He intentado saldar algunas de mis deudas de gratitud en estas mismas páginas, pero no debo omitir a quienes hicieron posible que me sentara a pensar en esta obra en primer lugar. En nuestros días se dicen muchas tonterías sobre la decadencia del mundo editorial, y seguirán siendo tonterías mientras gente como Jonathan Karp, Colín Shepherd, Bob Castillo, Cary Goldstein y Toby Mundi se encarguen de firmas como Twelve y Atlantic. He sido especialmente afortunado por tener un amigo y camarada, Steve Wasserman, como editor de mis reseñas, editor de mis libros y, finalmente, y acaso lo mejor de todo, como mi agente. Debo agradecer a Robin Blackburn, de New Left Review, que me presentara a Steve hace treinta años, y muchas otras cosas.
Maciej Sikierski, el insomne archivero de asuntos polacos de la librería de la Hoover Institution en la Universidad de Stanford, se tomó extraordinarias molestias para ayudarme a rastrear mis linajes familiares en las arduas historia y geografía de su país indomable.
A veces me gusta pensar que yo podría haber sido uno de los que elogio en este libro, que, como Victor Serge, tuvieron la fortaleza interior de escribir «para el cajón de fondo y para la historia». Pero sé muy bien que sin algunos directores y editores me habría marchitado como un calcetín mojado. Gracias eternas y tiernas, por tanto, para Paul Barker, Anthony Howard, Harold Evans y Tina Brown, Charles Wintour, Alexander Chancellor, Charles Moore, Jeremy Treglown, Sally Emerson, Peter Stothard, Victor Navasky y Richard Ligeman y Hamilton Fish y Betsy Pochoda, Barbara Epstein, Michael Kelly (RIP) y James Bennett y Cullen Murphy y Ben Schwarz, David Rieff, Jon Meacham y Mark Miller, Jacob Weisberg, David Plotz y June Thomas, Lewis Lapham y Gerry Marzorati, Perry Anderson y Robin Blackburn, Mary-Kay Wilmers e Iñigo Thomas, Deirdre English y Conor Hanna. Todos ellos son héroes y heroínas de la «primera versión» y de la obra en marcha, y los lectores de muchos otros autores no deberían olvidarse de darles las gracias tan afectuosamente como hago.
Muchas gracias a Windsor Mann por ayudar con los archivos y las fotografías.
Dar las gracias a mi adorado suegro, Edwin Blue, y a mi deliciosa hija por la experta ayuda que han prestado a un paleto de la tecnología es lo mínimo que puedo decir.
Sin embargo, es imposible no expresar mi agradecimiento más especial y enternecido hacia Graydon Carter, Aimee Bell, Walter Owen y David Friend. Significa mucho para un escritor, cuyo promiscuo mandato consiste en estar interesado en todo, saber que posee amigos, partidarios y colegas decididos a escudriñar cada línea, aportando ayuda de campo, percibiendo cada defecto y mejorando cada párrafo. (Un breve pasaje de este libro se escribió originalmente para ellos). Si no fuera por su cuidado intensivo y su meticulosa atención, querría llamarlos mi suerte.