. ¡Pero no lo perviertas!

Con estas palabras se despidió Daphne de su cliente y sacó a las mellizas de la habitación. Lucas permaneció todavía un poco más allí. A fin de cuentas, los hombres, fuera, imaginarían que se había desnudado con las chicas y que necesitaba algo de tiempo para vestirse. Cuando al final entró de nuevo en el salón, lo recibieron unos cuantos vítores de borrachuzos. Norman alzó su vaso y le dedicó un brindis.

—¡Ahí lo tenéis! ¡Nuestro Luke! ¡Se lo monta con las tres mejores muchachas y luego aparece de punta en blanco! ¿Alguno ha hecho algún comentario? ¡Pedid perdón inmediatamente, chicos, antes de que también se tire a vuestras mujeres!