icky se arrojó sobre el borrón de luz que tenía delante y las difusas figuras que se movían a través de él se fueron haciendo más sólidas a medida que se aproximaba. Si Huracán llegaba a morir, no creía que pudiera perdonarse. Si no hubiera cometido un error tan estúpido con Carl Biehn, si ni hubiera estado tan segura de que él no podía ser el asesino… Sintió que Cellucci la tomaba del brazo y se dejó guiar los últimos metros mientras la linterna colgaba olvidada de su mano.
Nube tenía las patas delanteras sobre la mesa y lamía desesperadamente la cara de su hermano, alisando y enredando alternativamente el pelo de su hocico. Los brazos de Stuart rodeaban la cruz de Huracán y sostenían su peso. Colin pasaba una mano temblorosa por el rojizo lomo mientras un gemido sordo escapaba de su garganta.
Henry… Vicky miró a Henry con los ojos entornados. Estaba inclinado sobre una de las patas traseras de Huracán. Mientras ella lo observaba, se incorporó y escupió.
—El veneno se ha extendido por su organismo. Lo matará si trató de absorberlo todo.
Un sonido que no era del todo un aullido ni un gemido comenzó a formarse en el fondo de la garganta de Colin.
—Llevadlo al doctor Dixon —Nube la ignoró. El resto se volvió para mirarla.
—No podemos moverlo, Vicky —le dijo Henry con voz suave—. Ahora mismo está al borde de la muerte. Podríamos empujarlo al otro lado.
—Si pudiésemos conseguir que cambiase… —Stuart apoyaba la mejilla contra la parte alta de la cabeza de Huracán. La furia que había en su voz no hacía sino subrayar el dolor de su expresión.
Vicky recordó que el doctor había dicho que la transformación neutralizaba de alguna manera las infecciones. Suponía que el veneno podía considerarse algún tipo de infección.
—¿No puede cambiar porque está inconsciente?
Stuart asintió mientras sus lágrimas trazaban un dibujo oscuro sobre el pelaje rojizo de su sobrino.
—Entonces, ¿por qué no provocamos un cambio inconsciente?
—No sabes nada sobre nosotros, humana.
—Sé cuanto necesito —el corazón de Vicky empezó a latir con fuerza mientras trataba de recordar todo lo que el doctor Dixon le había contado, añadía lo que había observado por sí misma e imaginaba una solución que podía funcionar—. Si no puede cambiar por sí mismo, puede que cambie por Rose. Los gemelos están ligados. El doctor Dixon lo dijo, Nadine lo dijo… demonios, todos podéis verlo. Y Rose y Peter son… —no se le ocurría una manera de expresarlo mientras Rose… no, Nube, estuviese presente. Oh, al demonio, no hay manera de evitarlo—. A medida que Rose se acerca a su celo, atrae a Peter hacia sí. Sus reacciones están más ligadas ahora de lo que nunca hayan estado. Si Rose, no Nube, pudiera… bien, es posible que eso llevara a Huracán a convertirse en Peter.
Stuart alzó la cabeza.
—¿Te das cuenta de lo que podría ocurrir? ¿Eres consciente de lo fuerte que es un lazo como ese para los de nuestra raza?
Vicky suspiró.
—Mira, incluso si funciona, él está demasiado débil para hacer nada y además… —alargó un brazo y recorrió con un dedo la inerte pata delantera de Huracán. Incesto o muerte, menuda elección— ¿no es eso mejor que la alternativa?
—Sí, oh sí —Rose no aguardó a la respuesta de Stuart. Se acurrucó al lado de su gemelo y lo atrajo tan cerca de sí como le fue posible mientras frotaba su rostro contra el suyo.
Stuart soltó a Huracán y se enderezó, con una mano posada suavemente sobre la cruz de su sobrino.
—Llámalo —dijo, la voz resignada y la expresión vigilante. No permitiría que la cosa fuera más lejos de lo necesario—. Tráenoslo, Rose —pero no te pierdas tú. La última cosa que necesitaban en aquel momento era que ella entrara en celo mientras Nadine no estaba cerca para protegerla. Las reacciones a la procreación habían destruido manadas enteras en el pasado.
—¿Peter?
Mientras se le erizaba el vello de la espalda, Vicky sintió el poder que podía haber en un simple nombre. Ese eres tú, decía, vuelve con nosotros.
—Peter, oh por favor. ¡Por favor, Peter, no me abandones!
Durante unos momentos agónicos pareció que no ocurriría nada. Rose siguió llamándolo, con la congoja, el dolor y el anhelo suficientes para resucitar a un muerto. Sin duda su súplica había de tener algún efecto sobre alguien que todavía no había partido.
—Se mueve —dijo Henry súbitamente—. He visto cómo su nariz se movía.
—Ha captado el olor —dijo Stuart. Tanto Colin como él se agitaron, incómodos.
Entonces ocurrió. Esta vez con la suficiente lentitud como para que Vicky jurara más adelante que había visto el momento exacto de la transformación.
Peter movió la cabeza y gimió. Su piel estaba gris, fría y húmeda y tenía el pie izquierdo horriblemente desgarrado a causa de la mordedura de la trampa.
Rose le cubrió de besos los labios, la garganta, los ojos, hasta que su tío la levantó en vilo, la apartó de la mesa y la sacudió con fuerza. Entonces rompió a llorar y enterró el rostro en el pecho de su hermano, mientras con las dos manos se aferraba a una de las de Peter.
—Los latidos de su corazón se hacen más fuertes —Henry escuchó cómo luchaba, obligando a la perezosa sangre a fluir de nuevo—. Su vida ya no corre tanto peligro. Creo que ahora es seguro trasladarlo.
—Enseguida —Vicky respiró profundamente. Se sentía mejor que en mucho tiempo e incluso el aire polvoriento y empapado de olor a queroseno del corral le parecía un aroma fragante. Jesucristo, ¿cómo vamos a explicarle todo esto a la policía?—. Esto es lo que vamos a hacer…
—Discúlpenme.
Dio un respingo y, por un instante, no reconoció al anciano que entraba sigilosamente, seguido por Barry Wu como si fuera una sombra ansiosa.
Carl Biehn alargó una mano temblorosa y acarició levemente la mata plateada del pelo de Rose. Ella se secó la nariz en el revés de la muñeca, alzó la mirada y entornó los ojos al ver de quién se trataba.
—Sé que no basta —dijo. Sólo le hablaba a ella. Sus palabras estaban empapadas de dolor—, pero me doy cuenta ahora que estaba equivocado. A pesar de todo lo que os hice, a ti y a los tuyos, e incluso en medio de tu dolor, me salvaste la vida poniendo en peligro la tuya. Ese es el camino del Señor —tuvo que hacer una pausa para aclararse la garganta—. Sólo quería darte las gracias y decirte que lo siento, aunque sé que no tengo derecho a esperar tu perdón.
Se volvió entonces y Vicky pudo verle los ojos.
Estaban rojos y empapados en lágrimas pero, al mismo tiempo, sorprendentemente claros. Aunque el dolor se había convertido en una parte de ellos, toda duda se había disipado. Aquel era un hombre que estaba en paz consigo mismo. Vicky escuchó que la voz de su memoria decía, «Es un ser humano decente y eso es algo raro en nuestros días». Asintió, sólo una vez. Él le devolvió el gesto y pasó a su lado, encorvado pero, de alguna manera, dueño de una dignidad silenciosa.
—Muy bien, gente. Vamos a tratar de hacer esto de la manera más sencilla posible —pestañeó repetidas veces para aclararse los ojos y se subió las gafas—. Esto es lo que ha ocurrido. La policía ya sabe que alguien ha estado disparando a los perros de los Heerkens —y a los Heerkens— y que yo estoy investigando el caso. Evidentemente, Peter descubrió algo…
—Habló con Mark Williams esta misma tarde —le contó Cellucci mientras se preguntaba lo lejos que iba a permitir que llegara esa explicación vagamente surrealista.
—Estupendo. Sospechando de él, lo siguió hasta aquí. Mientras tanto, yo descubrí la misma información, llamé, descubrí que Peter había desaparecido, saqué a Colin del trabajo y me dirigí hacia aquí. Al mismo tiempo, tú —señaló a Cellucci— y tú —el dedo se desplazó hasta Stuart— veníais corriendo al rescate. Nos atendremos a la verdad cuanto sea posible. Y en cuanto a ti, Henry, no te encontrabas aquí.
Henry asintió. No verse implicado en las investigaciones de la policía había sido siempre uno de los pilares de su supervivencia.
—Colin, meted Barry y tú a Peter en la parte trasera de vuestro coche. Rose, acompáñalos. No le dejes cambiar de nuevo. Y, Rose, tú tampoco has estado aquí. Los chicos te recogieron de camino a la ciudad mientras corrías por la carretera, tratando de llegar hasta aquí, furiosa porque Stuart y Cellucci no te hubiesen llevado consigo. ¿De acuerdo?
Rose volvió a sorber por la nariz y asintió. Sólo se alejó de su gemelo lo suficiente para ponerse la camiseta que Stuart acababa de quitarse. Le llegaba hasta la mitad de las pantorrillas y bastaría como atuendo hasta que llegaran a casa del doctor, donde toda la familia guardaba algo de ropa para ponerse.
Colin levantó a su hermano con cuidado y, con la cabeza de Peter apoyada sobre el cuello, se encaminó hacia la puerta, seguido de cerca por Rose, que acariciaba con ambas manos el cuerpo de su gemelo.
—Esperadme junto al coche —dijo Vicky en voz alta mientras enviaba a Barry tras ellos—. Hay unas cuantas cosas más que tenéis que saber.
—Se diría que estás planeando qué hacer con el cadáver —le espetó Cellucci mientras se pasaba ambas manos por los cabellos. Su paciencia empezaba a agotarse—. No sé si le has echado un buen vistazo pero salta a la vista que alguien lo ayudó a alcanzar su actual condición, cosa que va a resultar un poco difícil de explicar. ¿O es que vas a enterrarlo en los bosques y olvidar convenientemente lo ocurrido? ¿Y qué me dices del señor Biehn? ¿Cómo encaja él en ese cuento de hadas que acabas de inventa…?
La detonación, incluso extrañamente amortiguada como había sido, hizo volverse a Cellucci. Stuart gruñó y comenzó a quitarse los pantalones cortos que lo aprisionaban. Incluso Henry giró sobre sus talones en dirección al sonido y desde el exterior se alzaron exclamaciones inquietas y el sonido de unos pasos apresurados.
Vicky sólo cerró los ojos y trató de no escuchar, trató de pensar en las flores desperdigadas en una mañana de agosto como un arco iris caído a tierra.
—Fue tras la esquina, se puso el cañón en la boca y apretó el gatillo con el pie.
Sintió las manos de Cellucci sobre los hombros y abrió los ojos.
—Sabías que iba a hacerlo, ¿verdad?
Se encogió de hombros todo lo que pudo teniendo en cuenta su abrazo.
—Lo sospechaba.
—¡No, lo sabías! —comenzó a sacudirla—. ¿Por qué demonios no trataste de impedirlo?
Ella pasó ambos brazos entre los de él y los apartó. Se quedaron un momento mirándose a los ojos y cuando ella creyó que él estaba preparado para escuchar, le dijo:
—No podía vivir con lo que había hecho, Mike. ¿Quién soy yo para decirle que tenía que hacerlo? —se subió las gafas, miró más allá de él y respiró profunda y agitadamente—. Esto no ha acabado todavía. ¿Hay una lata de queroseno para la lámpara por aquí?
—Aquí, junto a la mesa —Stuart se inclinó sobre la lata de veinte litros.
—No, no la toques.
En aquel preciso momento, Cellucci supo lo que ella pretendía hacer y supo también que aquella era su última oportunidad de detenerla, de llevar todo lo ocurrido aquella noche ante la ley. Sospechaba que si lo intentaba, tanto Stuart como Henry se pondrían del lado de ella. El problema era que, si se llegaba a tener que elegir bandos…
Vicky extrajo un par de guantes de piel del fondo de su bolso y, mientras se los ponía, le preguntó como si pudiera leerle la mente:
—¿Querías añadir algo, Cellucci?
Lentamente, mientras se daba cuenta de que no tenía otra opción, él sacudió la cabeza, sin darse cuenta de que ella no podía verlo. En realidad lo había decidido allí en la granja, cuando les dio la información que ella le había revelado. Ella lo sabía tan bien como él. Puede que sea lo mejor.
Una vez tuvo los guantes puestos, Vicky se inclinó y levantó cuidadosamente la lata. Estaba casi llena. Desenroscó el tapón y se detuvo. Necesitaba ambas manos para alzar la lata pero sin su linterna dejaría de ver en cuanto se alejase de la lámpara.
—Maldita sea esta…
Cellucci se descubrió mirando a Henry, cuya expresión decía con tanta claridad, tú decides, que tardó un momento en darse cuenta de que tales palabras no se habían pronunciado en voz alta. Yo decido. Estupendo. Como si tuviera alguna elección. Pero de todas formas avanzó y cogió la linterna.
Vicky miró su rostro con los ojos entornados, pero la luz era demasiado escasa para distinguir matiz alguno. Como si Cellucci y los matices no fueran cosas incompatibles. Bastaba con que estuviera allí; ayudaba. Terminemos con esto.
Caminó a lo largo del haz de luz hasta el cuerpo de Mark Williams, derramando cuidadosamente el queroseno sobre el suelo de tierra mientras lo hacía, dando gracias al peso de la lata por ocultar el temblor de sus manos. En algún momento del pasado la ley lo había significado todo para ella.
—A juzgar por lo que podrán averiguar, hubo una pelea, probablemente porque Carl Biehn descubrió lo que quiera que Mark Williams le estaba haciendo a Peter. Durante la pelea, Mark quedó atrapado en una de sus pequeños y horribles juguetes de hierro. Ya fuera por pena, culpa o Dios sabe qué, Carl Biehn se suicidó de un disparo. Desgraciadamente, en algún momento de la pelea, la lata de queroseno se volcó.
La luz incidió sobre el cuerpo. Era evidente que Mark Williams había muerto sufriendo grandes dolores y las marcas dejadas por los dedos de Henry todavía podían verse en su garganta. Vicky no encontró lástima para él. La única cosa que había sentido por Mark Williams era desprecio y su muerte no había cambiado eso. Antes me sentiría culpable por aplastar una cucaracha, pensó mientras volcaba la lata junto al cuerpo y la vaciaba.
—¿Qué hacemos con Carl Biehn?
—Dejadlo en el lugar que eligió —regresó caminado por la luz y recogió la lámpara. El movimiento de las llamas proyectaba luces en la oscuridad que continuaron danzando en su visión después de que apartase la mirada—. Por desgracia, en algún momento durante la pelea, la lámpara se rompió.
La fuerza con la que la lámpara se hizo pedazos contra el suelo expresó con toda elocuencia las emociones que se agazapaban detrás de su tono desapasionado.
El queroseno del depósito roto fue el primero en prender y luego le siguió el que Vicky había derramado.
—Mike, Stuart, miradlo con atención. Esto es lo que visteis al llegar —respiró profundamente, se quitó los guantes y volvió a guardarlos en el interior de su bolso—. Además del cuerpo de Peter, tendido desnudo sobre la mesa. Entrasteis corriendo, cogisteis a Peter y salisteis. Para entonces las llamas eran demasiado intensas para volver. Ahora, sugiero que salgamos de aquí, porque este corral es muy antiguo, está seco como la yesca y no creo que tarde mucho en arder por los cuatro costados.
Con un estruendo furioso, las llamas prendieron en las ropas de Mark Williams y el queroseno ardiente delineó el contorno de su cuerpo.
Ella se detuvo en la entrada, soltó la mano con la que Cellucci la guiaba y miró atrás. Una enorme mancha naranja trepaba por la superficie de la pared norte. Ahora no podrían detenerlo aunque quisieran. Por un instante se preguntó quiénes se creían que eran. Entonces se irguió y salió para hablar con Barry y Colin junto al coche.
—Cuando llegamos —les contó—, Cellucci y Stuart tenían a Peter tendido sobre la hierba. El corral estaba ardiendo. Olvidad cualquier otra cosa. Metisteis a Peter en el coche, disteis aviso del fuego, os dirigisteis a al ciudad y recogisteis a Rose por el camino.
—¿Pero qué hay de…? —Barry no parecía contento.
Vicky aguardó en silencio, inmóvil. No podía ver su cara pero tenía una idea bastante aproximada de lo que debía de estar pasando por sus pensamientos en aquel momento.
Le escuchó suspirar.
—No hay otra manera de hacerlo, ¿verdad? No sin exponer a los licántropos y… —ella se dio cuenta de que su vacilación hacía referencia a Henry y de que finalmente decidía no expresar sus sospechas con palabras—… otras cosas.
—No, no hay otra manera. Y no dejes que nadie vea tu bota.
Los observó mientras los faros de su coche desaparecían, entraban en la carretera y luego giraban. Entonces se volvió y regresó junto a los tres hombres —el vampiro, el licántropo y el policía—, cuyos contornos dibujaban las vacilantes llamas del incendio. Cuando el fuego se hubiese apagado, quedarían cenizas y poco más.
Como si le hubiese estado leyendo el pensamiento, Cellucci dijo con voz seca:
—Si investigan las cenizas, cualquier equipo forense medianamente competente encontrará una docena de lagunas en tu historia.
—¿Y por qué iban a investigar? Contigo, conmigo y con dos policías locales en la escena del crimen, creo que estarán dispuestos a aceptar nuestra palabra.
Tenía que admitir que, muy probablemente, ella estaba en lo cierto. Tres polis y una ex poli que no ganaban nada mintiendo —y era poco probable que a alguien se le ocurriera que estaban encubriendo a una familia de licántropos— lo archivarían y se dedicarían a cualquier otro caso que pudiesen resolver.
—Sin embargo, siguen quedando muchos cabos sueltos —dijo Stuart con aire reflexivo.
Vicky dio un bufido.
—La policía prefiere los cabos sueltos. Átalos con demasiado cuidado y pensarán que les estás entregando un paquete —la noche era calurosa y húmeda, no soplaba ni la más suave brisa. El corral ardía por los cuatro costados, pero Vicky se envolvió en sus propios brazos. Habían ganado, debería sentirse feliz, aliviada, cualquier cosa. Pero sólo se sentía vacía.
—Eh. —Henry deseó poder ver sus ojos. Todo lo que distinguía era el reflejo de las llamas sobre sus gafas—. ¿Estas bien?
—Sí, perfectamente. ¿Por qué no iba a estarlo?
Él alargó el brazo y le subió las gafas.
—Por nada.
Ella sonrió, de manera un poco agitada.
—Será mejor que te vayas cuanto antes. No sé lo que tardarán en llegar los camiones de bomberos y la PPO.
—¿Regresarás a la granja?
—Tan pronto como la policía haya terminado conmigo.
Lanzó una mirada a Cellucci pero logró refrenar el comentario.
Vicky suspiró.
—Vete.
Se fue.
Cellucci ocupó su lugar.
Vicky volvió a suspirar.
—Mira, si pretendes darme otra lección de ética o moral, te advierto que no estoy de humor.
—En realidad me estaba preguntando si un incendio formaba parte de tu plan. ¿Quizá como diversión? Están empezando a saltar algunas chispas y el campo que hay al otro lado del corral está completamente seco.
Ahora las llamas recorrían el tejado y toda la estructura estaba envuelta en destellos rojos y dorados.
La última cosa que ella deseaba era causar más daño.
—Hay una bomba de agua en el jardín con una manguera muy larga. Bastará con que riegues el campo.
—Muy bien, ¿y cómo se supone que iba yo a saberlo?
—¡Podrías haber mirado! Jesús, ¿es que tengo que hacerlo yo todo?
—¡No gracias, ya has hecho suficiente! —quiso tragarse sus palabras en cuanto las hubo pronunciado pero, para su sorpresa, Vicky estalló en carcajadas. No sonaban a histeria. Sólo sonaban a carcajadas—. ¿Qué?
Pasó un momento antes de que ella pudiera volver a hablar e incluso entonces la amenaza de un nuevo estallido parecía inminente.
—Sólo estaba pensando que todo ha terminado salvo los gritos.
—¿Sí? ¿Y?
—¿Y? —su mano dibujó un ademán en el aire mientras ella se alejaba—. Pues que ahora sí que ha terminado todo.
—¿Volverás a vernos alguna vez? ¿Cuándo necesites alejarte de la ciudad?
—Lo haré. —Vicky sonrió—. Pero en este preciso momento, la paz y la quietud de la ciudad me parecen bastante sugerentes.
Nadine dejó escapar un bufido.
—No sé cómo lo soportas. Malos olores y demasiados extraños en tu territorio… —aunque seguía llevando consigo la marca de la pérdida de su gemelo, en el transcurso de las últimas veinticuatro horas la herida se había curado a ojos vista. El que ello se debiera a las muertes de Mark Williams y Carl Biehn o al hecho de que Peter hubiera salvado la vida era algo que Vicky ignoraba. Y tampoco deseaba saberlo.
Rose también había cambiado y de su rostro había desaparecido parte de la niña que había sido, reemplazada por la mujer en la que se convertiría. Nadine la mantenía muy cerca de sí y gruñía cada vez que uno de los machos se acercaba.
Vicky se dirigió hacia la puerta, junto a la que Henry la esperaba. La tensión que existía entre Stuart y él trazaba una línea casi visible.
—En el corral, antes de que llegaras —le había explicado antes—. Le di una orden que tuvo que obedecer.
—¿Utilizaste tus poderes vampíricos con él?
—Si quieres decirlo así… Ambos estamos fingiendo que no ocurrió pero él tardará algún tiempo en olvidarlo.
Sombra, el negro pelaje manchado de polvo, se arrastró desde su escondite bajo la cocina de madera, con un enorme hueso de caldo entre las fauces. Trotó hasta la puerta y lo dejó caer a los pies de Vicky.
—Es mi mejor hueso —le dijo solemnemente—. Quiero que lo tengas tú para que no te olvides de mí.
—Gracias, Daniel —el hueso desapareció en el fondo del bolso de Vicky. Ella alargó el brazo y le quitó una bola de pelusa de lo alto de la cabeza—. Creo que puedo garantizarte que nunca, nunca me olvidaré de ti.
Daniel se revolvió y luego Sombra se arrojó sobre sus rodillas, ladrando excitadamente.
Oh, qué demonios, pensó Vicky. Se puso de cuclillas e hizo lo mismo que había hecho con Huracán cuando todo aquello empezó, hundir los dedos en el pelaje suave y espeso de su cuello y rascarlo generosamente.
Era difícil decir cuál de los dos disfrutó más de ello.
Cellucci, apoyado sobre el coche, se arrojaba las llaves de una mano a otra. Hacía una hora y media que se había puesto el sol y quería marcharse; después de aquellos dos días, el sencillo y viejo crimen de la gran ciudad sería un alivio bienvenido.
Todavía no estaba seguro de por qué se había ofrecido a llevar a Henry y a Vicky hasta Toronto. No, eso no era cierto del todo. Sabía por qué se lo había propuesto a Vicky, pero no sabía por qué había incluido a Henry en la oferta. Sí, el BMW del tío pasaría por lo menos otra semana en el taller pero eso no era una verdadera razón.
—¿Qué demonios los está reteniendo tanto? —murmuró.
Como en respuesta a sus palabras, la puerta trasera se abrió y Sombra apareció dando saltos y meneando la cola en el aire. Vicky y Henry lo seguían, acompañados por el resto de la familia salvo Peter, que continuaba en casa del doctor Dixon.
Vicky no se había equivocado sobre la investigación de la policía. Todo el asunto era tan insólito y los testigos tan fiables que la PPO había llegado más o menos a las mismas conclusiones aventuradas por ella y estaba dispuesta a imaginar el resto. Los antecedentes policiales de Mark Williams también habían contribuido, especialmente después de que un informe referente a su última aventura empresarial llegara desde Vancouver.
Cellucci tuvo que sujetarse mientras Sombra saltaba sobre su pecho, le lamía la cara dos veces y se alejaba. Empezó a correr en círculos alrededor del grupo que se acercaba cruzando el césped. Hombres lobo. Nunca podría volver a mirar a nadie de la misma manera. Si los hombres lobo existían, ¿quién sabía qué otras criaturas míticas podían aparecer en cualquier momento?
Vicky parecía estarse tomando todo el asunto con calma pero la verdad es que él siempre había sabido que se trataba de una mujer notable. Una mujer detestable, arrogante y testaruda la mayor parte del tiempo pero, a pesar de ello, notable. Por otro lado, pensó mientras cerraba la mano alrededor de las llaves, Vicky conocía a Henry desde Pascua, así que era posible que nada de esto fuera nuevo para ella. ¿Quién sabía en qué habían estado implicados esos dos?
Mientras se intercambiaban agradecimientos y despedidas, Stuart se le acercó y le tendió la mano.
—Gracias por su ayuda —el tono no era exactamente amable pero Cellucci sabía algunas cosas sobre el orgullo. Sonrió, con cuidado para no enseñar los dientes y aceptó la mano que se le ofrecía—. Es usted bienvenido en nuestra casa.
La fuerza del apretón no era excesiva pero no tardó en aumentar hasta que las venas de los dos antebrazos se marcaron sobre los músculos y Cellucci, a pesar de ser veinticinco centímetros más alto y proporcionalmente más robusto, comenzó a temer que sus nudillos se partieran.
Nadine captó el olor de la competición y dio un codazo a Vicky. Las dos se volvieron hacia ellos.
—¿Piensan seguir así hasta que uno de los dos se rompa la mano? —preguntó Vicky con voz seca mientras contemplaba la doble silueta que se esforzaba al límite de sus fuerzas bajo el abanico de luz de los faros del coche.
—Es difícil de decir con los machos —contestó Nadine más o menos en el mismo tono—. Sus cuerpos parecen capaces de seguir funcionando durante horas después de que sus cerebros se hayan apagado.
Vicky asintió.
—Ya me he dado cuenta.
Si el momento en que, repentinamente, se soltaron, estuvo acompañado por el intercambio de alguna señal visible entre los dos hombres, Vicky no lo advirtió. Un momento estaban enzarzados en un estilizado combate mano a mano y al siguiente se daban palmadas en los hombros como si fueran amigos íntimos. Se imaginó que la presión interna adecuada se había alcanzado por fin, lo que había disparado un interruptor y había permitido que la vida continuara. Pero no tenía la menor intención de preguntarlo porque en realidad no deseaba saberlo.
Mientras Stuart exigía a su hembra que le explicara de qué se estaba riendo, Cellucci se vio inesperadamente enfrentado a un problema logístico; quién se sentaría a su lado en el asiento delantero durante el viaje de vuelta a casa. Parecía una chiquillada pero, aunque por derecho el asiento debía corresponderle a Vicky —era la más alta y por tanto necesitaba más espacio para las piernas— no quería tener a Henry Fitzroy sentado detrás de él en la oscuridad durante las tres horas que duraría el viaje.
Vicky tomó la decisión por él. Pasando los dedos por al carrocería del coche hasta encontrar la puerta trasera, la abrió, arrojó su bolso al interior, entró y cerró la puerta, no sin antes apartar cuidadosamente a Sombra, que había tratado de darle algunos lengüetazos más. Conocía a Mike Cellucci desde hacía ocho años y tenía una idea bastante aproximada de lo que estaba pasando por su cabeza en aquel preciso momento. Si creía que iba a interferir de alguna manera en al relación entre Henry y ella, estaba muy equivocado.
Henry mantuvo una expresión impasible mientras se deslizaba al asiento delantero y se abrochaba el cinturón de seguridad.
Sombra siguió el coche hasta el final del camino y entonces se sentó junto al buzón, ladrando, hasta que desaparecieron de su vista.
Para cuando por fin entraron en la 401, Cellucci no podía soportar el silencio un segundo más.
—Bueno —se aclaró la garganta—. ¿Todos tus casos son igual de interesantes?
Vicky sonrió. Sabía que él sería el primero en romper el silencio.
—No todos —dijo—. Pero tengo una clientela bastante exclusiva.
—Por llamarla de alguna manera —gruñó él—. ¿Qué va a pasar con Peter y Rose? ¿Te lo han dicho?
—En cuanto Peter se encuentre mejor, Stuart lo enviará con su familia de Vermont. Rose está bastante destrozada.
—Al menos está vivo.
—Eso es cierto. Lo más probable es que Rose pase la próxima semana aullando en su habitación mientras los tres machos adultos se alejan.
—¿Los tres machos? ¿Hablas de su padre…?
—Por lo que parece, es un imperativo biológico bastante fuerte.
—Sí, pero…
—No te hagas un lío, Cellucci. Nadine se asegurará de que no ocurra nada.
—Sólo los machos alfa pueden aparearse —dijo Henry, prosaico.
—¿Ah, sí? Estupendo —Cellucci tamborileó con los dedos sobre el volante y lanzó una mirada de soslayo al otro hombre—. Todavía no sé con certeza dónde encajas tú en todo esto.
Henry alzó una ceja rojiza.
—Bueno, en este caso particular, actué como intermediario. Sin embargo, normalmente sólo soy un amigo —y entonces, incapaz de resistirse, añadió—. Algunas veces ayudo a Vicky con el trabajo nocturno.
—Sí. No me cabe duda —el motor rugió mientras Cellucci adelantaba a un camión—. Y probablemente tienes más que ver con aquella… aquella… cosa con la que se topó la pasada primavera de lo que ninguno de los dos me estáis contando.
—Quizá.
—Quizá leches. —Cellucci se pasó una mano por el pelo—. Mira, Vicky. Puedes enredarte con todos los fantasmas, espectros y criaturas nocturnas —volvió a mirar a Henry con el rabillo del ojo— que quieras. Pero de ahora en adelante, déjame al margen.
—Nadie te invitó a venir —señaló Henry con voz tranquila antes de que Vicky pudiera responder.
—¡Deberíais estarme jodidamente agradecidos por haberme presentado!
—¿De veras?
—Sí señor.
—Quizá te gustaría explicarte en más detalle, detective sargento.
—Quizá debería hacerlo.
Vicky suspiró, se reclinó sobre su asiento y cerró los ojos. Iba a ser un viaje muy largo.