Los Textos de las Pirámides afirman de manera clara la realidad de una potencia divina única inaccesible al espíritu humano.
Gran Dios cuyo hombre es desconocido. [1]
Para los egipcios el nombre de un ser es su realidad fundamental. Conocer el nombre de un ser o de una cosa es ejercer sobre [2] ellos un dominio. Dios está dotado de una cualidad la grandeza pero su nombre permanece al margen del campo del conocimiento humano. El individúo por consiguiente no puede ejercer sobre Dios ni poder ni control.
Una indicación simbólica sin embargo sobre esta identidad divina fuera del alcance del intelecto. El más grande de los dioses es el toro de los toros es decir la luz divina (Ra) que es la [3] potencia creadora por excelencia encarnada en el toro salvaje. [4]
Este Gran Dios posee un trono celeste del que son indisociables dos cualidades la vitalidad que confiere una excelente salud el bienestar y la plenitud que lleva aparejada esta salud. [5]
Los Textos de las Pirámides no dicen nada más acerca de la [6] naturaleza de este «Gran Dios». Él es luz incognoscible potencia que crea vida y «salud» en un sentido amplio es decir la coherencia de la creación. Todo discurso teológico respecto a él sería inútil. Discurrir acerca de este misterio tratar de calificarlo sería considerado como una cháchara estéril que dañaría a la percepción y a la comprensión de lo divino tal como recomienda un sabio como Ptah-Hotep.
Si bien este «Gran Dios» es incognoscible resulta no obstante perceptible gracias a la persona simbólica del Faraón. No es casual que todas las demás menciones del «Gran Dios» y de «Dios» estén asociadas al Faraón pues solo él en tanto que símbolo que une lo invisible con lo visible y el cielo con la tierra puede servir de canal de expresión de lo divino.
Los Textos de las Pirámides excluyen la posibilidad de un contacto directo del individuo con Dios de una oración individual con miras a obtener cualquier clase de ventaja. Es el Faraón y solo él en tanto que símbolo del conocimiento quien puede servir de vínculo entre su pueblo y la estera de lo divino. Por otra parte es la potencia divina en si misma la que hace ascender al Faraón hacia el Gran Dios siendo dicha ascensión [7] el trámite indispensable para que el Faraón conozca verdaderamente lo divino. Atraviesa los lugares del Gran [8] Dios y se asimila a él para vivir su naturaleza secreta. [9]
Esta comunión no supone una anulación mística en lo divino muy al contrario es deber del Faraón formular esta experiencia espiritual y transmitirla. Éste es definido como «el mensajero del Gran Dios» hacia el cual se dirige pacíficamente y del que recibe el símbolo de su potencia y [10][11] los alimentos necesarios para llevar a buen término su labor. [12]
Cuando se precisa que la potencia creadora (ka) del Faraón protege al Gran Dios esta observación significa que el Faraón cuya potencia creadora ha sido formada por el [13] Gran Dios «protege» es decir preserva la realidad espiritual de la que es depositario.
La grandeza de Dios inseparable de su carácter incognoscible, puede expresarse no obstante por intermediación de un ser simbólico al que los egipcios denominaron «Faraón» el único capaz de comunicar con el Principio gracias a una trascendencia traducida en una formulación tal es la base de la concepción de lo divino que revelan los Textos de las Pirámides.