5

Gerald acabaría teniendo razón. La boda de Gwyneira sería el acontecimiento social más esplendoroso que las llanuras de Canterbury habían conocido jamás. Los invitados de granjas alejadas e incluso de la División de Dunedin se pusieron en marcha días antes. La mitad de Christchurch también estaría presente. Las habitaciones de invitados de Kiward Station pronto se llenaron hasta los topes, pero Gerald mandó levantar tiendas alrededor de la casa para que todos tuvieran un sitio confortable en el que dormir. Contrató al cocinero del hotel de Christchurch para ofrecer a los invitados una cocina que les resultara familiar pero que al mismo tiempo fuera selecta. Mientras, Gwyneira debía enseñar a las chicas maoríes a servir a la perfección, algo que superaba sus conocimientos. Entonces se le ocurrió que con Dorothy, Elizabeth y Daphne habría personal bien formado en el entorno. La señora Godewind puso de buena gana a Elizabeth a su disposición; los Candler, los señores de Dorothy, estaban invitados y podían llevar a la muchacha con ellos. Gerald no tenía ni idea de dónde se encontraba la granja de los Morrison, así que no había esperanzas de ponerse en contacto con Daphne. La señora Baldwin aseguraba, sin embargo, que lo había intentado, pero que no había recibido respuesta de los Morrison. Gwyneira volvió a pensar con pena en Helen. Tal vez ella sabía algo de su discípula perdida. No obstante seguía sin tener noticias de su amiga y tampoco ella había tenido ni el tiempo ni la oportunidad de seguirle la pista.

Al menos Dorothy y Elizabeth daban la impresión de estar contentas. Con los uniformes azules para la boda, con delantales de puntillas y la cofia, estaban guapas y aseadas, y tampoco habían olvidado ni una pizca de su formación. Aun así, Elizabeth dejó caer dos platos de valiosa porcelana a causa del nerviosismo, pero Gerald no se dio cuenta, a las chicas maoríes les daba igual y Gwyneira miró hacia otro lado. Le preocupaba más Cleo, que obedecía con reservas a James McKenzie. Esperaba que todo saliera bien en la demostración de los perros pastores.

Hacía un día espectacular, por lo que el enlace se celebró en un baldaquín construido para la ocasión en el jardín donde todo reverdecía y daba flores. Gwyneira conocía la mayoría de las plantas de Inglaterra. La tierra era fértil y, a ojos vistas, estaba preparada para abrirse a toda la nueva flora y fauna que los inmigrantes le aportaran.

El vestido de boda inglés de Gwyneira atrajo miradas y comentarios elogiosos. Elizabeth en particular estaba entusiasmada.

—¡Yo también querré uno así cuando me case! —suspiró nostálgica, si bien ya no se desvivía por Jamie O’Hara, sino por el vicario Chester.

—¡Te lo prestaré! —dijo Gwyn con generosidad—. ¡Y a ti también, Dot, por supuesto!

Dorothy se recogía el cabello en lo alto, lo que hacía mucho más hábilmente que Kiri y Moana, aunque no tan bien como Daphne. Dorothy no dijo nada sobre el generoso ofrecimiento de Gwyneira, pero Gwyn había advertido que observaba con interés al hijo más joven de los Candler. Ambos encajaban por la edad…, tal vez sucediera algo en unos pocos años.

Gwyneira fue una novia preciosa y Lucas no le iba a la zaga vestido para la ceremonia. Llevaba un frac gris pálido que conjugaba perfectamente con el color de sus ojos y, como era de esperar, su comportamiento fue impecable. Mientras que Gwyn se atascó dos veces, Lucas pronunció los votos de fidelidad al matrimonio con voz firme y sosegada, puso el valioso anillo en el dedo de su esposa y la besó tímidamente en la boca cuando se lo indicó el reverendo Baldwin. Gwyneira se sintió decepcionada de una forma rara, aunque se dominó de inmediato. Pues ¿qué esperaba? ¿Que Lucas la tomara entre sus brazos y la besara con pasión como hacían los cowboys con las felizmente salvadas protagonistas de las revistuchas?

Gerald no cabía en sí de orgullo por la joven pareja. Champán y whisky corrían a raudales. Los distintos platos que componían el menú estaban deliciosos, los invitados entusiasmados y llenos de admiración. Gerald resplandecía de felicidad, mientras que Lucas, sorprendentemente, mostraba indiferencia, lo que a Gwyneira la enojó un poco. ¡Al menos podría haber fingido que estaba enamorado de ella! Pero era algo que no se podía ni esperar. Gwyn intentó desprenderse de sus fantasías irrealizables y románticas; aun así esa calma indiferente de Lucas la irritaba. Por otra parte, ella parecía ser la única que percibía el extraño comportamiento de su esposo. Los invitados sólo tenían palabras elogiosas para ellos y ponderaban la buena pareja que hacían el novio y la novia. Tal vez ella esperase demasiado.

Gerald anunció por fin la demostración de los perros pastores y los invitados lo siguieron a la parte posterior de la casa, frente a los establos.

Gwyneira miró con melancolía a Igraine, que estaba con Madoc en un cercado, hacía días que no había logrado cabalgar y la situación no parecía que fuera a mejorar en el futuro. Como era costumbre ahí, algunos de los invitados permanecerían durante días en la casa y habría que hacerles los honores y entretenerlos.

Los pastores habían reunido un rebaño de ovejas para la demostración y James McKenzie se dispuso a impartir indicaciones a los perros. Primero, Cleo y Daimon tenían que salir en busca de las ovejas que pastaban en libertad por el terreno contiguo a la casa. Para ello se requería una posición de partida que se situaba exactamente frente al pastor. Cleo dominaba esta tarea a la perfección, pero Gwyneira se dio cuenta de que se colocaba demasiado a la derecha de McKenzie. Gwyn midió la distancia con la mirada y captó también la de su perra: Cleo la miraba esperando órdenes, no daba ninguna muestra de reaccionar a las indicaciones de McKenzie. En lugar de ello aguardaba las órdenes de su ama.

Bueno, esto no iba a ocasionar ningún desbarajuste. Gwyneira se colocó en la primera fila de los espectadores, no muy alejada de McKenzie. Éste dio la orden a los perros de hacerse cargo del rebaño, por lo general el punto crítico de tales demostraciones. Cleo formó su grupo con habilidad y Daimon colaboró de maravilla. McKenzie lanzó como de paso una mirada desafiante a Gwyneira y ella le contestó con una sonrisa. El capataz de Gerald había hecho un trabajo excelente en el adiestramiento de Daimon. La misma Gwyn no lo hubiera hecho mejor.

Cleo guio el rebaño hacia el pastor con una precisión modélica, así que, de momento, el hecho de que mirase a Gwyneira en lugar de a James no planteaba ningún problema. En el trayecto hacia ellos debía pasar obligatoriamente por un portón y las ovejas tenían que entrar. Cleo se movía a un tiempo regular y Daimon vigilaba a los animales que escapaban. Todo transcurrió a la perfección hasta que, pasado el portón, tenían que conducir el rebaño detrás del pastor. Cleo miró a Gwyneira con desconcierto. ¿Realmente tenía que guiar a los animales por todo ese gentío que se había colocado detrás de su ama? Gwyneira se percató de la desorientación de Cleo y supo que debía actuar de inmediato. Se arremangó con toda tranquilidad las faldas, dejó a los invitados y se encaminó hacia James.

—¡Aquí, Cleo!

La perra guio de inmediato el rebaño a la cerca que se había instalado a la izquierda de James. Ahí, el perro tenía que separar del rebaño a una oveja previamente señalada.

—¡Ella primero! —le susurró Gwyn a James.

Él había estado casi tan desconcertado como la perra, pero sonrió cuando Gwyneira se le acercó. Silbó a Daimon y le indicó una oveja. Cleo se quedó obedientemente sentada, mientras el joven perro sacaba a la oveja. Daimon cumplió bien con su tarea, pero tuvo que hacer tres intentos.

—¡Ahora yo! —gritó Gwyn en el ardor de la competición—. ¡Shedding, Cleo!

Cleo saltó y separó su oveja en el primer intento.

El público aplaudió.

—¡Hemos ganado! —exclamó Gwyn riendo.

James McKenzie contempló su rostro resplandeciente. Las mejillas estaban sonrosadas, los ojos brillaban triunfales y la sonrisa era arrebatadora. Antes, en el altar, su expresión no reflejaba ni la mitad de felicidad que ahora.

También Gwyn percibió un destello en los ojos de McKenzie y se sintió confusa. ¿Qué era? ¿Orgullo? ¿Admiración? ¿O justo aquello que durante todo el día echaba en falta en la mirada de su esposo?

Pero ahora los perros tenían una última tarea que cumplir. Al silbido de James guiaron las ovejas a un corral. McKenzie tenía que cerrar el portón detrás de ellas y la labor habría concluido.

—Entonces, ya me voy —dijo Gwyn afligida cuando él se puso en camino hacia el portón.

McKenzie sacudió la cabeza.

—No, eso le corresponde al vencedor.

Cedió el paso a Gwyneira, que ni siquiera se dio cuenta de que el borde de su vestido se arrastraba por el polvo. Cerró la puerta triunfal. Cleo, que hasta el final de su tarea estaba esperando y vigilando responsablemente las ovejas, se arrojó a Gwyneira pidiendo indicaciones. Gwyneira la elogió y se percató, sintiéndose culpable, que eso había dado el golpe de gracia al vestido de novia.

—No ha sido muy convencional —observó Lucas de mal humor cuando su esposa por fin regresó a su lado. Era evidente que los invitados se lo habían pasado en grande y la colmaron de elogios, pero su esposo no parecía muy impresionado—. ¡Estaría bien que en adelante te comportaras más como corresponde a una dama!

Entretanto había refrescado demasiado para permanecer en el jardín, aunque ya era hora de abrir el baile. Un cuarteto de cuerda tocaba en el salón, Lucas se percató de que se deslizaban frecuentes errores en la interpretación. Gwyn no se dio ni cuenta. Dorothy y Kiri habían limpiado a toda prisa el vestido y dejó que Lucas la condujera a través de las notas de un vals. Como era de prever, el joven Warden era un bailarín consumado, pero también Gerald se deslizaba con agilidad por la pista. Gwyn bailó primero con su suegro, luego con Lord Barrington y el señor Brewster. Los Brewster habían llegado esta vez con su hijo y su joven esposa, y la pequeña maorí era, en efecto, tan cautivadora como la habían descrito.

Entretanto, a Lucas volvía a tocarle el turno, y en algún momento a Gwyn le empezaron a doler los pies de tanto bailar. Al final le pidió que la acompañara a la terraza para tomar un poco de aire fresco. Dio un sorbo a una copa de champán y pensó en la noche que le esperaba. El asunto no podía postergarse más ahora. Hoy pasaría lo que «te hacía mujer», como su madre le había dicho.

De los establos también salía música. Los trabajadores de la granja estaban de fiesta, aunque no con un cuarteto de cuerda y un vals, ahí el violín, la armónica y el tin whistle interpretaban alegres danzas populares. Gwyneira se preguntó si también McKenzie tocaba uno de esos instrumentos. Y si era bueno con Cleo, que esa noche permanecía encerrada. Lucas no estaba entusiasmado con el hecho de que la perrita anduviera pegada a los talones de su esposa. Tal vez le habría permitido un perrito faldero, pero, según su opinión, el establo era el lugar de una perra guardiana de ganado. Esa noche Gwyn cedía; pero mañana volverían a repartirse las cartas. Y James cuidaría bien de Cleo…, Gwyn pensó en sus manos fuertes y morenas acariciando suavemente el pelaje de la perra. Los animales lo querían…, y ella ahora debía ocuparse de otros asuntos.

El festejo estaba en pleno apogeo cuando Lucas propuso a su esposa que se retirasen.

—Más tarde los hombres estarán borrachos e insistirán en acompañarnos a la habitación nupcial —dijo—. Quisiera ahorrarnos sus obscenidades.

Gwyneira estuvo de acuerdo. Ya estaba harta de bailar y quería dar el asunto por zanjado. Oscilaba entre el miedo y la curiosidad. Según las indicaciones de su madre, le haría daño. Sin embargo, en las novelas baratas, la mujer se sumergía encantada en los brazos del cowboy. Gwyn se dejaría sorprender.

Los invitados al casamiento despidieron a la pareja con gran alboroto, pero sin lamentables y desvergonzados comentarios, y Kiri ya estaba en su puesto para ayudar a Gwyneira a quitarse el vestido de boda. Lucas besó con pudor a su esposa en la mejilla delante de sus aposentos.

—Tómate tu tiempo para los preparativos, cariño mío. Vendré cuando estés lista.

Kiri y Dorothy desvistieron a Gwyneira y le soltaron el pelo. Kiri rio y bromeó todo el tiempo mientras lo hacía, mientras que Dorothy sollozaba. La muchacha maorí parecía alegrarse con franqueza por Gwyn y Lucas y sólo mostraba sorpresa por el hecho de que hubieran abandonado tan pronto la fiesta. Entre los maoríes compartir el lecho con toda la familia era signo de que el enlace se había consumado. Cuando Dorothy se enteró, todavía se puso a llorar más.

—¿Qué es lo que te da tanta pena, Dot? —preguntó Gwyneira irritada—. Parece un entierro.

—No lo sé, pero mi mamá siempre lloraba en las bodas. Tal vez traiga suerte.

—Llorar no traer suerte, ¡reír traer suerte! —la contradijo Kiri—. Bien, usted preparada, miss. Muy bonita. Nosotras irnos ahora y llamar puerta del señor Lucas. ¡Guapo hombre, el señor Lucas! Muy amable. Sólo un poco delgado. —Rio por lo bajo cuando tiró de Dorothy para salir.

Gwyneira se repasó de arriba abajo. Su camisón estaba confeccionado con unas puntillas sumamente delicadas, sabía que le quedaba bien. ¿Pero, qué debía hacer ahora? No podía recibir a Lucas ahí en su tocador. Y si había entendido bien a su madre, el asunto se desarrollaba en la cama…

Gwyn se tendió en ella y se cubrió con la colcha de seda. En realidad era una pena que no se viera el camisón. ¿Acaso Lucas retiraría la manta…?

Contuvo la respiración cuando oyó que se movía el pomo. Lucas entró con una lámpara en la mano. Parecía desconcertado porque Gwyn todavía no había apagado la luz.

—Cariño, creo que nosotros…, que sería más decente si bajáramos la luz.

Gwyneira asintió. Lucas tampoco era una visión especialmente sublime en camisa de noche larga. Ella siempre se había imaginado las camisas de noche de los hombres, bueno…, un poco más viriles.

Lucas se tendió junto a ella debajo de la colcha.

—Intentaré no hacerte daño —le susurró, besándola con suavidad en el cuello. Gwyneira se quedó quieta mientras él la cubría de besos y acariciaba los hombros, el cuello y los pechos. A continuación se subió la camisa. Respiraba más deprisa y también Gwyneira notó que la invadía la excitación, que aumentaba cuando los dedos palpaban esas zonas más íntimas de su cuerpo que ni ella misma había explorado todavía. Su madre siempre le había indicado que llevara una camisa incluso al bañarse y ella no había osado siquiera mirar con atención su vientre: el vello rojo y crespo, todavía más crespo que el de su piel. Lucas la acariciaba con suavidad y Gwyneira sentía un agradable, excitante hormigueo. Finalmente, él retiró la mano, se colocó encima de ella y Gwyneira sintió entre las piernas su miembro, que se hinchó y endureció y se introdujo en las profundidades de esas zonas del cuerpo que para ella eran todavía inexploradas. De repente Lucas pareció encontrar resistencia y relajarse.

—Lo siento, cariño, pero ha sido un día muy agotador —se disculpó.

—Pero era muy bonito… —respondió con prudencia Gwyneira, y lo besó en la mejilla.

—Tal vez podamos intentarlo mañana otra vez…

—¡Si así lo deseas! —contestó Gwyn, a un mismo tiempo desconcertada y aliviada. Su madre había exagerado en exceso el asunto de las obligaciones conyugales. Realmente, lo que había sucedido no era razón para compadecerse de alguien.

—Entonces me despido ahora —anunció Lucas, tenso—. Creo que dormirás mejor sola.

—Si así lo deseas… —dijo Gwyneira—. ¿Pero no es lo normal que un hombre y una mujer pasen juntos la noche de bodas?

Lucas asintió.

—Tienes razón. Me quedaré aquí. La cama es lo bastante ancha.

—Sí. —Gwyn le dejó sitio solícita y se acurrucó en el lado izquierdo. Lucas se tendió rígido e inmóvil en el derecho.

—Que pases una buena noche, cariño.

—Buenas noches, Lucas.

A la mañana siguiente, Lucas ya se había levantado cuando Gwyneira se despertó. Witi le había dejado un traje de mañana claro en el vestidor de Gwyn. El joven ya estaba vestido para bajar a desayunar.

—No me importa esperarte, cariño —dijo, y parecía incómodo al contemplar a Gwyneira, que se había levantado de la cama con su camisón de puntillas—. Pero tal vez sea mejor si soporto yo solo los comentarios sicalípticos de nuestros invitados.

Gwyneira no sentía en realidad ningún temor de volver a ver tan pronto por la mañana a los más empedernidos bebedores de la noche anterior, pero le dio la razón.

—Por favor, envíame a Kiri, y, si es posible, también a Dorothy para que me ayuden a vestir y a peinar. Seguro que hoy todavía tendremos que vestirnos de fiesta, así que alguien tendrá que encorsetarme —dijo afable.

Lucas pareció sentirse de nuevo mal con el tema del corsé. Pero Kiri ya esperaba delante de la puerta. Sólo había que llamar a Dorothy.

—¿Y qué cuenta, mistress? ¿Ha sido bonito?

—Por favor, seguid llamándome miss, tú y las demás —pidió Gwyn—. Lo prefiero.

—Como guste, Miss Gwyn. ¡Pero ahora contar! ¿Cómo ha ido? Primera vez no siempre bonito. ¡Pero luego mejor, miss! —dijo Kiri con vehemencia, mientras preparaba el vestido de Gwyn.

—Bueno…, bonito… —murmuró Gwyn. También en este aspecto el asunto estaba sobrevalorado. No encontraba ni bonito ni espantoso lo que Lucas le había hecho por la noche. Aunque era práctico que un hombre no pesara demasiado. Se rio al pensar en Kiri, a quien le gustaban sin duda más los hombres gruesos.

Kiri ya había ayudado a Gwyn a ponerse un vestido de verano blanco con florecitas de colores, cuando apareció Dorothy. Ésta se encargó del peinado, mientras Kiri cambiaba la ropa de la cama. Gwyn lo encontró exagerado, a fin de cuentas sólo había dormido entre las sábanas. De todos modos no quiso decir nada, tal vez fuera una costumbre maorí. Dorothy había dejado de llorar, pero estaba silenciosa y no miraba de frente a Gwyn.

—¿Se encuentra bien, Miss Gwyn? —preguntó preocupada.

Gwyn asintió.

—Claro, ¿por qué no? Qué bonito con el pasador, Dorothy. ¡Kiri, fíjate!

Kiri parecía estar por el momento ocupada en otros asuntos. Con expresión preocupada miraba las sábanas. Gwyn se percató cuando Dorothy salió de la habitación a ordenar el desayuno.

—¿Qué pasa Kiri? ¿Qué buscas en las sábanas? ¿Ha perdido algo el señor Lucas? —Gwyn pensaba en un adorno o tal vez en la alianza. Era un poco grande para los delgados dedos de Lucas.

Kiri sacudió la cabeza.

—No, no, miss. Es sólo…, es no sangre en la sábana… —Avergonzada y perpleja miró a Gwyn.

—¿Por qué iba a haber sangre? —preguntó Gwyneira.

—Después primera noche siempre sangre. Hacer primero un poco de daño, luego sangre y luego ser bonito.

Gwyn empezó a sospechar que se había perdido algo.

—El señor Lucas es muy…, muy delicado —contestó vagamente.

Kiri asintió.

—Y seguro que también cansado después fiesta. No estar triste, mañana seguro sangre.

Gwyneira decidió plantearse ese problema cuando volviera a surgir. Lo primero que hizo fue ir a desayunar. Lucas ya estaba conversando con los invitados con suma cordialidad. Bromeaba con las damas, encajaba los chistes de los caballeros con buen humor y se mostró tan atento como siempre cuando Gwyn se reunió con él. Las horas siguientes transcurrieron con la conversación habitual y dejando aparte las palabras de la irremediablemente sensiblona señora Breister, «¡Es tan valiente, niñita! ¡Tan alegre! Pero el señor Warden es también un hombre tan considerado», nadie mencionó la noche anterior.

Al mediodía, mientras la mayoría de los invitados descansaba, Gwyn por fin tuvo tiempo para ir a los establos a visitar su caballo y sobre todo para reencontrarse con su perra.

Los pastores la saludaron a voces.

—Ah, señora Warden. ¡Felicidades! ¿Ha pasado una buena noche? —preguntó Poker Livingston.

—Es evidente que mejor que la que ha pasado usted, señor Livingston —contestó Gwyneira. Los hombres parecían todos bastante resacosos—. Pero me alegro de que hayan bebido en abundancia a mi salud.

James McKenzie la observaba con más curiosidad que deseo. En su mirada parecía haber compasión. A Gwyn le resultaba difícil leer en sus profundos ojos castaños, cuya expresión cambiaba sin cesar. Mientras, el joven esbozó de nuevo una sonrisa cuando advirtió cómo Cleo saludaba a su ama.

—¿Y se han enfadado con usted? —preguntó McKenzie.

Gwyn sacudió la cabeza.

—¿Por qué? ¿Por la competición? Qué va. ¡El día de su boda una joven todavía puede pasarse de la raya! —Le hizo un guiño—. Pero a partir de mañana mi esposo me atará corto. Nuestros invitados ya me tiran de la rienda. Siempre hay alguien que requiere algo de mí. Hoy tampoco podré ir a pasear a caballo.

McKenzie pareció sorprenderse de que quisiera ir a caballo, pero no dijo nada al respecto. Su mirada inquisitiva cedió el paso de nuevo a un destello travieso en los ojos.

—Entonces tiene que encontrar la oportunidad de escaparse de ellos. ¿Qué tal si mañana a esta hora le ensillo el caballo? Es cuando la mayoría de las damas se echan una siestecita.

Gwyn asintió encantada.

—Buena idea. Pero no a esta hora, tengo cosas que hacer en la cocina supervisando que se recoja todo después de la comida y que se prepare el té. La cocinera insiste en ello… Sabe Dios por qué. Pero podría ser por la mañana temprano. Si me prepara a Igraine a las seis de la mañana, podré salir a pasear antes de que los invitados se levanten.

James pareció desconcertado.

—Pero que dirá el señor Lucas si usted… Disculpe, no es algo que me incumba…

—Y al señor Lucas tampoco —contestó Gwyn despreocupada—. Si no desatiendo mis tareas de anfitriona, puedo ir a galopar cuando me apetezca.

«No se trata de las tareas de anfitriona», le rondó a James por la cabeza, pero se contuvo de hacer ese comentario. En ningún caso pretendía tomarse familiaridades con Gwyneira. Sin embargo, no tenía la impresión de que la noche de bodas hubiera transcurrido de forma muy apasionada.

Por la noche, Lucas volvió a visitar a Gwyneira. Ahora que ya sabía lo que la esperaba, disfrutó incluso de sus suaves caricias. Se estremeció cuando él le besó los pechos y el roce de la suave piel bajo el vello del pubis le resultó más excitante que la primera ocasión. Esta vez atisbó también el miembro de Lucas, grande y duro; pero éste volvió a relajarse como la noche anterior. Gwyneira experimentó una extraña sensación de insatisfacción que no consiguió explicarse. Pero tal vez eso fuera normal. Ya lo averiguaría.

A la mañana siguiente, Gwyn se pinchó el dedo con una aguja de coser, se apretó hasta que sangró y manchó con la sangre las sábanas. Kiri no debía pensar que tal vez Lucas y ella estaban haciendo algo mal.