El tema de la ofrenda es omnipresente en los Textos de las Pirámides, pues se vive de ella. Toda ofrenda puede ser el ojo de Horus, por tanto [1] una mirada creadora sobre el mundo, y corresponde al Faraón hacer incesantemente ofrendas para mantener una relación de armonía con lo divino y garantizar la presencia de Maat en la tierra. [2]
El Faraón recibe una ofrenda de parte de Dios, es inundado de ofrendas [3] divinas, es colmado gracias a ellas a diario. Convertido en «el [4] señor de la ofrenda», el Faraón debe ser aquél que da por excelencia: [5][6][7], da a los dioses sus panes de ofrenda, da a los grandes y guía a los pequeños. [8][9]
Son las estrellas imperecederas las que rigen las ofrendas; cuando las ofrendas divinas descienden, el rostro de los hombres se ilumina, el corazón de los dioses está gozoso. [10][11]
Siendo a la vez el que recibe y el que da, el Faraón es también el que es venerado y quien venera a Dios y a los dioses. Los dioses y los [12][13] seres de luz veneran al Faraón y la luz divina, a la que es asimilado [14] cuando aparece y asciende a la región de luz; es preciso subrayar que la [15] venerabilidad (chepesu) del rey se encuentra en el cielo y que es su trono en el cielo el que es venerable más que cualquier otro trono. [16]
Si los ritos diarios celebrados en el templo son la ocasión propicia para hacer ofrendas, las numerosas fiestas organizadas a lo largo del año también lo son; con ocasión de estos momentos privilegiados en los que las divinidades están presentes en la tierra gracias a la intervención del Faraón, la ofrenda es el modo de comunicación y de comunión privilegiado. Por eso los que están en la tierra, siendo protegidos por el Faraón, celebran sus fiestas. [17]