5

Tras la visita de George, tuvo que pasar mucho tiempo antes de que las relaciones entre James McKenzie y Gwyneira volvieran a normalizarse. Ella estaba iracunda y él provocador. Sobre todo, ambos tomaron conciencia de que en realidad no habían superado nada. A Gwyn seguía partiéndosele el corazón cada vez que descubría el desespero con que James la miraba y James no podía soportar imaginarla en brazos de otro. Reanudar la relación era inconcebible: Gwyn sabía que nunca más podría desprenderse de James si volvía a tocarlo otra vez.

Por otra parte, la vida en Kiward Station cada vez se hacía más insoportable. Gerald se emborrachaba a diario y no daba ni un minuto de paz a Lucas y Gwyn. Incluso en presencia de invitados ambos sabían que iba a agredirlos. Entretanto, la joven estaba tan desesperada que se atrevió a hablar con Lucas sobre sus problemas sexuales.

—Mira, amor mío —le dijo una noche en voz baja, cuando Lucas volvía a estar tendido a su lado, agotado a causa de los esfuerzos y muerto de vergüenza. Gwyneira había sugerido tímidamente excitarlo acariciándole los genitales: lo más indecente que podían hacer una lady y un gentleman; pero por su experiencia con James cabía la posibilidad de salir con éxito. Lucas, sin embargo, no sintió la menor excitación, ni siquiera cuando ella acarició su piel lisa y suave y la frotó con delicadeza. Algo tenía que pasar. Gwyneira decidió recurrir a la fantasía de Lucas.

—Si yo no te gusto… a causa de mi cabello rojo o porque prefieres a mujeres más llenas… ¿por qué no tratas de imaginar a otra? No me lo tomaré a mal.

Lucas la besó con dulzura en la mejilla.

—Eres tan preciosa —suspiró—. Tan comprensiva. No te merezco. Lamento muchísimo todo esto. —Avergonzado quería apartarse.

—¡No será por pena que me quede embarazada! —dijo Gwyneira con rudeza—. Es mejor que te imagines algo que te excite.

Lucas lo intentaba. Sin embargo, cuando apareció una imagen ante él que lo excitó, se quedó tan horrorizado que el susto lo desencantó de golpe. ¡No podía ser! No podía dormir con su mujer mientras estaba pensando en el delgado y bien formado George Greenwood…

La situación se agravó una noche de diciembre, una jornada de un verano abrasador en que no corría ni una ligera brisa. Era algo inusual en las llanuras de Canterbury y el bochorno azuzaba los nervios de todos los habitantes de Kiward Station. Fleur se quejaba y Gerald estuvo insoportable todo el día. Por la mañana había echado una bronca a los trabajadores porque las ovejas madres todavía no estaban en las montañas, y eso pese a que había dado antes indicaciones a James de conducir el rebaño después de que hubiera nacido el último cordero. Al mediodía discutió porque Lucas estaba en el jardín con Fleurette dibujando en lugar de trabajar en las cuadras y, al final, se peleó con Gwyneira, quien le dijo que por el momento no había nada que hacer con las ovejas. Lo mejor era dejar los animales en paz con el calor del mediodía.

Todos ansiaban que lloviera y no cabía duda de que se esperaba tormenta. Sin embargo, cuando se puso el sol y se convocó a la cena todavía no había ni una nubecilla en el cielo. Gwyneira se dirigió suspirando a su habitación incandescente para cambiarse. No tenía hambre y lo que más le habría gustado hubiera sido sentarse en la terraza del jardín y esperar allí a que la noche trajera un poco de alivio. Tal vez hasta hubiera sentido los primeros aires de la tormenta (o los hubiera provocado) pues los maoríes creían en la magia del estado del tiempo y Gwyneira llevaba todo el día con la extraña sensación de formar parte del cielo y la tierra, de ser señora sobre la vida y la muerte. Una emoción que siempre la embargaba cuando estaba presente o asistía a la llegada de una nueva vida. Recordaba con todo detalle que lo había sentido por primera vez durante el nacimiento de Ruben. Ese día el motivo era Cleo. La perrita había dado a luz cinco cachorros espléndidos. Ahora yacía en su cesto en la terraza, daba de mamar a los pequeños y hubiera agradecido la compañía y admiración de Gwyneira. Sin embargo, Gerald insistió en que estuviera presente a la mesa: tres largos platos en un estado de ánimo amenazado por la continua incerteza. Ya hacía tiempo que Gwyneira y Lucas habían aprendido a medir las palabras en el trato con Gerald, por eso Gwyn sabía que era mejor no hablar de los cachorros de Cleo y que Lucas no debía mencionar el paquete de acuarelas que había enviado el día anterior a Christchurch. George Greenwood quería hacerlas llegar a una galería londinense, estaba seguro de que Lucas encontraría allí reconocimiento. Por otra parte debía mantenerse la conversación en torno a la mesa, en caso contrario Gerald elegiría por sí mismo los temas y sin lugar a dudas serían desagradables.

Gwyneira se desprendió enfurruñada de su vestido de tarde. Lamentaba este constante cambiarse de ropa para la cena y el corsé la molestaba con ese calor. Aunque en realidad ya no lo necesitaba: estaba lo suficientemente delgada como para entrar en el holgado vestido de verano que había elegido para la ocasión. Sin esa coraza de espinas se sintió enseguida mejor. Se arregló un momento el cabello y corrió escaleras abajo. Lucas y Gerald estaban ya esperando delante de la chimenea, ambos con un vaso de whisky en la mano. Al menos la atmósfera era sosegada. Gwyneira les sonrió a los dos.

—¿Se ha acostado ya Fleur? —preguntó Lucas—. Todavía no le he dado las buenas noches.

Éste era sin lugar a dudas un tema equivocado. Gwyneira tenía que cambiar de asunto lo antes posible.

—Estaba medio muerta de cansancio. Vuestra clase de pintura en el jardín ha sido emocionante, pero también agotadora a causa del calor. Y por lo mismo, tampoco ha podido dormir al mediodía. Y claro, también está la emoción con los cachorros…

Gwyn se mordió los labios. Era justo la entrada errónea. Tal como se esperaba, Gerald saltó de inmediato.

—Así que la perra ha parido de nuevo —gruñó—. Y otra vez sin dificultades, ¿no? ¡Si la señora aprendiera algo de eso! ¡Qué deprisa lo hace el ganado! En celo, montada, ¡crías! ¿Qué es lo que no te funciona, princesita mía? No estás en celo, o…

—Padre, queremos comer ahora —interrumpió Lucas, como siempre con palabras corteses—. Por favor, tranquilízate y no ofendas a Gwyneira. No puede hacer nada en contra de esto.

—Entonces eres tú… ¡el perfecto gentleman! —Gerald escupió esas palabras—. ¿Has perdido las agallas con toda esa educación tan distinguida?

—Gerald, no delante del servicio —intervino Gwyneira, mirando de reojo a Kiri que acababa de entrar con el primer plato. Algo ligero, una ensalada. Gerald no comería demasiado. Así pasaría la velada más deprisa, esperaba Gwyneira. Tras la cena podría retirarse.

Pero esta vez, precisamente Kiri, por lo general afable y poco problemática, provocó un incidente. La muchacha había pasado todo el día pálida y parecía cansada cuando servía a los señores. Gwyneira quería hablarle de ello, pero desistió. Gerald siempre censuraba las conversaciones confidenciales con el servicio. Así que no comentó que Kiri servía con torpeza y poco esmero. A fin de cuentas todo el mundo podía tener un mal día.

Moana, que entretanto se había convertido en una cocinera realmente diestra, conocía a la perfección lo que deseaban los señores. Conocía el gusto de Gwyn y Lucas por la cocina ligera de verano, pero sabía también que Gerald insistía al menos en comer un plato de carne. Así pues, el plato principal consistió en cordero y Kiri todavía parecía más agotada y rendida que antes cuando entró con la comida. El aromático olor del asado se mezclaba con el fuerte perfume de las rosas que Lucas había cortado antes. Gwyneira encontraba pesado ese cóctel de olores, casi nauseabundo, y a Kiri parecía ocurrirle lo mismo. Cuando quiso servir a Gerald una loncha de cordero, se tambaleó de repente. Gwyn saltó asustada cuando la chica se desplomó junto a la silla del señor de la casa.

Sin pensar siquiera un segundo si era o no conveniente, se arrodilló junto a Kiri y sacudió a la joven, mientras Lucas intentaba recoger los trozos de la bandeja y limpiar a toda prisa la salsa de la carne de la alfombra. Witi, que lo había visto todo, se puso a ayudar a su señor al tiempo que llamaba a Moana. La cocinera llegó corriendo y refrescó la frente de Kiri con un trapo empapado en agua helada.

Gerald Warden observaba ceñudo todo ese jaleo. Su ya de por sí mal humor, empeoró con el incidente. ¡Maldita sea, Kiward Station debería ser una casa aristocrática! ¿Pero se había visto alguna vez que en una mansión londinense las chicas del servicio se desmayaran y luego la mitad del servicio, la señora y el señor incluidos, se arremolinaran en torno a ella como criados?

Era evidente que no se trataba de nada grave. Kiri volvió en sí. Horrorizada miró el lío que había montado.

—¡Lo siento, señor Gerald! No volverá a pasar, ¡seguro! —Temerosa, se dirigió al señor de la casa que la observaba sin piedad. Witi limpiaba el traje de Gerald, sucio de salsa.

—No ha sido culpa tuya, Kiri —dijo Gwyn afectuosa—. Son cosas que pueden pasar con este tiempo.

—No es el tiempo, Miss Gwyn. Es el bebé —explicó Moana—. Kiri tendrá un bebé en invierno. Por eso se siente mal todo el día y no soporta el olor de la carne. Yo decir que ella no servir, pero…

—Lo siento mucho, Miss Gwyn… —se lamentó Kiri.

Gwyneira pensó con un silencioso suspiro que ése era realmente el punto culminante de esa noche malograda. ¿Tenía esa desdichada que soltar esa historia justo delante de Gerald? Por otra parte, Kiri no podía evitar sentirse mal. Gwyneira se forzó por sonreír de forma apaciguadora.

—¡Pero ésa no es razón para pedir perdón, Kiri! —dijo cordialmente—. Al contrario, es un motivo de alegría. Pero en las próximas semanas tienes que cuidarte un poco. Ahora ve a casa y acuéstate. Witi y Moana se encargarán de recoger…

Kiri desapareció deshaciéndose en disculpas e hizo al menos tres reverencias delante de Gerald. Gwyneira esperaba que esto lo tranquilizaría, pero su expresión no cambiaba y él no hacía ningún intento de serenar a la chica.

Moana intentó salvar una parte del plato principal, pero Gerald la espantó impaciente.

—¡Déjalo estar, chica! De todos modos, ya no tengo hambre. Largo, vete con tu amiga…, o quédate también preñada. ¡Pero déjame en paz!

El anciano se levantó y se dirigió al mueble bar. Otro whisky doble. Gwyneira temía lo que todavía les aguardaba a su esposo y a ella. De todos modos, el servicio no tenía por qué enterarse.

—Ya has oído, Moana…, y tú también, Witi. El señor os da la noche libre. No os preocupéis demasiado por la cocina. Si luego nos queda tiempo, yo misma recogeré la mesa. Ya limpiaréis la alfombra mañana. Disfrutad de la noche.

—En el pueblo hay danza de la lluvia, Miss Gwyn —explicó Witi, como para disculparse—. Es útil. —Como para dar prueba de ello, abrió la mitad superior de la puerta de la terraza. Gwyneira esperaba que entrase un poco de brisa, pero fuera seguía imperando el calor. Desde el poblado maorí llegaba el percutir del tambor y los cánticos.

—¿Lo ves? —dijo Gwyn amistosamente a su sirvienta—. En el pueblo puedes ser de mayor utilidad que aquí. Ve, no te preocupes. El señor Gerald no se siente bien.

Suspiró aliviada cuando la puerta se cerró tras los sirvientes. Seguro que Moana y Witi no perderían tiempo recogiendo la cocina. Reunirían sus cosas y en pocos minutos desaparecerían.

—¿Un jerez para el susto, cariño mío? —preguntó Lucas.

Gwyn asintió. No era la primera vez que deseaba poder beber con tanto desenfreno como los hombres. Pero Gerald no le daba ni un segundo para disfrutar de su jerez. Había acabado deprisa con su whisky y los miraba a los dos con los ojos inyectados en sangre.

—Conque esa mujerzuela maorí también está embarazada. Y el viejo O’Keefe tiene un hijo. Aquí todos son fértiles, por todos sitios hay balidos, gritos y gañidos. Sólo entre vosotros no hay nada. ¿Cuál es el motivo, Miss Mojigata y señor Blando? ¿En quién está el motivo?

Gwyn miró avergonzada su vaso. Lo mejor era limitarse a no hacer caso. Fuera todavía sonaban los tambores. Gwyn intentó concentrarse en ellos y olvidarse de Gerald. Lucas, por el contrario, intentó serenarlo consolándole.

—No sabemos cuál es el motivo, padre. Debe de ser voluntad divina. Ya sabes que no todos los matrimonios son bendecidos con muchos hijos. Madre y tú sólo me tuvisteis a mí…

—Tu madre… —Gerald cogió otra vez la botella. Ya no se tomaba la molestia de llenarse el vaso, sino que bebía directamente de ella—. Tu maravillosa madre sólo pensaba en ese tipo, ese… Todas las noches me llenaba la cabeza, hasta al mejor amante se le quitan las ganas. —Gerald arrojó una mirada llena de odio al retrato de su fallecida esposa.

Gwyneira lo advirtió con un temor creciente. El viejo nunca se había abandonado tanto. Hasta el momento, sólo se había hablado de la madre de Lucas con respeto. Gwyn sabía que Lucas idolatraba su memoria.

Hasta ahora, Gwyneira había sentido nada más que desagrado, pero ahora la invadió el miedo. Hubiera preferido huir de ahí. Buscó un pretexto, pero no había escapatoria. Gerald ni siquiera le hubiera prestado atención. En lugar de eso se dirigió de nuevo a Lucas.

—¡Pero yo no fracasé! —fanfarroneó arrastrando las palabras—. Al menos tú eres varón…, o por lo menos lo pareces. ¿Pero lo eres de verdad, Lucas Warden? ¿Eres un hombre? ¿Tomas a tu mujer como un hombre? —Gerald se puso en pie y se acercó en actitud amenazante a Lucas. Gwyneira veía que los ojos le llameaban de ira.

—Padre…

—¡Contesta, blando! ¿Sabes cómo se hace? ¿O eres marica, como se chismorrea en la cuadra? Ah, sí, chismorrean, Lucas. El pequeño Jonny Oates opina que le lanzas miradas. Apenas si puede defenderse de ti… ¿es cierto?

Gerald miró a su hijo echando chispas.

Lucas se puso rojo como la grana.

—No lanzo miradas a nadie —susurró. Al menos no lo había hecho conscientemente. ¿Podía ser que estos hombres intuyeran sus pensamientos más secretos y pecaminosos?

—¿Y tú, pequeña y pudibunda princesita? ¿No sabes cómo seducirlo? Pero sabes muy bien cómo calentar a los hombres. Me acuerdo con frecuencia de Gales, de cómo me miraste…, una diablilla, pensé, lástima de todos esos aristócratas ingleses… Ella necesita un hombre de verdad. ¡Y en la cuadra todos te miran, princesa! Todos esos tipos están locos por ti, ¿lo sabías? ¿Los estimulas, verdad? ¡Pero con tu distinguido esposo eres fría como el hielo!

Gwyneira se hundió más en la butaca. Las miradas ardientes del anciano la avergonzaban. Desearía haberse puesto un vestido menos escotado, menos ligero. La mirada de Gerald vagaba por su rostro pálido hasta el escote.

—¿Y hoy? —volvió a resonar su voz sarcástica—. ¿No llevas corsé, princesa? ¿Esperas a que un hombre de verdad pase por aquí mientras tu blando está en su camita?

Gwyneira se levantó de un salto cuando Gerald se dirigió a ella. Instintivamente, se apartó de él. Gerald la siguió.

—Ajá, huyes cuando ves a un auténtico hombre. Ya me lo pensaba…, Miss Gwyn. ¡Te haces rogar! Pero un hombre de verdad no arroja la toalla…

Gerald la agarró por el corpiño. Gwyneira tropezó cuando la agarró. Lucas se puso entre los dos.

—Padre, ¡te estás propasando!

—¿Ah, sí? ¡Que yo me insolento! No, mi querido hijo. —El viejo propinó a Lucas un colérico empujón en el pecho. Lucas no se atrevió a devolvérselo—. Los buenos espíritus me abandonaron cuando compré este caballito purasangre para ti. Demasiado bueno para ti…, demasiado bueno… Me lo tendría que haber quedado yo. Ahora la cuadra rebosaría de herederos.

Gerald se inclinó sobre Gwyneira, que volvió a caer en su butaca. Intentó ponerse en pie y huir, pero de un manotazo la arrojó al suelo y se puso encima de ella antes de que ella pudiera levantarse.

—Ahora te enseñaré… —jadeó Gerald. Estaba completamente borracho y se quedaba sin voz, pero no sin fuerza. Gwyneira distinguió puro deseo en sus ojos.

Llena de pánico intentó recordar. ¿Qué había pasado en Gales? ¿Lo había excitado ella? ¿Había sentido siempre lo mismo por ella y ella había sido tan ciega de no darse cuenta?

—Padre… —Lucas se acercó poco decidido, pero el puño de Gerald fue más rápido. Borracho o no, sus golpes eran certeros. Lucas fue impelido hacia atrás y perdió el conocimiento por unos segundos. Gerald se bajó los pantalones. Gwyneira oyó a Cleo ladrar en la terraza. La perra arañaba la puerta alarmada.

—Ahora te enseño, princesa… Ahora te mostraré cómo se hace…

Gwyneira gimió cuando le desgarró el vestido, le rompió la ropa interior de seda y la penetró de forma brutal. Olía a whisky, sudor y a la salsa del asado que se había derramado en su camisa, y Gwyneira se sintió invadida por el asco. Vio odio y triunfo en los ardientes y malvados ojos de Gerald. La sostuvo con una mano por debajo, le frotó con la otra los pechos y la besó ansioso en el cuello. Ella le mordió e intentó rechazar la lengua del hombre en su boca. Tras el primer shock empezó a luchar y quejarse con tal desespero que él tuvo que agarrarla por las dos manos para mantenerla quieta. Pero seguía penetrándola y apenas si podía soportar los dolores. Ahora sabía por fin a qué se refería Helen, y se aferró a las palabras de su amiga: «Al menos se acaba pronto…»

Gwyneira, desesperada, se quedó quieta. Oyó los tambores del exterior, los ladridos histéricos de Cleo. Esperaba que no intentase saltar por la mitad abierta de la puerta. Gwyn se obligó a tranquilizarse. En algún momento acabaría…

Gerald notó su resignación y la interpretó como conformidad.

—Qué… ¿te gusta, princesa? —jadeó y empujó más fuerte—. ¡A que te gusta! Ahora no tienes…, no tienes suficiente, ¿verdad? Eso es otra cosa…, un hombre de verdad, ¿eh?

Gwyneira ya no tenía fuerzas para insultarlo. Parecía que el dolor y la humillación no iban a acabar nunca. Los segundos se convirtieron en horas. Gerald gemía, jadeaba y pronunciaba palabras incomprensibles que se mezclaban con los tambores y los ladridos en una cacofonía que aturdía a la mujer. Gwyneira no sabía si había gritado o si había soportado la tortura en silencio. Lo único que quería era que Gerald se apartara de ella, incluso si eso significaba que él…

Gwyneira sintió un asco enorme cuando al final él eyaculó dentro de ella. Se sintió sucia, manchada, humillada. Llena de desesperación, apartó la cabeza cuando él se dejó caer sobre ella, jadeando, y hundió el rostro sofocado en su cuello. El peso del cuerpo del hombre la mantenía inmovilizada en el suelo. Gwyn tenía la sensación de no poder respirar. Intentó quitárselo de encima, pero no pudo. ¿Por qué no se movía? ¿Se había muerto sobre ella? Gwyn se habría alegrado. Si hubiera tenido un cuchillo se lo habría clavado.

Pero luego, Gerald se movió. Se levantó sin mirarla. ¿Qué sentía? ¿Satisfacción? ¿Vergüenza?

El viejo estaba en pie tambaleándose y volvió a coger la botella.

—Espero que esto os haya servido de lección… —dijo vacilante. Su tono no era triunfal sino más bien pesaroso. Lanzó una mirada de soslayo a Gwyneira, que gimoteaba—. Has tenido mala suerte, si te ha dolido. Pero al final te ha gustado, ¿verdad, princesa?

Gerald Warden subió dando traspiés las escaleras, sin volver la vista atrás. Gwyneira sollozaba en silencio.

Lucas se inclinó sobre ella.

—¡No me mires! ¡No me toques!

—No voy a hacerte nada, cariño mío… —Lucas quería ayudarla a levantarse, pero ella le rechazó.

—Vete —dijo sollozando—. Ahora es demasiado tarde, ahora ya no puedes hacer nada.

—Pero… —Lucas se detuvo—. ¿Qué debería haber hecho?

A Gwyneira se le habrían ocurrido de golpe un montón de cosas. Ni siquiera hubiera necesitado un cuchillo: el atizador de hierro de la chimenea habría bastado para derribar a su padre.

Pero a Lucas no se le había pasado tal idea por la cabeza. Era evidente que le preocupaban otras cosas.

—Pero…, pero ¿es que no te ha gustado? —preguntó en voz baja—. ¿De verdad que no has…?

Le dolían todos los músculos del cuerpo, pero la ira la ayudó a levantarse.

—¿Y si fuera así, tú…, cobarde? —respondió a Lucas. Nunca antes se había sentido tan ofendida, tan traicionada. ¿Cómo podía ese imbécil imaginar que ella había disfrutado con esa humillación? De repente, lo único que deseaba era herir a Lucas—. ¿Qué sucedería si hubiera otro que realmente lo hiciera mejor? ¿Irías a él y le pedirías explicaciones, al padre de Fleur? ¿Sí? ¿O de nuevo esconderías la cola como ahora, peleando contra un viejo? Maldita sea, ¡estoy harta de ti! Y de tu padre, que tan vigoroso está. ¿Qué es en realidad un «marica», Lucas? ¿Es también algo que vale más ocultar a las ladies? —Gwyneira vio el dolor en los ojos del hombre y olvidó su cólera. ¿Qué estaba haciendo ahí? ¿Por qué se vengaba en Lucas por lo que había hecho su padre? Lucas no tenía la culpa de lo que era.

»Está bien, no quiero saberlo —dijo—. Sal de mi vista, Lucas. Desaparece. No quiero verte más. No quiero ver a nadie. Vete, Lucas Warden. ¡Desaparece!

Cautiva en su pena y dolor, no lo oyó marchar. Intentó concentrarse en los tambores para evitar los pensamientos que se agolpaban en su cabeza. Entonces pensó de nuevo en la perra. Ya no ladraba, Cleo sólo gimoteaba. Gwyneira se arrastró hasta la puerta de la terraza, dejó entrar a Cleo y tiró también del cesto con los cachorros a través del umbral, cuando las primeras gotas caían en el exterior. Cleo lamió las lágrimas del rostro de la joven y ésta escuchó con atención la lluvia que caía con fuerza sobre las baldosas…, rangi lloraba.

Gwyneira lloraba.

Consiguió llegar hasta su habitación cuando la tormenta descargó sobre Kiward Station, el aire refrescó y se aclaró su mente. Al final durmió sobre la suave alfombra de color azul pálido que Lucas había elegido para ella, junto a la perra y sus cachorros.

Ni se le ocurrió que Lucas fuera a abandonar la casa al amanecer.

Kiri no hizo ningún comentario acerca de lo que encontró cuando entró en la habitación de Gwyneira por la mañana. No dijo nada sobre la cama sin abrir, el vestido desgarrado o el cuerpo sucio y manchado de sangre de Gwyneira. Sí, esta vez había sangrado.

—Bañarse, Miss. Luego estar mejor, seguro —dijo Kiri compasiva—. El señor Lucas seguro no ser malo. Los hombres beben, muy enfadados, ayer mal día…

Gwyneira asintió y se dejó conducir al baño. Kiri dejó correr el agua y quería verter una esencia de flores; pero Gwyneira lo rechazó. Todavía tenía presente el embriagante aroma de rosas de la noche anterior.

—Yo traer desayuno a la habitación, ¿sí? —preguntó Kiri—. Moana preparar gofres para pedir perdón al señor Gerald. Pero él todavía no despierto…

Gwyneira se preguntaba cómo iba a volver a mirar a Gerald a la cara. Al menos se sentía algo mejor ahora que se había enjabonado varias veces seguidas y se había desprendido del sudor y el mal olor de Gerald.

No obstante, todavía estaba dolorida y cualquier movimiento le hacía daño, pero eso pasaría. La humillación, sin embargo, la sentiría durante toda su vida.

Al final se cubrió con un ligero albornoz y dejó el baño. Kiri había abierto la ventana de la habitación y los jirones de su vestido habían desaparecido. Tras la tormenta, el mundo exterior parecía recién lavado. El aire era fresco y límpido. Gwyneira respiró hondo e intentó serenar su mente. La experiencia de la noche anterior había sido espantosa, pero no peor que la que sufrían muchas mujeres cada noche. Si ponía empeño, conseguiría olvidarla. Debía actuar como si no hubiera pasado nada…

Sin embargo, se sobresaltó cuando oyó la puerta. Cleo gruñó. Sentía la tensión de Gwyneira. No obstante sólo entraron Kiri y Fleurette. La pequeña estaba de mal humor, lo que Gwyn podía comprender. Por lo general, ella misma despertaba a la niña con un beso y luego Lucas y Gwyn solían desayunar con ella. Esa «hora en familia» sin Gerald, que todavía dormía su borrachera, era sagrada para ellos y todos parecían disfrutarla. Gwyn había supuesto que Lucas se habría ocupado de Fleur esa mañana, pero era evidente que la niña había sido abandonada a su suerte. De ahí su descabellada vestimenta. Llevaba una faldita que hacía las veces de poncho sobre un vestido mal abrochado.

—Papá se ha ido —anunció la niña.

Gwyn sacudió la cabeza.

—No, Fleur, seguro que papá no se ha ido. A lo mejor se ha marchado a dar una vuelta a caballo. Él…, nosotros…, nosotros nos peleamos un poco ayer con el abuelo… —Lo admitió a su pesar, pero Fleur presenciaba con tanta frecuencia sus diferencias con Gerald que eso no podía resultar nada nuevo para ella.

—Sí, puede ser que papá se haya ido a caballo —respondió Fleur—. Con Flyer. Él tampoco está, me ha dicho el señor James. ¿Pero por qué papá se ha ido antes del desayuno?

A Gwyneira también le extrañaba esto. Salir a galopar por el monte para aclarar la cabeza respondía más a su estilo que al de Lucas. Pocas veces ensillaba él mismo el caballo. La gente bromeaba porque hacía que los pastores le llevaran la montura incluso cuando estaba trabajando en la granja. ¿Y por qué había escogido al más viejo caballo de trabajo? Lucas no era un jinete apasionado, pero sí bueno. El viejo Flyer lo aburriría, sólo Fleur lo montaba de vez en cuando. Pero tal vez Fleur y James se equivocaban y la desaparición de Flyer y Lucas no estaba relacionada. El caballo bien podría haberse escapado. Era algo que sucedía a menudo.

—Seguro que papá vuelve pronto —aseguró Gwyneira—. ¿Has mirado ya en el taller? Pero ven, come antes un gofre.

Kiri había dispuesto la mesa del desayuno junto a la ventana y sirvió café a Gwyneira. También Fleur obtuvo su chorrito de café con mucha leche.

—En habitación no está, miss —dijo la doncella a Gwyneira—. Witi ha mirado. La cama no tocada. Seguro en otro lugar de la granja, él vergüenza… —Lanzó una expresiva mirada a Gwyneira.

Ésta, por el contrario, estaba preocupada. Lucas no tenía ningún motivo por el que avergonzarse… ¿o sí? ¿Acaso Gerald no lo había humillado tanto como a ella? Y ella misma…, era imperdonable el modo en que había tratado a Lucas.

—Vamos a ir a buscarlo enseguida, Fleur. Lo encontraremos. —Gwyn no sabía si con ello estaba tranquilizando a la niña o a sí misma.

No encontraron a Lucas, ni en la casa ni en la granja. Ni tampoco volvió a aparecer Flyer. Además, James informó de que faltaban una silla viejísima y una rienda muchas veces parcheada.

—¿Hay algo que deba saber? —preguntó con voz queda. Miraba el rostro pálido de Gwyneira y su andar cansino.

Gwyn sacudió la cabeza y se contentó con herir a James como antes había herido a Lucas.

—No es nada de tu incumbencia.

James, ella lo sabía, habría matado a Gerald.