CAPÍTULO 32
LA OFRENDA

El tema de la ofrenda es omnipresente en los Textos de las Pirámides, pues se vive de ella. Toda ofrenda puede ser el ojo de Horus, por tanto [1] una mirada creadora sobre el mundo, y corresponde al Faraón hacer incesantemente ofrendas para mantener una relación de armonía con lo divino y garantizar la presencia de Maat en la tierra. [2]

El Faraón recibe una ofrenda de parte de Dios, es inundado de ofrendas [3] divinas, es colmado gracias a ellas a diario. Convertido en «el [4] señor de la ofrenda», el Faraón debe ser aquél que da por excelencia: [5][6][7], da a los dioses sus panes de ofrenda, da a los grandes y guía a los pequeños. [8][9]

Son las estrellas imperecederas las que rigen las ofrendas; cuando las ofrendas divinas descienden, el rostro de los hombres se ilumina, el corazón de los dioses está gozoso. [10][11]

Siendo a la vez el que recibe y el que da, el Faraón es también el que es venerado y quien venera a Dios y a los dioses. Los dioses y los [12][13] seres de luz veneran al Faraón y la luz divina, a la que es asimilado [14] cuando aparece y asciende a la región de luz; es preciso subrayar que la [15] venerabilidad (chepesu) del rey se encuentra en el cielo y que es su trono en el cielo el que es venerable más que cualquier otro trono. [16]

Si los ritos diarios celebrados en el templo son la ocasión propicia para hacer ofrendas, las numerosas fiestas organizadas a lo largo del año también lo son; con ocasión de estos momentos privilegiados en los que las divinidades están presentes en la tierra gracias a la intervención del Faraón, la ofrenda es el modo de comunicación y de comunión privilegiado. Por eso los que están en la tierra, siendo protegidos por el Faraón, celebran sus fiestas. [17]