—¿Cuándo me presentarás por fin a Paul? —preguntó Helen impaciente. Gwyneira no había podido montar a caballo justo después de dar a luz, naturalmente, y aun ahora, transcurridas ya cuatro semanas, había llegado con Fleur en el carruaje. Ya era la tercera vez y era evidente que se recuperaba del esfuerzo. Helen se preguntaba simplemente por qué no llevaba al bebé consigo. Tras el nacimiento de Fleur, Gwyn apenas si había logrado esperar a enseñarle su hijita a su amiga. A su hijo, sin embargo, apenas lo mencionaba. E incluso ahora que Helen preguntaba en concreto por él, su amiga sólo hacía un movimiento de rechazo con la mano.
—Ah, otro día. Es cansado cargar con él, además llora todo el tiempo cuando lo alejo de Kiri y Marama. Con ellas se siente bien, así que qué le vamos a hacer.
—Pero me gustaría verlo una vez —insistió Helen—. ¿Qué te pasa, Gwyn? ¿Hay algo que no va bien con el niño?
Fleurette y Ruben se habían ido a la aventura justo después de la llegada de Gwyn, los niños maoríes no asistirían hoy porque había festejos en su poblado. Helen encontraba que era el día ideal para tomar el pulso a su amiga.
Ésta sacudió indiferente la cabeza.
—¿Qué es lo que no iba a ir bien? Lo tiene todo. Es un bebé fuerte, y por fin un niño. Ya he cumplido con mi obligación y ya he hecho lo que se esperaba de mí. —Gwyneira jugaba con la taza de té—. Y ahora, cuéntame las novedades. ¿Ha llegado por fin el órgano para la iglesia de Haldon? ¿Y cederá el reverendo ahora a que lo toques tú si no hay ningún organista varón?
—¡Olvídate de ese absurdo órgano, Gwyn! —Helen se refugiaba fingiendo impaciencia, pero se sentía más bien desorientada—. ¡Te he preguntado por tu bebé! ¿Qué te está pasando? Hablas entusiasmada de todos los cachorros salvo de Paul. Y es tu propio hijo… ¡Tendrías que estar rebosante de alegría! ¿Y qué ocurre con el orgulloso abuelo? En Haldon ya se rumorea que pasa algo raro con el bebé porque Gerald no ha pagado ninguna ronda en el pub para celebrar el nacimiento de su nieto.
Gwyneira se encogió de hombros.
—No sé lo que piensa Gerald. ¿Podríamos ahora cambiar de tema?
En apariencia tranquila, tomó un pastelillo de té.
A Helen le hubiera gustado zarandearla.
—¡No, no podemos, Gwyn! ¡Dime ahora mismo lo que está pasando! ¡A ti, al niño o a Gerald os ha sucedido algo! ¿Estás enfadada con Lucas porque te ha dejado?
Gwyn sacudió la cabeza.
—Bah, ya hace tiempo que lo he olvidado. Sus razones tendría.
De hecho, no sabía bien cuál era su postura frente a Lucas. Por una parte estaba enojada, porque la había dejado sola con su dilema; por otra parte entendía la huida. Pero, de todos modos, los sentimientos de Gwyneira apenas si se agitaban tras la partida de James y el nacimiento de Paul: era como si los guardara bajo una capa de calima. Si no sentía nada, tampoco era vulnerable.
—¿Las razones no tenían nada que ver contigo o con el bebé? —siguió hurgando Helen—. No me engañes, Gwyn, tienes que plantar cara a este asunto. De lo contrario pronto todos hablarán de ello. En Haldon ya chismorrean y los maoríes también hablan. Ya sabes que educan en colectivo a los niños, la palabra «madre» no tiene para ellos el mismo significado que para nosotros y a Kiri no le importa ocuparse también de Paul. Pero tal falta de interés como la que muestras tú por tu hijo… ¡Deberías pedir consejo a Matahorua!
Gwyn sacudió la cabeza.
—¿Y qué habría de aconsejarme? ¿Puede hacer que vuelva Lucas? ¿Puede…? —Se interrumpió asustada. Estaba a punto de decir más de lo que nadie en el mundo debía saber.
—Quizás ella podría ayudarte a entenderte mejor con el bebé —insistió Helen—. ¿Por qué no le das de mamar? ¿No tienes leche?
—Kiri tiene leche para dos —dijo Gwyneira con desdén—. Y yo soy una lady. En Inglaterra no es habitual que las mujeres como yo amamanten a los hijos.
—¡Estás loca, Gwyn! —Helen sacudió la cabeza. Estaba empenzado a enfadarse—. Podrías buscarte pretextos mejores. El de que es porque eres una lady nadie se lo cree. Así que otra vez: ¿se marchó Lucas porque estabas embarazada?
Gwyn sacudió la cabeza.
—Lucas no sabe nada del bebé… —dijo en voz baja.
—¿Entonces es que lo engañaste? Es lo que se dice por Haldon, y si sigue así…
—Maldita sea, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? ¡Ese maldito niño es un Warden! —Toda la ira de Gwyneira estalló de pronto y rompió a llorar. Ella no se había merecido todo eso. Había sido sumamente discreta con la concepción de Fleur. Nadie, nadie en absoluto, dudaba de su legitimidad. ¿Y ahora el auténtico Warden iba a ser tildado de bastardo?
Helen reflexionó en profundidad mientras Gwyneira no dejaba de sollozar. Lucas no sabía nada del embarazo y, según Matahorua, los problemas que hasta entonces tenía para concebir niños residían en él. Así pues, si era un Warden el que había concebido a ese niño, entonces…
—Dios mío, Gwyn… —Helen era consciente de que nunca debía pronunciar lo que sospechaba, pero veía la escena ante sí con claridad. Gerald Warden debía de haber dejado embarazada a Gwyneira, y no parecía que eso hubiera sucedido con el consentimiento de ella. Abrazó a su amiga para consolarla—. Oh, Gwyn, qué tonta he sido. Lo debería de haber sabido enseguida. Y, sin embargo, te he atormentado con una avalancha de preguntas. ¡Pero tú…, tú debes olvidarlo ahora! Es igual el modo en que haya sido concebido Paul. ¡Es tu hijo!
—¡Lo odio! —dijo sollozando Gwyneira.
Helen sacudió la cabeza.
—Qué tontería. No puedes odiar a un niño pequeño. Sea lo que sea lo que haya sucedido, Paul no tiene nada que ver con ello. Tiene derecho a su madre, Gwyn. Igual que Fleur y Ruben. ¿Crees que disfruté especialmente con su concepción?
—¡Lo hiciste por propia voluntad! —le gritó encolerizada Gwyn.
—Al niño le da igual. Por favor, Gwyn, inténtalo al menos. Tráete al niño, preséntaselo a las mujeres de Haldon, enorgullécete un poco de él. Después ya surgirá el amor.
A Gwyneira le había sentado bien llorar y se sentía aliviada de que Helen supiera lo sucedido y no la juzgara. Era evidente que en ningún momento su amiga había supuesto que Gwyn se hubiera unido de forma voluntaria a Gerald: una pesadilla que la perseguía desde que supo que estaba embarazada. Desde la partida de James corría ese rumor en la cuadra y Gwyn sólo se alegraba de que al menos eso no hubiera llegado a sus oídos. No hubiera soportado que James le hiciera preguntas al respecto. Pese a que el «carácter de criadora» de Gwyn le permitía seguir perfectamente el razonamiento que inducía a trabajadores y amigos a esa suposición. Después de que el fracaso de Lucas fuera evidente, concebir al heredero con Gerald habría sido una solución del todo natural. Gwyn se preguntaba por qué cuando buscaba padre para su primer hijo no se le había ocurrido esa idea…, tal vez porque el padre de Lucas era tan agresivo con ella que temía quedarse a solas o conversar con él. Pero el mismo Gerald debería de haber dado vueltas a esta idea con frecuencia y tal vez ahí residía la razón de que bebiera y estuviera resentido: quizá todo eso había servido para no dar rienda suelta al deseo prohibido y la escandalosa idea de concebir sin más ni más, él mismo, a su propio «nieto».
Gwyn estaba profundamente sumida en sus pensamientos cuando condujo el carro a su casa. Por suerte, no tenía que encargarse de Fleur: la niña cabalgaba orgullosa y feliz junto al carro. George Greenwood había regalado al pequeño Paul, con motivo de su bautismo, un poni. Debía de haber planeado con tiempo pedir la yegua en Inglaterra, en cuanto se enteró del embarazo de Gwyn. Fleurette, por supuesto, había acaparado el caballito de inmediato y desde el primer momento se había entendido con él estupendamente. No cabía duda de que no se desprendería de él cuando Paul creciera. Gwyn tendría que inventarse algo, pero tenía tiempo por delante. Primero debía solucionar el problema de que en Haldon se considerase a Paul un bastardo. Había que evitar los cotilleos en torno al heredero de los Warden. Gwyneira debía defender su honor y el de su familia.
Cuando por fin llegó a Kiward Station, se dirigió sin demora a sus estancias y buscó al niño. Tal como esperaba, encontró la cuna vacía. Tras algunos intentos vanos, descubrió a Kiri en la cocina con un bebé en cada pecho.
Gwyn forzó una sonrisa.
—Ahí está mi niño —dijo afectuosa—. Cuando esté listo, Kiri, ¿podría yo…, podría tenerlo un rato en brazos?
Si Kiri encontró ese deseo raro, no lo dejó entrever. En lugar de ello, sonrió radiante a Gwyn.
—¡Claro! ¡Él contento de ver a su mamá!
Pero Paul no se puso en absoluto contento. Por el contrario, rompió a llorar en cuanto Gwyn lo separó de los brazos de Kiri.
—Lo hace sin querer —murmuró Kiri turbada—. Sólo no está acostumbrado.
Gwyn meció al niño y se esforzó por vencer la impaciencia que no tardó en aflorar. Helen tenía razón, el niño no era culpable de nada. Y visto de forma objetiva, Paul era realmente un jovencito precioso. Tenía ojos grandes y claros, todavía azules y redondos como canicas. El cabello parecía estar oscureciéndosele, ondulado y rebelde, y al observar la línea noble de sus labios Gwyn se acordó de Lucas. No debería ser muy difícil amar a ese niño…, pero primero tenía que aplacar los rumores…
—A partir de ahora me lo llevaré más a menudo para que se acostumbre a mí —explicó a la perpleja pero contenta Kiri—. Y mañana me acompañará a Haldon. Puedes venir si quieres. Como su nodriza…
«Al menos así no llorará todo el tiempo», pensó Gwyn cuando el niño, ni siquiera tras pasar media hora en brazos de su propia madre, no se había tranquilizado aún. Sólo cuando lo volvió a poner junto a Marama en la cestita improvisada (Kiri siempre se hubiera llevado a los niños consigo, pero Gerald no se lo permitía durante el trabajo) el niño se calmó. Moana cantó una canción a los bebés mientras cocinaba. Entre los maoríes, cualquier mujer emparentada de la generación adecuada servía como madre.
La señora Candler y Dorothy se mostraron encantadas cuando por fin les llevaron al heredero de los Warden. La señora Candler regaló a Fleur una piruleta y no se cansó de mirar al pequeño Paul. Gwyneira no tenía la menor duda de que comprobaría que no había discapacidad física y permitió a su vieja amiga que sacara a Paul de sus mantas y paños y lo meciera en sus brazos. El pequeño estaba de buen humor. El traqueteo en el carruaje les había gustado a él y a Marama. Los dos niños habían dormido dulcemente durante el viaje y, poco antes de la llegada, Kiri los había amamantado. Ahora ambos estaban despiertos y Paul contemplaba a la señora Candler con ojos bien abiertos y curiosos. Agitaba las piernas con vigor. Así se habían barrido las dudas de las amas de casa de Haldon respecto a si el niño era tal vez disminuido. Quedaba tan sólo la pregunta sobre su origen.
—¡El cabello oscuro! ¡Y esas pestañas largas! ¡Igual que su abuelo! —le arrulló la señora Candler.
Gwyneira señaló la forma de los labios, así como la marcada zona del mentón propia tanto de Gerald como de Lucas.
—¿Le han llegado noticias al padre de la fortuna que ha tenido? —intervino otra mujer que interrumpió en ese momento sus compras para examinar al bebé—. ¿O todavía está…? Oh, perdón, ¡esto no es en realidad asunto mío!
Gwyneira sonrió alegre.
—¡Pues claro que sí! Aunque todavía no hemos recibido sus felicitaciones. Mi esposo está en Inglaterra, señora Brennerman; si bien no con el consentimiento de mi suegro. De ahí tantos secretos, ya sabe. Pero a Lucas le ha llamado una conocida galería de arte para exponer allí sus obras…
No era del todo mentira. En efecto, George Greenwood había atraído el interés de varias galerías londinenses hacia Lucas; aunque Gwyn había recibido tal información después de que su esposo abandonara Kiward Station. Pero tampoco tenía por qué contarle nada a esa dama.
—Oh, es maravilloso —se alegró la señora Candler—. Y nosotros que pensábamos…, ahora ¡olvídese! ¿Y el orgulloso abuelo? ¡Los hombres han echado de menos su fiesta de celebración!
Gwyneira se forzó por mostrar una expresión relajada, aunque algo afligida.
—En los últimos tiempos, el señor Gerald no se ha sentido muy bien —declaró, lo que no se alejaba demasiado de la verdad; a fin de cuentas su suegro luchaba cada día con los efectos del whisky que había bebido la jornada anterior—. Pero claro que ha planeado celebrar una fiesta. Tal vez una gran fiesta en el jardín, el bautizo fue de lo más espartano. Y vamos a compensarlo, ¿verdad, Pauly? —Cogió de los brazos de la señora Candler al niño y dio gracias al cielo de que éste no se pusiera a llorar.
Había realmente superado el examen. La conversación se desplazó de Kiward Station a la proyectada boda entre Dorothy y el hijo menor de los Candler. Ya hacía dos años que el mayor se había casado con Francine, la joven comadrona, y el mediano estaba recorriendo mundo. La señora Candler informó de que hacía poco que había recibido una carta de él desde Sidney.
—Creo que se ha enamorado —dijo con una sonrisa pícara.
Gwyneira se alegró sinceramente por la joven pareja, aunque se imaginaba muy bien lo que le esperaba a la señora Candler. El rumor: «Leon Candler se casó con una presidiaria de Botany Bay» (lo cual aludía a la procedencia australiana de la mujer) remplazaría la menos jugosa noticia de «Lucas Werden expone en Londres» a toda velocidad.
—Envíe con toda tranquilidad a Dorothy a mi casa para el vestido de novia —se despidió amistosamente—. Le prometí en una ocasión que le prestaría el mío cuando llegara el caso.
Esperemos que al menos se ponga contenta con esto, pensaba Gwyn cuando conducía a Kiri y su familia al carro.
Sea como fuere, lo sucedido había sido un éxito.
Y ahora Gerald…
—¡Celebraremos una fiesta! —anunció Gwyneira en cuanto hubo puesto pie en el salón. Arrancó la botella de whisky de la mano de Gerald con determinación y la guardó en el armario correspondiente—. Lo organizaremos ahora mismo y necesitas tener la cabeza clara.
Gerald ya estaba un poco achispado. Al menos con los ojos húmedos, pero todavía estaba en condiciones de seguir las explicaciones de Gwyn.
—¿Qué… qué es lo que tenemos que celebrar? —preguntó arrastrando la lengua.
Gwyneira lo miró.
—El nacimiento de tu «nieto» —respondió—. ¡A eso se le llama «un feliz acontecimiento», si te dignas a recordarlo!, y todo Haldon está a la espera de que le des el valor que le corresponde.
—Bo… bonita fiesta… Si la ma… madre está de morros y el pa… padre anda vagando por ahí… —apuntó Gerald irónico.
—No eres del todo inocente de la falta de entusiasmo de Lucas y mío —replicó Gwyneira—. Pero ya ves que no pongo morros. Estaré presente y sonreiré, y tú leerás una carta de Lucas, quien, a pesar nuestro, todavía está en Inglaterra. ¡La cosa está que arde, Gerald! En Haldon hablan de nosotros. Se chismorrea que Paul…, bueno, que no es un Warden.
La fiesta se celebró tres semanas más tarde en el jardín de Kiward Station. De nuevo corrió el champán a raudales. Gerald se mostró campechano e hizo que dispararan una salva. Gwyneira no cesó de sonreír y reveló a los invitados que Paul se llamaba como sus dos tatarabuelos. Además de ello señaló a casi todos los miembros de la comunidad el manifiesto parecido existente entre Paul y Gerald. El mismo niño dormitaba feliz en brazos de su nodriza. Gwyn se guardaba, con toda la razón, de presentarlo ella misma. Siempre lloraba a pleno pulmón cuando ella lo cogía, y ella siempre reaccionaba enfadada e impaciente cuando así lo hacía. Reconocía que tenía que acoger a ese niño en la familia y reafirmar su posición, pero no podía experimentar unos sentimientos profundos hacia el pequeño. Paul le resultaba ajeno y, aun peor, cada vez que miraba su rostro recordaba la expresión de deseo de Gerald en esa noche nefasta de su concepción. Una vez que por fin hubo superado la celebración, la joven huyó a la cuadra para llorar desconsoladamente en las suaves crines de Igraine como había hecho de niña cuando algo parecía ya no tener remedio. Gwyneira sólo deseaba que nada hubiera ocurrido. Añoraba a James, incluso a Lucas. Seguía sin saber nada de su esposo y las pesquisas de Gerald habían sido infructuosas. El país era, simplemente, demasiado grande. Quien deseaba desaparecer, desaparecía.